De la lepra del alma y su remedio

Para el martes de la decimotercera semana

PUNTO PRIMERO. Considera que, como dice san Agustín, no vedó Cristo la lepra del cuerpo, sino la del alma. La ley antigua mandaba que los leprosos no entrasen en los pueblos porque no inficionasen a los demás; pero la del Evangelio de Cristo no prohíbe esta, sino la del alma, aconsejando a los sanos que no se junten con los pecadores tocados de la lepra de los vicios y malas costumbres, porque no se les pegue su contagio. Medita, pues, los males que acarrea al pecador este contagioso mal de la lepra del pecado; porque lo primero, como dice santo Tomás, lo aleja de Dios y de sus santos; y para significar esto se detuvieron lejos los diez leprosos de Cristo, y mucho más lejos están los pecadores de Dios, aunque se arrimen a su altar; porque el pecado los aleja más que está el Oriente del Poniente. Hablando estaba Abrahán con el rico avariento, y tan cerca que se oían , y dijo que había una distancia insuperable entre los dos, no tanto corporal como espiritual; porque Abrahán estaba en gracia y el rico en pecado. Considera el estrago que hace este espiritual contagio en el alma, y procura evitarle en la tuya con todas las fuerzas posibles. Pondera cuán grave daño es alejarse Dios, y el que ha recibido tu alma por alejarte de él, y cuántos bienes recibe el que se acerca a este Señor, y pídele con lágrimas que no se aleje de ti, porque si pierdes de vista al sol quedarás helado y en tinieblas, y te despeñarás a cada paso.

Punto II. Considera que la lepra es mal contagioso, y todos huyen del leproso porque no les pegue su enfermedad: así huyen los buenos de la lepra del pecado y del pecador que la padece porque no les pegue su enfermedad; y por esto, como dice san Agustín, los católicos no han de comunicar con los herejes, porque no les peguen el contagio de su herejía. Saca de aquí propósitos de conversar con los buenos que te pueden aprovechar, y de huir de los malos que te pueden inficionar con el contagio de sus errores y pecados.

Punto III. Considera que, como dice san Agustín, la lepra es vicio de tal color que mancha el cuerpo, y consume las carnes, y quita las fuerzas, y poco a poco acaba con la vida y da la muerte; así es la mala costumbre y el pecado, que mancha al alma y aparece leprosa a los ojos de Dios, consume la virtud, gasta las fuerzas y acarrea la muerte eterna a los que la padecen, o el mayor mal de los males, el pecado mortal: pide a Dios que te libre de él, y si para sanar de la lepra del cuerpo no dejan los hombres piedra por mover , ¿cuánto mayores diligencias deben hacer para sanar de la lepra espiritual de sus almas? Aquella causa la muerte temporal ¡y esta la eterna para siempre, que nunca se ha de acabar: pídele a Dios que le dé gracia para buscar la salud de tu alma a cualquiera costa que sea.

Punto IV. Considera cuán difícil y costosa es la medicina de la lepra del cuerpo, pues estos en mucho tiempo no la pudieron alcanzar, y cuán fácil y a la mano, sin costa ni trabajo se halla la cura de la lepra del alma, pues los diez leprosos la alcanzaron con una palabra: llora los muchos leprosos que hay en el mundo por negligencia de no buscar su salud, teniendo el médico y la medicina tan fácil y a la mano; y llora también la que has tenido tú en buscarla; y pide a Dios fervor y espíritu para diligenciar tu salud y la de tus prójimos en adelante: acuérdate de Naaman Syro, el cual vino desde Siria a Palestina con cartas de su rey a buscar a Elíseo que le curase de la lepra, y tú has emperezado en llegar al sacerdote y lavarle en el Jordán de la confesión, que tienes tan a la mano para sanar de la tuya. Pondera con Teofilato, citado por santo Tomás, que estos diez leprosos acudieron a Cristo, en quien está la salud y se la pidieron llamándole Jesús, porque este nombre dulcísimo es aceite derramado que sana de todas enfermedades. Acude a este médico soberano, clama y pídele salud: manifiéstale tus llagas y dile con afecto de tu corazón: Jesús y maestro del mundo, tened misericordia de mí; persevera clamando, que él te sanará en el cuerpo y en el alma como sanó a los leprosos que le llamaron.

Padre Alonso de Andrade S.J

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