Consideraciones teológicas y litúrgicas sobre la concelebración

Hasta el Concilio Vaticano II, la concelebración no era un asunto particularmente polémico. La tradición y la praxis de la Iglesia estaban bien consolidadas y no había motivo para plantear  questioni. El debate se inició con el modernismo y culminó en la última sesión del Concilio, a partir de la cual la concelebración se convirtió en una costumbre desenfrenada que con frecuencia ha supuesto un pesado obstáculo para la celebración individual.

En 1981 el padre carmelita Joseph de Sainte-Marie dedicó a la concelebración –que se había vuelto problemática tras el Concilio Vaticano II– un amplio y documentado volumen, que hasta la fecha parecer ser el estudio más exhaustivo sobre el tema (L’Eucharistie, salut du monde, Dominique Martin Morin, París 1982).

El punto central del problema de la concelebración es dejar sentado si en la concelebración hay un solo sacrificio, es decir, una sola Misa, o tantas misas como concelebrantes. El padre Joseph dedica buena parte de su trabajo a dicha cuestión, ya que de la respuesta a tal pregunta depende en consecuencia la oportunidad de la concelebración para el bien común de la Iglesia, o bien al contrario. A fin de cuentas, la razón última de la controversia es saber cuál es el modo de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa que da más gloria a Dios y proporciona la mayor abundancia de gracia redentora a la Iglesia.

Una primera observación tiene que ver con la distinción fundamental entre la antigua concelebración ceremonial y la sacramental. El padre Joseph de Sainte-Marie la explica bien, recordando sus orígenes históricos. La concelebración original era exclusivamente ceremonial: el obispo, o bien el Papa, celebra con los sacerdotes reunidos en torno a él. Con el Ordo Romanus III (últimos años del siglo VIII) aparece por primera vez en Roma la concelebración sacramental. Tiene lugar en cuatro ocasiones a lo largo del año (Pascua, Pentecostés, festividad de San Pedro y Natividad).

Los sacerdotes cardenales de la ciudad de Roma se reúnen en torno al Papa para concelebrar. En el siglo IX, tras la promulgación del Ordo Romanus IV, aparecen documentos que hablan de Misa crismal del Jueves Santo concelebrada en algunas ciudades francesas (en particular Lyon) y en algunas otras fiestas litúrgicas como Epifanía y la Ascensión. Al concluir el siglo XII desaparece la concelebración en Roma. En el siglo XVI reaparece inicialmente de forma esporádica y se generaliza más tarde en las misas de ordenación, sobre todo de sacerdotes y obispos.

En el siglo XVIII comienza a adoptarse en Oriente la concelebración sacramental por influencias llegadas de Occidente, pero sólo con motivo de festividades, a fin de dar más realce a la liturgia. En Oriente siempre había existido la concelebración ceremonial, y se mantiene todavía exclusivamente en la mayor parte de las iglesias (ritos caldeo, armenio, etíope, griego ortodoxo y siriaco).

El tema de la concelebración resurge finalizada la Segunda Guerra Mundial, propuesto por el movimiento litúrgico: el principio teológico subyacente era la supresión de la distinción en el sacerdocio presbiterial y el de los fieles que «concelebran» juntamente. El papa Pío XII denunció tales errores en la encíclica Mediator Dei (20-11-1947). En 1954 Pío XII reiteró que sólo el sacerdote está capacitado para ofrecer el sacrificio de la Misa, y condenó el principio según el cual una Misa en la que participan 100 sacerdotes equivale a 100 misas.

El 22 de septiembre de 1956, con ocasión del Congreso Internacionale de Liturgia, Pío XII aclaró su pensamiento explicando que «en una concelebración en el sentido propio de la palabra, Cristo, en vez de obrar por medio de un solo ministro lo hace por medio de varios». En el discurso del Papa se hace patente la necesaria distinción entre concelebración sacramental y concelebración ceremonial.

