Sacerdote: pontífice entre Dios y los hombres

Existe en la Iglesia desde antiguo una sabia costumbre de rezar por los sacerdotes, especialmente los días jueves en que se recuerda la institución del sacerdocio y la eucaristía. Todos somos testigos, más o menos directos, del daño enorme que hacen al rebaño los malos o tibios sacerdotes; como así también somos beneficiarios de la enorme lluvia de gracias que podemos recibir a través de los buenos sacerdotes. La propuesta es recuperar los jueves sacerdotales después de la Santa Misa si fuera posible y si no, en casa o ante el sagrario recitar estas oraciones pidiendo por la conversión, la perseverancia y la santidad de los sacerdotes. Podemos empezar este Jueves Santo, cuando se recuerde la institución del sacerdocio, y a partir de ahí hacerlo todos los jueves del año o, al menos, los primeros jueves de cada mes.

El sacerdote, como el mismo Cristo, ha sido llamado a ser mediador entre Dios y los hombres: construye el puente entre Dios y los hombres. Esto es lo que significa pontífice, pontifex, el que construye puentes. Leemos en la Sagrada Escritura: «Todo pontífice, dice el Apóstol, sacado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en todo lo que mira a Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados; para que pueda compadecerse de los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de debilidad, y a causa de ella de por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados, como lo hace por el pueblo. Ninguno de arroga para sí este honor, sino el que es llamado por Dios» (Hebr. 5, 1-4). El sacrificio por excelencia es la Santa Misa.

Sacerdos alter Christus

El sacerdote hace descender sobre los hombres la misericordia y las gracias de Dios: el sacerdote, sacerdos, es el sacra dans, el que da las cosas sagradas a los hombres. Es el ministro de Cristo Sacerdote en la distribución de las gracias de la Redención. La Sagrada Escritura nos enseña: «Así, pues, nos consideren los hombres, como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1 Co. 4, 1). En resumen, el sacerdote es otro Cristo: Sacerdos alter Christus.

El sacerdote también es llamado «hombre de Dios» (1 Tim. 6, 11; 2 Tim. 3, 17). Tanto por su carácter sacerdotal como por su función sagrada, se distingue de los simples bautizados, no por una diferencia de grado, sino esencialmente.

Todos los cristianos recibimos pues a través del sacerdote los misterios de Dios y es por medio también del sacerdote que participamos del sacrificio elevado a Dios por nuestros pecados. Por eso es que la figura del sacerdote es indispensable para la vida cristiana.

San Rafael Guizar y Valencia, santo obispo mejicano, uno de los tres únicos obispos que permanecieron en México durante la persecución cristera, fue consagrado Obispo de Veracruz en 1919. Su mayor preocupación fue la formación sacerdotal. En una ocasión llegó a decir: “A un Obispo le puede faltar la mitra, el báculo o la catedral, pero lo que no le puede faltar es el Seminario”. Esta afirmación la hizo el Santo Obispo cuando en una de sus misiones otro obispo le comentó que había cerrado su Seminario por razones económicas. A los tres meses, el destinatario de estas palabras de San Rafael volvió a abrir su Seminario. ¡Tan hondo habían calado las palabras del Santo sobre la enorme importancia de la formación del clero!

Es que la Iglesia de Cristo necesita de muchos y santos sacerdotes, porque el mismo Cristo nos ha advertido acerca de lo que sucederá en los últimos tiempos: “Entonces se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán.  Surgirán numerosos falsos profetas, que arrastrarán a muchos al error; y por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará. (…) Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! (…) Así también vosotros cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas. (…) Por eso, también vosotros estad prontos, porque a la hora que no pensáis, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien puso el Señor sobre su servidumbre para darles el alimento a su tiempo?  ¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así!” (Mt. 24, 10-12, 24-25, 33, 44-46)

También Santa Hildegarda de Bingen, tiene una fuerte profecía sobre esto, que fue recordada por el Papa Benedicto XVI en oportunidad de los escándalos por sacerdotes involucrados en actos de pedofilia y sodomía:

