Terrorismo islámico radical y el espíritu de las cruzadas

Cada vez que un ataque terrorista tiene lugar o un bombardero islamista planta su dispositivo mortal en un concurrido mercado o en una escuela o en un concierto,  recuerdo de nuevo una película notable que permanece grabada en mi memoria, «The day of the siege”.  He escrito sobre ella y le he recomendado en otros artículos publicados. En una versión más corta de la producción polaco-italiana, la película cuenta en escalofriante detalle el último intento musulmán importante para invadir Europa, y la culminante batalla final a las puertas de Viena el 11 de septiembre de  1683, que salvó la cristiandad de las hordas islámicas… hasta décadas recientes. El pequeño ejército cristiano de menos de 50.000 hombres, dirigido por el intrépido rey Jan Sobieski de Polonia y el príncipe Eugenio de Saboya, infligió a la fuerza turca islámica de 300,000 una derrota completa y notable.

Mientras escenas de terror islámico en Londres han dominado una vez más los titulares de anoche, saqué mi DVD  del estante. Contiene en 114 minutos emocionales bien actuados, un recuento dramático e históricamente-preciso, visualmente impresionante, de cómo nuestros antepasados se reunieron –y derrotaron-  la amenaza extrema musulmana hace 334 años. Lo que siempre me llama la atención, cuando veo «the day of the siege» es que de alguna manera el equipo de producción, escritores, y el director lograron evitar y escapar de la fuerte «cortina de hierro» políticamente correcta y la censura del estado que afecta a tantos países europeos en estos días. Para la película, además de ser un drama histórico magnífico, con toda la acción militar y el suspenso que uno podría desear, está en su corazón una epopeya religiosa excelente que nos hace un llamado a recordar nuestra historia, nuestros antepasados heroicos, que no sólo no tenían miedo de mostrar su fe, sino que también estaban dispuestos a defenderla abiertamente y morir por ella.

¿Cómo Europa y Occidente han caído desde entonces?

Nuestra fe católica, sin duda, es una fe de amor y de caridad, que invita a otros a aceptarla libremente y aceptar su gracia. Sin embargo, con demasiada frecuencia los cristianos de la era moderna olvidan el modelo de San Juan Capistrano, el valiente monje franciscano llamado el «santo soldado», que a la edad de setenta dirigió soldados húngaros, una cruz en una mano y una espada destellante en la otra, para aliviar el asedio de Belgrado (1456) por los turcos islámico otomanos. O bien, aquel intrépido fraile capuchino Beato Marco d’Aviano, quien en 1683 convenció al santo emperador romano Leopoldo I a mantenerse firme contra el ejército musulmán aparentemente invencible bajo Mustafa Kara, en Viena.

No sólo Europa, sino que en los Estados Unidos estamos pereciendo por estos cruzados desbordados en 2017.

Justo el otro día los medios de comunicación locales por aquí, incluyendo el políticamente correcto WRAL-TV [Raleigh, Carolina del Norte], estaban una vez más adulando a los estudiantes islamistas que «temían» por su seguridad por los «extremistas» y los «intolerantes» (presumiblemente blancos) cristianos. Fuimos una vez más, amonestados de que dichas minorías son una «clase protegida», y que deben disfrutar de un estatus especial. Cualquier crítica del islam, ya sea de la naturaleza más respetuoso y benigna, es ipso facto, una manifestación de prejuicios y «odio» y te llevará a una (des)honrosa mención en el Morris Dees’ Southern Poverty Law Center.

Es evidente que esta defensa vigorosa del islam es de hecho una parte integral de una continua narrativa mucho más grande, en la que ciertas minorías, ya sea en el Tercer Mundo, o aquí en los Estados Unidos (y en Europa), que han sido identificados como históricamente «oprimidos» -es decir, colonizados, dirigidos, explotados- por los europeos blancos, son ahora tótems idealizados en algo parecido a un nueva religión marxista multiculturalista. Si bien estas minorías no pueden hacer ningún mal, sus «opresores» no pueden hacer casi nada bien. Tiene que haber, más bien, una continua y sin fin expiación de nuestros pecados y culpa heredada, lo que implica, de diversas maneras, inmensos pagos de «reparación» y cambios de la riqueza, legislación de acción afirmativa, trato especial y nombramiento en la educación y el lugar de trabajo, y un estricto «fuera de límites» para cualquier crítica seria de las fallas percibidas. Y eso incluye la actitud de nuestras elites que gobiernan a los actos viciosos de terror, que explican como «actos aislados de individuos radicalizados» que han experimentado hostilidad históricamente de «la cultura dominante» y que ¡no han recibido la compensación necesaria de nuestras prestaciones sociales! Por lo tanto, en cierto sentido, dada su historia de ser oprimidos y el fracaso de Occidente para ofrecerles una recompensa adecuada, son justificados en su indignación.

