Intervención contra un desastroso papado: cuando el Emperador Otto el Grande salvó a la Iglesia

Para la mayoría de los norteamericanos, enormemente influenciados  por las producciones cinematográficas de Hollywood, todo aquello que se autodenomine “imperio” está mal visto, y los buenos gobiernos tienen nombres como “La Federación”.

Sin embargo, para los cristianos católicos, “imperio” nunca fue una mala palabra sino que hace referencia al Imperio Romano cristianizado, roca política del cristianismo, no solo en Europa sino en todo el mundo.

Su figura líder, el Emperador del Sacro Imperio Romano, era electo, así como el Romano Pontífice.

El Sacro Emperador Romano no era un dictador, mucho menos un déspota, sino un centro de lealtad y simbolismo cristiano, el primero de los soberanos cristianos.

El emperador gobernaba pocos estados de manera directa, y los así gobernados  consideraban un gran honor ser unmittelbar – “sin mediador” – respondiendo directamente al emperador sin gobernante intermedio.

El emperador también tenía el derecho – y el deber – de crear y presidir todos los concilios ecuménicos generales de la Iglesia. De hecho, lo hizo durante los primero 1100 años de la historia cristiana.

Es verdad que los decretos de dichos concilios no podían ser considerados enseñanza autorizada a menos que fueran ratificados por el Romano Pontífice, pero el emperador romano era el que creaba y presidía estas reuniones de obispos y cardenales, no el Papa.

Esta separación dual de poderes era central a la constitución del cristianismo, establecida por Nuestro Señor [Lucas2:38] y enseñada por el primer Papa [1 Pedro 2:13-14, 17].

El Imperio Romano también tenía el poder de vetar la elección de un Papa y podía remover al Papa destituido por un concilio, incluso un concilio organizado por el emperador para ese fin.

Fue el emperador Otto el Grande quien intervino utilizando dicho poder para salvar a la Iglesia del corrupto papa Juan XII en el año 963.

El emperador Otto I (23 noviembre 912-7 mayo 973) fue Coronado como Sacro Emperador Romano en el año 962, en la vieja Basílica de San Pedro en Roma, por el papa Juan XII, el mismo Papa que él luego removería de su oficio.

Esto ocurrió en el período que el historiador Cardinal Baronius llamó saeculum obscurum o “época oscura” del papado, porque las elecciones papales entre 904 y 964 estuvieron montadas y controladas por la esposa y las hijas de Theophylactus, Conde de Tusculum, Theodora y Marozia que gobernaban Roma y se aseguraban que sus amantes e hijos fueran nombrados Papas.

Marozia, patricia y senadora de Roma, fue concubina del papa Sergius III (quien supuestamente ordenó el asesinato de sus dos predecesores, los Papas León V y Cristóbal) y su hijo se convirtió en el papa Juan XI. Hizo encarcelar y matar a su amante anterior, el papa Juan X, para darle lugar a su nuevo predilecto, el papa León VI.

El papa Juan XII, nieto de la senadora Marozia, fue elegido Papa el 16 de diciembre de 955.

Con la oposición de la nobleza romana, ni más ni menos que del rey Berengario II de Italia, el papa Juan decide apelar al poderoso Otto.

Juntos ratificaron el 13 de febrero de 962, el Diploma Ottonianum, la primera garantía efectiva de protección imperial desde el fin del Imperio Carolingio.

Sin embargo, Otto comenzó a escuchar que Juan “pasaba su vida entera en vanidades y en adulterio” y lo amonestó
fuertemente.

Juan ignoró la amonestación de Otto, quien luego marchó a Roma. El papa Juan huyó, llevándose consigo el tesoro papal.

Luego, el emperador Otto decidió ejercitar su poder imperial legítimo para salvar a la Iglesia de un Papa corrupto y peligroso. Llamó a un Concilio de Cardenales y Obispos en Roma para decidir sobre el asunto.

Este concilio demandó que el papa Juan XII se presente a defenderse contra una serie de cargos.

El papa Juan respondió con amenazas de excomunión a quien intentase deponerlo y luego salió de cacería a las sierras de Campania.

El concilio declaró depuesto al papa Juan XII y procedió a la elección del papa León XIII, sin bien él aún era laico (recibió todas las órdenes en un solo día, de parte del cardenal-obispo de Ostia).

El emperador Otto regresó a sus dominios en Alemania, con lo cual Juan, retornando a Roma en febrero de 964 y habiendo sobornado al clero y la nobleza romana, llamó a un sínodo que declaró su destitución ilegal y buscó la anulación del papa León VIII.

Luego, Juan ordenó que sus enemigos fueran mutilados, regresó al trono pontificio y demandó paz al emperador Otto, esperando no ser tocado. Pero en el período intermedio, el 14 de mayo de 964, Juan murió anulando toda disputa.

Según Liudprand de Cremona, Juan murió in flagrante delicto, asesinado por el esposo de su concubina adúltera

Los contemporáneos se quejaban de que el papa Juan era ordinario e inmoral y de que el Palacio Laterano era un prostíbulo.

Tras la muerte de Juan, los romanos eligieron un nuevo papa, Benedicto V, a pesar de que el papa León VIII continuaba vivo.

