Catena Aurea: Jn. 19-31

Y como fue la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas, en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos y el costado. Y se gozaron los discípulos viendo al Señor. Y otra vez les dijo: «Paz a vosotros. Como el Padre me envió, así también yo os envío». Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos, y les dijo: «Recibid al Espíritu Santo: a los que perdonareis los pecados, perdonados les son: y a los que se los retuviereis, les son retenidos». Pero Tomás, uno de los doce, que se llamaba Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Mas él les dijo: «Si no viere en sus manos la hendidura de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no lo creeré». (vv. 19-25)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85

Oyendo los discípulos lo que María anunciaba, era deducible que o no le dieran crédito, o que, creyéndole, se afligieran, pensando que no habían sido dignos de que el Señor se les dejase ver. Pero pensando esto, no dejó el Señor pasar ni un solo día. Pues como ellos sabían que había resucitado y ansiaban verle, aunque estaban dominados del miedo, a la caída de la tarde El mismo se les presentó. Y por eso dice: «Y al concluir el día del primer sábado, estando cerradas las puertas», etc.

Beda

Se ve la debilidad de los Apóstoles en que estaban reunidos y con las puertas cerradas por temor a los judíos, que habían sido antes el motivo de su dispersión. «Vino Jesús y se presentó en medio de ellos». El se les aparece a la caída de la tarde, porque éste era el momento en que naturalmente debían tener más temor.

Teofilacto

O bien porque era cuando debían estar todos reunidos. Cerradas, empero, las puertas, para demostrar que resucitó del mismo modo cerrado con una losa el sepulcro.

San Agustín, in serm. Pasch

Hay algunos que de tal manera se admiran de este hecho, que hasta corren peligro, aduciendo contra los divinos milagros argumentos contrarios de razón. Arguyen, pues, de este modo: Si el cuerpo que resucitó del sepulcro es el mismo que estuvo suspendido de la cruz, ¿cómo pudo entrar por las puertas cerradas? Si comprendieras el modo, no sería milagro. Donde acaba la razón, empieza la fe.

San Agustín, in Ioannem, tract., 121

Las puertas cerradas no podían impedir el paso a un cuerpo en quien habitaba la Divinidad, y así pudo penetrar las puertas El, que al nacer dejó inmaculada a su Madre.

Crisóstomo, ut supra

Es de admirar que no le tuvieran por un fantasma; pero esto fue porque la mujer, previniéndoles, había infundido en ellos mucha fe. Mas presentándose el Señor mismo ante su vista calma con su voz las dudas de su espíritu, y les dice: «La paz sea con vosotros», esto es, no os alarméis. Con lo que recuerda las palabras que les había dicho antes de morir: «Yo os doy mi paz» ( Jn 14,27). Y otra vez: «En mí tendréis la paz» ( Jn16,33).

San Gregorio, In Evang. hom. 26

Y como a la vista de aquel cuerpo vacilase la fe de los que le veían, les enseñó al momento las manos y el costado. Sigue: «Y habiendo dicho esto», etc.

San Agustín, ut supra

Los clavos habían taladrado las manos, la lanza había abierto el costado, y las heridas se conservaban para curar el corazón de los que dudaran.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85

Y como antes de morir les había dicho «Otra vez os veré y se alegrará vuestro corazón», lo cumple. Por esto añade: «Los discípulos se alegraron al ver al Señor».

San Agustín, De civ. Dei, 22, 19

Es de creer que la claridad con que resplandecerán los justos, como el sol en su resurrección, fue velada en el cuerpo de Cristo resucitado a los ojos de los discípulos, porque la debilidad de la mirada humana no la hubiese podido soportar, cuando debían conocerle y oírle.

Crisóstomo, ut supra

Todos estos acontecimientos alentaban una firmísima fe en el corazón de los discípulos. Y porque habían de sostener una guerra implacable de parte de los judíos, otra vez les anuncia la paz. Díceles, pues, de nuevo: «La paz sea con vosotros».

Beda

La repetición es confirmación, y así repite, porque la virtud de la caridad es doble, o porque El es quien hizo de dos cosas una ( Ef 2).

Crisóstomo, ut supra

También demuestra que la santa cruz tiene la virtud de borrar toda tristeza y traernos todos los bienes, esto es, la paz. Esta paz había sido anunciada a las mujeres, porque este sexo estaba sumido en la tristeza desde la maldición pronunciada por Dios: «Con dolor parirás tus hijos» ( Gén 3,16). Y como desaparecen todos los obstáculos y se allana todo para lo sucesivo, añade: «Como me envió el Padre, yo os envío».

