LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO: 6. Pablo VI

La «nouvelle théologie» – los lectores que nos han seguido hasta aquí se habrán dado cuenta –, para decirlo con Pirandello, no es una cosa seria. Extremadamente serio, sin embargo, es el hecho de que para imponerse en el mundo católico, haya podido y puede aún en estos momentos contar con la fuerza de la autoridad de quien en la Iglesia es el sucesor de Pedro. Es, por tanto, necesario considerar el «golpe maestro de satanás»: la Autoridad suprema de quien tiene la tarea de custodiar y defender la Fe, puesta, en cambio, al servicio del modernismo «síntesis de todas las herejías» (San Pío X).

B. Montini, un «aficionado» de la nueva teología

«Se decía Giovanni Battista Montini aficionado a las “filosofías de la Acción”, popularizadas entre nosotros por Laberthonnière, Blondel y Ed. Le Roy», escribía en 1970 el abbé Raymond Dulac (La nouvelle présentation du Nouvel Ordo Missae, en Courrier de Rome, n. 74).

El «se decía» es hoy ampliamente confirmado por Paul VI secret (ed. Desclée de Brower, 1979), en el cual Jean Guitton recogió y publicó, después de la muerte del papa Montini, las notas que él se había preocupado de redactar de sus amigables coloquios. De estas notas resulta que G. B. Montini era cultor admirado de la «nueva teología», en particular de de Lubac: «8 de septiembre de 1969: – El Papa hace un elogio del padre de Lubac. Reivindica su genio, su seguridad, la amplitud de su documentación. Se asombra de que algunos lo consideren “superado” [es la suerte de los “innovadores”]» (p. 110); «28 de abril de 1974: – El Papa me hace grandes elogios de los teólogos actuales. Cita a Mananche, de Lubac, a los cuales da la palma, Congar, Rahner (que dice que es bastante oscuro) y el card. Journet (al que encuentra un poco escolástico (p. 141). Este fastidio por la escolástica y la admiración por la «nouvelle théologie» databan de lejos en G. B. Montini.

¿Una carta de Pío XII?

Mientras que en Francia hervían del modo más agudo las polémicas en torno a la ortodoxia de Blondel (véase sì sì no no, 31 de enero de 1993), que pervertía modernistamente la noción eterna de verdad, reducía el sobrenatural al natural y, por inclinarse como buen samaritano hacia el «hombre moderno», se empantanaba en los errores de la filosofía moderna, llegaba, como agua sobre el fuego, la siguiente carta de la Secretaría de Estado de Pío XII, en la que entonces era sustituto mons. G. B. Montini:

«Vaticano, 2 de diciembre de 1944

Señor profesor,

Su trilogía sobre “La philosophie et l’esprit chrétien”, de la cual ha publicado su primer volumen, se confirma como un monumento de alta y benéfica apologética; ¿cómo no podía ser agradable para Su Santidad [Pío XII] su filial obsequio? Nadie puede ignorar la importancia de semejante tema, en el cual son estudiadas con tanta sagacidad las relaciones de la filosofía y del cristianismo, de la razón y de la fe, del natural y del sobrenatural, cuya inconmensurabilidad subrayáis muy bien, sin excluir la “simbiosis” y el fin único al cual el hombre no puede legítimamente sustraerse, misterio lleno de misericordia y de bondad infinita, al cual todos los espíritus nobles y pensativos no pueden sino unirse para su más grande progreso intelectual y moral, así como para su más grande y verdadera felicidad.

Sus especulaciones filosóficas, que son todas ellas respetuosas de la trascendencia del dato revelado, no dejan por ello de aplicarse fructuosamente sobre el conjunto de los misterios de la fe, para hacerles encontrar una mejor escucha en una generación demasiado embebida de una autonomía de la razón, de la cual hoy se conoce incluso demasiado su fracaso.

