¿Quién miente ahora? Un nuevo mundo falso

¿Por qué no podemos comprender lo que está pasando en realidad? Desde las últimas elecciones generales estadounidenses, hemos escuchado tanto el término «fake news» (noticias falsas) que no podemos confiar en lo que leemos y oímos. Ha sido un gran éxito en la creación de miedo y desconfianza, división y disputa, como se pretendía. Empezamos a preguntarnos si podemos confiar incluso en nuestros propios ojos. Nos preguntamos qué está pasando en el Vaticano y en el mundo, y estamos en tal punto de confusión e inseguridad que ya no sabemos ni quiénes somos. 

Para muchos, esto tiene como resultado nuestro alejamiento del compromiso público en general. Si no puedes confiar en nada de lo que lees o ves en televisión —si recibimos mensajes contradictorios e incompatibles incluso del Papa—, ¿no es ya el momento de retirarse? ¿De dejar de intentar de entenderlo, y de construir un lugar privado en el que no tengamos que pensar más en esto?

Déjame contarte algo que parece que no se está diciendo mucho: este negocio de las «fake news» es una campaña de miedo. Se está usando como una táctica deliberada de manipulación para sembrar inseguridad, división, sospecha y confusión entre un público que ha olvidado cómo pensar claramente. A nosotros, que fuimos educados en una confianza ciega en las personalidades de los medios de comunicación, nos han enseñado a dejar de confiar en nosotros mismos. Y esta es exactamente la condición mental que buscaban.

Nos enseñan qué pensar, qué creer, y sobre todo nos enseñan a no cuestionar nunca jamás si esas fuentes son de fiar. Las «fake news» son una táctica de manipulación marxista clásica de la era soviética. La única fuente de noticias fiable es Pravda; toda discrepancia respecto a ella debe ser denunciada como «fake news». Es una manera de controlarte, de mantenerte dócil y dependiente de las noticias «oficiales», los sistemas de información aprobados, la narrativa aceptable. Esta burbuja de información limitada, cuidadosamente creada —a partir de desinformación aprobada—, es aquello en cuya creación esas élites han puesto tanto esfuerzo desde los años sesenta.

¿Que cómo lo sé? Porque internet ha hecho posible desafiar eso. Internet se está usando como «samizdat», y la gente que ha creado nuestra narrativa imperante está preocupada. Si te paras y lo piensas un momento, te darás cuenta de que lo único que llaman «fake news» son las voces que están en desacuerdo con el programa moderno, secularista, globalista, estatalista y de izquierdas —un desacuerdo que finalmente ha empezado a amenazar la tenencia del control político y económico de la que estas élites han disfrutado casi sin oposición desde Yalta—. 

Considera esto un momento: si los únicos que producen «fake news» son Breitbart y sitios web provida y profamilia como LifeSiteNews.com —y, en el mundo católico, los bloggers y publicaciones conservadores y tradicionalistas como yo y Canon 212, The Remnant y Steve Skojec—, puedes estar seguro de que te están alienando con una táctica desinformativa, un arma de manipulación basada en el miedo. Graciosa ironía, ¿eh? Las «fake news» son fake news. 

Hoy quiero hablar sobre cómo hemos llegado a este punto. Voy a proponer algunas preguntas incómodas sobre por qué esta táctica está teniendo éxito. ¿Por qué no puede la gente determinar por sí misma qué es y qué no es verdad? Para entender esto, tenemos que comprender cómo funcionan los medios de comunicación, qué es la «narrativa». Tenemos que entender cómo se puede crear una sociedad totalitaria con la cuidadosa restricción de ideas. 

Por suerte, esto está empezando a percibirse y a decirse. En un artículo publicado ayer en la web del Daily Wire se nos indicó que consideráramos una famosa novela de ciencia ficción, Fahrenheit 451, un examen clásico del control del pensamiento estatal, más como Un mundo feliz, de Huxley, en el que el público no es controlado mediante la fuerza bruta, sino mediante la distracción, el placer y la pasividad de comodidades, así como por la supresión de cualquier idea incómoda. En la distopía de Ray Bradbury, los bomberos no apagan incendios; cazan y queman libros, para que las ideas que contienen no molesten a nadie. 

[…] Aunque fue publicada hace mucho, en 1953, la novela predijo casi a la perfección lo que le ha pasado a la izquierda moderna, no solo aquí en los Estados Unidos, sino en todas partes, especialmente en Europa.

Ambientada en el futuro, la sociedad de Bradbury se ha vuelto tan hostil a cualquier clase de adversidad —muy en particular al concepto de exponerse a un pensamiento contemplativo o a ideas provocadoras— que no solo queman todos los libros, sino que también se adormecen con drogas y realidad televisiva, y eliminan incluso la posibilidad de reflexionar sobre sí mismos con un bombardeo de incesantes estímulos en forma de aparatos, cultura pop, redes sociales y búsqueda de un placer integral.

