De las enfermedades, en cuanto son purgatorio de nuestros pecados

De las enfermedades, en cuanto son purgatorio de nuestros pecados y ocasión de grandes merecimientos – Por el Padre Luis de Lapuente.

Como las penas del infierno se mudan con otras que se han de pagar en el purgatorio, si no se pagan en esta vida, has de considerar, para tu consuelo, que Dios nuestro Señor tiene dos purgatorios: uno debajo de la tierra, y otro de enfermedades y trabajos en este migado, y que cada uno excede al otro en algo. El purgatorio de la otra vida excede en que es pura pena, sin temor de impaciencia, ni de nueva culpa o mezcla de ella. Y esto es de grande estima, pero es de grande fatiga, porque tampoco hay merecimiento, ni aumento de gracia, ni esperanza de subir a mayor gloria con la pena que se padece; y en cierto modo está allí la caridad muy violentada, más que en esta vida, porque su inclinación es o estar unida con Dios, viéndole claramente en la gloria y allí descansar como la piedra en su centro, o subir y crecer siempre, procurando amar más y más, hasta lo sumo que puede, porque de suyo no tiene tasa señalada. Y como en el purgatorio no ve a Dios, ni crece para verle más, está fuera de su centro violentada y afligida, porque pena y no medra.

Mas el purgatorio de esta vida, por el contrario, tiene peligro y temor de impaciencias y culpas que suelen mezclarse con las enfermedades y aflicciones, aunque no faltan ayudas de Dios para preservarse de ellas. Pero tiene otras grandes excelencias para pagar y purgar las culpas cometidas; porque en la enfermedad, el tormento pequeño en breve tiempo satisface mucho más que el tormento largo y grande del purgatorio, y el ardor de la calentura de un día podrá rescatar el fuego del purgatorio de un mes o un año; pues no solamente paga padeciendo, sino satisfaciendo y mereciendo con actos heroicos de caridad, haciendo de la necesidad virtud y ofreciendo a Dios lo que padece por el amor que le tiene. Así como en el mundo es de menos estima la satisfacción que da el reo obligado por el juez a restituir la honra que quitó, que cuando él se humilla por su voluntad y se desdice por hacer lo que debe. Y de aquí es que en el purgatorio cada alma paga por sí sola, sin poder aplicar nada a la otra; más en esta vida es tanta la riqueza del que padece, que muchas veces paga todo lo que debe, y de lo que le sobra puede aplicar a otros vivos o difuntos, y enriquecer con su mérito los tesoros de la Iglesia. De suerte, que si padeces un día de calentura fuerte y quieres aplicar tu satisfacción por un alma que está ardiendo en el purgatorio, pagas por ella su deuda; y en tal coyuntura, puedes hacer que con tu fuego salga ella libre del suyo y se vaya al cielo, en donde rogará a Dios por quien tanto bien la hizo. Todo esto ha de serte motivo de gran consuelo, alabando a Dios, que te da aquí tal modo de | purgatorio que puedas pagar por ti y por otro, y quitar los estorbos de las manchas que impiden la entrada en el cielo, para que tu caridad siempre siga su inclinación, o subiendo sin parar a su fin último, o gozando de él con eterno descanso.

Pero otra mayor excelencia has de considerar en este purgatorio de las enfermedades; porque de tal manera purifica de culpas, que es ocasión de nuevos aumentos de gracias y de merecimientos de nuevos grados de gloria, con los heroicos actos que en ellas puedes ejercitar de amor de Dios, de conformidad con su voluntad, de obediencia a los médicos, de paciencia en los dolores y otros semejantes. Y como el mismo Dios viene juntamente con sus dones, aumentándose ellos crece la unión con Dios, y él gustará de morar más de asiento en tu alma, y traerá consigo las riquezas de su reino, que son justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. De suerte, que tu enfermedad es para ti raíz de las virtudes, cebo de la caridad, fuente de justicia, principio de la paz, semilla del gozo y aposento de Dios en tu alma; y aunque el trabajo pase y la enfermedad se acabe, el fruto no pasa, sino para siempre permanece; y dirás con el Salmista: Alegrado nos hemos por los días en que nos humillaste y por los años en que experimentamos tantos males; porque ya pasaron los males y gozamos de los bienes; pasó el llanto y vino el gozo; pasó la enfermedad y vino la salud; pasó la aflicción de la carne y vino el consuelo del espíritu, alegrándose los dos en Dios vivo. Entonces conocerás también por experiencia el tesoro que estaba escondido en la enfermedad y no le conocías. Y si volviera, la recibirás de buena gana, y aun la desearás y llamarás cuando se tarde.

Aún mayores riquezas puedes descubrir en la enfermedad, añadiendo a los tesoros propios los mismos que habías de ganar con la salud, para lo cual te has de acordar de aquella ley que hizo David en Israel, cuando yendo contra el ejército de los amalecitas, muchos soldados, de cansados, se quedaron a medio camino; y sin embargo de esto, ordenó que se les diese tanta parte de los despojos como a los que habían seguido a los enemigos. Pues según esto, has de entender que cuando estás en la cama enfermo, y no puedes hacer las obras que solías cuando sano, no pierdes el merecimiento y el galardón qne tuvieras haciéndolas como otros, si tienes voluntad eficaz de hacerlas y por no poder más las dejas; porque en el tribunal de Dios la voluntad se cuenta por obra, cuando la obra falta por faltar la posibilidad. Pero es bien que hagas algo, aunque sea poco, en señal y testimonio del deseo que tienes de hacer morbo; y como dijo Tobías a su hijo, que fuese limosnero del modo que pudiese, dando mucho si tenía mucho, y poco si tenía poco, pero liberalmente, con deseo de dar mucho si pudiera, así también, cuando estás sano, has de trabajar mucho como sano; más cuando estás enfermo y flaco, basta que hagas lo poquito que puedas, como en señal de lo mucho que hicieras si pudieras.

“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”

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San Miguel Arcángel
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