Son los peores estúpidos, Mateo.

Hoy nos quedamos de juntar con Ángeles, mi esposa, en la iglesia de los padres carmelitas en la Avenida Libertad. En mañana ella había ido a Santiago a conseguir fondos fiscales para la pequeña orquesta infantil que dirige y, como iba a volver a la hora de almuerzo, acordamos en ir juntos a comer a un restaurant aprovechando que nuestros hijos iban quedarse  en el colegio a actividades deportivas en la tarde y comerían ahí mismo. Cuando ella estaba por partir en la mañana le pedí acompañarla, pero me lo negó rotunda y autoritariamente: «Convaleciente  no te vas a ir a meter a Santiago. Jamás, mi Mateito permitiría que en tu estado fueras a respirar ese aire contaminado». Ante tal contundente rechazo tuve que quedarme en casa, y para no sentirme un inútil aproveché de hacer algunas reparaciones, que no requirieran de mí un mayor esfuerzo, pues vengo recuperándome de un episodio de arritmia.  Estuve trabajando feliz durante la mañana pensando que por fin podría salir con Ángeles a comer. Hace bastante tiempo que no salimos a almorzar a un restaurant. Son pocos los momentos en los cuales podemos estar solos. Entre que ambos corremos por aquí y por allá para poder subsistir, y entre que los hijos están la mayor parte del tiempo con nosotros se hace difícil poder tener instantes de intimidad y de soledad juntos.

Estuve esperándola en la iglesia arrodillado frente al Sagrario. Desde joven que vengo a esta parroquia a rezar. No asisto a misa como antes porque aquí no rezan la tradicional, pero me encanta venir y arrodillarme frente al Tabernáculo, en la misma banca que me ha visto crecer desde que era un infante. Todavía recuerdo cuando, casi con lágrimas en los ojos, le suplicaba a Dios en este mismo lugar  para que me  bendijera con una buena mujer católica a la cual pudiera amar y sentirme amado. Sabía que mi vocación no era la de ser sacerdote o religioso y deseaba con toda mi alma poder amar a una chica, y formar una familia. Creo que por cansancio, como aquel amigo inoportuno, nuestro Señor se compadeció de mí y al verme tal afligido en mi soledad me regaló a mi Angelito.

Estaba pues, absorto, de rodillas mirando la Sagrario rezando cuando sentí que ella me besó la cabeza por detrás. Se arrodilló junto a mí, se santiguó y por un momento estuvimos rezando juntos. Sin embargo, yo noté de inmediato que estaba muy nerviosa porque no paraba de tocarse la cabeza con la yema de los dedos tal como siempre lo hace cuando está alterada. Salimos de la iglesia y nos encaminamos hacia el local donde habíamos reservado una mesa. Le tomé su mano para caminar, pero estaba tiritando. No me decía nada y me tenía realmente muy preocupado. Me paré en seco en medio de nuestra caminata y me planté frente a ella, le tomé la barbilla y levanté su rostro, pues lo había bajado cuando me detuve, y pude notar que estaba sollozando.

-Pero mi amor, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás llorando? ¿Te asaltaron?

Ella se secó las lágrimas y se echó en mis brazos. Me abrazó con fuerza y después de un momento, algo más tranquila, me tomó la mano y me dijo que siguiéramos. Volví a retirarle las preguntas y la verdad es que su silencio ya me estaba volviendo loco, hasta que por fin me habló:

-¡Ay mi niño! – me dijo – estoy enrabiada, muy molesta y siento una impotencia que…siento un volcán aquí adentro de la pura indignación.

-Pero mujer, habla por favor… ¿te rechazaron el proyecto? Sería una gran pérdida porque tus chiquillos están tocando muy bien y yo creo que… – ahí me interrumpió.