Como aviso distópico, no es tan famoso como las dos grandes (y opuestas) tesis de Un mundo feliz y 1984, pero es quizás más descriptivo de lo que estamos viendo hoy. 

Gracias a una tormenta perfecta de internet y a la eliminación de la enseñanza de las ciencias humanas en las últimas décadas, especialmente de la Historia y de la habilidad de pensar racionalmente, el cambio de las Leyes del pensamiento racional por la regla de los impulsos glandulares, la mayoría de la gente cree ahora que la realidad misma es completamente maleable. Esas cosas que podemos ver con nuestros ojos, sentir con nuestras manos, oler con nuestras narices, son irrelevantes, según nos dicen. Hemos entrado en la era del triunfo definitivo de la voluntad.

Hemos pasado de padres «empoderados» para decidir por ellos mismos si su hijo nonato es o no es una persona, a decidir por nuestros hijos cuál será o no será su «género». Una mujer puede ser un hombre y un hombre puede ser una mujer; de hecho, puede incluso ser una niña de seis años (que tiene una relación homosexual con su «papi adoptivo»), si dice que lo es y hay suficientes personas que lo «apoyen» en Twitter y en el canal de noticias MSNBC. 

Pero esta «libertad» total (en realidad es licencia) es una ilusión. La idea de que todo el mundo decida la realidad por su cuenta es demasiado caótica incluso para nuestros nuevos amos. El siguiente paso ha sido asustarnos para que no confiemos en nosotros mismos. No solo puede que ya no confiemos en nuestros sentidos, sino que hay toda una colección de creencias que nos han quitado de la cabeza y han hecho, literalmente, impensables.

De hecho, ahora podemos «elegir nuestra propia realidad», pero solo y exclusivamente dentro del conjunto limitado de proposiciones que nuestros superiores han fabricado y promovido para nosotros en los medios de comunicación. Podemos decidir nuestro propio «género» (y, aparentemente, nuestra edad) siempre y cuando no insistamos en que realmente no podemos, en que está categóricamente decidido para nosotros por la biología —por la realidad externa y objetiva—. Podemos elegir cualquier religión —incluyendo la que justifica el asesinato, las violaciones masivas, el abuso sexual de menores y el genocidio— siempre y cuando no sea el cristianismo clásico y doctrinal.

La idea de que llegamos a «hacer nuestra propia realidad» es en verdad un fraude. Como si el mundo estuviera siendo dirigido por Henry Ford, nos han dicho que podemos tener nuestra realidad producida en cadena en el color que queramos, siempre y cuando este sea el negro.

Y cada vez más, como si estuviéramos deslizándonos lentamente desde la visión epicúrea de Huxley al mundo de Orwell, más oscuro y brutal, las instrucciones que recibimos parecen girar estos días acerca de aquellos a los que debemos odiar. La realidad aceptable ya no se nos describe en términos positivos sobre lo que podemos ser y hacer, sino sobre el mal de aquellos que continúan rechazando el Nuevo Paradigma y se aferran a la evidencia de sus sentidos, los que continúan viviendo empecinadamente de acuerdo con las Tres leyes del pensamiento racional. El universo de Twitter, en particular, se está usando como una especie de perpetuos “dos minutos de odio”, un lugar para el linchamiento de rabia chillona contra los disidentes. 

Lo horrible de los dos minutos de odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se sentía era una emoción abstracta e indirecta que podía aplicarse a uno u otro objeto como la llama de una lámpara de soldadura autógena.

[ref.: 1984, de George Orwell]

Algo que los que no son periodistas no entienden a veces es la necesidad de un «marco narrativo» en el periodismo, y que esto no es lo mismo que «sesgo». Lo que se ha aprendido de la literatura milenaria es que para contar una historia tienes que ponerla en unos términos y un contexto que tu audiencia vaya a comprender. El lenguaje —el arte de ser entendido— es mucho más que solo vocabulario y reglas gramaticales. Para que se te entienda, tienes que trabajar dentro de un marco comprensible de conceptos culturales. 

Si eres un historiador académico, al escribir un artículo en una publicación con revisión por pares usarás un subconjunto de lenguaje y conceptos diferentes de aquellos que utilizarías si estuvieras escribiendo una página de opinión para el Times. Como cualquier poeta homérico del Bronce Tardío podría decirte, si quieres que tu larga y complicada historia heroica se entienda en el Ágora, tienes que asegurarte de que tu audiencia no solo entiende las palabras griegas, sino que sabe todas las historias de la Guerra de Troya, que son parte de ese marco cultural. Y esta falta de un marco común de referencia —esta creciente divergencia en el mismo— es lo que está haciendo imposible que los lados se comuniquen. 

Las diferencias, la enorme diferencia entre el Nuevo Paradigma y la vieja cultura, han llegado mucho más allá de una mera cuestión de sesgo deliberado. Simplemente ya no tenemos un marco narrativo cultural común. Dos grupos de ideas culturales totalmente diferentes y —lo que es más importante— mutuamente exclusivos, opuestos, están actualmente en guerra en nuestras sociedades. 