Usted ha realizado esto con tanto talento como fe y, salvo alguna expresión que el rigor teológico habría deseado que fuera más precisa, Su especulación puede y debe llevar a los ambientes cultos una preciosa contribución a la mejor inteligencia y aceptación del mensaje cristiano, único camino de salvación para los individuos como para la sociedad. ¡En realidad, el atormentado mundo de hoy está de tal modo en busca de la verdad y de las vías que conducen a ella de la manera más segura!

Y a este propósito, ¿no sería quizá oportuno recordar una vez más que, considerándola solamente desde el punto de vista de su valor filosófico, la especulación que procede de la philosophia perennis ofrece realmente a las aparentes antinomias del universo soluciones positivas, altísimas para satisfacer la inteligencia, sin pretender, bien entendido, extinguir una sed de luz más grande? […] Su caridad intelectual de buen Samaritano, inclinándose hacia la humanidad herida, esforzándose por comprenderla y hablando su mismo lenguaje, contribuirá eficazmente a volverla a situar en las indeclinables y salvadoras perspectivas de su vocación divina.

Así, alegrándose vivamente de las mejores noticias sobre Su apreciada salud, el Santo Padre hace ardientes votos para que tenga fuerzas para llevar a buen fin esta importante obra y Le envía de todo corazón su Bendición apostólica.

Acepte con gusto, Señor Profesor, la respetuosa seguridad de mi religiosa devoción.

 fdo. Giovanni Battista Montini, sustituto».

Más Montini que Pacelli

De este modo, la obra de Blondel, «salvo alguna expresión que un rigor teológico habría deseado que fuera más precisa», era aprobada en bloque desde lo alto, cerrando autorizadamente la boca a sus opositores, que la impugnaban en nombre de la doctrina perenne de la Iglesia. A estos opositores (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange, etc.), como si no estuvieran en juego los fundamentos mismos de la Fe, sino que se tratase de una disputa teológica en materia todavía opinable, se les contentaba con el elogio de la philosophia perennis, en tímida forma interrogativa y sin excluir la posibilidad de una «luz más grande», que vendría o podría venir de una «nueva teología». ¿Y todos los estudios críticos, rigurosos y documentados sobre las desviaciones explícitas e implícitas del pensamiento de Blondel? Echados a la papelera con increíble desenvoltura.

Había, sin embargo, un «pero». La carta a Blondel era un reconocimiento enviado, sí, en nombre de Pío XII, pero que llevaba la firma de Montini, con la expresión de su «religiosa devoción».

En realidad, el contenido de la carta es más montiniano que pacelliano. Cuando Pío XII tomará personalmente la palabra sobre la «nueva teología» y sobre la «nueva filosofía» que subyace a ella, en el discurso a los Padres de la Compañía de Jesús (1946) y después en la Humani Generis (1950) (véase sì sì no no, 15 de febrero de 1993, p. 4), expresará un parecer totalmente opuesto y ponderado de modo absolutamente contrario.

Además, sobre la falta de lealtad de G. B. Montini cuando trabajaba en la Secretaría de Estado, existen hoy muchos testimonios concordes e irrefutables de parte no adversa.

La «desconfianza» de Pío XII

Entre los misterios del aislamiento en el cual se cerró el pontificado de Pío XII existe el imprevisto alejamiento de G. B. Montini de la Curia Romana. Este, como se sabe, fue nombrado Arzobispo de Milán, pero, de manera significativa, nunca fue creado Cardenal mientras vivió Pío XII, si bien su sede fuera cardenalicia. De esta manera, el papa Pacelli lo alejaba de la Secretaría de Estado y, al mismo tiempo, lo excluía del futuro cónclave, haciendo comprender claramente a su sucesor, con la tácita negación de la púrpura, que aquél destino había sido un «promoveatur tu amoveatur» y por motivos muy graves.

