A treinta años de las consagraciones de monseñor Lefebvre: evocación de lo sucedido en 1988

julio 1987-febrero 1988

La conmoción se había iniciado en los palacios vaticanos a primeros de julio de 1987, cuando llegó la noticia de la homilía pronunciada por monseñor Lefebvre en la misa de las ordenaciones sacerdotales celebradas en Ecône el 29 de julio del mismo año. La primera alusión fue al encuentro de dirigentes religiosos que había tenido lugar en Asís hacía unos meses, hecho histórico que hasta el día de hoy tiene perplejos a los católicos tradicionalistas. Lefebvre declaró:

Jamás en la historia se ha visto que el Papa se convierta en una especie de guardián del panteón de todas las religiones, como he recordado, transformándose en el pontífice del liberalismo.

Díganme si alguna vez se ha dado semejante situación en la Iglesia. ¿Qué podemos hacer ante tal realidad? Ciertamente llorar. Cómo lamentamos, cómo se nos desgarra el corazón y nos embarga el dolor. Daríamos la vida, derramaríamos nuestra sangre para cambiar esta situación. Pero la situación es tal, la obra que nos encomendado nuestro Buen Señor, que ante las tinieblas que envuelven a Roma, la obstinación de las autoridades romanas en su error, su negativa a regresar a la Verdad y a la Tradición, me parece a mí que el Señor pide que la Iglesia continúe. Por lo tanto, es probable que antes de rendir al buen Dios cuenta de mi vida tenga que consagrar algunos obispos.

Se entablaron negociaciones secretas. El 18 de octubre, el New York Times recogió la importante noticia del día anterior:

La Santa Sede anunció hoy planes para regularizar la situación canónica de un arzobispo francés y sus proscritos seguidores tradicionalistas, con miras a reconciliarse con uno de sus más acerbos críticos. Monseñor Marcel Lefebvre, que rechaza las novedades introducidas por el Concilio Vaticano II y ha acusado de blasfemia a S.S. Juan Pablo II, se reunió durante una hora esta mañana con el máximo exponente de la ortodoxia papal, el cardenal Joseph Ratzinger. Concluido el encuentro, la Santa Sede emitió una declaración en la que señaló que Juan Pablo II nombraría a un representante personal para investigar la orden fundada por el arzobispo y establecer nuevas reglas para la misma.

(…)

Un importante representante del Vaticano declaró: «No creo que nadie vaya a pedirle al arzobispo que firme una declaración en el sentido de que acepta todos los documentos del Concilio, pero si se está haciendo algo es porque no dice por ahí lo que decía hasta ahora». Para que la Santa Sede acepte plenamente a los sacerdotes del arzobispo y los apruebe canónicamente, deberá primero determinar si entienden del todo y aceptan las enseñanzas definidas por Roma, añadió. Esto, a su vez, puede depender de hasta qué punto esté dispuesto el arzobispo a pedir a su grey que obedezca al Vaticano, institución que ha descrito como «dominada por una mafia masónica liberal».

El representante nombrado por Juan Pablo II era el cardenal Édouard Gagnon. La visita apostólica a las comunidades de la Hermandad Sacerdotal S. Pío X se inició el 11 de noviembre de aquel mismo año de 1987 y se prolongó por un mes. En aquel entonces, la Hermandad informó:

