Prosigue una penosa exégesis

El Evangelio del XXI domingo del tiempo ordinario, ciclo C, nos pone delante de una realidad ineludible que no comporta sofismas: La puerta del cielo es estrecha y está cerrada para los que no son de Dios.

Todos sabemos que Dios redimió al género humano y quiere que todos los hombres se salven. Pero igualmente entendemos que no todos los hombres aceptan la redención ni quieren efectivamente salvarse. Es una evidencia.

San Pablo escribe en su carta a Tito estos consejos lapidares: “Por eso, corrígelos severamente para que mantengan la fe íntegra y en todo su vigor. Y que no den oídos a esas leyendas judías ni a esos preceptos de hombres que viven de espaldas a la verdad. Todo es puro para los puros; mas para los que están contaminados y para los que no tienen fe, nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminadas. Hacen profesión de conocer a Dios, pero lo van negando con sus obras; son execrados por Dios, rebeldes e incapaces de hacer cosa buena” (carta de San Pablo a Tito, 1, 13-16)

Para cualquier bautizado medianamente instruido, estas realidades son claras y hasta evidentes…

… Pero Francisco, cuya instrucción es tambaleante, en su empeño pro-periférico y anti-descartable (esas son sus consignas permanentes: salir a las periferias existenciales y combatir la cultura del descarte), hace una lectura equívoca, para no decir errónea, del este Evangelio (Lucas 13, 22-30). En el ángelus en la Plaza de San Pedro del domingo, lo contradice, contestando la enseñanza de Jesús, como lo hacían en otro tiempo los escribas.

Dice el Evangelio citado: “En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba. Uno le preguntó: —Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él contestó: —Procuren entrar por la puerta angosta; porque les digo que muchos querrán entrar, y no podrán. Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, los que están afuera, llamarán y dirán: “Señor, ábrenos.” Pero él les contestará: “No sé de dónde son ustedes.” Entonces comenzarán ustedes a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.” Pero él les contestará: “No sé de dónde son ustedes. ¡Apártense de mí, malhechores!” Entonces vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera. Porque va a venir gente del norte y del sur, del este y del oeste, para sentarse a comer en el reino de Dios. Entonces algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros, y algunos que ahora son los primeros serán los últimos”.

Así comenta Francisco este Evangelio en su alocución durante la audiencia del ángelus del 21 de agosto en la plaza de San Pedro:

Este recorrido, este camino prevé que se atraviese una puerta. Pero, ¿Dónde está la puerta? ¿Cómo es la puerta? ¿Quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta (Cfr. Jn 10,9): lo dice Él. “Yo soy la puerta”, en el Evangelio de Juan; Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿Por qué esta puerta es estrecha, se puede preguntar? ¿Por qué dice que es estrecha? Es una puerta estrecha no porque sea opresiva, no; sino porque nos exige restringir y contener nuestro orgullo y nuestro temor, para abrirnos con el corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por esto es estrecha: para contener nuestro orgullo, que nos hincha. ¡La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino recibe siempre a todos, sin distinción. Una puerta, es decir, estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestro temor, abierta de par en par para que Dios nos reciba sin distinción. Y la salvación que Él nos dona es un flujo incesante de misericordia: un flujo incesante de misericordia, que derriba toda barrera y abre sorprendentes perspectivas de luz y de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no olviden esto. Puerta estrecha, pero siempre abierta de par en par”. (Radio Vaticana)

“¡La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino recibe siempre a todos, sin distinción”, dice Francisco.

¿Siempre abierta de par en par para todos, para todos sin distinción? No parece:

Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, los que están afuera, llamarán y dirán: “Señor, ábrenos.” Pero él les contestará: “No sé de dónde son ustedes.” Entonces comenzarán ustedes a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.” Pero él les contestará: “No sé de dónde son ustedes. ¡Apártense de mí, malhechores!” Entonces vendrán el llanto y la desesperación, al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que ustedes son echados fuera”.

Los discursos son solarmente contrastados:

Siempre recibe a todos, dice Francisco. Ustedes son echados fuera, dice Jesús.

Siempre abierta de par en par dice Francisco. Señor, ábrenos. Pero él les contestará: no sé de donde son ustedes, dice Jesús.

Dios no tiene preferencias dice Francisco. “¡Apártense de mí, malhechores! dice Jesús.

La salvación que Él nos dona es un flujo incesante de misericordia, que derriba toda barrera y abre sorprendentes perspectivas de luz y de paz”, dice Francisco. Muchos querrán entrar, y no podrán” dice Jesús.

Ya hacia el final de sus infaustas palabras, Francisco nos desconcertó aún más con esta otra afirmación:

No debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se había dirigido a Jesús, sino debemos aprovechar las ocasiones de la salvación. Porque a cierto momento «el dueño de casa se levantará y cerrará aquella puerta» (v. 25), como nos lo ha recordado el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿Por qué cierra la puerta, cerrará la puerta a cierto momento? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo a alcanzar es importante: la salvación eterna”.

Entonces, Francisco reconoce aquí que la puerta puede cerrarse y que no está siempre abierta de par en par. Para variar, se contradice. Pero su afirmación quita fuerza al acto soberano de justicia divino ya que cuestiona la bondad de Dios: “Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿Por qué cierra la puerta, cerrará la puerta a cierto momento?” ¡Es la bondad de Dios lo que precisamente le impulsa a cerrar la puerta a quien no es bueno! ¡Nada más justo! ¿O cree Francisco que en su “Año de la Misericordia”, Dios eterno dejará de lado su justicia o la ablandará, relativizándola? ¿Pretende Francisco ser más santo y misericordioso que el propio Dios?

La explicación que sigue a su pregunta desmovilizadora, evitando ser un “discurso académico”… es propiamente de arrabal: “Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo a alcanzar es importante: la salvación eterna”.

En este comentario faltó lo que una persona seria hablando de algo tan importante no podía dejar de decir: que la salvación eterna comporta la conversión, el cambio de vida, la metanoia; y que esa salvación no se alcanza si “se es execrado por Dios”, en el decir de San Pablo en su carta a Tito que citamos más arriba.

Porque la conversión es mucho más que “involucrarse en el amor” o que “darse a los más débiles” (así concluye Francisco su imprudente meditación dominical).

Una conciencia recta, sabe que convertirse es, como dice el salmo 50, “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces”. Si no me sé pecador, por más que la misericordia sea infinita, no me justifico. Algo que hasta ahora no se ha visto a Francisco exigirle a todos aquellos que acoge de brazos abiertos, en detrimento de otros…

En la tónica del lenguaje bergogliano, la conversión no es el reconocimiento de la maldad y de la culpa que Dios aborrece sino “ir con Él, a atravesar la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera a cada uno de nosotros, cualquier pecado hayamos cometido, cualquier, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón”.

¿Y si el perdón ofrecido no fuera aceptado y correspondido? ¿Ignora Francisco la probabilidad del mal uso de la libertad humana? ¿Cree él en los efectos del pecado original? ¿Piensa que Dios impone su misericordia sin apelación y que salva a los impíos forzadamente? ¿O defenderá Francisco la idea luterana de la salvación por la simple fe?

La “puerta estrecha” en los labios de Francisco es, aquí sí, una telenovela melodramática y un videojuego fatal: del otro lado de su umbral no está el guardián San Pedro recibiéndonos con las llaves de la justicia, sino una serpiente engañadora maldecida por Dios.

Y si no es así, que nos explique de nuevo su confusa catequesis que deforma y contradice el Evangelio…

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