San Gregorio, ut supra

Ciertamente el Padre envió al Hijo, a quien constituyó Redentor del género humano por medio de la encarnación. Así, dice: «Así como me envió el Padre, yo os envío». Esto es, al enviaros en medio del escándalo de la persecución, os amo con la misma caridad que me amó el Padre, quien me envió a sufrir la pasión.

San Agustín, in Ioannem, tract., 121

Nosotros reconocemos que el Hijo es igual al Padre, pero en estas palabras reconocemos al Mediador, porque El se manifiesta diciendo: «El a mí y yo a vosotros».

Crisóstomo, ut supra

Así elevó el espíritu de sus discípulos por los hechos y por la dignidad de su misión. Y no pide todavía el poder al Padre, sino que de su propia autoridad se les da. Por eso sigue: «Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo».

San Agustín, De Trin. 4, 20

El soplo corporal de su boca no fue la sustancia del Espíritu Santo, sino una conveniente demostración de que el Espíritu Santo, no tan sólo procede del Padre, sino que también del Hijo. ¿Quién será tan insensato que diga que el Espíritu Santo, dado por insuflación, es diferente del que después de su resurrección envió a los Apóstoles?

San Gregorio, In Evang. hom. 26

¿Por qué, pues, lo da primero a sus discípulos sobre la tierra, y después lo envía desde el cielo, sino porque son dos los preceptos de la caridad, a saber, el amor de Dios y el amor al prójimo? En la tierra se da el Espíritu de amor al prójimo, y desde el cielo el Espíritu del amor a Dios. Pues así como es una la caridad y dos los preceptos, así no es más que uno el Espíritu dos veces dado: el primero por el Señor sobre la tierra, y después descendido del cielo. Porque en el amor del prójimo se aprende cómo puede llegarse al amor de Dios.

Crisóstomo, ut supra

Dicen algunos que por esta insuflación no les dio el Espíritu Santo, sino que los hizo aptos para recibirle. Si, pues, al ver Daniel al ángel se desmayó, ¿qué hubiera sucedido a los discípulos al recibir tan inefable gracia, si antes no hubiesen estado prevenidos? No será pecado decir que ellos recibieron entonces el poder de la gracia espiritual, no de resucitar muertos ni hacer milagros, sino el de perdonar los pecados. De aquí sigue: «A quien perdonareis los pecados, les serán perdonados», etc.

San Agustín, in Ioannem, tract., 121

La caridad de la Iglesia, que por el Espíritu Santo se infunde en nuestros corazones, perdona los pecados de los que son participantes de aquella, pero de aquellos que no lo son, los retiene. Por eso, después que dijo «Recibid el Espíritu Santo», habló a continuación del perdón de los pecados y de su retención.

San Gregorio, ut supra

Conviene saber que aquellos que recibieron antes el Espíritu Santo para vivir inocentemente, y aprovechar a otros en la predicación, lo recibieron visiblemente después de la resurrección del Señor, no para convertir a pocos, sino a muchos; digno es, pues, de considerarse cómo aquellos discípulos, llamados a tan pesado cargo de humildad, fueron elevados al apogeo de tanta gloria. ¡He aquí que no sólo reciben la seguridad de sí mismos, sino que también la magistratura del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, retengan a unos sus pecados y los perdonen a otros! En la Iglesia son ahora los Obispos los que ocupan su lugar y la potestad de atar y desatar es la parte de gobierno que les corresponde. ¡Grande honor, pero pesada la carga de este honor! Duro es que el que no sabe gobernar su vida se haga juez de la ajena.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 85

Si el sacerdote arreglase bien su vida, pero no cuidase con diligencia de la de los otros, se condena con los réprobos. Sabiendo, pues, la magnitud del peligro, tenles gran respeto, aunque no sean de mucha nobleza, pues no es justo que sean juzgados por los que están bajo su jurisdicción. Y aunque su vida sea muy censurable, no quieras herirle en nada de todo aquello que Dios le ha confiado, pues ni el sacerdote, ni el ángel, ni el arcángel, puede hacer nada en las cosas que son dadas por Dios, sino que son dispensadas por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues el sacerdote presta su voz y su mano, y no es justo que, por la malicia de otro, sean escandalizados acerca de nuestras creencias los que se convierten a la fe.

Hallándose reunidos todos los discípulos, sólo faltaba Tomás, a consecuencia de la primera dispersión, por lo que dice: «Tomás, uno de los doce, que se llama Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús».

Alcuino

En griego, se llama Dídimo, en latín, doble 1 a causa de la vacilación de su corazón en creer. También quiere decir abismo, porque penetró la profundidad de los abismos de Dios.

