«Una ley del Parlamento, directamente hostil a las leyes de Dios y de su santa Iglesia…»

A pesar de todo lo cual, el tribunal lo encontró culpable, y siendo incapaz de contenerse ante el veredicto del Lord Canciller [en este caso el comisionado en jefe], que ya iniciaba la resolución contra él, Tomás Moro le dijo:

«Mi Señor, cuando yo me ocupaba de la ley, el procedimiento en un caso como este era preguntar al prisionero, antes del juicio, por qué no se debía pronunciar sentencia contra él».

Con lo cual el Lord Canciller, deteniendo su resolución, que ya había iniciado parcialmente, le preguntó qué era capaz de decir en contrario. Aquel dio entonces amablemente la siguiente respuesta:

«Puesto que, mi Señor, esta acusación está basada en una ley del Parlamento, directamente hostil a las leyes de Dios y de su santa Iglesia —respecto a cuyo gobierno supremo ningún príncipe temporal de lugar alguno puede atreverse a asumir competencias legalmente, ya que pertenece legítimamente a la Sede de Roma, una preeminencia espiritual obtenida de la boca de nuestro Salvador mismo, presente en persona en la tierra, por San Pedro y sus sucesores, obispos de la misma sede, por una prerrogativa especial—, es por tanto improcedente entre cristianos acusar legalmente a ningún cristiano». (…)

Entonces, ante ello, el Lord Canciller respondió que viendo que todos los obispos, universidades y hombres mejor formados del Reino habían estado de acuerdo con esta ley, era mucho más sorprendente que él solo discutiera tan rígida y vehementemente contra todos ellos. A aquello Tomás Moro replicó diciendo:

«Aunque el número de obispos y universidades sea tan sustantivo, como sus Señorías parecen creer, sin embargo veo poco motivo por el que eso debiera hacer algún cambio en mi conciencia. Pues nada dudo de que no es con este Reino, sino con la cristiandad entera, de la que ellos no son más que una mínima parte, con la que mi mente debe estar de acuerdo. Pero si hubiera de hablar de aquellos que están ya muertos, de los que muchos son ahora santos en el cielo, estoy muy seguro de que la inmensa mayoría de ellos, todo el tiempo que vivieron, pensaban sobre esto de la manera en la que yo pienso ahora. Y por tanto no estoy obligado a adaptar mi conciencia al consejo de un Reino contra el Consejo General de la cristiandad». (…)

Después de que terminó, los comisionados le ofrecieron aun así cortésmente si tenía algo más que alegar en su defensa, para garantizarle una audiencia favorable, a lo que contestó:

«No tengo más que decir que, igual que el santo apóstol San Pablo, según leemos en los Hechos de los Apóstoles, estuvo presente y consintió en la muerte de San Esteban, y guardó las ropas de los que lo apedrearon hasta la muerte, y aun así ambos son ahora dos benditos santos en el cielo, y continuarán siendo amigos allí para siempre, así yo verdaderamente confío, y rezaré por ello con todo mi corazón, para que aunque sus Señorías han sido ahora en la tierra jueces de mi condenación, podamos en adelante en el cielo reunirnos todos juntos con alegría para nuestra salvación eterna«.

William Roper
La vida de Sir Tomás Moro

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Nuestro artículo habitual en la festividad de los santos John Fisher, obispo, y Tomás Moro – mártires. «Deus, qui beatos Martyres tuos Ioannem et Thomam veræ fidei et Romanæ Ecclesiæ principatus propugnatores inter Anglos suscitasti: eorum meritis ac precibus concede; ut eiusdem fidei professione, unum omnes in Christo efficiamur et simus. Per Dominum nostrum Iesum Christum Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia sæcula sæculorum. Amen». Santos John Fisher y Tomás Moro: ¡que por vuestra intercesión y en la profesión de la misma fe y de la supremacía de la santa Iglesia romana, seamos todos nosotros uno en Cristo!

(Artículo original. Traducido por: Reyes V.)

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