-No, Mateo, no, en la fundación me fue excelente, se portaron muy bien conmigo y creo que conseguí los fondos para renovar los instrumentos. Fue lo que me pasó cuando venía por el centro. Yo no sabía que hoy había una manifestación de estudiantes y me topé con ellos, “estudiantes” furiosos y encapuchados que rompían todo lo que estaba a su paso. Iban y venían corriendo con palos y extintores que usaban como mazos para destruir, algunos llevaban papas con filos de afeitadoras incrustadas en ellas y se las lanzaban a la policía. De un momento a otro me encontré en medio de un campo de batalla que estaba formado por adolescentes combatientes que peleaban contra la policía. Más sentir miedo, me dio rabia, y armándome de valor,  cuando uno de estos exaltados pasó por mi lado con una mochila llena de piedras y botellas para bombas molotov, lo agarré del brazo con una fuerza que no sé de dónde la saqué, le arranqué el pasamontañas y lo increpé. – Cuando me dijo esto, yo me puse pálido y no pude evitar llamarle la atención.

-¡Te volviste loca María de los Ángeles!, ese acto de imprudencia te pudo haber costado muy caro. ¿En qué estabas pensando? – Entonces ella sacando sus mejores armas, me devolvió el llamado de atención batiéndome con mis propios argumentos.

– ¡Quién habla don Mateo! El que me ha enseñado a no quedarse callado; el que vive buscándose enemigos a diestra y siniestra por no poder aguantarse cuando ve que hay que defender la verdad. Te he visto discutir con estos mismos muchachos, increpándolos públicamente, y he visto cómo te amenazan; he visto cómo te has enfrentado a cuanta pelea hay que dar. Siempre nos has enseñado que no debemos quedarnos callados e impávidos cuando hay un acto injusto y  ahora me sales con que soy una imprudente… ¡Ay Mateo! ¿Con qué moral, señor Mansfield, con que moral me vienes a decir que soy una desatinada?

Al llamarme por mi apellido inmediatamente me hizo recordar cuando yo mismo a mis hijos les llamo con sus nombres completos al  amonestarlos. Nada de diminutivos o de sobrenombres, el llamado de atención va con todos sus nombres y apellidos. Ella estaba tratando de esquivar su responsabilidad basándose en las veces que me ha visto enfrentarme con dementes exaltados.

– Bueno está bien – le dije yo – pero venir a enfrentarte en la calle con un anarquista armado ya es otra cosa. No te puedes comparar conmigo, yo soy hombre, tú eres una señora joven con mucha valentía, pero sin la fuerza física de un hombre. ¿No lo pensaste? ¿Le tomaste el peso?  Pudieron haberte agredido, secuestrado, ¿qué se yo? Sola tú allá metida en una protesta y yo acá como un inútil sentado matando el tiempo.

Justo en ese momento llegamos al restaurant y después de hacer nuestro pedido seguimos con la conversación del incidente.

– Y después de sacarle la capucha, ¿qué hiciste? ¿Te dijo algo?

– El joven pensó que había sido un policía, se volteó y levantó su brazo con la intención de pegarme, pero cuando me vio ahí, furiosa, con mis carpetas bajo el brazo, se quedó estupefacto, absolutamente descolocado. Luego me gritó algunos improperios de un grado de grosería que en mi vida había escuchado. Nunca imaginé el nivel de asquerosidad con el cual blasfeman y usan coprolalias estos “jóvenes idealistas”. Después que me dijo de todo lo más bajo que te puedas imaginar solamente atiné a decirle que mejor se fuera a estudiar y que dejara de lado el odio que lleva dentro porque eso lo tiene ya transformado en un energúmeno amargado. «Si ahora eres así» -, le dije, – «¿qué te queda para cuando tengas cuarenta o cincuenta años? No habrás construido nada en la vida, porque siempre le  habrás echado la culpa al sistema de tu amargura, y al llegar a viejo serás consciente de que no fuiste capaz de sacarla de tu espalda. El odio se te ha pegado como un virus y este virus va a inocular todo el amor que pudiste haber entregado al mundo. No esperes a que el mundo te mejore la vida, empieza tú por mejorar a ti mismo con disciplina, con trabajo, con orden.» Entonces él escupió el suelo y me llamó «Vieja loca, anda a….». Se volvió a poner la capucha y salió corriendo hacia donde estaban sus compañeros de desorden destruyendo los semáforos y la señalética.  ¿Sabes lo que más me llamó la atención de este muchacho?