San Gregorio, ut supra

No fue casualidad que aquel discípulo elegido estuviese ausente, sino obra de la divina clemencia, para que mientras el discípulo incrédulo palpaba en el cuerpo de su Maestro las heridas, curara en nosotros las de nuestra infidelidad. Más provechosa nos ha sido para nuestra fe la incredulidad de Tomás, que la fe de todos los discípulos, porque mientras él, tocando, es restablecido en la fe, nuestro espíritu se confirma en ella, deponiendo toda duda.

Beda

Se preguntará por qué refiere el Evangelista que Tomás faltaba en aquel momento, cuando Lucas afirma que dos discípulos que habían ido a Emaús, volvieron a Jerusalén, encontrando reunidos a los doce. Pero es menester entender que medió cierto espacio de tiempo desde la hora que se ausentó Tomás y la que estuvo Jesús en medio de ellos.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86

Así como es censurable la ligereza en creerlo todo, así también lo es el acusar a Tomás groseramente. Diciendo los Apóstoles: «Hemos visto al Señor», no creyó, no tanto por desacreditarles, cuanto por creerlo imposible. Por eso sigue: «Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor; pero él les contestó: Si no viere en sus manos el taladro de los clavos, y metiese mi dedo en la herida de ellos, y mi mano en el lado del Señor, no creeré». Este, más grosero que los otros, buscaba la fe por los sentidos (como el tacto), y ni siquiera daba crédito a sus ojos. Así que no le bastó el decir si no lo viese, sino que añadió: «Y metiese el dedo», etc.

Notas

1. En griego, Didumoj, mellizo.

***

Y al cabo de ocho días, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos: vino Jesús, cerradas las puertas, y se puso en medio, y dijo: «Paz a vosotros». Y después dijo a Tomás: «Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y da acá tu mano, y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel». Respondió Tomás, y le dijo: «Señor mío, y Dios mío». Jesús le dijo: «Porque me has visto, Tomás, has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron». Otros muchos milagros hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Mas éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios: y para que creyendo, tengáis vida en su nombre. (vv. 26-31)

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86

Considera la clemencia del Creador, que por salvar su alma se aparece y se acerca, enseñando sus heridas. Sin duda que los discípulos que lo anunciaban, y el mismo Jesús que lo había prometido, eran dignos de fe. Pero, sin embargo, porque Tomás lo exigía, el Señor no le desoyó. No se le aparece al momento, sino pasados ocho días, para que, advertido entre tanto por los discípulos, se inflamara más su deseo y fuera más fiel en adelante. Así dice: «Pasados ocho días, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros».

San Agustín, in serm. Pass.

¿Me preguntas en qué consiste la extensión del cuerpo de Jesús, habiendo entrado cerradas las puertas? Yo te respondo: Si anduvo sobre el mar, ¿dónde está el peso de su cuerpo? El Señor lo hizo como Señor. ¿Acaso porque resucitó dejó de serlo?

Crisóstomo, ut supra

Presentóse, pues, Jesús y no esperó a que Tomás preguntase, sino que para hacerle ver que cuando hablaba a sus condiscípulos le estaba oyendo, usa de sus mismas palabras, y en primer lugar lo reprende y lo corrige. Así sigue: «Después dice a Tomás: Mete aquí tu dedo y toca mis manos y alarga la tuya, e introdúcela en mi costado». Luego le instruye, diciendo: «No quieras ser incrédulo, sino fiel». Ved aquí la duda de la incredulidad antes de que recibieran el Espíritu Santo, pero no después, que permanecieron firmes. Digno es de averiguarse por qué el cuerpo incorruptible conservaba las llagas de los clavos, pero no te admires, pues era por condescendencia, para demostrarles que era el mismo que había sido crucificado.

San Agustín, De Symbolo

Podía, si hubiera querido, haber hecho desaparecer de su cuerpo resucitado y glorificado todas las señales de sus heridas; pero El sabía por qué las conservaba. Pues así como convenció a Tomás, que no creyó sin haber tocado y visto, así las enseñará a sus enemigos, no para decirles como a Tomás: «Porque viste, creíste», sino para que, reprendiéndolos con la verdad les diga: He aquí al hombre a quien crucificasteis; ved las heridas que le inferisteis; reconoced el costado que alanceasteis; que por vosotros, y para vosotros fue abierto, y sin embargo no quisisteis entrar.

