Mary Wagner: la “Juana de Arco” de la vida, sola contra el genocidio de los no-nacidos

Vivimos en un mundo al revés. Pocas dudas caben de que esta inversión es producto de lo que se llamó, en el ya lejano siglo XX, eclipse de la razón y, sobre todo, de la perversión de la fe. Y la perversión siempre es pérfida, como la etimología nos enseña. Además sabemos, por la sana y auténtica teología católica que duró desde los Apóstoles hasta el Concilio Vaticano II, que de este tipo de inversiones el artífice es el diablo. Pues, en este vuelvo de 180º, resulta que la Iglesia, antaño paladina de la defensa a ultranza de la vida, es ahora el brazo derecho de ese poder mundialista que financia muchos genocidios (por no decir todos), siendo el de los no-nacidos el más indiscriminado y feroz.

Después de la quiebra abierta en el dique de la doctrina por la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Amoris Laetitia, en estos últimos días, nos ha arrollado un alud de noticias, muchas de las cuales relacionadas precisamente con el vuelco en la doctrina y praxis plurisecular de la Iglesia Católica en relación con el sacramento del matrimonio, de la procreación y la defensa de la vida. Nada más ni nada menos. Sólo recordaré las más escandalosas, las que tienen al menos un aspecto positivo: el de dejar al descubierto la abjuración definitiva de los anteriormente definidos “principios no negociables” por parte de la Iglesia de Bergoglio. Pero, ante esta traición que sólo en el beso de Judas puede encontrar analogía, sigue brillando la luz pura de la verdad evangélica en la acción solitaria de los santos, llamados a ser mártires “de, por y para” la vida, en esta época en la que la “cultura de la muerte” parece tener la última palabra.

La primera noticia escalofriante, que testimonia el giro dado por la jerarquía vaticana, es la invitación que la Pontifica Academia de las Ciencias ha hecho al profesor Paul R. Ehrlich, considerado un padre “espiritual” del neomaltusianismo. Dicho en otras palabras, este señor es uno de los principales teóricos y propagadores de la ideología según la cual hay que parar los nacimientos como sea, incluso con esterilizaciones y abortos forzosos. El libro que le dio fama, y que se convirtió pronto en la “biblia” de los antinatalistas, se titula “La bomba demográfica” y se publicó en un año muy significativo, el 1968.  Las tesis de Ehrlich fueron utilizadas en el “Informe Kissinger” sobre el  Nuevo Orden Mundial y luego fueron ampliamente divulgadas, explicadas, y finalmente impuestas, hasta adoctrinar a Occidente que acabó por tragarse la monumental insensatez de que matar a los propios hijos era lo mejor de lo mejor para el bien de todos. Sin entrar en ninguna consideración de tipo moral, es ya de por sí bastante obvio que esta teoría no podía más que producir lo que efectivamente ha producido: crisis demográficas, crisis económicas, multiplicación exponencial de desigualdades, injusticias y psicosis sociales, y finalmente difusión también de la pobreza.

Es decir, este profesor de 85 años de aspecto simpático, catedrático de estudios de población en el departamento de ciencias biológicas de la Stanford University, es uno de los responsables ideológicos de la catástrofe que nos rodea y que nos arrastrará de manera inevitable en el inmediato futuro. Evidentemente, ni a los prelados de la Pontificia Academia de las Ciencias ni al mismo Papa Bergoglio parecen interesarles las consecuencias reales, concretas y dramáticas de esa política antinatalista que es el caballo de batalla (y de paso también caballo de Troya) del Nuevo Orden Mundial, sin considerar que ya se han quitado de en medio todo principio teológico y moral en defensa de la vida humana. Por tanto, con esta invitación, junto con las tomas de posición supuestamente ecologistas y con las “aperturas” hacia la contracepción y el aborto fomentadas por Bergoglio, asistimos a la escenificación de la alineación de una Iglesia que sigue definiéndose “católica” con las directrices políticas de un poder radicalmente anticristiano, hasta ahora incompatible con la fe y la doctrina católicas.

