Lucha contra la imaginación

Las cosas del mundo, pues, pueden ocasionarnos verdadera perturbación; pero nos es relativamente más fácil apartar de nuestro espíritu el pensamiento de los sucesos ajenos o extraños; los hechos que nos son personales, que pertenecen a nuestros afectos, a nuestros intereses, a nuestra reputación, son más sugestivos; es más difícil y costoso apartar la memoria de ellos. Dejarnos llevar de la corriente de nuestros pensamientos es para nosotros como una necesidad; es un placer cuya suavidad experimentamos cabalmente cuando queremos renunciar a ello. La primera satisfacción que busca el, corazón tocado de algún afecto es la de pensar en el objeto amado; siempre que el corazón está impresionado, trabaja la imaginación. Cuando hemos formado algún proyecto, nos sentimos fuertemente atraídos a acariciarlo; cuando experimentamos alguna Alegría, queremos saborearla; si tenemos algún , deseo, volvemos a él a pesar nuestro; en nuestros temores, angustias, tristezas, nuestro espíritu se vuelve instintivamente a lo que le aflige e intranquiliza. Detener, o más bien dirigir la imaginación es, según esto, tarea dificultosa; para salir con ello, y aun no del todo, son necesarios grandes esfuerzos y un verdadero espíritu de desasimiento.

Además, nuestro cruel enemigo tiene poder sobre la imaginación; para tentarnos, obra en esta facultad tan volandera; muchas más veces de lo que creen la mayor parte de las almas fieles, los pensamientos que las asedian y tanto las conturban, aumentando los prejuicios, atizando su descontento o enardeciendo sus concupiscencias, son efecto de sugestiones diabólicas. San Pedro nos dice que el demonio anda sin cesar al rededor, ardiendo en deseos de perdernos; emplea pues todas sus astucias; al alma le presenta imágenes, a la memoria le recuerda hechos capaces de seducirla o perturbarla, y los presenta fascinadores para excitar nuestras pasiones, ya las halague, ya las irrite; abulta estos hechos, los desnaturaliza, los asocia con otros que poca o ninguna relación tienen entre sí, aparta nuestra atención de lo que podría desengañarnos o tranquilizarnos. Estos son los afanes a que se entregan sin cesar los demonios tentadores si les dejamos entrar; si los resistimos arrecia la batalla; pues, hemos de tenerlo más presente, nuestras grandes luchas son interiores, las grandes victorias o derrotas son las más veces desconocidas a los hombres que no ven sino las consecuencias.

El que no trata de refrenar su desbocada imaginación no conseguirá sino pequeñas virtudes. “No se llega jamás a la perfección, según San Franciscode Sales, mientras se conserva algún afecto a cualquier imperfección, por insignificante que parezca, a un sólo pensamiento inútil; no podéis figuraros cuanto perjudica eso a una alma; porque desde que libremente pensáis en alguna cosa inútil o vana, luego se os presentará otra perjudicial.”

Son por lo contrario muy felices los que se aplican diligentes al recogimiento. Cuantas victorias reportan en un sólo día las almas fervorosas que combaten varonilmente su desaforada imaginación; sólo Dios puede contarlas, y con qué liberalidad se las recompensará en la gloria eterna. Bien meritorias son realmente estas victorias: puesto que la mente se deja llevar del corazón, ya que cada cual piensa en lo que ama o le preocupa lo que le atemoriza, cuantos actos de perfecta renuncia o de entera dejación no realizan los que dirigen siempre bien sus pensamientos, que saben enfrenarlos cuando se desvían o desmandan, y qué amor tan fuerte y continuo ejercitan para con Dios. Además se libran de muchas tentaciones, o triunfan de ellas fácilmente, y se facilitan en gran manera la práctica de todas las virtudes. Así, según lo atestigua María de la Encarnación, el cercenar las reflexiones superfluas acerca de todo lo que no conducía a Dios, fué para ella, durante toda la vida, el más poderoso medio de progreso.