El tiempo comenzó a retirar el velo de este misterio. En Paul VI secret, Jean Guitton, hablando de la contestación de que fue objeto la Humanae Vitae, escribe de Pablo VI: «El atraviesa una prueba análoga a la que él había causado a Pío XII: la de la diffidentia [en latín y en cursiva en el texto]. En el caso de Pío XII, la desconfianza venía de lo alto, porque Pío XII parecía haber perdido la confianza que había depositado en él. Pablo VI advierte que la encíclica Humanae Vitae está a punto de causarle una prueba inversa, en la cual la desconfianza vendrá, no de lo alto, sino de la base» (Paul VI secret, cit., p. 144).

Sobre la sobrevenida «diffidentia» de Pío XII hacia Montini, escribe también el jesuita Martina en Vaticano II – Bilancio e Prospettive. En la p. 39 habla del «alejamiento del “sustituto” Montini, “promovido” a arzobispo de Milán, nunca nombrado cardenal y ni una sola vez recibido por el papa (con el que, durante años, había tenido contactos diarios) en audiencia privada». En nota, Martina escribe: «El significativo episodio no está todavía aclarado. Influyeron en la remoción varios factores, la escasa simpatía de la que mons. Montini gozaba en la Secretaría de Estado, la irritación de Pío XII por una cierta independencia de juicio de su colaborador, el retraso de Montini al comunicar al papa algunos hechos, con la esperanza de que entre tanto las cosas se hubieran resuelto [como si el Papa fuera él y Pío XII el… “sustituto”».

Maniobras a la izquierda

A su vez, en Pie XII devant l’histoire, mons. Roche, íntimo colaborador del card. Tisserant, nos desvela una razón precisa de la «diffidentia» de Pío XII: el sustituto Montini estableció, contra las directivas del Papa y a sus espaldas, contactos con Stalin durante la segunda guerra mundial.

Pío XII fue informado de ello por el Arzobispo protestante de Upsala, que había obtenido las pruebas del servicio secreto sueco. Sucesivamente, en octubre de 1954, por un informe secreto del Arzobispo de Riga, encarcelado por los soviéticos, Pío XII tuvo la confirmación de que «en su nombre, había habido contactos con los perseguidores por parte de una alta personalidad de la Secretaría de Estado». Por la traición de Montini, escribe mons. Roche, «La amargura [de Pío XII] fue tan viva, que su salud se resintió y él se resignó a gobernar solo la marcha de los asuntos exteriores vaticanos» (cfr. sì sì no no, 15 de septiembre de 1984, pp. 1 ss. Acuerdo Montini-Stalin y 15 de abril de 1986, p. 5, Un hecho histórico: la “traición” de mons. Montini). Es cierto, por tanto, que Montini maniobró a la izquierda en campo político, a espaldas de Pío XII, para realizar sus utopías juveniles: «con la izquierda se puede colaborar, con la derecha no» (véase Frappani-Molinari, Montini giovane, ed. Marietti).

Y contra la Humani Generis

Es asimismo cierto que Montini maniobró a espaldas de Pío XII para realizar sus utopías filo-modernistas, que, de joven, le habían movido a frecuentar, como único Sacerdote, el salón del conde Gallarati-Scotti, exponente del modernismo lombardo y del cual L’Osservatore Romano, 7 de julio de 1976, bajo Montini convertido en Pablo VI, celebrará así «el decenio de su muerte»:

«En los últimos años [a Gallarati-Scotti], un gran consuelo le vino del Concilio Vaticano porque sintió que las amarguras experimentadas de joven [en las condenas del Modernismo] no habían sido sufridas en vano: la Iglesia entraba en un camino duro y difícil, en el que, sin embargo, muchas cosas, entonces deseadas, se convertían en realidad viva».

Esta vez es Jean Guitton el que nos descubre a Montini, todavía sustituto, en flagrante delito de traición contra Pío XII y la Humani Generis. En Paul VI secret, él transcribe las notas redactadas fielmente la noche misma del coloquio mantenido con el entonces mons. Montini sobre la gran Encíclica contra el neomodernismo a penas publicada.