– No puedo creerlo, Ángeles, que hayas hecho eso y hayas tenido la tranquilidad y el temple para decirle a este bruto todo lo que le dijiste. – Yo no podía ocultar mi molestia, estaba realmente enojado con ella. Me quedé callado con el ceño fruncido por un instante, sin siquiera querer saber la respuesta a lo que ella se había auto-cuestionado, hasta que  notando mi enojo, me tomó la mano que tenía sobre la mesa y se disculpó conmigo, cosa que no puede resistir. Ella siempre me quiebra, me es imposible soportar su tierna mirada cuando sabe que se ha equivocado y que lo único que sea es que la perdone. Le sonreí y, aunque volví  a señalarle que estaba molesto, le indiqué que me dijera qué había visto en los ojos de aquel muchacho.

– Su mirada fue como una puñalada para mí porque estaba llena de odio. Nunca vio unos ojos tan jóvenes con una mirada tan llena de odio, sin una pizca de amor, de compasión, de alegría.  No sabes realmente lo que es odio y la perversión hasta que lo tienes ahí parado frente a ti de carne y hueso. No piensas que puede haber gente que caiga tan bajo y que se deje arrastrar por el mal y éste le domine el alma. Me dio una pena enorme que en un muchacho tan joven, porque más de veinte años no tenía, pudiera distinguirse con  tanta claridad una ira y un enojo con la vida y consigo mismo. Estaba movido por el odio contra todo lo que no fuera de su ideología. ¡Qué pena! ¡Qué pena más grande!  A este pobre infeliz se le notaba que había sido adoctrinado desde pequeño, porque repetía las mismas estupideces que vengo escuchando desde que estudiaba música en la universidad y que las sigo escuchando a mis alumnos en los pasillos del instituto.  A ellos se les enseña a odiar desde niños. Nunca vi tanta rabia, Mateo, nunca  en mi vida había visto un rostro deformado por la furia, por la rabia, por el desamor, y ahí me quedé de pie, helada, mirándolo cómo al llegar donde sus compañeros sacaba de su mochila una molotov. Un carabinero tuvo que tomarme del brazo y sacarme del medio. Fue muy amable conmigo, me protegió con su escudo de una lluvia de piedras hasta que estuve a salvo.

– Entonces, le debo una a ese policía que rescató a mi esposa. Dios le bendiga.  Ando justamente trayendo este libro que me envió Tomás de regalo, se llama “Las reglas fundamentales de la estupidez humana” de  Carlo María Cipolla,  a propósito de estos estúpidos anarquistas. Me parece que encaja exactamente con lo que el autor dice de los estúpidos, aunque como él es utilitarista ve el tema desde una perspectiva inmanente nada más. Yo, aunque parto de su razonamiento,  tengo mi propio análisis que va un poquito más allá de lo que él formula.

-A propósito también de tu hermano Tomás, ¿verdad? – dijo ella con ironía.  A ella nunca le ha gustado el modo de ser de mi hermano, bastante diferente al mío y menos le gusta en lo que se ha convertido este hermano mío. Un liberal de primera, que aunque tiene muy buenas intenciones, se ha alejado completamente de la fe y es un gran vividor. Hace años que se fue al extranjero a trabajar y hasta donde sé convive con una chica en un apartamento en Australia. Tiene además un creciente problema con el alcohol del cual me siento en parte culpable porque cuando llegaba con la borrachera a casa después de una fiesta universitaria, yo le cubría las espaldas ocultándolo de mi papá para que no le regañara con demasiada severidad. Ahora de vez en cuando se acuerda de mí, y me manda un mail avisándome que ha mandado algún regalo para mí o para los niños. Es muy difícil  para mí conversar con él porque casi siempre terminamos discutiendo sobre religión. Los dos fuimos educados y formados en el mismo hogar, pero él, deslumbrado por el mundo que le ofrecía placeres y aventuras,  se arrojó en sus brazos y ahora nuestra cosmovisión es diametralmente diferente.

-No seas tan dura con mi hermano. Dale a él también la posibilidad de redimirse, al igual que a estos chicos anarquistas. Dios de alguna manera siempre se las arregla para atraer  a las almas hacia Él, incluso hasta la de los más recalcitrantes.  Además  ninguno de nosotros está seguro de su salvación, recuerda lo que dice San Pablo: el que piense que está firme que se cuide de no caer.