Por desgracia son muy raras estas almas fuertes que así van de victoria en victoria, la mayor parte de las personas piadosas luchan muy poco contra sus pensamientos, y con mucha blandura para que lleguen a estar muy unidas a Dios; se mantienen a media altura entre la cima del monte y los pantanos de la planicie, unos más cerca de éstos, y aspirando muchas veces sus miasmas, los otros más vigilantes y generosos en la lucha, están algo elevados, y se sustraen a las influencias malsanas. Lamentan sus distracciones, aspiran a una vida interior más perfecta, y no aciertan a conocer que su falta de firmeza y denuedo en estas peleas interiores es la causa verdadera de su poco recogimiento.

Jamás la achaquemos a Dios, el cual no ha escaseado sus gracias. Desde el principio de una vida de piedad, mientras no se rehúsen a Dios los sacrificios que exige, — pues las almas que no so generosas están siempre distraídas y sin jugo — mientras se haga alguna violencia y se practiquen virtudes costosas, se comienzan a experimentar las dulzuras del recogimiento. Es una delicadeza del Amigo divino, que quiere habituar a la pobre criatura a vivir cerca dé El. Le hace pues sentir y gustar la verdad de lo que dice la Imitación “Si preparas a Jesús dentro de ti morada digna de Él, vendrá a ti y te dará sus consuelos, porque se deleita en lo secreto del corazón…Cuando Jesús está presente, todo es suave, nada difícil…estar con Jesús paraíso de delicias…vivir con Jesús, es poseer riquezas infinitas,”

Este primer recogimiento no dura sino algún tiempo, y nos hace comprender las ventajas e inspira el deseo de la unión perfecta; quien lo haya tenido lo proseguirá con más ardor. Viene después el tiempo de la prueba y el alma se siente importunada por cuidados, deseos, cálculos, suposiciones, ensueños, el demonio aumenta la violencia para mantener al alma distraída, preocupada con pensamientos vanos, y es necesario en este caso reconquistar con grandes esfuerzos lo que al principio pareció tan suave.

Buscad las cosas de arriba; no toméis placer en las cosas de la tierra sino en las del cielo. Que vuestros pensamientos y afectos se dirijan a cielo donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Sí, siempre sobre la tierra, siempre los ojos al cielo. Queréis alcanzar las alturas del amor, la distancia es larga y el término muy elevado: tomad el medio más seguro para vencer todos los inconvenientes, e ir pronto y bien lejos: el aeroplano. Si vais a pie, atendiendo a todo lo que hay en el camino, andaréis poco, aunque vayáis en ferrocarril, el peso de la locomotora, el de los vagones, el rozamiento de la vía férrea, disminuyen la velocidad; las paradas en las estaciones os dejarán atrás. Los aviadores recorren las distancias mucho más velozmente, porque no tocan la tierra, y se elevan con más comodidad. Imitadlos, volad sobre los estorbos, sobre las contradicciones, sobre las satisfacciones, sobre los padecimientos, sobre los goces, sobre las esperanzas humanas, sobre las inquietudes y turbaciones. Muy cerca, los hombres bullen, se agitan, parece que éste tiene razón, que el otro se equivoca; si no es vuestro deber el vigilar, si la caridad no os pide intervenir, rogad por todos, sin juzgar a ninguno, no os detengáis en estos incidentes, seguid en vuestro aeroplano. Ahora no sólo ellos se agitan, sino que sois el objeto de esa agitación, expuesto a las críticas, a las alabanzas, a la oposición y contrariedad; pues bien, acordaos que todo pasa, alegrías y penas, que mañana, dentro de, ocho días, o pasado un mes, no pensaréis ya en los sucesos de hoy; no abandonéis pues por cosas tan efímeras vuestro aeroplano, continuad vuestro vuelo por las regiones del amor.

“EL IDEAL DEL ALMA FERVIENTE”

por AUGUSTO SAUDREAU

San Miguel Arcángel
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