En esta misma dirección se coloca también la otra noticia que no por pasar casi desapercibida resulta menos inquietante. Me estoy refiriendo a la demolición de la Pontificia Academia para la Vida fundada por San Juan Pablo II precisamente para responder al ataque del mundo contra la vida y la dignidad humana. Han sido suficientes unos pocos meses para que Monseñor Paglia impulsara un cambio que apunta a la desnaturalización de dicha Academia. La decisión improvisa e imprevisible de suspender el congreso programado para celebrar el trigésimo aniversario de la Donum Vitae (1987) se coloca en la línea de la profunda reestructuración decidida por Mons. Paglia para adaptar, “aggiornare”, la Academia al nuevo curso de la Iglesia de Bergoglio. En primer lugar, se procederá a una renovación de los miembros, por lo que asistiremos a la “jubilación” forzosa de los miembros aún fieles a la Instrucción Donum Vitae. Sobre el respeto de la vida naciente y la dignidad humana, en continuidad con la encíclica de Pablo VI Humanae Vitae (1968).  Luego, para los nuevos miembros ya no será obligatorio subscribir el “Atestado de servidores de la vida”, abriendo así las puertas a las corrientes teológicas liberistas y revolucionarias. Y para cerrar el círculo, con esta reforma, la Congregación para la Doctrina de la Fe ya no colaborará con la Pontificia Academia de la Vida, desligando por tanto de todo control doctrinal las futuras actividades de la Academia. De este modo Mons. Paglia guía la institución querida por San Juan Pablo II para defender “la vida naciente y la dignidad humana” hacia su perversión, y lo hace con la perfidia característica de la actual jerarquía vaticana.

Ante este panorama desolador, podríamos tener la tentación de tirar la toalla. Sin embargo, mientras la Iglesia consuma otra de sus traiciones a su historia e identidad, siguen habiendo en el mundo personas que se mantienen fieles al Evangelio de Cristo y a la lucha de la verdadera Iglesia en defensa de la vida y por la dignidad de los más pobres entre los pobres: los no-nacidos. Entre estas personas, destaca por su singular misión la canadiense Mary Wagner.

Mary tiene 42 años y, desde que se convirtió cuando tenía 19, no se ha limitado a denunciar el crimen del aborto y a rezar, sino que desde entonces ha aceptado tomar el mal sobre sí misma, renunciando a todo con tal de intentar reparar el genocidio silencioso más sangriento y longevo de toda la historia de la humanidad. En 1993, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Denver,  se estremeció oyendo a Juan Pablo II tronar contra el aborto y la eutanasia, y pidiendo a los jóvenes “salir a la calle y en los lugares públicos como los primeros apóstoles”. Mary sentí que ese llamamiento le afectaba personalmente. En un primer momento, pensó que estaba llamada a sacrificarse para reparar los crímenes del aborto a través de una vida contemplativa. Pero la oración la llevó a comprender que su misión era la de dar voz a los que no la tienen, a los más pobres entre todos los pobres, a los niños asesinatos en los vientres de sus propias madres.

A partir de ese momento, Mary ha llevado adelante una santa y solitaria “lucha” por la vida, sola e incomprendida hasta por los mismos ambientes eclesiásticos. Armada de oración, de medallas de la Milagrosa y de rosas blancas, esta mujer agraciada y humilde se planta ante los abortorios, esos nuevos campos de concentración legales, rezando por los no-nacidos que allí se exterminan y ofreciendo, con una flor, una alternativa a las madres que están a punto de matar a sus propios hijos. El guión tiene casi siempre el mismo final: los dueños del abortorio llaman a la policía y ésta, aplicando las leyes genocidas de los países supuestamente “avanzados”, la arresta y la lleva a la cárcel, donde pasa normalmente varios meses. En la cárcel, Mary continua su misión y gracias a ella muchas presas se reconcilian con Dios y vuelven a rezar, sobre todo por los niños asesinatos y por sus madres asesinas.