La visita comenzó el 11 de noviembre y duró un mes. Después, monseñor Perl fue a nuestro colegio de Éghelshardt, nuestro priorato de Saarbrucken y el carmelo de Quiévrain. El sábado 21 de noviembre fue a Saint Nicolas de Chardonet, en París, y el cardenal llegó al día siguiente, si bien –intencionadamente– después de la Misa. Juntos visitaron al grupo juvenil de Francia (MJCF) y nuestra universidad (Instituto Universitario San Pío X), y se reunieron con un numeroso grupo de sacerdotes tradicionalistas de la región parisina. El 24 de noviembre llegaron a nuestro colegio de Saint Michel de Niherne, y seguidamente a la casa matriz de nuestras hermanas de Saint Michel de Brenne y el cercano carmelo de Rufec y la Fraternidad de la Transfiguración del P. Lecaureux. En Poitiers, sostuvo un encuentro con numerosos sacerdotes tradicionalistas de la zona, entre ellos el P. Reynaud (primer capellán de la MJCF), el P. André (de la Asociación Noël Pinot), el P. Coache, los dominicos de Avrillé, las benedictinas de Le Rafflay, las hermanitas de S. Francisco, etc. Seguidamente visitaron nuestra casa de retiros de Le Pointet, nuestro priorato y colegio de Unieux, el monasterio benedictino de Le Barroux, el colegio dominico de Saint Pré (Brignoles) y el otro noviciado y colegio que tenemos en Fanjeaux, nuestro colegio de Saint Joseph des Carmes, nuestra iglesia de Marsella, nuestro priorato de Lyon y nuestra principal editorial de Europa (Fideliter). Tras otro encuentro con sacerdotes en Dijon, el colegio dominico de Poully, el seminario del Santo Cura de Ars y regresaron a Ecône para la festividad de la Inmaculada Concepción.

En la Fiesta de la Inmaculada de ese año, cuando la visita tocaba a su fin, el cardenal Gagnon tuvo oportunidad de manifestar sus positivas impresiones al P. Schmidtberger, a la sazón superior general:

En todas las casas visitadas nos ha impresionado hondamente la religiosidad de todos y la importancia de las obras, sobre todo en lo relativo a catequesis, enseñanza y administración de los sacramentos. Sin duda alguna disponemos de todos los elementos necesarios para elaborar un informe muy positivo.

El P. Schmidtberger se dirigió a toda la Hermandad en una esperanzadora carta que firmó aquel mismo día:

Según sus propias palabras [del cardenal Gagnon], ha quedado con una excelente impresión de los seminarios, colegios, prioratos y comunidades religiosas simpatizantes, así como de los fieles que se congregan en torno a dichas casas. En las próximas semanas y meses habremos de acompañar su obra con nuestras fervientes oraciones.

No hubo una respuesta oficial de Roma en varios meses. Hace exactamente veinte años, en enero de 1988, Juan Pablo II recibió el informe de Gagnon. Bernard Tissier de Mallerais, uno de los sacerdotes que serían consagrados en junio, evoca en su biografía de monseñor Lefebvre la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos:

El 5 de enero de 1988, el informe de Su Eminencia había llegado al despacho del Papa, que lo leyó inmediatamente. (…) [Lefebvre] ya había señalado al cardenal Gagnon sus tres condiciones: que se garantizara su independencia de los obispos diocesanos: la Hermandad debía tener por ordinario a un superior general; que hubiera una comisión en Roma, presidida por un cardenal, pero todos sus miembros, incluido el arzobispo secretario general, fuesen nombrados por el Superior General; y por último, que hubiera tres obispos, incluido el propio Superior General [Propuesta de regularización, anexa a una carta al cardenal Gagnon, del 21 de noviembre de 1987.]

Tras un mes de silencio administrativo por parte de Roma, el 2 de febrero de 1988 el arzobispo Marcel Lefebvre planteó una vez más la cuestión que había motivado al Vaticano a actuar el año anterior. En una entrevista concedida al diario francés La Figaro que se publicó el 4 de febrero, Lefebvre declaró que si todo seguía igual se vería obligado a consagrar obispos a fin de garantizar la sucesión apostólica en la hermandad sacerdotal.

En la entrevista, Lefebvre señaló la fecha (el 30 de junio siguiente) y la cantidad de sacerdotes que serían ordenados (tres).

Marzo-mayo 1988
A fines de marzo de 1988, los rumores de una posible reconciliación del movimiento encabezado por el arzobispo Marcel Lefebvre con Juan Pablo II alcanzaron un punto álgido en Roma y en todo el mundo.
Para finales de abril, el Papa encomendó públicamente al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, que negociara las condiciones de reconciliación. El New York Times del 9 de abril informaba:
Su Santidad Juan Pablo II ha intervenido personalmente para solucionar el desacuerdo con uno de sus más acerbos críticos, instando a las autoridades vaticanas a superar la brecha abierta por el arzobispo ultraconservador francés Marcel Lefebvre.
 