“Vi una mujer de una tal belleza que la mente humana no es capaz de comprender. Su figura se erguía de la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un esplendor sublime. Sus ojos miraban al cielo. Llevaba un vestido luminoso y radiante de seda blanca y con un manto cuajado de piedras preciosas (…). Pero su rostro estaba cubierto de polvo, su vestido estaba rasgado en la parte derecha. También el manto había perdido su belleza singular y sus zapatos estaban sucios por encima. Con gran voz y lastimera, la mujer alzó su grito al cielo: ‘Escucha, cielo: mi rostro está embadurnado. Aflígete, tierra: mi vestido está rasgado. Tiembla, abismo: mis zapatos están ensuciados (…). Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. El que permanezcan abiertas las heridas de Cristo es precisamente culpa de los sacerdotes. Ellos rasgan mi vestido porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor de mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que tienen impuestos. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por el camino recto, es decir por el duro y severo de la justicia, y también porque no dan un buen ejemplo a sus súbditos. Sin embargo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad’. Y escuché una voz del cielo que decía: ‘Esta imagen representa a la Iglesia.  Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas los lamentos, anúncialo a los sacerdotes que han de guiar e instruir al pueblo de Dios y a los que, como a los apóstoles, se les dijo: ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”[1].

El rostro de la mujer, el que debía estar cubierto por un velo, está cubierto de polvo. ¿Ha perdido el pudor que la reservaba, la sacralidad que la preservaba? La imagen como dice Santa Hildegarda, es representación de la Iglesia y la decadencia del sacerdocio.

El Papa Benedicto XVI lo ha explicado con duras palabras:

“Hildegarda ve también las contradicciones presentes en la vida de los fieles y denuncia las situaciones más deplorables. De forma particular subraya cómo el individualismo en la doctrina y en la praxis, tanto por parte de los laicos como de los ministros ordenados, es una expresión de soberbia y constituye el principal obstáculo a la misión evangelizadora de la Iglesia respecto a los no cristianos.

Una de las cumbres del magisterio de Hildegarda es la pesarosa exhortación a una vida virtuosa que ella dirige a quien se compromete en un estado de consagración. Su comprensión de la vida consagrada es una verdadera «metafísica teológica», porque está firmemente enraizada en la virtud teologal de la fe, que es la fuente y la constante motivación para comprometerse a fondo en la obediencia, en la pobreza y en la castidad. En la realización de los consejos evangélicos, la persona consagrada comparte la experiencia de Cristo pobre, casto y obediente y sigue sus huellas en la existencia cotidiana. Esto es lo esencial de la vida consagrada”[2].

Como nos lo relata el artículo sobre la beata Anna Catalina Emmerich (aquí) en sus visiones fue testigo de los grandes dolores que ocasionó a Cristo en el Huerto de los Olivos el ver el desprecio y la indignidad con la que se maltrataba la Santa Eucaristía:

“Apareciéronse a los ojos de Jesús todos los padecimientos futuros de sus Apóstoles, de sus discípulos y de sus amigos; vio a la Iglesia primitiva tan pequeña, y a medida que iba creciendo vio las herejías y los cismas hacer irrupción, y renovar la primera caída del hombre por el orgullo y la desobediencia; vio la frialdad, la corrupción y la malicia de un número infinito de cristianos; la mentira y la malicia de todos los doctores orgullosos, los sacrilegios de todos los sacerdotes viciosos, las funestas consecuencias de todos estos actos, la abominación y la desolación en el reino de Dios en el santuario de esta ingrata humanidad, que Él quería rescatar con su sangre al precio de padecimientos indecibles. (…) Entonces me fue revelado que estos enemigos del Salvador eran los que maltrataban a Jesucristo realmente presente en el Santísimo Sacramento. Reconocí entre ellos todas las especies de profanadores de la Sagrada Eucaristía. Yo vi con horror todos esos ultrajes desde la irreverencia, la negligencia, la omisión, hasta el desprecio, el abuso y el sacrilegio; desde la adhesión a los ídolos del mundo, a las tinieblas y a la falsa ciencia, hasta el error, la incredulidad, el fanatismo y la persecución. Vi entre esos hombres, ciegos, paralíticos, sordos, mudos y aun niños. (…) Vi con espanto muchos sacerdotes, algunos mirándose como llenos de piedad y de fe, maltratar también a Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Yo vi a muchos que creían y enseñaban la presencia de Dios vivo en el Santísimo Sacramento, pero olvidaban y descuidaban el Palacio, el Trono, lugar de Dios vivo, es decir, la Iglesia, el altar, la custodia, los ornamentos, en fin, todo lo que sirve al uso y a la decoración de la Iglesia de Dios. Todo se perdía en el polvo y el culto divino estaba si no profanado interiormente, a lo menos deshonrado en el exterior. Todo eso no era el fruto de una pobreza verdadera, sino de la indiferencia, de la pereza, de la preocupación de vanos intereses terrestres, y algunas veces del egoísmo y de la muerte interior.