Intrigado por la radicalidad de la misión de esta nueva “Juana de Arco” de la vida, el arzobispo de Bombay, Oswald Gracias, fue a la cárcel para encontrarla y salió con la certeza de que Mary tiene una misión, que la suya no es una batalla quijotesca contra unos molinos de viento, sino que es Dios quien la llama a ofrecer un testimonio escandaloso sobre la santidad de la vida humana. Según el capellán de una de las cárceles en las que estuvo, Paul Hrynczyszyn,  Mary es una “santa”, incluso porque ayuda a muchas mujeres a volver a la fe.

Desde luego no podemos afirmar que sea una santa, esto sólo lo sabe Dios, pero sí que podemos vislumbrar en su entrega y en sus acciones justamente ese radical, y por lo tanto escandaloso, seguimiento de Cristo que ha  caracterizado, de una manera u otra, a todos los santos. Por todo ello, Mary es un enigma, hasta para los activistas provida, acostumbrados a tejer estrategias políticas y a optar muy a menudo por el “mal menor”. Mary siempre les ha contestado diciendo: “tenemos que hacer todo por Cristo”. Hace tiempo, escribió en una carta desde la cárcel que la única razón para movilizarse es “Cristo escondido en las dolorosas facciones de los pobres, tan pobres que no conseguimos ni verlos ni oírlos.”

Tras su última detención, Mary ha pasado también la reciente Navidad entre rejas, apareciendo visiblemente desmejorada. De hecho, en el vídeo del arresto, el rostro de Mary demuestra todo su padecimiento. El comentario más bello ha sido el de una amiga suya, la hermana Immolatia, de una fraternidad de misioneras que cuidan de los sintechos y de los presos: “Mi respuesta a las expresiones de sufrimiento en el momento del arresto es que el amor radical y subversivo que Mary está viviendo, el sacrificio personal y las privaciones son necesarios.” Es cierto: las almas tienen siempre un precio.

Mary Wagner es una testigo, permanente e incómoda, de cómo los corazones de esta generación maldita se han endurecido hasta el punto de rechazar el Evangelio de la Vida y dar muerte a la “carne de nuestra carne” en las mismas entrañas maternas. El dolor ante tanta maldad es como una espada que hiere, cada vez, el alma de Mary. No faltan voces indignadas frente a esta injusticia que clama al cielo. Pero, como dice Sor Immolatia, la única respuesta adecuada, en la estela de Nuestro Señor Jesucristo, podría ser ésta: “No lloréis por mí, no os quejéis por mi detención. Llorad más bien por estos pequeños, nuestros hermanos y hermanas, estos Santos Inocentes que son masacrados, hechos pedazos, cuyos débiles gritos nadie oye, y cuyos cuerpos desmembrados y ensangrentados son tirados a la basura o tratados como materiales de investigación o reciclaje.

Con todo, no debemos reducir su sacrificio personal al hecho de pasar de una cárcel a otra, porque aunque Mary viva gran parte de su vida entre rejas, es más libres que todos nosotros. Rechazando obedecer a leyes injustas, Mary ha enraizado su libertad en Dios y se ha convertido en una prisionera de amor, en una testigo de la santidad de la vida, junto con los no-nacidos indefensos y sin voz y junto también a sus madres asesinas. Mary es libre, en el verdadero sentido de la palabra. Las verdaderas prisioneras del pecado y del mal son aquellas mujeres que piensas afirmar su libertad sobre la sangre de sus propios hijos. A ellas, Mary ofrece una rosa blanca, una medalla de la Virgen y unas palabras de ayuda y salvación. ¡Ojalá cada vez más mujeres cojan esa rosa y acepten esas palabras! Entonces encontrarán la única libertad que vale, la de los hijos de Dios, y serán alcanzadas por la sola paz que apacigua las almas: la paz de Jesucristo.

María Teresa Moretti

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María Teresa Moretti
María Teresa Moretti
Nacida en Italia, vive y trabaja desde hace más de veinte años en España. Es profesora de nivel universitario. Doctora en Antropología Social y Cultural, se ocupa de las problemáticas relacionadas con la transformación de los paradigmas que afectan a las concepciones de la naturaleza humana y del cuerpo, así como de las manifestaciones literarias y artísticas de la llamada “posthumanidad”.

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