La gran hipocresía

En un contexto de apostasía general como la actual, casi ignorada por la élite dominante que la acoge como una condición normal, es lógico que en paralelo se instaure también una gran hipocresía, es decir, “una simulación extensa especialmente en el ámbito del comportamiento moral y de las relaciones sociales o afectivas”, como dice el diccionario de la lengua italiana. Es la situación que estamos viviendo todos, lamentándonos de que las cosas van mal en todos los ámbitos: social, político, económico, familiar y también en el ámbito internacional, con algunos datos negativos en crecimiento: desempleo, pobreza, hurtos, atracos, homicidios, suicidios, eutanasia, etc. Tal “simulación” es aún más amarga y triste en las naciones post cristianas (como en Italia, sede del papado)  en retraso con la realización del proyecto del ecumenismo, del relativismo y ateísmo, llevados adelante con determinación por los precursores del Anti-Cristo.

Rechazando por decreto al verdadero Dios, los líderes de las naciones europeas se ilusionan con poder guiar a los pueblos con leyes blasfemas contra su Majestad infinita, que desde hace milenios es guía y norma de todos los pueblos. Cualquiera, de hecho,  ha asumido la iniciativa de legislar contra el Decálogo, aprobando leyes blasfemas que han introducido por grados, el divorcio, el aborto, la contracepción, la homosexualidad, el útero en alquiler, y ahora la eutanasia, etc., todas “leyes democráticas” ¡que suscitan la indignación de Dios!

Parece que el criterio escogido por los gobernantes europeos sea aquel de legislar contra los Mandamientos de Dios para adquirir ´méritos´ cerca de los poderosos de la tierra, enemigos de la Iglesia. No hay dudas de que hoy, quien se enfila contra la Iglesia obtiene éxito mediático y privilegios personales, porque los dueños del mundo, que dictan leyes y preparan  la venida del hombre inicuo, ocupan los lugares más prestigiosos en las coaliciones políticas y en los cargos públicos.

Nosotros, verdaderos creyentes y tenaces a ultranza, seguimos confiando en la intervención de Nuestro Señor Jesucristo, la única fuerza vencedora que puede contrarrestar eficazmente el inmenso poder de los enemigos de Dios que dominan sin resistencia por doquier, a través de las sociedades secretas. El rechazo hacia Dios, de parte las instituciones, produce inestabilidad política, desorden y ruina de las naciones, de las familias, de la sociedad, además de conducir a los individuos hacia la perdición eterna. Una situación claramente apocalíptica que pocos están en grado de reconocer, porque los enemigos de Dios son muy hábiles ocultándose.

El nihilismo moral

Otro aspecto negativo que se retoma de teorías absurdas del pasado, que de vez en cuando asoman la cabeza en la lucha contra Dios, es el nihilismo; no sólo filosófico, sino también moral, que niega toda norma ética y social de valor absoluto, cómplices algunos filósofos que a mitad  del siglo XIX proclamaron como prioridad absoluta el libre pensamiento que el hombre puede reivindicar como conquista personal.

Una teoría que le viene bien a los enemigos de Dios porque expresa libertad de pensamiento y de acción, sugerida por el príncipe de este mundo para llevar la mayor cantidad de almas posibles al infierno. Si el comunismo, por ejemplo, tenía al principio cualquier motivo para conquistar las masas de trabajadores, explotadas por los industriales y los latifundistas; el nihilismo aplicado en el plano moral, concedía y concede una amplia posibilidad a todos de infringir la Ley de Dios y cumplir cualquier acto moral.

Desde finales del siglo XIX en adelante, muchas leyes civiles han aplicado estos falsos principios, llevando a la sociedad occidental de una comunidad entretejida de normas evangélicas a una sociedad permeada de inferencia, de materialismo y de ateísmo, con el equívoco de calificar a los patrones y ricos como amigos de Dios y del clero, dignos de desprecio y enemigos del pueblo, justificando la sangrienta lucha de clases y el abandono en masa de la Iglesia por parte del proletariado y no sólo de ellos.

En 1989 la caída oficial de la ideología comunista en la U.R.S.S, y en los países satélites, ha cambiado solo formalmente las cosas, mientras los daños morales provocados por el ateísmo comunista son todavía devastantes.

Solamente la intervención directa de Dios podrá imprimir un giro decisivo a la humanidad y llevar al mundo actual una nueva primavera del Espíritu porque sólo Dios podrá salvarnos del ateísmo y de la gran Hipocresía que nos afligen, cuando será definitivamente derrotado el Maligno con todos sus adeptos que, desde hace tiempo tienen secuestrada a la humanidad.

También las grandes figuras de la Iglesia, que en el pasado nos han fascinado por su sabiduría y doctrina, haciéndonos meditar sobre la Palabra de Dios, sobre la Virgen María, sobre la vida de los Santos y sus novísimos con gran eficacia y espiritualidad; parecen olvidados completamente. Fácilmente los argumentos del clero descienden hoy al terreno social y político, tratando de economía y empleo, de ecumenismo y de ecología, con un lenguaje estéril y laico que revela la ausencia de Dios, confinado a distancia sideral, extraño al hombre y especialmente a los problemas de la salvación eterna. Sin embargo Jesús dice: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma?” (Mc. 8,36).

