En Roma, en la capilla del Pontificio Seminario Mayor, en San Juan de Letrán, se venera desde hace más de dos siglos una imagen de la bienaventurada Virgen María conocida por la advocación de Nuestra Señora de la Confianza. Se trata de un pequeño cuadro en el que la Virgen tiene amorosamente en brazos al Niño Jesús, y posee un hondo significado teológico y espiritual. ¿Qué es realmente la confianza? Santo Tomás de Aquino habla de ello en el artículo 6 de la cuestión 129 de la Suma teológica, II-II. El artículo está dedicado a la magnanimidad. La magnanimidad es lo que llamamos grandeza de ánimo, la nobleza del carácter y del espíritu. El teólogo dominico Antonio Royo Marín la define como «una virtud que inclina a acometer obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes» (Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid 1962, pág. 547). La confianza, que es una forma de magnanimidad, es sin duda una manifestación de fortaleza, pero no se limita a oponerse al mal: aspira a un gran bien, ya que –según explica Santo Tomás– «puesto que la fortaleza propiamente robustece al hombre contra los males, y la magnanimidad en la búsqueda de los bienes, de ahí que la confianza pertenece con más propiedad a la magnanimidad que a la fortaleza» (q. 129, art. 6, ad 2).
La confianza es, por tanto, la virtud que caracteriza a los magnánimos, los que ejercen la virtud de la fortaleza porque aspiran a grandes bienes, pero es igualmente la virtud de quienes esperan, porque afrontan las dificultades con la convicción de que las vencerán y superarán. De esa unión de fortaleza y esperanza nace en los corazones magnánimos y generosos la virtud de la confianza, que se puede definir también como una esperanza que robustece la fortaleza. Por eso la define el Aquinate con estas palabras: spes roborata ex aliqua firma opinione. La confianza es «la esperanza robustecida por una opinión firme» (Suma teológica, q. 129, art. 6, ad 3).
Por su parte, la esperanza es la virtud teologal por la que tendemos a Dios apoyados en su bondad y omnipotencia. La confianza llega más allá de la esperanza; mejor dicho, es una esperanza más firme, más intensa, que con más perfección se abandona a la voluntad de Dios. La diferencia entre esperanza y confianza, afirma en su célebre libro sobre la confianza el P. De Saint-Laurent (1879-1949, no es de naturaleza, sino de grado e intensidad. «Las luces inciertas del alba y las cegadoras del sol del mediodía son parte de la misma jornada. Del mismo modo, la confianza y la esperanza pertenecen a una misma virtud: la una no es más que el pleno desarrollo de la otra».
En Italia se ha publicado varias veces el Libro de la confianza del P. De Saint-Laurent por la editorial Fiducia, que con su nombre (fiducia es confianza en italiano, N. del T.), quiere rendir homenaje a una virtud tan poco conocida entre los cristianos , pero tan importante para nuestra vida espiritual. «Es la confianza, ni más ni menos que la confianza, lo que debe conducirnos al Amor», escribe Santa Teresita del Niño Jesús, que, con corazón magnánimo, llega a afirmar: «Siento siempre la misma audaz confianza de llegar a ser una gran santa, porque no me fío en mis méritos, ya que no tengo ninguno, sino que espero en Aquél que es la Virtud, la Santidad misma; es simplemente Él, que contentándose con mis débiles esfuerzos me elevará por fin a Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».
La confianza es un don espiritual que debemos pedir con insistencia en oración. Entre las oraciones más bellas para obtener la confianza está la de San Claudio de la Colombière (1641-1682), que dice así:
«Señor mío y Dios mío, tengo tanta certeza de que velas por todos los que esperan en Ti y de que jamás podrá faltar nada a quienes lo esperan todo de Ti, que he decidido de ahora en adelante vivir sin ninguna preocupación y volcar sobre Ti todas mis inquietudes.
»Los hombres podrán despojarme de todo bien y del honor; enfermedades podrán privarme de las fuerzas y de los medios para servirte; el pecado podrá hacerme perder tu gracia, pro jamás de los jamases perderé la confianza en Ti.
»Otros esperarán la felicidad de las riquezas y de su ingenio; cifren otros su confianza en la inocencia de su vida, su rigor en la penitencia, la cantidad de sus buenas obras y el fervor de sus plegarias; para mí, toda la confianza es la confianza misma, confianza que nunca ha defraudado a nadie.
»Por eso tengo plena certeza de ser plenamente feliz: porque tengo una confianza inquebrantable en que lo seré y porque lo espero únicamente de Ti.
»Por mi desgraciada experiencia, no puedo menos que reconocer que soy débil e inconstante; sé bien lo que pueden las tentaciones contra la virtud más consolidada. Y sin embargo, nada podrá espantarme mientras conserve esta firme confianza en Ti. Estaré a salvo de toda desgracia y seguro de que continuaré esperando, pues espero esa misma esperanza inmutable.
»En fin, Dios mío, que estoy íntimamente persuadido de que nunca tendré una confianza excesiva en Ti, y de que obtendré de Ti siempre más de lo que espero.
»Espero también, Señor, que me sostendrás en las más frágiles debilidades. Me mantendrás firme en los más violentos asaltos y harás que mi flaqueza triunfe sobre mis más temibles enemigos.
»Tengo sobrada confianza en que siempre me amarás y en que yo también te amaré por siempre. Y para llevar al más alto grado esta confianza mía, oh Creador mío, creo en Ti por Ti mismo, por el tiempo y por la eternidad».
La confianza nos da la certeza de que nuestras oraciones serán escuchadas, y lo primero en lo que debemos creer es en la propia confianza, gracias a la cual infaliblemente obtendremos todos los bienes espirituales que pidamos e incluso los materiales en la medida en que no perjudiquen a los espirituales, a los cuales debe ordenarse todo. Eso sí, nada se perderá de nuestras oraciones, que se sintetizan en la jaculatoria Mater mea, fiducia mea. La Virgen de la Confianza que se venera en el seminario de Roma expresa esta verdad en su mirada afectuosa y consoladora. A quien confía en la Virgen no le niega nada. Todo nos es posible, en Ella y para Ella.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)