Seis meses después de que la Santa Sede entablara negociaciones con miras a rehabilitar al arzobispo rebelde, Juan Pablo II ha emitido una poco habitual declaración pública afirmando su deseo de que dichas tentativas continúen. Presentó la mencionada declaración en una carta dirigida al cardenal Joseph Ratzinger, encargado de las conversaciones.
La carta exponía la voluntad manifiesta del Pontífice de llegar a un acuerdo con monseñor Lefebvre:
 
La necesidad de discernir entre lo que verdaderamente edifica a la Iglesia y lo que la destruye se ha convertido, en este periodo [postconciliar] en una necesidad particular de nuestro servicio a toda la comunidad de fieles.
Dentro de este ministerio, la Congregación para la Doctrina de la Fe cumple una función fundamental, como ponen de manifiesto los documentos que en los últimos meses ha publicado vuestro dicasterio. Entre los temas respecto a los que ha tenido que intervenir últimamente dicha congregación están los relativos a la Fraternidad San Pío X, fundada y dirigida por el arzobispo M. Lefebvre.
Vuestra Eminencia es muy consciente de cuánto empeño ha puesto la Sede Apostólica desde el principio de la existencia de la Fraternidad en garantizar la unidad eclesial en relación con dicha iniciativa. La última de tales tentativas fue la visita canónica del cardenal E. Gagnon. Vuestra Eminencia se ha ocupado de modo particular de este asunto, así como vuestro predecesor de grata memoria, el cardenal F. Šeper. Cuanto hace la Sede Apostólica, que está en contacto permanente con los obispos y la conferencia interesados, tiene la misma finalidad: que también en este caso se cumpla lo pedido por el Señor en la oración sacerdotal. (…)
Por todo ello, reitero a V. E. mi deseo de que los mencionados esfuerzos vayan adelante; no desistimos en nuestra esperanza de que, bajo el amparo de la Madre de la Iglesia, rindan sus frutos para la gloria de Dios y la salvación de la humanidad.
Con caridad fraterna,
IONANNES PAULUS PP.II
 
Por su parte, el cardenal Ratzinger había enviado una carta al arzobispo Lefebvre el 18 de marzo, solicitando a éste que nombrase a dos expertos que pudieran reunirse en Roma a primeros de abril.
A los tres días de hacerse pública la carta del Papa, la comisión extraoficial se reunió en Roma. Los padres Patrice Laroche y Bernard Tissier de Mallerais, escogidos por Lefebvre, y Tarsicio Bertone SDB, y Fernando Ocáriz (del Opus Dei), elegidos por el cardenal, y el P. Benoît Duroux OP como moderador, bajo la presidencia del propio Ratzinger.
El futuro obispo Tissier de Mallerais, biógrafo de Lefebvre, lo recuerda con estas palabras:
 
«El encuentro, que tuvo lugar los días 12 y 13 de abril cerca del Santo Oficio, se concretó en una declaración de cinco puntos. Tras añadir algunas correcciones el 4 de mayo, el arzobispo Lefebvre llegó a la conclusión de que podría firmarla, ya que le permitía hablar de ciertos puntos del Concilio y de la reforma de la liturgia y el Derecho Canónico que le parecían difíciles de reconciliar con la Tradición.»
El texto en cuestión era el célebre Protocolo de Acuerdo del 5 de mayo de 1988, dos de cuyos puntos revestían particular importancia.
En primer lugar, la comisión romana:
Será establecida por la Santa Sede una comisión para coordinar las relaciones entre los diversos dicasterios y los obispos diocesanos, así como para resolver los eventuales problemas y contiendas, y dadas las facultades necesarias para el tratamiento de las cuestiones antes indicadas (por ejemplo, el establecimiento, a petición de los fieles de un lugar de culto en un lugar donde no hay casa de la sociedad, “ad mentem,” Canon 383.2).
En segundo lugar, la importantísima cuestión de la consagración de un obispo, escogido por el Papa entre los miembros de la hermandad presentados por el arzobispo Lefebvre:

Sin embargo, por razones prácticas y psicológicas, la consagración de un miembro de obispo de la sociedad parece útil. Por esta razón, en el contexto de la doctrina y la solución jurídica de la conciliación, vamos a sugerir al Santo Padre que nombre un obispo elegido en la sociedad, propuesto por el arzobispo Lefebvre.