Al escuchar esto, el emperador Otto movilizó sus tropas y marchó a Roma, obligando a los romanos a aceptar la elección de León y exiliando a Benedicto.

León VIII murió el 1 de marzo de 965 y Benedicto V murió en julio, por lo tanto en octubre de 965, un nuevo concilio eligió al papa Juan XIII con la aprobación de Otto.

Sin embargo, Juan XIII demostró ser impopular con los romanos, que lo capturaron y arrestaron. Él también apeló a Otto por su ayuda.

Otto ejerció más autoridad como emperador romano y marchó sobre Roma, restaurando a Juan XIII en noviembre 966 y aquietando a los romanos rebeldes.

Otto luego tomó residencia en Roma para mantener el orden, celebrando con Juan XIII el Triduo Sacro de la Pascua en Ravenna.

La verdadera posición canónica de varios pontífices electos continua bajo disputa, pero nadie disputa que el emperador Otto salvó a la Iglesia. Hoy existe una diferencia. 

Hoy vivimos en un mundo en que no hay emperador católico y la Iglesia está enteramente dominada por clérigos y el clericalismo. No hay un poder o defensor laico que compense y defienda a la Iglesia de un mal Papa.

Ciertamente, algunos consideran esto como algo bueno.

Pero ahora debiera haber dudas considerables sobre esa visión, dados los problemas que se experimentan en la Iglesia debido a un mal gobierno y a muchos obispos, en particular respecto al asunto del abuso eclesiástico de menores.

Podríamos sugerir que nunca antes se había sentido tanto la falta de un poder temporal compensador laico, y la separación de poderes.

Los poderes temporales del mundo, o son indiferentes a las obras de la Iglesia o son abiertamente hostiles.

Consecuentemente, en lugar de un poder laico católico benevolente que dé un paso adelante para detener la podredumbre, los poderes seculares indiferentes u hostiles pueden hacerlo – y probablemente lo hagan – y no necesariamente con buenas intenciones para la Iglesia a largo plazo.

Tal como reportó Rorate Caeli, el papa Francisco redujo silenciosamente las sanciones contra unos cuantos sacerdotes pedófilos, de una manera que los sobrevivientes de abuso, y hasta los mismos asesores del Papa, cuestionan seriamente.

El sacerdote italiano, Mauro Inzoli, vio su pena reducida por el Papa pero fue luego condenado por una corte criminal italiana frente a nuevos crímenes sexuales contra niños de hasta 12 años.

Se ha reportado que los fiscales italianos demandaron al Vaticano información sobre Inzoli pero que dicha información fue negada por orden del papa Francisco, presuntamente bajo el pretexto de la “misericordia” y la clemencia.

Los pedidos de clemencia fueron raramente concedidos bajo el papa Benedicto XVI, quien tomó medidas enérgicas durante su papado entre los años 2005-2013 y expulsó a unos 800 sacerdotes acusados de violación o abuso de niños.

Sin embargo, al tomar un enfoque más misericordioso, incluso expulsando miembros del Vaticano con una posición más fuerte, el papa Francisco llama al desastre.

Los activistas anticatólicos como el profesor Richard Dawkins, el fallecido Christopher Hitchens y Geoffrey Robertson QC, ya han intentado tomar acciones legales contra el Papa por el “encubrimiento” de alegatos de abuso de menores y por “escudar” al clero de la justicia.

Esto deja de ser una idea en el reino de la fantasía.

De hecho, desde que el mismo papa Francisco consideró adecuado comprometer la independencia de la Soberana Orden de Malta, difícilmente podrá quejarse si las autoridades seculares, descontentas con el “encubrimiento” del clero criminal por parte del Vaticano, deciden terminar con la soberanía del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Esto también deja de ser una idea en el reino de la fantasía.

Supongamos que las autoridades seculares decidieran remover la soberanía de la Ciudad del Vaticano. Ningún poder militar vendría en su ayuda y los poderes morales tendrían que depender de la reputación internacional del Vaticano.

Creo que de aquí se desprenden dos lecciones.

Primero, los cardenales debieran comenzar a pensar cuidadosamente en la reputación del Vaticano bajo este pontificado, especialmente respecto a casos como el del p. Mauro Inzoli.

Segundo, quizás la Iglesia estaría mejor protegida, interna y externamente, en los días een que tenía un supremo soberano laico para defenderla de las infracciones clericales.

Hoy en día, no tenemos un defensor tal. Nos queda confiar en la premonición y el coraje de los cardenales.

¿Pero podemos confiar en que ellos cumplirán esa tarea?

El fracaso podría conducir a una severa restricción en la habilidad de la Iglesia para predicar el Evangelio y asistir a los pobres.

Nadie debería creer que tal cosa es inconcebible. Ha ocurrido en nuestra vida presente. Los Papas fueron “prisioneros” del estado italiano entre 1870 y 1929, cuando el Estado de la Ciudad del Vaticano fue creada por Mussolini.

Eso ocurrió con la invasión del territorio papal en 1870 de parte de los revolucionarios, no por culpa de los Papas.

Cuán peor es, si la soberanía del Vaticano fuese a perderse, esta vez debido al mal gobierno de un Papa y la misma curia.

James Bogle

[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]

RORATE CÆLI
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