En los años del Concilio se pasó de la concelebración ceremonial a la sacramental, propuesta por teólogos y liturgistas progresistas aunque rigurosos, como el padre Karl Rahner, monseñor A.G. Martimort y el P. Bette, conscientes de que la concelebración sacramental era un único acto litúrgico y por tanto una única Misa. Esta mentalidad influyó en el Concilio, que habló mucho del tema en cuestión.

El 25 de enero de 1964, Pablo VI, mediante el Motu Proprio Sacram Liturgiam, creó una comisión encargada de poner en práctica las prescripciones de la Sacrosanctum Concilium. Dicho pontífice concelebró en San Pedro el 14 de septiembre del mismo año en la apertura de la III sesión del Concilio. A partir de entonces, la concelebración sacramental se difundió en la Iglesia de modo preocupante.

La unicidad del Sacrificio en el caso de la concelebración la considera el padre de Sainte-Marie un dato cierto y no sujeto a debate. Santo Tomás ya había planteado la cuestión: «Si varios sacerdotes pueden consagrar una misma hostia», y la había resuelto con la siguiente explicación: «Si cada sacerdote actuase por su propia virtud, los otros celebrantes serían superfluos, al bastar con uno. Pero como el sacerdote no consagra sino en persona de Cristo, y los muchos no son sino «una sola cosa en Cristo», poco importa que este sacramento sea consagrado por uno o por muchos, en tanto que se respete el rito de la Iglesia» (Summa Theologica, III, q.82, a.2, ad. 2 m).

En sustancia, Santo Tomás considera superfluo que varios sacerdotes hagan lo que puede hacer uno solo. Por consiguiente, para la concelebrar una misa no tiene mucha o ninguna importancia el número de celebrantes. Y la única manera de multiplicar los sacrificios eucarísticos (para la gloria de Dios y la salvación de las almas) no es multiplicar los ministros de la concelebración, lo cual produce el efecto contrario, sino multiplicar las celebraciones litúrgicas del rito sacramental de la Misa.

El teólogo dominico Roger Thomas Calmel explica con un ejemplo muy apropiado la unicidad del sacrificio en el caso de la concelebración: «Si para fusilar a un traidor se reúne un pelotón de doce soldados, serán indudablemente doce acciones mortíferas, pero será una sola ejecución. Suponed que hubiera otros tantos traidores. Pues bien, la patria sería servida de forma mucho más eficaz si cada soldado diera muerte a un traidor que si se juntasen doce soldados para ejecutar a uno solo. Igualmente, será de mucha más ayuda a la Iglesia de Dios (y ante todo Él será mucho más glorificado) si, por ejemplo, cuarenta sacerdotes dicen cada uno una Misa que si cuarenta curas se reúnen para hacer una misma consagración entre todos, para celebrar una sola Misa. (…) La gloria que se da a Dios, la intercesión propiciatoria por las almas, son desde luego menores cuando hay un solo sacrificio sacramental (concelebración) que cuando hay cuarenta. Digo sacramentales para distinguirlos del sacrificio cruento, que es único».

Más tarde, en 1991, en una carta al cardenal Pietro Palazzini, el padre Enrico Zoffoli, autor de La Messa unico tesoro e la sua concelebrazione, se pregunta cuántas son realmente las misas: ¿una, o tantas como sacerdotes que concelebran? «No vacilo en responder –escribe– que todos celebran una sola Misa, en tanto que verdaderamente concelebran  .

Es más, si en la Misa individual es uno el ministro celebrante, en la concelebrada son muchos; ahora bien, sólo lo son físicamente, no MORALMENTE; distinción que a mi juicio basta para resolver la controversia. En realidad, es uno mismo el altar…, una misma la materia que se consagra…, una misma la consagración…, y las palabras de la consagración se pronuncian a un mismo tiempo…; es uno el sacerdocio ministerial evidenciado por la concelebración… Todos, pues, representan y obran como si fuesen (formasen) UN SOLO MINISTRO con la intención de realizar una sola acción litúrgica: Multi sunt unum in Christo…» (S. Th., III, q.82, a.2, 3um).