La grave cuestión del arzobispo M. Lefebvre estaba al parecer a punto de entrar en una nueva fase mientras se encapotaba el cielo sobre Roma aquel 5 de mayo de 1988.
Mayo-junio 1988
El arzobispo Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X recibió en la casa de la Fraternidad en Albano Laziale (próxima a Castel Gandolfo) el texto definitivo del protocolo que le envió el cardenal Ratzinger. Eran las cuatro y media de la tarde, y el anciano obispo lo firmó. Su biógrafo más exhaustivo, Tissier de Mallerais (uno de los principales negociadores aquella tarde, que el 30 de junio sería consagrado obispo), describió la escena con estas palabras:
En el rostro se le reflejaban a la perfección los sentimientos encontrados que lo agobiaban: verdadera satisfacción, como escribiría a Ratzinger, y la reservada desconfianza  de la que habló a las hermanas del convento del Cenacolo  [de las Discípulas del Cenáculo, en Velletri, cerca de Albano] a las tres de la tarde: ¿Qué diría el P. Putti [Francesco-Maria Putti, sacerdote romano tradicionalista e hijo espiritual del Padre Pío, que dirigió y formó a las hermanas hasta su muerte en 1984] si estuviera aquí?  «¿Adónde va, V.E.? ¿Qué hace?»
El arzobispo no pegó ojo en la que debió de ser una de las noches más largas de su vida. A la mañana siguiente, después de la Misa y de prima, envió una carta al cardenal fijando un ultimátum de su propio puño y letra: el plazo del 30 de junio de 1988 mencionado en una de las cartas escritas durante las negociaciones seguía siendo válido. La carta decía:
Con gran satisfacción firmé ayer el protocolo redactado los días previos. Vuestra Eminencia ha notado, sin embargo, mi honda decepción al leer la carta que me entregó con la respuesta del Santo Padre sobre las consagraciones episcopales.
Aplazar las consagraciones sine die sería, en la práctica, posponerlas por cuarta vez. En mi carta había indicado claramente que la última fecha posible sería el 30 de junio.
Dadas las circunstancias particulares de dicha propuesta, el Santo Padre podría fácilmente abreviar los trámites para que recibiésemos el mandato a mediados de junio.
En caso de que la respuesta fuera negativa, me vería obligado en conciencia a llevar adelante las consagraciones, apoyándome el acuerdo concedido en el Protocolo por la Santa Sede para la consagración de un obispo miembro de la Fraternidad.
La reserva manifestada con relación al tema de la consagración episcopal de un miembro de la Fraternidad , ya sea por escrito o de palabra, me da motivo para temer retrasos. Todo está preparado ya para el acto del 30 de junio: reservas de hoteles, medios de transporte y una amplia carpa para la celebración de la ceremonia.
Nuestros sacerdotes y feligreses se llevarían una tremenda decepción. Todos esperan que esa consagración se lleve a cabo con la anuencia de la Santa Sede; pero tras haber sido desilusionados por otras demoras no entenderían que yo aceptase una más. Son conscientes y están ante todo deseosos de que prelados auténticamente católicos les transmitan la verdadera Fe y lo hagan de un modo que les garantice la gracia salvífica a la que aspiran para ellos y para sus hijos.
A la espera de que esta solicitud no suponga un obstáculo insuperable para el proceso de reconciliación, ruego a V.E. que acepte mis respetuosos y fraternales sentimientos en Cristo y María.
+Marcel Lefebvre
 