A Guitton, el cual teme que la Humani Generis pueda ser interpretada como un obstáculo para el «progreso del pensamiento», Montini, sustituto en la Secretaría de Estado de Pío XII, le responde:

«Ha indudablemente advertido los matices introducidas en el texto pontificio. La Encíclica, por ejemplo, no habla de errores (errores), sino solamente de opiniones (opiniones) [¡como si los errores no sean también precisamente opiniones!]. Esto significa que la Santa Sede intenta condenar, no errores propiamente dichos, sino modos de pensar que podrían llevar a errores, pero que de por sí siguen siendo respetables. Por lo demás, hay tres razones para que la Encíclica no sea deformada. La primera, puedo confiárselo, es la voluntad expresada por el Santo Padre. La segunda es la mentalidad del episcopado francés, tan grande de espíritu, tan abierto a las corrientes contemporáneas. Ciertamente, cualquier episcopado es llevado (porque tiene un contacto inmediato con las almas, porque debe ser fiel a su encargo, que es pastoral, como se dice…) es siempre llevado, digo, a ensanchar los caminos de la doctrina y de la fe [en esta frase está en embrión todo el “espíritu” del “pastoral” Vaticano II]. E indudablemente, tiene razón. Aquí en Roma, tenemos igualmente el deber de velar sobre la parte doctrinal. Somos especialmente sensibles a todo lo que podría alterar la pureza de la doctrina, que es verdad. El Supremo Pontífice debe “custodiar el depósito” como dice San Pablo.

Finalmente, mi tercera razón: los franceses son inteligentes».

La traición

El comportamiento del sustituto Montini era gravísimo.

Pío XII, en la Humani Generis, había condenado con tonos graves y solemnes la «nueva teología», había indicado su desemboque fatal para la Fe y había ordenado, para no faltar a su «sacro deber», que los Obispos y los Superiores generales, «cargada de manera gravísima su conciencia», vigilasen «con toda diligencia que opiniones de tal género no sean sostenidas en las escuelas o en las reuniones y conferencias, ni con escritos de cualquier género, ni mucho menos enseñadas, de ninguna manera, a los clérigos ni a los fieles».

Los profesores de los Institutos católicos – continuaba el Papa – «sepan que no pueden ejercitar con tranquila conciencia el oficio de enseñar que les ha sido confiado, si no aceptan religiosamente las normas que hemos establecido y no las observan exactamente en la enseñanza de sus materias». Y he aquí que a dos pasos del Papa, en la misma Secretaría de Estado, G. B. Montini no tenía escrúpulo de afirmar que, en cambio, los errores condenados por Pío XII eran opiniones «respetables» y los animaba asegurando en confidencia que esta era la «voluntad expresada» por el mismo Pío XII, el cual, en la Humani Generis, habría desempeñado solamente y de mala gana su función, porque, dada la tarea frenadora de la autoridad, no podía permitirse hacer otra cosa (teoría eminentemente modernista de la autoridad, sobre la que volveremos), sino que, en Roma, se confiaba en la «grandeza de espíritu» del episcopado francés, para que se ensancharan «pastoralmente» los «caminos de la doctrina y de la fe» y – guiño final – él, Montini, sabía que los franceses eran «inteligentes», y a… buen entendedor pocas palabras bastan. Así, mientras Pío XII cerraba las puertas al neomodernismo, el Sustituto Montini, a sus espaldas, las volvía a abrir.

También esta vez, Pío XII supo de la traición. G. Martina S. J., en la obra citada (pp. 56-57), tras haber hecho referencia a la interpretación de la Humani Generis dada por el Sustituto Montini a Jean Guitton, continúa:

«Pero su [de Montini] esfuerzo por redimensionar el alcance de la intervención pontificia no debía resultar agradable a Pío XII, que se lamentó, en cambio, con el director de la Civiltà Cattolica de los esfuerzos por minimizar su documento, que no era una simple advertencia, y deploró el nulo cuidado prestado por los representantes de la Compañía de Jesús, a quienes se había dirigido en septiembre de 1946, de seguir fielmente las directivas pontificias».

