Yo, Francisco, declaro abolida la Ley de la Gravedad

Si Ud. me dice que Newton fue un hombre genial, se lo concedo. Pero haga el favor de admitir que Jorge Mario Bergoglio lo supera de lejos. Newton descubrió la ley de la gravedad, esa ley que desde que nacemos y durante todos los instantes de la vida tanto nos fastidia… ¡Francisco la ha abolido! ¿No le parece genial?

De los hombres que se han sentado en la cátedra de Pedro, el que se destaca precisamente por saber hacer agujeros en los diques de la Iglesia, para liberar el agua de las pasiones “injustamente” represada por las sólidas murallas de una más que milenaria “intransigencia” doctrinal es, sin duda, Francisco. Algo mucho más demoledor que los martillazos que otros dan en lugares de superficie. Ha llamado la atención de muchos comentaristas el hecho de que nada más divulgado el documento Amoris Laetitia, la prensa internacional supo inmediatamente destacar lo que Francisco quiso relegar a notas de pie de página, como si en conjunto estuvieran desarrollando un magistral trabajo de equipo: uno apenas levanta un poco el balón para que los otros lo golpeen mandándolo por los aires. En la nota 329 Bergoglio parece querer defender la “fidelidad” de los divorciados que contraen una nueva unión civil, evitando que les venga a faltar algunas “expresiones de intimidad” que la pongan en peligro. ¡Vaya manera de defender una “segunda” unión! Mientras en la nota 336 se encarga de atenuar la disciplina sacramental para aceptar a quienes en ella ya no se encajan, saltándose olímpicamente cuanto dice el Catecismo [1756] : “hay actos que por sí, y en sí mismos, independientemente de la circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto, por ejemplo […] el adulterio”.

Ahora, con la disculpa de que “estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas”, cada uno deberá forjar la suya propia, pues “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas”.

¡Para qué se fue a meter Cristo con la conciencia ajena! Menos mal que Francisco le supera. Por ejemplo, esta frase de Jesús es inadmisible en pleno siglo XXI:

«Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno». (Mt 5, 27-29)

¡Menuda pedrada! Jesús ciertamente estaba en uno de sus malos momentos… O quizá, esos momentos en que aparentaba una cierta ira para engañarnos como ya explicó Francisco (ver aquí).

¿O quizá lo que está uno de sus peores momentos es el Papado?

¿Cogimos la frase fuera de contexto? Pues es del capítulo quinto de San Mateo que comienza con las bienaventuranzas, poética lección de dulzura que promete a los pobres de espíritu el cielo, a los que lloran, consolación, a los mansos, la tierra como herencia, a los que tienen hambre y sed de justicia saciedad, a los misericordiosos, misericordia para si mismos, a los puros de corazón, la visión de Dios, a los pacificadores la promesa de ser llamados hijos de Dios y a los perseguidos por amor a la justicia el mismo reino de los cielos.

La pedagogía evangélica, de lógica decididamente opuesta a la bergogliana, en los versículos siguientes pasa a las advertencias recordando que “vosotros sois la sal de la tierra”, que cuando ya no sala más, solo sirve para ser arrojada y pisada por los hombres (13) y que la luz no se pone debajo del almud sino encima del candelabro (15), que cuanto a la ley, Jesús no ha venido para abrogarla sino para que se cumpla, pues hasta que pasen cielo y tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley (17-18). Grande será la recompensa de quien cumpla y enseñe la ley, lo contrario para quien la quebrante (19). A estas alturas el Divino Pastor amenaza a quien ofenda a su hermano nada más y nada menos que con el infierno (22), una cárcel de la cual no se sale más hasta no haber pagado hasta el último cuadrante (25).

Es aquí que Jesús pasa, en lenguaje bergogliano, a lanzar rocas sobre las personas. Pues como explica el Catecismo “Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: ‘Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: todo el que mira una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (Cf. Mt 19, 6)”. [2336]

Pues mientras Bergoglio se dedica a mudar jotas y tildes inclusive en notas de pie de página, para el propio Jesucristo la misericordia consiste en evitar el mal, y para eso sirven las advertencias claras. A fin de cuentas, somos hombres y nuestra existencia será siempre un duro camino lleno de vueltas y curvas. Una de las más cerradas, por cierto, suele ser la del propio matrimonio. En la lógica del Evangelio, es menester advertir a los que transitan por este camino cuan desastroso puede resultar entrar precipitadamente en él sin prever consecuencias serias. La lógica bergogliana, por el contrario, va retirando poco a poco las señales de advertencia que podrían evitar accidentes con la intención de no asustar a los que conducen con prisa. Y cuando gracias a esa cuestionable táctica el número de accidentados comienza a multiplicarse, pues el santo remedio es decirles que no hay nada de irregular en ello.

¿Debemos predicar entonces un Cristo que nos trata sólo con dureza? El evangelio nos da la respuesta. No hay un solo caso en que Jesús, suave o duramente, deje de corregir alguna persona con la clara intención de que abandone el camino errado, al cual se refiere con palabras duras como “adulterio”, y no diluyendo lo desagradable de tal término como ha venido sucediendo desde que se comenzaron a usar expresiones de dudoso y ambiguo contenido tales como “divorciados vueltos a casar”, “situación irregular”, “matrimonios civiles” o “parejas que conviven antes de pasar por el altar”. A ninguna persona en cualquiera de estos casos le vendrá jamás a faltar la divina misericordia que todo lo perdona. Siempre y cuando procure conformar su vida con la divina advertencia: “vete y no peques más”.

Sí, el poder de un Sumo Pontífice es limitado… así como no puede decir que uno más uno es igual a tres, tampoco puede cambiar las cosas determinadas por Nuestro Señor Jesucristo… y ni siquiera la ley de la gravedad… la de Newton o aquella que nos obliga a estar constantemente combatiendo nuestra tendencia al pecado, poniendo nuestra atención en aquello que viene de lo alto. No dudemos… por más que quiera, no será Francisco que abolirá de la humanidad los efectos del pecado original.

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