Lo importante es que «omnium intentio debet ferri ad idem instans consecrationis» (iv., c.). «La cuestión –escribe el teólogo pasionista–, con anterioridad a toda afirmación y explicación, ha sido propuesta en varias ocasiones a numerosos y selectos grupos de fieles que unánimemente y sin la menor vacilación se han pronunciado en el sentido de que la Misa concelebrada es una, no tantas misas como sacerdotes».

Algunos han querido hacer pasar a Pío XII por un pionero de la concelebración.  En realidad, durante el pontificado de Pío XII, la concelebración no tuvo carta de naturaleza sino –como ya era tradición en la Iglesia– con motivo de ordenaciones episcopales y sacerdotales. La única novedad se encuentra en la Episcopalis Consecrationis con la que se inaugura la «concelebración episcopal» (es decir, la imposición de manos sobre el nuevo obispo) a los prelados asistentes, según unas indicaciones precisas. Al afirmar que en la concelebración hay una «consagración simultánea» (Alocución con motivo de la clausura del Congreso Nacional de Liturgia Pastoral, Asís 1956) parece bastante claro que se trata de un único Sacrificio, como sostiene también el cardenal Journet, el ual afirma que en la concelebración hay muchos consagrantes, «plures ex aequo consecrantes», pero una sola acción consagratoria, «una consecratio» (Le sacrifice de la Messe, en Nova et Vetera, 46 (1971), p. 248).

Hay que señalar que las intervenciones magisteriales más autorizadas en materia litúrgica (la Constitución apostólica Episcopalis Consecrationis y la encíclica Mediator Dei) no tratan de la concelebración eucarística en sentido estricto. Pío XII sólo habló de ella en la alocución del 22 de septiembre de 1956, en la que afirmó que «en el caso de una concelebración en el sentido propio de la palabra, Cristo en vez de obrar por medio de un solo ministro lo hace por medio de varios».

El primer experimento de concelebración tuvo lugar el 19 de junio de 1964 en la iglesia de San Anselmo con la concelebración de veinte sacerdotes. Desde entonces se ha extendido de modo exponencial y desenfrenado. Ahora bien – a fin de aclarar las intenciones de los novatores— es preciso leer el capítulo XI La concelebración, del libro de monseñor Annibale Bugnini, La reforma de la liturgia (1948-1975) (BAC, 1999), en el que el autor, secretario de la Comisión Litúrgica preparatoria, explica cómo se llegó al «primer rito enteramente nuevo de la reforma», el de la concelebración y la comunión bajo las dos especies, en vigor desde el 15 de abril de 1965. Bugnini confirma que «en esta forma de celebración, varios sacerdotes, en virtud de un mismo sacerdocio y en la persona del Sumo Sacerdote, actúan juntos, con una misma voluntad y una misma voz, y celebran un mismo sacrificio en un mismo acto sacramental participando juntos».

Más allá del debate teológico-litúrgico, es necesario tener presentes las consecuencias pastorales de la concelebración. Es innegable que la concelebración no beneficia ni a los sacerdotes ni a los fieles en su vida espiritual, y por tanto tampoco a la salud de las almas, que es –mientras no se demuestre lo contrario– la ley suprema. En la concelebración, los sacerdotes están inmersos en innumerables distracciones y participan ciertamente mucho menos del misterio que si celebrasen solos.

Los fieles ven como las misas disminuyen de modo vertiginoso, porque en muchos casos los sacerdotes prefieren la concelebración por ser más rápida y exigir menos esfuerzo. Si luego se impone gradualmente la concelebración, será cada vez más difícil para los fieles encontrar misas en un horario variado, dado que cada concelebración supone menos misas (y también menos gracias), en proporción inversa a la cantidad de celebrantes. Y por lo tanto, menos misas para el pueblo de Dios, la grey que en el actual pontificado parecer ser la gran privilegiada, objeto de todas las preferencias pastorales. Pero con la concelebración es en realidad la más perjudicada. A menos que se quiera entender la actual disposición como una engañosa y lenta invitación a abandonar progresivamente la Santa Misa.

Cristiana de Magistris

(Artículo original. Traducido por J.E.F)

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