Continuaron las medidas disciplinarias contra de Lubac y su «banda» por parte de la Compañía y contra Montini por parte de Pío XII, que lo «promovió» a Arzobispo de Milán, pero jamás lo nombró Cardenal ni quiso jamás recibirlo en audiencia.

Poder de la Autoridad al servicio del error

Así las cosas y volviendo a la carta «de Pío XII» a Blondel, no nos maravillaría en absoluto descubrir uno día u otro que, de dicha carta, Pío XII, que no la firmó, supo poco o mal y que Montini, que actuaba como Papa sin ser Papa, puso desde entonces la Suprema Autoridad del Sucesor de Pedro al servicio de la «nueva teología». Y desde entonces, los efectos fueron desastrosísimos. En efecto, la Documentation Catholique, 8 de julio de 1945, col. 498-499, publicaba la carta firmada por el Sustituto Montini bajo el título «Carta del Papa a M. M. Blondel», acompañándola de la exposición elogiadora de la «doctrina y principales obras» de Blondel. Deploraba los «dos exclusivismos erróneos»: el racionalismo y la… teología católica, que por razones opuestas habían hecho respectivamente objeto de «ostracismo» y de «incomprensión» a la nueva «filosofía cristiana» de Blondel, que, en cambio – concluía triunfalmente – «el testimonio de S. S. Pío XII, que tenemos la alegría de publicar, ratifica plenamente».

A su vez, Bruno de Solages, rector del Institut Catholique de Toulouse y amigo de de Lubac, entrando en el campo de batalla para defender a Blondel, oponía al padre Garrigou-Lagrange el argumento de… autoridad: la carta «enviada por Pío XII, a través de mons. Montini» con «elogios significativos» a las obras de Blondel (véase A. Russo, Henri de Lubac…, p. 347). Gerard Philps (Lovaina), después, en Erasmus, 1946, (pp. 202-205), hacía de ella un argumento para defender también el sobrenatural naturalizado de de Lubac:

«Si el p. de Lubac rechaza resueltamente la posibilidad de la naturaleza pura, no es más condenable que los autores agustinos que la Santa Sede ha acogido más de una vez bajo su protección, como ha hecho recientemente en favor de Maurice Blondel» (cit. por H. de Lubac en Memoria entorno alla mia opera, Jaca Book, p. 68).

En Italia, mons. Natale Bussi, al que mons. Rossano nos ha descubierto después como filo-modernista (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1991), en la traducción italiana de la apologética de Falcon (ed. Paoline, 1951), anulaba la confutación lúcida y rigurosa de los errores de Blondel (pp. 39 ss.) con el siguiente asterisco añadido a la nota 1 de la p. 39:

«*Evidentemente, no se puede identificar el pensamiento de Blondel con los desarrollos que dio al principio de inmanencia L. Laberthonnière, condenado por el S. Oficio, mientras que Blondel, en los últimos años, obtuvo la más autorizada garantía de la ortodoxia de su doctrina en una carta de la Secretaría de Estado del 2 de diciembre de 1944, la cual, sin embargo, exceptúa alguna expresión del mismo Blondel, que el rigor teológico habría deseado que fuera más precisa».

El «golpe maestro de satanás»

En resumen, la carta «de Pío XII» con firma de Montini fue como un ensayo del desastre post-conciliar: la «nueva teología» habría destrozado toda resistencia y se habría impuesto en el mundo católico, con sólo poder contar con el apoyo, si bien «discreto», de la Suprema Autoridad. Esta ocasión le fue ofrecida por la subida de G. B. Montini al solio pontificio.

