La autoridad en el hogar

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Yo soy el buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por las ovejas; el asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el a pesar de la celebración del Día de la Madre, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla”.[1]

1.      La imagen del Buen Pastor nos da pie para ahondar en el ejercicio de la autoridad. Como la mayoría de los presentes forman parte de una familia, veremos el tema dentro del hogar. El texto sobre el que reflexionamos hoy debe contemplarse dentro del contexto de todo el capítulo 10 de San Juan, en donde Jesús habla del Buen Pastor. Sin negar que a veces la relación de autoridad se hace imposible por culpa del que debe obedecer, y más en estos tiempos de tanta rebeldía, autonomía e independencia juvenil, también hay que aceptar que, con frecuencia fracasa por culpa del que detenta la autoridad. A partir de la imagen del Buen Pastor, vamos a intentar establecer algunos criterios sobre el papel de los padres (padre y madre) en el hogar. En cierto sentido, ellos deben guiar su pequeño rebaño hogareño como un pastor a sus ovejas; en definitiva, como el Buen Pastor.

2.      Entrar por la Puerta. Jesús dice: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas… Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.   

a.  “El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido”.

                 i.  Los padres logran orientar adecuadamente a sus hijos sólo si son capaces de introducirse en el corazón de cada uno de sus hijos, y lo han de hacer dentro de un ambiente de profundo cariño y de exquisito respeto hacia la persona de ellos. Digo ‘adecuadamente’, porque, los padres, pueden lograr un cierto orden externo en el hogar, y un indudable éxito,  a fuerza de, ‘saltar por otra parte’, o bien los mimos, o bien amenazas; pero sin haber logrado actitudes estables y definitivas en la conducta de sus hijos; esas actitudes que sólo se ven cuando los hijos han salido del hogar y los padres pueden ver cómo se conducen ellos ante su propio destino.

                ii.  La orientación adecuada, o sea, la formación que los padres han de dar a sus hijos ha de pasar necesariamente por el corazón de ellos. Si los padres no entran en lo más personal del niño, la voluntad, habrán logrado que los niños, en el mejor de los casos, lleven a cabo ‘actos’ buenos (por ejemplo, ordenar su cuarto, ir a misa), pero no ‘actitudes’ buenas (ser ordenados, ser piadosos).  Los padres estarán logrando formar y educar a su hijo, no, simplemente si el niño arregla su habitación, sino, si logran que el pequeño quiera arreglar su habitación; no si logran que estudie, sino si consiguen  que quiera estudiar; no que simplemente vaya a misa, sino si consiguen que el niño quiera ir a misa. Si los padres no logran que el niño quiera hacer lo que debe hacer, apenas dejen de estar encima de él, él dejará de hacer lo que debe hacer y, lo que es peor, no estarán transmitiéndole valores, virtudes, principios y una visión de la vida. En la cárcel, los presos barren el patio; pero no porque quieren hacerlo, sino porque el capataz les obliga…

               iii.  Así pues, los padres estarían entrando ‘por otra parte’, si intentan ‘hacerse’ con la voluntad de su hijos a través de los mimos,  secundando sus caprichos, comprándoles con dádivas, obsequios, o satisfaciendo sus antojos y dando gusto a sus gustos. En este caso, a la larga, no es la madre consentidora la que domina al hijo, sino éste a aquella (es el caso de los niños de padres separados, cuando éstos quieren ganarse el corazón del pequeño a base de regalos). Ni tampoco a través de la violencia, el grito, la bofetada. Ambos extremos se sintetizan en lo que Jesús llama ‘entrar por otra parte’, por donde entran los ‘ladrones y bandidos’ a través de dos caminos errados.

b.  Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas… Yo soy la puerta de las ovejas.

