Advertencia sobre la ordenación de sacerdotes casados (por un sacerdote casado)

Una vez más escuchamos en las altas esferas de poder de la Iglesia, la posibilidad de ordenar al sacerdocio hombres casados. Pero esta vez no se trata de hombres en “circunstancias especiales” sino en general. Tuve la posibilidad y la bendición de ordenarme como sacerdote católico estando casado, gracias a una disposición pastoral instituida por San Juan Pablo II en 1982 que daba permiso a los sacerdotes episcopalianos casados que habían abandonado la Iglesia Episcopaliana por razones de conciencia, a ser considerados para el sacerdocio católico. En mi caso, las razones para dejar el Anglicanismo fueron la ordenación de mujeres como sacerdotes y obispos y la creciente rapidez con la que se cortaban los lazos con la ortodoxia cristiana. La creación reciente del Ordinariato Anglicano es el resultado de una situación similar, en la que los sacerdotes anglicanos que desean estar en plena comunión con la Iglesia Católica reciben este privilegio y gracia especial.

Pero ahora, en los niveles más altos de la Iglesia están considerando permitir sacerdotes casados como regla general. Quienes pujan por esto dicen hacerlo por la gran falta de sacerdotes en ciertas áreas del mundo, es decir, en aquellas áreas asociadas a “occidente”. Por supuesto, nunca preguntan por qué hay tan pocos hombres llamados al sacerdocio (exceptuando los que aman la tradición). Entonces, su solución es ordenar “viri probati”, hombres casados que representen buenos ejemplos de lo que significa ser un hombre católico. En este pontificado debemos tener cuidado con reaccionar negativamente a cada globo de prueba que sobrevuela Casa Santa Marta. Pero este globo de prueba, de convertirse en una nave de lujo, abriría el sacerdocio a una reformulación radical que negaría el concepto del sacerdocio de la tradición católica.

Es cierto que San Pedro estaba casado. Los Evangelios nos hablan de la curación de su suegra. Pero esta no es razón para abandonar el sacerdocio célibe. Jamás escuchamos sobre la mujer de Pedro o de su familia. No es parte del mensaje evangélico. Sabemos que Pedro lo abandonó todo y se convirtió en “pescador de hombres”. El celibato sacerdotal es parte del desarrollo de la doctrina del sacerdocio, desarrollo que comenzó tempranamente, en el siglo IV, en occidente. También es cierto que en la historia de la Iglesia el celibato sacerdotal no siempre fue impuesto, pero los sacerdotes que vivían con mujeres y tenían hijos no eran considerados como la norma o el ideal. Tampoco fue esta situación la que llevó a repensar el celibato sacerdotal. De hecho, los grandes reformadores de la Iglesia de cada época hicieron todo lo posible por imponer el celibato sacerdotal, y lo hicieron debido a la conexión entre celibato y el celibato de Jesucristo, específicamente Jesucristo como Sacerdote Supremo. Si bien la iglesia oriental permite a los hombres casados ser sacerdotes, su situación es bastante diferente a la del sacerdote católico. Y es significativo que, tanto en oriente como en occidente, a todos los obispos, en la plenitud de su sacerdocio, se les exija el celibato.

Quienes promueven este cambio tienen poca experiencia en una típica y normal vida de marido y mujer. Son parte de un sistema clerical que vive en un mundo irreal, donde el celibato es vivido como ser “no casado” y con la libertad de hacer lo que uno quiera cuando quiera y de tener muchas largas cenas en el Borgo Pio (calle de Roma).  Ese comportamiento es imposible en el matrimonio. No hay duda de que este llamamiento a los sacerdotes casados es el resultado, al menos parcial, de una confusión deliberada sobre lo que significa ser “sacerdote”. Y esta confusión es uno de los resultados de cincuenta años con las misas de Pablo VI y con su forma de celebrarlas, lo que ha hecho que la gente olvide que el corazón del sacerdocio es ofrecer el sacrificio de la misa, que el sacerdote celebra in persona Christi, en la persona del mismísimo Cristo, para ofrecer el sacrificio de la cruz que se re-presenta en cada misa. No es casual que la terminología del post-Vaticano II para quien celebra la misa no es sacerdote sino “celebrante” u “oficiante” o esa horrible palabra Orwelliana del que “preside”. Recientemente, el cardenal Sarah dijo creer que la gran mayoría de sacerdotes y obispos ha olvidado o no sabe que la misa es un sacrificio, en sí misma y de sí misma, y que la función del sacerdote es ofrecer ese sacrificio. Ahora, esto no significa que un hombre casado no pueda ofrecer el sacrificio. Lo que significa es que la tradición de sacerdotes célibes guarda una consonancia más profunda con la persona de Cristo, quien se ofreció total y completamente en la cruz.

Pero lo que preocupa aún más sobre este globo de prueba, que podría convertirse en un dirigible lleno de gas (¡ojalá corriera la suerte del Hindenberg, sin la pérdida de vidas!), es que parece que la pandilla de 1960 que causó tanto daño a la Iglesia en la liturgia y el sacerdocio está empecinada en convertirse en una de esas denominaciones protestantes masivas que abandonaron el cristianismo ortodoxo en favor de una actitud de “vive y deja vivir” cubierta con un barniz de religiosidad. No hay una relación directa entre permitir a los “viri probati” ser sacerdotes, permitir sacerdotes y obispos mujeres, revocar la Humane Vitae, y degradar aún más la liturgia. Pero se encuentran en la misma trayectoria, y esto es lo que debe causar gran preocupación a quienes aman la Iglesia de Jesucristo.

El odio a la misa romana tradicional por parte de los actuales constructores de globos es completamente comprensible, dado que se haya muy alejada de su abundante fuente de aire caliente. Dado que es la misa tradicional la que encarna la tradición de la Iglesia y pone de manifiesto, para que todos vean, que el emperador va desnudo. Hoy la Iglesia está viviendo en El País de las Maravillas de Alicia, donde la Reina de Corazones puede ordenar que las rosas blancas se pinten de rojo y declarar por decreto que son rosas rojas. La jerarquía actual está alimentada a base de un positivismo que no tiene nada que ver con la libertad alcanzada en la cruz por Jesucristo, y por lo tanto no tienen poder para oponerse ni a la bestia que se encorva hacia Belén ni a las máquinas de destrucción de Robert Hugh Benson en “El Señor del Mundo” cuyo objetivo es destruir la Iglesia Católica.

Pero no se entusiasmen ni se preocupen demasiado. Siéntense y disfruten del espectáculo. Porque las puertas del infierno no prevalecerán. ¿Pero, y si el infierno no existe, como dicen algunos príncipes de la Iglesia?

Padre Richard Gennaro Cipola

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

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