Meditación para el jueves de la decimosexta semana
PUNTO PRIMERO. Considera cómo el padre de este endemoniado le trajo a Cristo para que lanzase, movido de la experiencia que tenía de la virtud del Salvador en lazar los demonios. Reconoce la que tiene en la Sagrada Eucaristía para vencerlos y lanzarlos, y librar las almas de su tiranía. Pondera cómo no habiéndole podido curar sus discípulos, mandó que se le trajesen a Él: toma sus palabras como dichas a ti, y trae tu alma al Señor; llégate con este a afecto a recibir su Sagrado Cuerpo, diciendo: Señor, aquí os traigo mi alma, que desde su infancia es perseguida del demonio, y unas veces la ensordece para que no oiga vuestra voz; otras la enmudece para que no os alabe; otras la despedaza y arrastra, llevándola como por fuerza a los vicios; otras la arroja en el agua de la tibieza, y otras en el fuego de las concupiscencias y pecados; tened misericordia de mí como la tuvisteis de aquel mozo, y libradme de la tiranía del demonio y del pecado.
PUNTO II. Considera lo que dice san Marcos, que en llegando este endemoniado a la presencia de Cristo y careándose con Él, luego el demonio tembló y se arrojó en el suelo como dándose por vencido. ¡Oh Señor! Engrandecida sea vuestra virtud, pues sólo vuestra vista hace temblar al infierno y sujeta a los demonios. Saca de aquí la fuerza que tendrá este divinísimo Señor recibido en la Sagrada Eucaristía; y si sola su vista vence al demonio, mucho más le vencerá su presencia y su contacto y compañía, uniéndose íntimamente con Él: disponte cuanto fuere posible para recibirle, armándote con este escudo fuerte contra las asechanzas y batallas del común enemigo.
PUNTO III. Considera cómo Cristo le preguntó al padre, si creía y tenía fe de su deidad: porque este divinísimo Señor sacramentado es el misterio de la fe, y es necesario avivarla para recibirle dignamente, y con Él la gracia que comunica: toma tiempo antes de comulgar, para meditar lo que encierra este celestial bocado, y lo que vas a recibir; quién es el Señor que ha de venir a tu pobre casa, su deidad, su grandeza , su omnipotencia, su sabiduría y majestad, y la veneración con que es adorado y servido de los espíritus soberanos de la corte celestial; las gracias que comunica a los que dignamente le reciben, y como es antídoto contra el veneno del pecado, y Él mismo que venció a la muerte y al infierno, y de quien tiemblan los demonios: pídele que te disponga como debes para recibirle dignamente, y que avive tu fe y ayude a tu credulidad, como se lo pidió el padre de este mozo, y confía en su bondad, que te dará la saludos como se la dio a él.
PUNTO IV. Considera cómo en lanzando al demonio, quedó este mozo como muerto, sin operación de sentidos ni acción de las que antes tenía, y tomándole Cristo por la mano, le levantó y le volvió como de muerte a vida, y empezó otra diferente de la había tenido hasta allí; todo lo cual te enseña la virtud y efectos de este divino Sacramento en los que dignamente le reciben. La virtud resplandece en la que ostentó Cristo, tomándole de la mano y restituyéndole a la vida; y si sólo tocarle le dio entera salud, ¿qué hará recibirle íntimamente en sus entrañas y en lo íntimo del corazón? Este es el pan de vida, y la comunica a todos los que la reciben dignamente, y por no recibirle se hallan muchos enfermos y muchos sin vida, como dice el Apóstol. Saca de aquí un grande afecto a su frecuencia, procurando disponerte para recibirle cada día, si te fuere concedido; y en cuanto a los afectos atiende a lo que hizo en este mozo la presencia de Cristo; libróle de la tiranía del demonio, como está dicho, y en saliendo quedó como muerto sin uso de sentidos: así mortifica este manjar del cielo a los que le reciben, dándoles gracia para morir al mundo y refrenar sus sentidos. Cristo levantó a este mozo, y empezó a vivir nueva vida; así levanta de las aficiones terrenas el espíritu a las del cielo este Señor Sacramentado, y hace mudar de vida a los que dignamente le reciben. ¡Oh dulcísimo Señor, y quién os recibiera siquiera una vez dignamente! Bendito, y alabado y glorificado seáis por siempre jamás. Amén. Suplícoos, Señor, que avivéis mi fe, y purifiquéis mi alma, y levantéis mi espíritu de todas las aficiones terrenas, y la encendáis en los deseos del cielo; y pues comunicáis la vida, me la deis nueva, para que empiece desde hoy a serviros con vuestro Ser y Espíritu.
Padre Alonso de Andrade, S.J