Desde el exilio milanés, el Arzobispo de Milán había continuado animando a los «nuevos teólogos» contra Pío XII y la Humani Generis y, bajo el pontificado de Juan XXIII, pudo favorecerlos todavía mejor por el ascendente que le era dado ejercer sobre Roncalli. Da testimonio de ello en los siguientes términos Urs von Balthasar en Henri de Lubac – Sein organisches Lebenswerk (traducido en italiano en la habitual Jaca Book, 1978):

«El P. Garrigou-Lagrange lanzaba contra de Lubac y sus amigos la palabra clave “Nouvelle Théologie” (1946), el papa [Pío XII] atacó airado [adviértase la… delicadez de la frase; ¡y muy bien también la editorial de “Comunión y Liberación”!], el Osservatore Romano incluía el discurso; el padre general Janssens se comportó en un primer momento leal hacia de Lubac, pero después, conforme aumentaban los ataques desde todos los países, su comportamiento se hacía más diplomático. Se va entre tanto a excavar lo que pueda aparecer sospechoso también en otras obras. Con la Humani Generis el rayo cayó sobre el escolasticado lionés y de Lubac fue indicado como el principal chivo expiatorio… Sus libros, difamados, fueron retirados de las bibliotecas de la Compañía de Jesús y dejaron de estar a la venta…»

Después, poco a poco, el clima – según von Balthasar – se serenó: «Del arzobispo Montini vinieron palabras de adhesión y de ánimo (fue él quien más tarde, convertido en el papa Pablo VI, insistió para que de Lubac, en la clausura del congreso tomista, en la gran sala de la cancillería, hablase sobre Teilhard de Chardin)… Hasta el nombramiento de de Lubac por parte de Juan XXIII como consultor de los trabajos preparatorios de la comisión teológica, junto con el P. Congar».

Creado Cardenal por Juan XXIII, que le abrió así el camino al pontificado cerrado para él por Pío XII, G. B. Montini pudo ser finalmente Papa y poner libremente la fuerza de la autoridad adquirida – ¡y qué autoridad! – al servicio de la «nueva teología».

La tenacidad del «Papa-tentenna» [Papa indeciso, ndt]

Convertido en Pablo VI, Montini comenzó abriendo las puertas del Concilio a los «nuevos teólogos» mucho más ampliamente de lo que ya había conseguido hacer influyendo sobre Juan XXIII. «Muchos teólogos de gran fama [es decir, sospechosos para el Santo Oficio y algunos ya condenados], ausentes al principio, entraron progresivamente en el círculo de los expertos, gracias a la influencia discreta de Pablo VI, que les manifestaba su favor recibiéndoles en audiencia privada, concelebrando con ellos y alabando su colaboración» (R. Latourelle S. J. en Vaticano II – Bilancio e Prospettive, Cittadella ed., Assisi, obra realizada por las tres instituciones universitarias de la Compañía de Jesús en Roma con la participación del Instituto Paolo VI de Brescia).

La misma «influencia discreta» ejerció Pablo VI sobre los Padres conciliares para que, ignorantes y confiados en «Pedro», ratificaran aquella misma «nueva teología» que Pío XII había condenado en la Humani Generis. Recuérdese lo que escribe el jesuita Henrici (¡recientemente nombrado Obispo!): «para el “aggiornamento”, los Padres conciliares tuvieron que apoyarse (no pudiendo hacer otra cosa, se podría decir) en el trabajo desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio. […] en los textos aprobados por el Concilio, les dieron, por así decir, una especie de autenticación eclesial. Si estos textos pudieron parecer nuevos, es solamente por el hecho de que el trabajo de los teólogos y el estado de la teología católica al final de los años 50 eran ampliamente desconocidos para aquellos no encargados de los trabajos (y entre estos debían citarse no pocos Padres conciliares), o también porque, ahora, parte de los resultados de este trabajo, que hasta poco tiempo antes habían sido objeto de censura, era reconocida como ortodoxa» (Communio, nov-dic. 1990).

La «discreción» usada por Pablo VI, que, como da testimonio A. Bugnini, intentaba sólo evitar previsibles e indeseables reacciones (véase A. Bugnini, La riforma liturgica, pp. 297-299), alimentó la leyenda de un «Papa-tentenna» [Papa indeciso, ndt], pero los hechos comprueban que Pablo VI sabía lo que quería y actuó en aquella dirección, con «discreción» sí, pero todavía con mayor obstinación: «Con una firmeza metódica y tenaz que desmiente una leyenda igualmente tenaz, él [Pablo VI] maneja la barca», escribía en 1963 de Lubac, naturalmente admirado (Memoria intorno alle mie opere, Jaca Book, p. 420).