Aunque hablara un año entero, no podría contar todas las afrentas hechas a Jesús en el Santísimo Sacramento, que supe de esta manera. Vi a los autores de ellas asaltar al Señor, herirle con diversas armas, según la diversidad de sus ofensas. Vi cristianos irreverentes de todos los siglos, sacerdotes ligeros o sacrílegos, una multitud de comuniones tibias o indignas. ¡Qué espectáculo tan doloroso! Yo veía la Iglesia, como el cuerpo de Jesús, y una multitud de hombres que se separaban de la Iglesia, rasgaban y arrancaban pedazos enteros de su carne viva. Jesús los miraba con ternura, y gemía de verlos perderse”.

También la Santísima Virgen María ha intervenido en nuestro tiempo haciendo referencia a la impureza del clero, así en las profecías de La Salette ha dicho:

«Los Sacerdotes, Ministros de mi Hijo, los Sacerdotes…, por su mala vida, por sus irreverencias e impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se han convertido en cloacas de impureza. ¡Sí!, los Sacerdotes piden venganza y la venganza pende de sus cabezas. ¡Ay de los sacerdotes y personas consagradas a Dios que por sus infidelidades y mala vida crucifican de nuevo a Mi Hijo! Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al Cielo y piden venganza, y he aquí que la venganza está a las puertas, pues ya no se encuentra nadie que implore misericordia y perdón para el Pueblo».

De allí que la demolición de la formación de los futuros sacerdotes en los Seminarios, sumado a las traiciones a sus votos producidas por otros motivos, es la peor tragedia para la vida de la Iglesia. De allí que orar por la conversión, la perseverancia y la santidad de los sacerdotes sea algo de primordial importancia ya que todos los miembros de la Iglesia nos beneficiamos porque de las manos de los buenos sacerdotes recibimos los sacramentos, recibimos la gracia.

Jueves Sacerdotales

Existía una antigua costumbre de rezar por los sacerdotes, especialmente los días jueves en que se recuerda la institución del sacerdocio y la eucaristía. La propuesta, como queda dicho, es recuperar los jueves sacerdotales después de la Santa Misa, si fuera posible, y si no, en casa o ante el sagrario recitar estas oraciones pidiendo por la conversión, la perseverancia y la santidad de los sacerdotes. Podemos empezar este Jueves Santo, cuando se recuerde la institución del sacerdocio, y a partir de ahí hacerlo todos los jueves del año o los primeros jueves de cada mes.

Preces para los «jueves sacerdotales»

En muchos lugares, el 1er. Jueves de cada mes se destina a oír misa, comulgar y orar por los Sacerdotes, individual­mente o en corporación. En tales casos (y en cualquier otra circunstancia, a gusto de cada fiel), a continuación de la misa pueden rezarse las siguientes preces aprobadas:

Ofrecimiento

¡Oh Jesús! Sumo y Eterno Sacerdote, que, en vuestro Amor infinito por los hombres, habéis confiad  o a los sacerdotes, como ministros vuestros, la salvación de las almas. Os ofrezco, por manos de María Santí­sima, vuestra Madre y nuestra, por la santificación y multiplicación del clero, las oraciones, obras y su­frimientos de este día.

 Enviad a vuestra Iglesia muchos y santos sacerdo­tes, que trabajen sin descanso, en unión con Vos, en establecer por doquiera el Reinado de vuestro sacratísimo Corazón, hoguera de amor y manantial de santidad. Así sea.

