De las penas del infierno

 Para el viernes primero de Adviento

PUNTO PRIMERO. Considera en el mismo lugar en que te hayas una boca cómo de un pozo profundo, que llega al centro de la tierra, a donde está un calabozo oscuro, y como dice el santo Job, tenebroso, cubierto de sombras de muerte, de miseria y de tinieblas, a donde no hay orden ni concierto, sino eterna confusión; a donde no se oye otra cosa sino confusa vocería de atormentadores y atormentados, llantos, gemidos, aullidos, blasfemias y crujir de dientes, despechos y maldiciones contra Dios y sus santos; y no se siente sino cieno y hedor insoportable, fuego que abrasa y no alumbra, ahogos y congojas intolerables, sin esperanza de un rayo de luz o una respiración de aire tan estrecho por la multitud de los condenados, que no se pueden mover, ni rodear, sino que, como dice Isaías, del lado que cayere el leño ha de quedar para Siempre: ahonda en este profundo, contempla la pena que será estar en un lugar tan lleno de tormentos sin esperanza de salir de él, y cobra grande temor de la justicia divina y de caer en tal abismo.

PUNTO II. Discurre por todos los sentidos y por las potencias del alma y considera cómo en el infierno cada uno tiene estipulado y particular tormento: los ojos viendo cosas feísimas y espantosísimas; los oídos oyendo aquellos gemidos y aullidos y gritos lamentables y desordenados con indecible confusión; el olfato con el hedor intolerable; el gusto amargado con hiel de dragones; el tacto con todo género de dolores y tormentos; por que como dice San Bernardo, no hay acá enfermedad, por penosa y exquisita que sea, que no la padezca en el infierno cualquiera de los condenados; y así cada una de las partes y miembros del cuerpo padecerá su particular tormento; y luego la memoria, el entendimiento y la voluntad y la imaginativa y todas las potencias del alma perderán su orden, y cada una padecerá este tormento; y como el condenado será despojado de todos los hábitos de las virtudes, y quedará sin fe, sin esperanza y sin caridad, sin prudencia, sin paciencia, sin habilidad para cosa buena, en cada uno se hallará una avenida de penas y tormentos inaplicable, sin tolerancia, ni consuelo ni alivio. Saca de aquí la grandeza de aquellos tormentos, y si no puedes sufrir una calentura ardiente por dos horas, o una chispa que acaso te cayó en la mano por un momento, ¿cómo podrás sufrir tantos y tan grandes tormentos juntos sin fin? Propón firmísimamente de mortificar ahora tus sentidos, y entrar por la senda estrecha de la penitencia para que entonces no caigas en las penas del infierno.

PUNTO III. Considera otra pena común a todos los condenados, que llaman los teólogos pena de daño, y es la negación que tienen de ver y gozar de Dios para siempre, porque sin duda es la mayor de todas cuantas padecen; y así como el ver a Dios es el mayor de todos los bienes, así por el contrario el carecer de Dios es el mayor de todos los males, y origen y raíz de cuanto padecen los condenados en el infierno. Santo era Tobías, y decía con sentimiento que no podía tener gozo alguno en cosa de la tierra, porque no podía ver la luz del cielo. ¡Cuánto más, privados estarán de tener gozo ni contento en cosa alguna, sino antes duro tormento los que carecerán de la vista de Dios, sin esperanza de gozarle eternamente! ¡Oh qué rabioso dolor les causará el gusano roedor de su conciencia, dándoles Dios noticia de lo que perdieron, y viendo con cuán poco pudo ganar y escapar de tan terribles tormentos! ¡Oh qué gemidos! ¡Oh qué gemidos! ¡0h qué sollozos y llantos darán, y tan temerosos pero sin fruto, porque no les aprovechará nada! Aprende ahora a llorar tus pecados, cuando tus lágrimas son fructuosas y tus gemidos aceptables, y no esperes a tiempo en que no han de aprovechar.

PUNTO IV. Considera que fuera de lo dicho cada uno de los condenados padecerá su particular tormento, conforme a los delitos que cometió, disponiendo la justicia divina que se le dé a cada uno la pena a medida de su culpa: y así los lujuriosos, amadores de deleites, tendrán su pena particular por este pecado, y los soberbios la tendrán de confusión y desprecio por el suyo, y los glotones, como el rico avariento, de hambre y sed rabiosa por su pecado; y de la misma manera todos los demás; pero todo lo sella la duración de estas penas, en que has de cargar el peso de la consideración; porque ellas son tales; que si se dieran por un año, pareciera rigurosísimo castigo, y si por diez intolerable, y si por ciento insoportable, y si por mil imposible; pero no es el plazo de ciento, ni de mil, ni de cien mil, sino por una eternidad sin fin, ni plazo, ni término, ni esperanza de acabarse o disminuirse jamás; y después de millones de años han de empezar con el mismo dolor y sentimiento, que al principio, sin término, ni refrigerio, disminución, de suerte que si de cien mil a cien mil años llorara un condenado una lágrima en el cóncavo que hay entre el cielo y la tierra, con ser un espacio tan dilatado, y en llenándole, como llena el agua el seno de la mar, se hubieran de acabar sus penas, les fuera de refrigerio; porque aunque agota el entendimiento pensar el tiempo que se había de tardar, al fin, al fin era limitado, y tenía fin; pero sus penas no le tendrán, y después de lleno el espacio señalado en el modo dicho, han de volver a empezar, sin esperanza de acabarse jamás; y después de millones de millones de siglos se han de hallar tan al principio, como el primer día que empezaron a padecer. Cava en este pensamiento, y extiende los ojos a este camino sin paradero y este mar sin lindes, ni suelo, ni número, y mira por cuánto no quisieras caer en él, y da mil gracias a Dios nuestro Señor, porque mereciéndolo por tus pecados, no te ha lanzado en el infierno, sino que te ha dado lugar de hacer penitencia, y hazla en adelante tal, que merezcas gozar eternamente de su santa gloria.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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