Hemos citado entre los grandes adversarios de de Lubac al padre Charles Boyer S. J., rector de la Gregoriana. El mismo de Lubac nos hace saber con cuánta «discreción» y «firmeza» este teólogo fue doblegado por Pablo VI, que encontró la manera de rehabilitar de un solo golpe, sin otro argumento que el de la propia autoridad, tanto a de Lubac como a Teilhard de Chardin, cuyas obras habían sido alcanzadas por un Monitum del Santo Oficio:

«En Theilard posthume – así escribe de Lubac – hice referencia a la conferencia que tuve que dar sobre él en Roma en 1963. La invitación me había sido dirigida por el padre Charles Boyer, prefecto de la Gregoriana. He vuelto a encontrar apenas su carta. Cuando se sabe que el p. Boyer fue el mayor adversario romano de Teilhard (¡y no menos mío!), esta carta asume todo su significado:

“Pontificia Accademia romana de Santo Tomás de Aquino y de Religión católica. Roma, 10 de junio de 1963. Reverendo Padre, Pax Christi! Usted debe haber recibido a su tiempo el aviso del VI Congreso Tomista Internacional. Comprendo que otras ocupaciones no le hayan permitido prestarle interés. Pero he aquí por lo que me atrevo a hablarle de ello de nuevo. Habiendo sido recibido en estos días por el Santo Padre, he tenido ocasión de constatar la gran estima que tiene por su persona y sus escritos. Al mismo tiempo, me ha expresado, si bien con alguna reserva, un juicio sobre el padre Teilhard que no le habría desagradado. Mis reflexiones me han llevado por ello a pensar que en el congreso deberemos oír una exposición favorable al pensamiento del padre Teilhard de Chardin sobre nuestro tema (‘De Deo’). Nadie podría hacerlo mejor que usted. Le ruego, por tanto, simplemente que participe en nuestro congreso, cuya fecha está fijada precisamente antes de la apertura de la cuarta sesión del concilio: del 6 al 11 de septiembre. Usted podría venir sólo durante los últimos días y conformarse, si no puede más, con una breve comunicación”…» (Memoria intorno alle mie opere, p. 451). Así fue que de Lubac, por deseo de Pablo VI y por invitación de uno de sus más valerosos adversarios, podía exaltar a Teilhard de Chardin S. J. en la sala de la cancillería como clausura del… ¡congreso tomista! El camino «del escepticismo, de la fantasía y de la herejía» (Garrigou-Lagrange) estaba abierto.

Con la misma «firmeza metódica y tenaz», Pablo VI doblegó, desanimó y destruyó (como en el caso de mons. Lefevre) toda resistencia y – lo que es peor – puso las palancas del poder en las manos de los «innovadores» asegurándoles el futuro con una serie de reformas, incluida entre ellas la reforma de las normas para la elección del Romano Pontífice.

Ante el desastre, Pablo VI pareció tener él también su crisis personal, pero tampoco para él, como para de Lubac y los «nuevos teólogos», fue una conversión, sino solo un vano intento de desconocer la paternidad de tanta ruina, responsabilizando de ella a los innovadores «abusivos». Pero de esto hablaremos más ampliamente. Por ahora baste recordar, como demostración de cuanto se ha dicho, que, en 1976, dos años después de los clamorosos discursos (1974) sobre la «autodemolición» de la Iglesia y el «humo de satanás» en el Templo de Dios y dos años antes de su propia muerte (1978), Pablo VI escribía a de Lubac con ocasión de su ochenta cumpleaños: «Usted ha levantado, querido hijo, un monumento más perdurable que el bronce para la admiración y la utilidad de todos los estudiosos». ¡Qué verdad es que la perversión modernista de la inteligencia quita toda esperanza de arrepentimiento!

(continúa)

Hirpinus

(Traducido por Marianus el eremita)

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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