Jorgito y el triunfo de Dios

La familia de Jorgito ha vivido una intensa Semana Santa. Los primeros días se quedaron en la ciudad para poder disfrutar de las procesiones, que tanto gustan al pequeño. Jorgito se sigue impresionando tanto como el primer día por la salida de los Tronos. Mamá y papá aprovechan cada Paso para contar a sus hijos los episodios de la Pasión y así, entre latidos de tambores y desfiles de nazarenos, los pequeños van asimilando el misterio de la Pasión, Redención y Resurrección del Señor.

Jorgito se ha propuesto estar muy cerca del Señor durante esta Semana. Por eso, aprovecha que papá se ha cogido unos días libres para frecuentar el Sagrario. Allí se siente como en casa, y, cada vez, aprovecha más sus ratos de oración. ¡En ocasiones, qué cortos se le hacen!

Por la noche, los padres tienen preparado una sesión de cine en familia con películas pasionales. A Jorgito le gustan todas, pero siente debilidad por Ben Hur; tanto que mamá ya tiene asumido que al día siguiente de proyectarla, le toca aguantar por el pasillo las interminables carreras de sillas-cuadrigas entre sus retoños.

En Miércoles Santo, la familia cambia la dinámica para refugiarse en su casa de campo. Les gusta retirarse del mundanal ruido para vivir unos Santos Oficios en silencio junto a Don Alfonso —¡ventajas de su retiro rural!—. Jueves Santo es motivo de gran celebración: es el día de la Institución del Sacerdocio. “¡Hay que rezar para que Dios nos envíe buenos y santos sacerdotes!”, exclama mamá mientras sueña con ver a sus hijos revestidos de sotana. Amanece Viernes Santo: jornada de ayuno, penitencia y oración. Papá explica que se trata de un día sagrado y, por ello, hay que portarse excepcionalmente bien; es tiempo de silencio, la meditación y la soledad. Los padres se turnan para visitar al Monumento durante la mañana, y los dos hijos mayores deciden acompañarlos. Se silencian los cantos, las bromas y las risas, como antiguamente marcaba la tradición.

Y —¡por fin!— la Vigilia Pascual, gran momento para todos. La familia se viste de sus mejores galas y disfruta de la solemne celebración que Don Alfonso tenía preparada.  Cuando llegan a la finca, un gran banquete de fiesta le aguarda. ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Tiempo de felicidad!

Jorgito se acuesta con el corazón inflamado. Su gran amigo, Jesús, ha vencido; la cruz luce desnuda, triunfo para la humanidad. Siente tal alegría, que se levanta de la cama para dar un último beso de buenas noches a toda la familia. Papá y mamá se ríen y devuelven el gesto con cariño.

Os quiero mucho —les asegura mientras se introduce en la cama.

christ-and-child-1873Durante la noche, Jorgito se despierta entre sueños. Algo ha interrumpido su descanso:

—¡Hola, Jorgito! —le saluda Jesús.

—¡Jesús! —contesta un somnoliento y confundido niño— :¿qué haces aquí?

Vengo a recogerte. Es hora de que acudas conmigo —le anuncia amoroso.

—¿A dónde? —pregunta todavía atontado por el sueño.

Cristo sonríe con dulzura y responde:

Al cielo.

Jorgito le mira despacio, ha comprendido sus palabras.

Tengo miedo, Señor.

—¿De qué, Jorgito? Llevo toda una eternidad esperándote. Además, mira, te aguardan muchas almas conocidas.

El niño echa un vistazo y reconoce a íntimos amigos: Santo Domingo Savio, Don Bosco, San Francisco, San Jerónimo, San José… En el fondo, localiza al instante un rostro que le cautiva: María, la madre de Dios.

Todos sonríen.

Y… ¿mi familia?

El Señor, anticipando la pregunta, señala detrás de él. Allí contempla a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos…

—Se aproximan tiempos duros, Jorgito, y esta familia ya ha cumplido su parte. No corresponde a vosotros librar esta batalla.

Jorgito no entiende las palabras de Jesús, pero siente estallar su corazón. Esta vez sin miedo alguno, alza la mano para dársela al Señor. “¡Qué hermoso es el cielo!”, piensa mientras roza los dedos de Cristo.

A la mañana siguiente, la radio se despierta con una noticia trágica: familia de siete miembros ha sido hallada muerta en una casa rural por culpa de una mala combustión de la chimenea. La radio escupe unos cuantos detalles más del suceso, pero inmediatamente se centra en otros asuntos de mayor interés como el avance de Podemos en intención de voto, la masacre de cristianos en Siria, el incremento de la tasa de abortos en España, la ratificación de nuevos miembros para el Sínodo de la Familia…

La ciudad entera llora la tragedia: ¡Hay cosas que nunca podrán entenderse! ¡Tenían toda la vida por delante! ¡Qué lástima! ¡No hay justicia! ¿Dónde estaba Dios?…

Días más tarde, el abuelo, recogiendo las cosas que quedaban en la casa de campo, entra en la habitación y encuentra un objeto en la mesita que le llama la atención. Aquel viejo libro de El Señor de los Anillos, que una vez leyó a su hija cuando ésta apenas era niña, descansaba plácido y ajeno a los terribles acontecimientos. Recordó entonces que la madre, tal como había hecho él antaño, les estaba leyendo la obra a sus retoños.

Con delicadeza, coge el libro y descubre la hoja protegida por el marca páginas:

—Sí —dijo Gandalf— porque es mejor que sean tres los que regresen y no solo uno. Bien, aquí, queridos amigos, a la orilla del Mar, termina por fin nuestra comunidad en la Tierra Media. ¡Id en paz! No os diré: no lloréis, porque no todas las lágrimas son malas.

Frodo besó entonces a Merry y a Pippin, y por último a Sam, y subió a bordo; y fueron izadas las velas, y el viento sopló, y la nave se deslizó lentamente a lo largo del estuario gris; y la luz del frasco de Galadriel que Frodo llevaba en alto centelleó y se apagó (…).

El abuelo arrojó una lágrima. Comprendió que habían terminado de leer el Señor de los Anillos esa misma noche. Y, a la vez, entendió que los libros tienen su propio lenguaje y, cuando se les escucha, son capaces de chillar al alma. Mamá había dejado su despedida en la mesilla, y el abuelo, en su anciana sabiduría, había sabido descifrarla:

No, hijos míos, ciertamente, no todas las lágrimas son malas…—se dijo para sí, consciente de que guardaba en su regazo un tesoro de valor incalculable: el desgastado volumen, testigo silencioso del triunfo de su familia.

Mónica C. Ars

Mónica C. Ars
Mónica C. Ars
Madre de cinco hijos, ocupada en la lucha diaria por llevar a sus hijos a la santidad. Se decidió a escribir como terapia para mantener la cordura en medio de un mundo enloquecido y, desde entonces, va plasmando sus experiencias en los escritos. Católica, esposa, madre y mujer trabajadora, da gracias a Dios por las enormes gracias concedidas en su vida.

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