San Agustín, De civ. Dei., 22, 20

No sé cómo nos atrae de tal manera el amor a los bienaventurados mártires, que desearíamos ver en el cielo las cicatrices que por el nombre de Cristo recibieron en sus cuerpos, y quizá las veremos, pues no serán en ellos deformidad, sino dignidad. Y aunque recibidas en sus cuerpos, brillarán en ellos, no como hermosura corporal, sino como de heroísmo. Pero ni aunque haya sido amputado algún miembro, aparecerán sin él en la resurrección, pues se les tiene ofrecido que ni un cabello de su cabeza perecerá ( Lc 21,18). Y aun será debido que en aquel nuevo reino aparezca la carne mortal con las señales de las heridas de los miembros que, si bien cortados, no fueron perdidos, sino restituidos, porque cualquier deformidad causada en el cuerpo, no será entonces defecto, sino prueba de virtud.

San Gregorio, In Evang. hom. 26

El Señor ofreció su cuerpo, que introdujo por puertas cerradas, para que le tocara. Con lo cual probó dos milagros contrarios entre sí, si humanamente se considera: demostrar después de su resurrección, que era incorruptible y palpable, pues lo que se toca es necesariamente corruptible, y no es palpable lo que no se corrompe. Incorruptible, pues, y palpable se mostró el Señor para probarnos que El conservaba después de su resurrección la misma naturaleza que nosotros, y una gloria diferente.

San Gregorio, Moralium, 13, 31

Nuestro cuerpo en la gloria de nuestra resurrección será sutil por efecto de la espiritualidad de la persona divina, pero palpable por la realidad de la naturaleza corporal (y no como dijo Eutyches), impalpable y más sutil que el aire y los vientos.

San Agustín, in Ioannem, tract., 121

Tomás, viendo y tocando al hombre, le confesaba Dios, a quien no veía ni tocaba. Pero por lo que veía y tocaba, depuesta toda duda, creía; por eso sigue: «Respondió Tomás y le dijo: Señor mío y Dios mío».

Teofilacto

Aquel que primero se había mostrado infiel, después de tocar el costado del Señor se convierte en el mejor teólogo, pues disertó sobre las dos naturalezas de Cristo en una sola persona porque diciendo «Señor mío», confesó la naturaleza humana y diciendo «Dios mío» confesó la divina y un solo Dios y Señor.

Sigue: «Porque me viste, creíste».

San Agustín, ut supra

No dice me tocaste, sino me viste, porque el sentido de la vista se generaliza en los otros cuatro sentidos; como cuando decimos: Oye, y verás qué bien suena; huele, y verás qué bien sabe; toca, y verás qué buen temple. Por esto, al decir el Señor «Pon tu dedo aquí, y mira mis manos» ¿qué otra cosa quiere decir sino toca y mira? Y esto que él no tenía ojos en el dedo, pero bien sea mirando, bien tocando, le dice: «Porque me viste, creíste». Aunque pudiera decirse que el discípulo no se hubiera atrevido a tocarle, cuando el Señor se ofreciera a ello.

San Gregorio, In Evang. hom. 26

Pero como diga el Apóstol que la fe es la sustancia de cosas que se esperan ( Heb 11,1), pero que no se ven evidentemente, se deduce que, en las que están a la vista, no cabe fe, sino conocimiento. Si, pues, Tomás vio y tocó, ¿por qué se le dice «Porque me viste, creíste»? Pero una cosa vio y otra creyó; vio al hombre, y confesó a Dios. Mucho alegra lo que sigue: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron». En esta sentencia estamos especialmente comprendidos, porque Aquel a quien no hemos visto en carne lo vemos por la fe, si la acompañamos con las obras, pues aquel cree verdaderamente que ejecuta obrando lo que cree.

San Agustín, ut supra

Usó en sus palabras el tiempo de pretérito, como si fuera ya hecho lo que conocía en su predestinación que había de suceder.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86

Si alguno dijera, ojalá hubiese vivido en aquellos tiempos, y hubiese visto al Señor haciendo milagros, que se acoja a esta palabra: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron».

Teofilacto

Esto se refiere a aquellos discípulos que sin tocar las llagas de los clavos ni del costado creyeron.

Crisóstomo, ut supra

Como Juan había referido menos que los otros evangelistas, añadió: «Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro», pero no se ha dicho más que lo suficiente para atraer a los oyentes a la fe. Pero me parece que se refiere aquí los milagros que acontecieron después de su resurrección y por esto dice: «En presencia de sus discípulos», con los cuales solamente trató después de su resurrección. En seguida, para que sepas que no sólo se hacían estos milagros en gracia de sus discípulos, añade: «Esto está escrito, para que creáis que Jesús es Cristo Hijo de Dios», cuyas palabras están dirigidas generalmente a todos los hombres. Y para demostrar que la fe, no sólo es útil a aquel que cree, sino también a nosotros mismos, añade: «Y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre», esto es, en Jesucristo, porque El es la vida.

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