–  Nunca me he sentido superior ni santa en vida porque nadie lo es. Pero no todos están dispuestos a aceptar que Dios tire de su hilo invisible para atraerlos hacia él y terminan cortándolo ellos mismos, libre y voluntariamente.

-Sí, lo sé,  pero ahí estamos nosotros para pedir por sus almas. Nunca he parado de rezar por la conversión de Tomás.  Dios, si se lo pedimos con confianza, no niega los bienes espirituales y no sabemos cuántos se han salvado gracias a las oraciones de los demás. Es mi hermano, lo amo y quiero que se salve.

-Bueno, pero dejemos a tu hermano por un momento de lado. ¿Qué dice Cipolla y qué dices tú sobre los estúpidos?

– En términos muy generales te voy a comentar el libro. Es un libro cortito, pero que lanza muchas ideas,  como por ejemplo dice que ser estúpido no es un asunto de inteligencia porque por ejemplo hay premios nóveles que pueden llegar a ser estúpidos también en su vida. Pues bien,  él clasifica a las personas en cuatro grupos: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Me voy a centrar en los dos últimos porque aquí es donde hago mi propio análisis. Para este filósofo el malvado es el que busca su bien personal en detrimento del bien ajeno,  es decir, que obtiene un beneficio para él causándole un mal a otro. Ahora bien, el estúpido es el que no sólo le hace un daño o un perjuicio al otro, sino que también se lo hace a sí mismo. Tomemos a nuestro muchacho encapuchado, ¿dónde crees tú, Ángeles vida mía, que califica: malvado o estúpido? – ella se rio,  encontró de lo más simpático este análisis y no erró en su respuesta.

– Me parece obvia la respuesta, Mateo, es un estúpido. Si destruye los bienes de la ciudad, si falta a clases por estar en una protesta, si se llega a quemar por culpa de su propia molotov y mil etc, es evidente que nos encontramos frente a  un estúpido. Imagínate que el chico es atropellado por un vehículo que pasó por una calle que no tenía semáforo porque el mismo muchacho lo había destruido. No obtiene ningún beneficio ni para él ni para nadie. Pierden todos por su culpa. Como el dicho del perro del hortelano, que no come ni deja comer.

– Muy bien, eso es, y ese es el punto de Cipolla. Pero aquí donde yo agrego una reflexión más. Él apunta a un plano social, yo voy más allá y me centro en las consecuencias eternas tanto del malvado como del estúpido. Señala nuestro filósofo, en una de sus reglas, que el más peligroso de todos, más inclusive que el malvado, es el estúpido, y nadie nunca  ha podido entender la razón de su comportamiento. ¿Por qué se hace daño a sí mismo? ¿Qué enceguece su razón y lo lleva a hacer algo contra todo beneficio posible? No tiene explicación, es simplemente una irracionalidad. La persona estúpida, dice el autor, es la más peligrosa que existe, más que el malvado porque la sociedad entera se empobrece cuando hace una estupidez.

– ¿Y cuál es tu aporte a las tesis de Cipolla, Mateo?

– Piensa un poco y ve el problema desde un punto de vista no meramente sociológico o inmanente, sino desde el punto de vista del alma inmortal que es malvada o que es estúpida. – Por un momento ella guardó silencio,  levantó la vista y miró por la ventana. Afuera habían comenzado a caer algunas gotas de lluvia y la temperatura había bajado considerablemente. Se veía como el viento norte levantaba las hojas de los plátanos orientales que estaban esparcidas por la calle. El lugar donde estábamos almorzando tenía una chimenea a leña que ardía deliciosamente creando una atmósfera muy agradable. La tensión inicial que dio inicio a nuestra conversación  se había disipado y ahora estábamos más relajados, sin embargo el tema que le había puesto sobre la mesa a mi Ángeles no era algo muy dulce como el ambiente que nos rodeaba adentro mientras comíamos, con sus melancólicos sonidos y olores.

– Creo que es terrible Mateo. El malvado se hace daño a sí mismo también porque peca al hacerle daño al otro. Cree que está ganando, pero en el fondo está perdiendo tanto como el estúpido. – ella se llevó las manos y las colocó sobre su cabeza y la movía negativamente muy apremiada – Mira a  algunas de nuestras autoridades eclesiásticas, al mismo Papa… ¡por Dios qué tremendo!