                 i.  Sólo si ellos comprenden que su misión en el hogar es eminentemente religiosa y espiritual. Diríase que los padres “entran por Cristo” si han logrado hacer de Jesucristo el ‘espacio’ en el cual se desarrolla la relación con sus hijos; no un Jesucristo ‘hablado’, sino un Jesucristo ‘vivido’. Los padres han de comprender que la maternidad y la paternidad son dos vocaciones eminentemente religiosas, porque tienen que ver estrecha y esencialmente con Dios. Dios es el origen, pues los hijos son de Dios; y la meta, pues los hijos deben ir a Dios. Los padres deben trabajar en equipo con Dios. Tomando en cuenta a Quién han de dar cuenta, de quién han de darla y quién es el que va a dar cuenta, la paternidad y la maternidad ha de desempeñarse de rodillas.

                ii.  Los padres cometen un grave error si piensan que su misión es solamente engendrar hijos y velar por su alimentación, vestido, salud y estudios académicos…“Reproducir y producir”, a eso reducen la paternidad los padres cuando no tienen la necesaria visión trascendente (religiosa) de su vocación. Además, esto no puede llenar de ilusión el corazón de nadie. Dedicarse a cuidar el cuerpo de unos seres que, después, van a vivir una vida mediocre o inmoral.

Así como la misión del sacerdote en su parroquia es religiosa y espiritual, la misión de los padres en su hogar lo es también. Los padres han de captar que sus hijos son ante todo hijos de Dios, y que no se puede ejercer el papel de padres prescindiendo del Padre del cielo.  Para entrar por la Puerta, los padres, primero deben tener una visión sobrenatural de la autoridad.

               iii.  ¿Cómo entrar por la Puerta? Yo diría que ‘permaneciendo en Cristo’; como dice Jesús en el evangelio: Permaneced en mí, y yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada[2]Esto conlleva un serio intento de unirse a Cristo a través de una sincera práctica de los medios de la gracia (oración, Confesión, Eucaristía…) Un sincero intento de vivir las virtudes cristianas… Claro, esto comporta una vida de mucho sacrificio: ¡Qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida, y qué poco son los que lo encuentran! [3] Sólo así es como el que ejerce la autoridad puede transformarse en un buen pastor: para transformarse en pastor hay que entrar por la puerta, por Cristo se llega a Cristo.

3.      A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera.

a.  El portero le abre: Cuando los padres son íntegros y coherentes en su amor a Dios y su vida religiosa, inspiran autoridad (la autoridad, como la confianza, no se impone, sino que se inspira); entonces, los hijos se les abren de par en par. El corazón del hombre es como una puerta que sólo se abre desde dentro, y además, corriendo previamente un pequeño cerrojo: la libertad. Dios mismo hace que los niños se abran a quien vive en comunión con Él.

b.  Las ovejas atienden a su voz: San Pablo dice que él no hablaba con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales[4] Si los padres y los hijos están sintonizados en el mismo Espíritu, habrá entendimiento mutuo, a pesar de las distancias de edad y mentalidad.

Hoy se habla del diálogo como método de entendimiento; pero el entendimiento no es tanto un tema de formas, sino de fondo, de sintonía de visión, mentalidad, sentimientos, afectos. Si los padres logran crear un espacio auténtica y profundamente religioso, los hijos se vuelven dóciles. La palabra querer en castellano significa desear y también amar: si lo niños quieren a Jesucristo, querrán todo lo que Jesús quiera. El éxito está en lograr que los niños descubran en la Persona de Jesucristo el motivo, la razón para actuar. Un niño, por darle gusto a Jesús, está dispuesto a todo. Santa Teresa de Jesús expresaba esto: Si quieres que sufra mucho, no sepa yo que lo quieres, que el gusto de darte gusto, hará, Señor que no sufra…

c.  Él la va llamando por el nombre: Cada hijo es distinto. Todo hijo es ‘hijo único’, porque cada ser humano es irrepetible. Por esto, los padres han de tratar distintamente a los que son distintos. Cada hijo es un mundo diferente. De aquí que la formación deba ser personalizada, individual….

d.  Y las saca fuera: El hogar no es una burbuja aislada, ni un invernadero. El hogar es ‘tierra de paso’ hacia la vida. Los padres han de formar a sus hijos para la vida. Cuando los hijos han asimilado una correcta formación saben desenvolverse en la vida, sin que los padres tengan que hacer de policías. Cuando los padres se ven en la necesidad de hacer de policías de sus hijos, en el fondo, no se fían de la formación que les han dado.