Oración a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, por la santificación del Clero

Oh Jesús, Pontífice Eterno, Divino Sacrificador, Vos, que en un impulso de incomparable amor a los hombres nuestros hermanos, hicisteis brotar de vues­tro Corazón Sagrado el Sacerdocio Cristiano, dignaos continuar derramando sobre vuestros ministros, los torrentes vivificantes del amor infinito. Vivid en vuestros sacerdotes, transformadlos en Vos mismo, hacedlos, por vuestra gracia, instrumentos de vuestra misericordia. Obrad en ellos y por ellos, y que después de haberse del todo revestido de Vos, por la fiel imi­tación de vuestras adorables virtudes, cumplan en vuestro nombre y por el poder de vuestro Espíritu, las obras que realizasteis Vos mismo para la salva­ción del mundo. Divino Redentor de las almas, ved cuán grande es la multitud de los que aún duermen en las tinieblas del error, contad el número de las ovejas descarriadas que caminan entre precipicios, considerad la turba de pobres, hambrientos, ignoran­tes y débiles que gimen en el abandono.

Volved, Señor, a nosotros por vuestros sacerdotes, revivid verdaderamente en ellos, obrad por ellos y pasad de nuevo por el mundo enseñando, perdonan­do, sacrificando y renovando los lazos sagrados del Amor, entre el Corazón de Dios y el corazón del hom­bre. Así sea.

A todos los fieles que rezaren diariamente esta oración, Su Santidad Pío X se dignó conceder una indulgencia de 300 días una vez por día; y una indulgencia plenaria el primer  domingo o el primer viernes de cada mes. Estas indulgencias son aplicables a las almas del Purgatorio (Marzo de 1905). La práctica de rezar por el Clero el primer jueves de cada mes ha sido alentada por la Iglesia con el tesoro de las indulgencias otorgando: indulgencia plenaria a quienes asisten a dicho ejercicio, asisten a la Misa, confiesan, comulgan y ruegan a intención del Papa.

Deprecaciones en forma de Letanía

Uno – Señor, para celar tu honra y gloria, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para aumentar nuestra fe, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para sostener tu Iglesia, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para predicar tu doctrina, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para defender tu causa, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para contrarrestar el error, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para aniquilar las sectas, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para sostener la verdad, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para dirigir nuestras almas, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para mejorar las costumbres, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para desterrar los vicios, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para iluminar al mundo, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno- Señor, para enseñar las riquezas de tu Co­razón, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para hacernos amar al Espíritu Santo, Todos – Dadnos sacerdotes santos.

Uno – Señor, para que todos tus Ministros sean la luz del mundo y la sal de la tierra,

Todos – Dádnoslos muy santos.

Oración final

Corazón de Jesús, Sacerdote santo, te pedimos con el mayor encarecimiento del alma, que aumentes de día en día los aspirantes al sa­cerdocio y que los formes según los designios de tu amante Corazón.

Sólo así conseguiremos sacerdotes santos, y pronto en el mundo no habrá más que un solo rebaño y un solo pastor.

Así sea.

Jaculatorias

¡Oh Jesús, Salvador del mundo! Santificad a nuestros sacerdotes y levitas.

¡Oh María, Reina del Clero! Rogad por nosotros, obtenednos muchos y santos sacerdotes.

Andrea Greco de Álvarez

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[1] Hildegarda de Bingen, Carta a Werner von Kirchheim, año 1170.

[2] BENEDICTO PP. XVI, Carta Apostólica: Ad perpetuam rei memoriam, Santa Hildegarda de Bingen, Monja Profesa de la Orden de San Benito, es proclamada Doctora de la Iglesia universal, Dado en Roma, en San Pedro, con el sello del Pescador, el 7 de octubre de 2012.

Andrea Greco
Andrea Grecohttp://la-verdad-sin-rodeos.blogspot.com.ar/
Doctora en Historia. Profesora de nivel medio y superior en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. En esta misma Universidad actualmente se encuentra terminando la Carrera de Doctorado en Historia. Recibió la medalla de oro al mejor promedio en historia otorgada por la Academia Nacional de la Historia. Es mamá de ocho hijos. Se desempeña como profesora de nivel medio y superior. Ha participado de equipos de investigación en Historia en instituciones provinciales y nacionales. Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros. Ha coordinado y dirigido publicaciones.

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