– Me has sacado las palabras de la boca porque iba a eso. Desde el punto de vista de la eternidad el malvado es tan peligroso como el estúpido. El malvado es también un estúpido porque como dices se daña al condenar su alma. El daño que le inflige a una persona puede que la salve. Sabemos que Dios se sirve de lo que vemos como un mal para sacar un bien y que puede que, incluso, hasta al mismo malévolo lo lleve al final a su conversión, como bien podríamos encontrar en aquellos que martirizando a los cristianos luego por una gracia especial de Dios han caído en la cuenta de su mal y arrepentidos se vuelven a Él y finalmente se salvan. Pero aquí vuelvo a Cipolla y le doy crédito a su tesis: el estúpido es peligroso porque con sus actos, omisiones, y palabras  se condena a sí mismo y además hace condenarse a los ingenuos, a los incautos, y a aquellos que creen estar en lo cierto porque obedecen ciega y servilmente. Por eso creo que algunas de nuestras autoridades eclesiásticas, desde la cabeza para abajo, son estúpidos más que malvados. Demoliendo la doctrina que nuestro Señor nos reveló se hacen daño a ellos mismos y además a los fieles los cuales debían enseñar y confirmar en la fe. Y digo esto porque pienso bien ellos – ella puso cara de asombro y de curiosidad y casi se atraganta cuando le dije esto – porque no puedo dar crédito a que crean que se están haciendo un bien a sí mismos cuando confunden a sus fieles, cuando casi les animan a pecar, porque perdóname Ángeles,  la famosa exhortación  de los amores de Leticia es una invitación al sacrilegio. Más que maldad, son estúpidos enceguecidos y quieren hacernos partícipes de sus confusiones. Yo me resisto y me resistiré hasta el final a seguirlos en el error.

– Hay una cosa que no me calza Mateo, y es que tú dijiste antes que según el autor que citas, el estúpido no sabe por qué hace estupideces. Si, según tu tesis, nuestras autoridades eclesiásticas hacen lo que hacen porque son estúpidos, entonces ¿ellos no son conscientes de sus actos?

– No lo sé, no puedo juzgar sus intenciones. ¿Quién sabe qué es lo que realmente quieren, a quién siguen? Al final de cuentas ¿qué hay detrás y más allá de sus actos y de sus palabras? Si me pongo a pensar mal, entonces el panorama es desolador porque  nos encontraríamos frente a la presencia de hombres malvados que han perdido la fe y que por querer ganar fama, reconocimiento del mundo, poder, en fin, las mismas tentaciones que el demonio le propuso a nuestro Señor,  son capaces de decir y hacer lo que el mundo quiere. Luego, entonces estamos fritos y no nos queda otra cosa por hacer más que rezar para que al menos en las catacumbas tengamos buenos pastores que nos administren los sacramentos y que nos den la fuerza y el valor para continuar luchando.

– Nos tenía que tocar a nosotros vivir esta confusión. Estamos rodeados de lo peor de los estúpidos Mateo. Dios quiera que nunca me haga parte para calificar en ese grupo.

Terminamos de almorzar y nos fuimos juntos a casa con una extraña sensación de estar sintiéndonos completamente ajenos a los que nos rodeaba, al ruido de los autos, a la gente que caminaba apurada por las calles sin dejar de leer sus mensajes de texto o sus whatsapp, a las modas ridículas, al lenguaje vulgar. Me sentí feliz al llegar al hogar, lejos de la alocada multitud.

Beatrice Atherton

Beatrice Atherton
Beatrice Athertonhttp://bensonians.blogspot.com.es/
Esposa y madre de seis hijos, nací en Viña del Mar, Chile en 1969. Aunque egresé de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, mi vida giró posteriormente hacia otro rumbo y ahora vivo en un campo donde me he dedicado a la familia y a la casa. Amo la Liturgia Tradicional y me encanta colaborar en su promoción. ​ En mis tiempos libre intento escribir, que es lo que me apasiona aunque soy una aficionada. Tengo el blog Bensonians dedicado a difundir la obra de Monseñor Robert Hugh Benson

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