“No cierres jamás buen castellano, las tumbas de aquellos paladines. Un día, nuestro señor Rodrigo de Vivar, que sabe ganar batallas después de muerto, despertará en la huesa, y limpiando el orín de la tizona, montará en su nervioso corcel y rasgará los velos de los sepulcros y de las cunas. Y jurará por la cruz de su espada, purgar a España de renegados y felones[…]. Esa tierra que hieres, tierra sagrada es, llena de osamentas. Viviendo estás sobre una inmensa sepultura. Escucha la voz de los muertos, enseñanza y ley de los vivos. Nada de lo que fue se pierde en el sepulcro[…]. Pero llega un día en que del pueblo dormido, de la torre solariega, de la capilla destejada, sale Alonso Quijano, el hidalgo que todos llevamos dentro, y se hace fraile o soldado o poeta, y corre por esos muros con la cruz, la espada o la lira, y vuelve a resonar en el páramo la voz de los antiguos varones”.
Ricardo León, El amor de los amores, I,1.
Los ángeles con espadas
en las jambas de la puerta,
nos vamos contigo Franco
tocando dianas de alerta.
La tierra que entrelazara
tu cuerpo como un anillo
en este octubre de lluvias
se va contigo, Caudillo.
Se marchan muros,vitrales,
la roca vuelta absidal,
te acompañan los altares:
¡descanse mi General!
Las cenizas expectantes
formando un postrer connubio
te escoltarán desafiantes
al solar de Mingorrubio.
Y ese polvo enamorado
que aún tiene y tendrá sentido
deja los féretros yermos
para honrarte agradecido.
Suma el séquito de espectros
más vivos que los que viven,
los caídos por España
que en gloria tu nombre escriben.
Resuenan himnos antiguos,
flamea al sol la bandera
y un juramento se escucha:
¡reirá la primavera!
Alzó la lápida pétrea
tomó el cielo por asalto,
y se cuadró ante el cortejo
José Antonio, brazo en alto.
No han de quedar impasibles
los que formamos tu tropa,
¡reclútanos nuevamente
Espada limpia de Europa!
Dicen que se fue del Valle,
que se cumplió el deshabite,
yo digo: ¡tened cuidado
no sea que resucite!