Para entender lo que estás leyendo tienes que comprender la diferencia entre «sesgo» y «marco narrativo». Un marco narrativo honesto tiene en cuenta el auténtico entorno cultural. Todos los atenienses se sabían de memoria las historias de la gran guerra de sus héroes ancestrales, identificativa de su cultura. Un dramaturgo que quisiera decir algo importante sobre el sufrimiento humano y la guerra, algo que fuera universalmente entendido en todos sus matices, escribiría una obra como Las troyanas, porque sabría que este era el sustrato contextual de toda su cultura. Nadie en aquella cultura unificada iba a pasar por alto su propósito. 

Pero, ¿qué habría pasado si todos hubieran olvidado, de alguna manera, su historia, su contexto cultural? ¿Qué habría pasado si hubieran sido separados siendo niños del hogar de sus mayores, y les hubieran enseñado en una escuela estatal? ¿Qué habría pasado si los niños nunca hubieran oído a sus abuelos hablar del pasado, sino que solo supieran lo que les hubieran dicho los que escribieron su plan de estudios? ¿Qué habría pasado si nunca se les hubiera hablado de la ciudad de Príamo, del funesto amorío de Helena y Paris, de Héctor y Aquiles, de la maldición de Casandra, o de Agamenón, la malvada Clitemnestra y sus trágicos hijos Orestes e Ifigenia? ¿Qué habría pasado si, como las tribus balbucientes e incivilizadas de sus fronteras, estos griegos fueran griegos en vocabulario y gramática, y en geografía, pero ignorantes bárbaros en su memoria cultural? 

¿Y qué habría pasado si sus líderes, una clase de oligarcas sin escrúpulos que prohibieron contar los viejos relatos y se llevaron a los niños lejos de sus padres, los hubieran hecho así deliberadamente? ¿Qué habría pasado si estos hombres destrozaculturas —hombres “enfermos de poder”— hubieran reemplazado las antiguas y verdaderas narraciones heroicas por una colección de nuevas historias, historias pensadas para convencer al pueblo de que tendría que ser gobernado por los oligarcas para siempre? 

¿Qué iría a pasar a aquel pueblo, aquellos antiguos griegos, cuya verdadera historia, mitologías y relatos les habían sido robados por esta banda de hombres sin escrúpulos? ¿Cómo podría cualquiera de ellos decir qué era verdadera historia y qué era falso? 

¿Qué le ha pasado a nuestro marco narrativo cultural? Si fuera a escribir un artículo para un medio con gran audiencia, como la BBC, e incluyera de paso algunas citas y referencias a alguna historia de la Biblia, ¿crees que los editores de los servicios de noticias online de la BBC las dejarían? ¿Se me permitiría despertar así la curiosidad del público, o peor, un deseo de conocer cosas sobre las que nunca han sabido?

Así que ahora, especialmente desde la elección del presidente Donald Trump, estamos escuchando a nuestros oligarcas, nuestros propios revisionistas culturales, gritar sobre las «fake news». Una nueva subcorriente de la misma sustitución narrativa, un terrible nuevo mito fraguado en las mismas mentes de aquellos que guían y dirigen a todos los millones de personas que entran en internet cada día. Todas aquellas personas cuyas mentes han sido cuidadosamente vaciadas de la habilidad de diferenciar la verdad de la mentira. Es la peor pesadilla de un paranoico orwelliano, en la que las masas ciegas dirigen sus dos minutos de odio diarios contra cualquier objetivo que elijan para ellos sus amos.

Ahora tenemos una audiencia absolutamente incapaz de imaginar cualquier cosa diferente a lo que le dicen que imagine, y confundida y asustada en una rabia chillona cada vez que escucha las viejas historias. 

Así que, ¿cómo discernimos realmente qué es y no es verdad? ¿Especialmente en internet? Déjame ayudarte con eso: mira el cuadro de abajo…

¿Es esta persona una niña de seis años?

https://youtu.be/dCVRrybYWNE

Sí.
No.

¿Lo ves? No es tan difícil. Te doy permiso para que confíes en lo que te dicen tus sentidos. 

Así que extendemos esto a todos los ámbitos que nos preocupan. Estamos tan cualificados como cualquiera para responder las preguntas. ¿Qué sabemos sobre estas personas? ¿Qué tipo de hombre es el Cardenal Burke? ¿Qué tipo de hombre es Jorge Bergoglio? Los conocemos. Los conocemos desde hace décadas. Cualquier hombre o mujer en la vida pública puede ser juzgado por sus acciones. E internet nunca olvida.

Hilary White

[Traducido por Reyes V. Artículo original.]

Hilary White
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Nuestra corresponsal en Italia es reconocida en todo el mundo angloparlante como una campeona en los temas familia y cultura. En un principio fue presentada por nuestros aliados y amigos de la incomparable LifeSiteNews.com, la señora Hillary White vive en Norcia, Italia.

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