La impostura religiosa

“El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará” (Mc. 16,16): una sentencia que elimina toda incertidumbre y no deja lugar al compromiso. Un veredicto que reduce a la nada la hipocresía difundida y la gran apostasía que estamos viviendo hoy, de manera casi oficial. Una sentencia clarísima, casi olvidada hoy, para dar lugar a las religiones no cristianas, es decir, falsas, que, sin embargo, tienen también ellas “derecho de ciudadanía” desde que en la sociedad occidental se ha iniciado con gran estilo la invasión en masa de los pueblos africanos y asiáticos, con prevalencia de fe islámica o hinduista. Las religiones falsas y engañosas tienen el privilegio de ser proclamadas como verdad, no por obra de apostatas descalificados o condenados por la Iglesia, sino de apostatas apoyados y animados por la autoridad dispuesta para velar por la fe, por la que somos invitados cortésmente a creer, no en la Verdad, ¡sino en el error!

Es claro que muchos creyentes sacerdotes y laicos, con un residuo de buen sentido cristiano, tienen hoy, por esta “novedad”, mucha desconfianza; orando con el salmista: “Señor, sondéame y conoce mi corazón,/ ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía,/ guíame por el camino eterno. (Salmo 138).

Estamos viviendo los tiempos preparatorios a la manifestación del Anti-Cristo, ya otras veces recordado, que nos introducen a la gran impostura de la cual habla también el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 675 (1992): “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra  desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”.

Hace algunos años atrás, este texto resonaba como una vaga advertencia sobre un futuro muy lejano, mientras que hoy, en el 2017, asume un significado de “inminente” y de gran actualidad, considerando los acontecimientos sociales y religiosos que agitan al mundo.

La comunidad de los bautizados está sufriendo, en gran magnitud, la impostura religiosa, con el rechazo de Cristo por parte de los gobiernos de las naciones, por los cuales estamos sufriendo las consecuencias como un veneno espiritual que nos está destruyendo lentamente, en espera de los eventos profetizados en el Apocalipsis.

En este punto cualquiera podría preguntarse: ¿Cómo es que le Iglesia, a través de la Jerarquía, no alza su voz de autoridad y no nos pone en alerta de los peligros que se ciernen sobre la humanidad? La respuesta está en la lógica de las cosas y nos implica en otra cuestión igualmente insidiosa: ¿estamos seguros que la jerarquía, hoy, como antes, se deja guiar por el Espíritu Santo, o está ligada a los enemigos de Dios a través de las sociedades secretas anticristianas dominantes en todos lados? ¡Respondiendo a esta  sobrecogedora pregunta, podremos comprender los motivos que hoy mueven a los hombres de Iglesia!

Los signos de la anomalía de nuestros tiempos

“El Señor deshace los planes de las naciones y frustra los proyectos de los pueblos” (Salmo 32,10).

En este salmo profético podemos encontrar la respuesta a las preguntas que todo creyente debe hacerse de frente a la actual ruina moral y social del mundo.

La incógnita no es sobre el cómo, porque la respuesta es ciertamente obra de Dios, pero sí sobre el cuándo, ósea, sobre el tiempo en el cual se cumplirán los eventos: una medida terrena que no vale para el Cielo, donde rige otro modo de calcular aquello que nosotros llamamos tiempo.

Para subvertir los planes del Anti-Cristo, El Señor dispone de medios muy eficaces, para nosotros inimaginables; debemos esperar en el futuro eventos muy significativos, ya experimentados en el pasado por el pueblo elegido, cuando, traicionando la alianza con Jahvé, se dedicaba al culto de los ídolos. Escribe el apóstol San Pablo: “Es por eso que Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad” (2 Ts. 2,11-12).

Se tiene la impresión de que muchos políticos, enfilados contra Dios, saben lo que hacen, pensando que pueden vencer confiándose a satanás, nuestro enemigo de siempre: esta es la confirmación de que Dios los ha cegado enviándoles un “poder seductor” para que no puedan creer en la verdad para ser salvados.

Estamos viviendo un tiempo especial que reclama la cercanía de los últimos tiempos, aunque los enemigos de Dios están de acuerdo en  ocultarnos la verdad, de manera que los bautizados que se mantienen fieles, no se preparen para afrontar al Anti-Cristo que nos quiere arrojar a todos al fuego inextinguible de la gehena.

La demostración de esta condición anómala de parte de la comunidad católica, en esos años cruciales para la salvación eterna, es la ausencia de meditaciones sobre los Novísimos en la catequesis ordinaria de las parroquias: se trata evidentemente de directivas emanadas de las autoridades diocesanas, rigurosamente aplicadas por los párrocos.

Algunas veces, en pequeños grupos católicos particulares, es posible que se traten tales argumentos, pero el discurso acerca del destino final del hombre, ocultado al público general, interesa a toda la humanidad, porque todos seremos llamados, al final de la vida, a responder al Juez Supremo por nuestras acciones, y seremos juzgados por el amor: “ Tuve hambre, tuve sed… fui extranjero, estuve enfermo, estuve encarcelado… fui forastero… y me han o no me han asistido…” (cf. Mt. 25, 31-46).

Otra anomalía significativa de nuestro tiempo podría ser la siguiente: también el simple creyente se da cuenta que muchas cosas en la Iglesia no van bien, mientras los teólogos, los obispos y los “encargados de los trabajos” no hacen sentir su influencia, sus objeciones, y no buscan poner las cosas en su justo lugar. Es otro aspecto del problema a resolver con urgencia, porque se refiere especialmente a las altas esferas de la Jerarquía a quienes toca presidir con “responsabilidad” el gobierno de la Iglesia (cf. Rom. XIII,8)

También en esta circunstancia la palabra de Dios viene a ayudarnos: “En efecto, la ira de Dios se revela desde el Cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia… de forma que son inexcusables, porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció…”(Rm. 1,18-21).

Marco

[Traducido por Emilio Acosta]

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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