4.       Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

a. Conocen su voz: a un extraño no lo seguiránCon los principios y valores sucede lo que con la higiene: así como los chicos rechazan por sí mismos lo sucio, lo antihigiénico; así también, si están bien formados, tendrán criterio para rechazar por sí mismos todo lo innoble, lo indigno, lo inmoral… Los hijos saben tomar decisiones sobre a qué fiestas van, con qué amigos tratan, de quién se enamoran, a qué casas van… Saben comparar la voz de los padres-pastores (los valores) con lo que se topan en la calle, la vida social, las otras familias…

b. Camina delanteSan Lucas comienza así los Hechos El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio.[5] Primero hizo, luego enseñó… Buen ejemplo: el hogar está ideado por Dios como el ambiente cotidiano en el que los padres conviviendo con los hijos les contagian la visión cristiana de la vida… el bien que hacemos es el bien que ignoramos… más pesa un gramo de hechos que cien toneladas de palabras… ellos no se quedan con lo que oyen, sino con lo que ven… los hijos deben ver en los padres las actitudes que los padre quieren ver en sus hijos. Para dar buen ejemplo no hace falta ser un ‘padre ejemplar’, porque los hijos deben ver a sus padres como seres de carne y hueso, no como súper héroes… Dios mismo quiere expresamente que los padres sufran, pasen necesidades, encuentren dificultades para que así tengan oportunidad de mostrar, a través de su ejemplo, cómo procede un cristiano ante los sufrimientos, necesidades, dificultades. Sufriendo enseñan a sufrir a sus hijos, como caminando y comiendo les enseñaron a caminar y a comer.

5.      El buen pastor da la vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla.

a.  Los padres están llamados a ‘dar la vida’ por aquellos a quienes han ‘dado vida’. Han de consagrarse al hogar. Ante todo su misión; luego la profesión. La profesión al servicio de la misión. Ellos, como Jesús, dan vida y dan la vida: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.[6] Quizá a ellos les puede suceder lo que le ocurrió al Buen Pastor: vino a salvar a la oveja descarriada, y la oveja se convirtió en el lobo que destrozó y mató al Pastor (a veces los hijos crucifican a los padres); pero el Pastor se ofreció a sí mismo por la salvación de la oveja (los padres han de ofrecer por sus hijos el dolor que su ingratitud como lo más grande que pueden ofrecer por la salvación de sus propios hijos-verdugos). La Redención no es la  historia de un idilio amoroso, sino una tragedia de sangre, traición y dolor: Vino a los suyos y los suyos no le recibieron.[7] Pero allí está la mayor muestra de amor.[8] Del mismo modo han de actuar los padres. Muchas veces su ‘pastoreo’ es una historia de sufrimiento; pero nada se desperdicia. Ese mismo sufrimiento que generan los hijos, ofrecido por ellos, servirá para su salvación eterna. Los padres que sufren por sus hijos y ofrecen por ellos su dolor, ya sea desde la Tierra o desde el Cielo, verán la salvación de sus ovejas…

b.  Los padres han de entregarse libremente por amor, sin complejo de mártir, de víctima: a mí nadie me quita la vida, la doy porque quiero… Hago lo que quiero; quiero lo que hago: soy feliz. El amor da sentido a mi vida: Yo y el Buen Pastor somos uno; como el Buen Pastor y el Padre son uno…

Padre Pedro Monteclaro
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[1] Jn 10, 11-18
[2]  Jn 15, 4-5.
[3] Mt 7,14
[4] 1 Cor 2,13
[5] Hech 1,1
[6] Jn 15,13
[7] Jn 1:11
[8] En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros (Rom 5, 6-8).

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