La muerte sí el Infierno no.
Roberto de Mattei
5 de agosto de 2023
«La muerte sí, el pecado no». Esta inscripción se grabó a propósito en la lápida sepulcral de la beata Anka Kolesárová, joven laica eslovaca asesinada por un soldado soviético durante la ocupación del ejército rojo; hostiae sanctae castitatis, víctima de la castidad.
Anka había nacido el 14 de junio de 1928 en un pueblo del este eslovaco no lejos de la frontera ucraniana, en el seno de una familia de hondas convicciones religiosas. Cuando contaba dieciséis años, la ocupación rusa sucedió a la alemana. durante la Segunda Guerra Mundial. El 22 de noviembre de 1944 Anka y su familia se escondieron en un sótano, pero un soldado del Ejército Rojo los descubrió. Con la idea de tranquilizarlo, el padre pidió a la joven que cocinase algo para el soldado, pero él atentó contra la pureza de ella, a pesar de que ella se había vestido con sobrias ropas negras, como habían acordado todas las mujeres del pueblo a fin de no captar de modo inconveniente el interés de las tropas. La reacción del soldado a la resistencia de Anka fue terrible: la mató a tiros ante los ojos atónitos de sus familiares. Antes de fallecer, la muchacha murmuró: «Jesús, María y José, os entrego el alma mía». Tras la caída del régimen comunista, se volvió a hablar de Anka y de su heroica muerte. Se incoó un proceso diocesano, y Anka Kolesárová fue beatificada el 1º de septiembre de 2018. Actualmente se la venera como virgen y mártir. Es la primera beata laica de su país, y se la ha llamado la María Goretti eslovaca. Su nombre añade a una legión de mártires de la pureza elevadas a la gloria de los altares durante el siglo XX, como las beatas Carolina Kozka (1898-1914), Antonia Mesina (1919-1935), Albertina Berkenbrock (1919-1931), Teresa Bracco (1924-1934), Pierina Morosini (1931-1957) y Alfonsina Anaurite Nengapela (1941-1964).
Todas estas almas electas hicieron suya la frase de Santo Domingo Savio (1842-1857), «antes morir que pecar». Frase que, muchos siglos atrás, ya repetía Santa Blanca de Castilla (1188-1252) a su hijo el futuro rey San Luis IX de Francia (1214-1270): «Prefiero verte muerto antes que manchado por un solo pecado mortal».
Dicha frase expresa un concepto de la vida diametralmente opuesto al que prevalece en la actualidad, según el cual el pecado no existe y el placer es idolatrado y erigido en norma de vida. Sin embargo, todos mueren y el juicio divino nos espera a todos, que en todo momento de la vida nos vemos obligados a elegir entre el Paraíso y el Infierno: entre entrar a la Gloria por la eternidad o separarnos para siempre de Dios.
Evocar hoy el Infierno causa molestia, desagrado y repulsión. Los mismos sacerdotes prefieren hablar del amor y de la infinita misericordia del Señor, pero no de su justicia suprema. Algunos, no pudiendo negar la existencia del Infierno, afirman que está vacío y que penas como la del fuego son algo simbólico, lenguaje figurado. La idea del Infierno ha sido abandonada, erradicada de nuestra cultura. El resultado ha sido que el Infierno, apartado de nuestros pensamientos, irrumpe a diario en nuestra vida y la vuelve con frecuencia un tormento.
Con todo, el Infierno existe, y en 1917 lo recordó en Fátima, mostrándoles a los pastorcitos un mar de fuego en el que estaban inmersas las almas de los demonios y los condenados, rebosante de gritos y gemidos de dolor y desesperación que los horrorizaron y llenaron de terror.
Hasta tal punto aterrorizó la visión del Infierno a Santa Jacinta de Fátima que la niña no dejaba de pensar en ella, y se preguntaba cómo era posible vivir como si no existiese. La Virgen le dio a Jacinta que el pecado que lleva a más almas al Infierno es el de la impureza, el cual es desgraciadamente el más extendido hoy en día, favorecido por la publicidad, los medios informativos y las modas indecentes. La impureza es una transgresión de la ley natural impresa por Dios en el corazón de todo hombre. Dos mandamientos de la Ley de Dios tienen que ver con ella: el sexto y el noveno, y dice Jesús en el Evangelio: «Bienaventurados los de corazón puro, porque verán a Dios» (Mt.5,8).
La impureza conduce al Infierno, y para que nuestra vida no tenga una conclusión tan trágica, y si no tenemos el valor para repetir las palabras de la beata Anka Kolesárová, «la muerte sí, el pecado no», sigamos al menos, dirigiéndonos a Dios: «La muerte sí, el Infierno no». Porque la muerte, que entró en el mundo con el pecado original, es una pena terrena, mientras que el Infierno es un padecimiento eterno que todo hombre puede evitar con la ayuda de Dios y con buena voluntad, renunciando al pecado. El Infierno es un lugar de tormento donde se entra y no se sale. Y la Virgen, al mostrar el Infierno a los pastorcitos, les enseñó a repetir esa jaculatoria para que la intercalaran entre las estaciones del Rosario: «Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno y lleva al Cielo a todas almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia».
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)