Este escenario se repite casi a diario, resonando en nuestros monitores de televisión, gritándonos a través de Internet. Nuestros niños son adoctrinados por ella en las escuelas públicas; nuestra industria del entretenimiento lo insinúa en nuestras películas, nuestras artes y nuestra música. Nuestro gobierno lo legisla.

Sin embargo, sugeriría que esas tan adoradas «minorías protegidas» son, de hecho, solo peones en un conflicto mucho más grande, y ese conflicto es una guerra cultural a muerte contra el históricamente cristiano occidente, sus instituciones, sus tradiciones, y la fe fundamental de sus padres que lo crearon. Esa guerra comenzó hace siglos. Y hoy es capitaneada por las fuerzas de lo que llamamos el estado profundo, el establishment  y las élites magistrales, que buscan crear un nuevo orden mundial globalista. Ya sea con la Unión Europea o el Tratado Climático de París, o aquí en los Estados Unidos, con cientos de regulaciones sobre todo, desde el comercio, el clima y la acción afirmativa, a un dominio virtual de nuestro proceso político supuestamente «democrático» por las élites arraigadas, ese proceso aparentemente irreversible, esa guerra cultural multifacética continúa.

Y hasta que los que realmente se oponen a su triunfo se movilicen y luchen, los que como San Juan Capistrano y el Beato Marcos, que están dispuestos a tomar la cruz en una mano y la espada rápida en la otra, esa revolución antigua marchará y seguirá ocasionando estragos y destrucción de nuestra civilización y nuestra fe, usando terroristas islámicos demoníacos como soldados de infantería. Es una imagen que William Butler Yeats resumió hace un siglo en su poema, «La segunda venida» sobre la «tosca bestia», el Maligno, retenido durante veinte siglos por la «cuna mecedora» de Belén. Y esa «tosca bestia» ahora se arrastra de nuevo a recuperar el mundo.

Hace más de tres siglos a las puertas de Viena, Kara Mustapha, exclamó: «Vamos a volver en una generación posterior y abrevaremos a los caballos en el río Tíber y en el Vaticano en Roma y convertiremos la catedral de Notre Dame en una mezquita».  ¿Aún no ha pasado eso? ¿no acaso ya han sido conquistadas banlieu completas de París, Colonia, y Estocolmo por la ley sharia, zonas en las que la policía regular no se atreve a entrar? Y qué decir de los barrios de inmigrantes de Minneapolis, o Los Ángeles o Chicago, donde el Islam extremista ha echado raíces? ¿No han sido también conquistados por los enemigos de la cruz, patrocinados y defendidos por el Estado profundo… y ahora incitados por la «trahison des clercs» (traición de los intelectuales)?

Para aquellos a quienes se confió el deber sagrado de defender tanto nuestra civilización y la Iglesia, ¿acaso esos defensores no han cruzado al otro lado y entregado las llaves al enemigo? Y en ese proceso las bancas de muchas de nuestras iglesias se han vaciado, y también muchos fieles han tenido su fe subvertida y arrancada de ellos. Nuestros seminarios han sido diezmados. Y en la Roma modernista la charla es sobre… El cambio climático y la normalización de la inmoralidad.

El 21 de diciembre de 1974, el arzobispo Marcel Lefebvre habló a aquellos herederos de San Juan Capistrano y el peso de la tradición católica, cuando ofreció su «non placet» (voto negativo) a la Revolución:

«Nos adherimos de todo corazón y con toda el alma a la Roma católica, el Guardián de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa Fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y verdad.

«Debido a esta adhesión nos negamos y siempre nos hemos negado a seguir la Roma neo-modernista y las tendencias neo-protestantes, como se manifiesta claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas resultantes.»

El islam radical armado está en marcha y sus adeptos son verdaderos creyentes. Y esta vez los supuestos defensores de la fe y el occidente cristiano, incluso en Roma, han abandonado el campo, o peor aún, esperan usar el islam para derribar una civilización que ellos también detestan.

Nuestra batalla, entonces, es doblemente difícil. Porque debemos defender nuestra fe y creencias de ambos,  tanto del islam externamente como de los quintacolumnistas traidores a la fe internamente. Depende de nosotros y de grupos como la Sociedad de San Pío X para hacer avanzar los colores como «soldados de Cristo.» ¿Poseemos la fe de nuestros antepasados y tenemos el valor para oponernos a la maldad que nos envuelve, de permanecer fieles a la fe incluso si un ángel aparece y predica una doctrina contraria?

En Viena, cuando se le preguntó cómo una pequeña fuerzas cristiana podía derrotar a un enemigo abrumador que superaba en número en más de seis a uno, el Beato Marco d’Aviano respondió: «Si cree y se mantiene en la fe, va a ganar».

Dr. Boyd D. Cathey

[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]

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Edición en español de The Remnant, decano de la prensa católica en USA

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