En cuanto recibió la carta, el cardenal Raztinger canceló de inmediato la publicación del comunicado que había preparado. Esto explica el escaso eco que encontró en los medios seculares cuanto estaba sucediendo. Primero Ratzinger escribió a Lefebvre instándole a reconsiderar su postura:
He leído atentamente la carta que me acaba de dirigir comunicándome sus intenciones de consagrar a un miembro de la Fraternidad el próximo 30 de junio.
En vista de que esas intenciones son diametralmente opuestas a lo aceptado durante nuestra entrevista del pasado 4 de mayo, refrendada con su firma ayer en el Protocolo, le comunico que la publicación del comunicado ha sido pospuesta.
Lo exhorto vivamente a reconsiderar su postura de conformidad con las conclusiones del diálogo a fin de que pueda publicarse el comunicado.
Con dicha esperanza, ruego encarecidamente a Vuestra Excelencia,
Joseph cardenal Ratzinger
La tarde del 6 de mayo entregó a Juan Pablo II en el Palacio Apostólico la carta de Lefebvre.
El arzobispo regresó en seguida a Êcone y, el 10 de mayo, congregó a la mayoría de sus sacerdotes en Europa en Saint Nicolas du Chardonet (París) para explicarles el estado de la situación:
El P. [Emanuel] du Chalard me entregó la carta [de Ratzinger] en Êcone el domingo por la mañana. Yo le dije: «Dígale al secretario del cardenal que para mí ya no hay más que hablar. No cambio la fecha del 30 de junio. Es definitiva. Cada vez me siento con menos fuerzas. Hasta me cuesta viajar en automóvil. Creo que si no celebro esas consagraciones pondría en peligro la continuidad de la Fraternidad  y de los seminarios». Creo que aceptarán la fecha. Están muy deseosos de la reconciliación.
Tissier de Mallerais describe la agitación reinante a fines de mayo del 88:
El 17 de mayo, Ratzinger le escribió a Lefebvre diciendo que una carta al Santo Padre solicitando humildemente la reconciliación y el perdón sería bien recibida. La solicitud de consagrar un obispo de la Fraternidad podría proponerse sin exigir fecha alguna. (…) Lefebvre no sólo había recalcado que para él el 30 de junio era la fecha tope para garantizar su sucesión, sino que también consideraba necesario tener varios obispos. El 23 de mayo partió para Roma (…)
 
Ya en Roma, el día 24 el arzobispo presentó al cardenal su solicitud definitiva: «Comuníqueme antes del 1 de junio las intenciones de la Santa Sede con respecto a la consagración de tres obispos prevista para el 30 de junio (…) Como le escribí al Papa, un solo obispo no sería suficiente para el apostolado». Juan Pablo II respondió por intermedio del cardenal el 30 de mayo: (…) Por lo que se refiere a los obispos, «el Santo Padre está dispuesto a nombrar a uno de la Fraternidad (…) de modo que la consagración pueda tener lugar antes del 15 de agosto».
Avisado el superior general de la Fraternidad, padre Franz Schmidtberger, que se encontraba en EE.UU., se dirigió a Roma. El mismo 30 de mayo, en el priorato de la Fraternidad de Notre Dame du Pointet (en Broût-Vernet, cerca de Vichy), Lefebvre reunió a representantes de la Fraternidad y de todas las comunidades simpatizantes que se verían afectadas por su decisión, entre las que se encontraba Dom Gérard Calvet de Le Barroux y varias monjas. Muchos de los presentes estaban a favor del acuerdo, pero la mayoría al parecer se oponía. El 2 de junio, festividad del Corpus Christi, Lefebvre dirigió una carta definitiva al Papa:
2 de junio de 1988
Santísimo Padre:

Los coloquios y conversaciones con el cardenal Ratzinger y sus colaboradores, aunque hayan tenido lugar en una atmósfera de cortesía y caridad, nos han convencido de que aún no había llegado el momento de una colaboración franca y eficaz.

En efecto, si todo cristiano está autorizado para pedir a las autoridades competentes de la Iglesia que se proteja la Fe de su Bautismo, ¿Que decir de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas?

Para guardar intacta la Fe de nuestro Bautismo, debimos enfrentarnos al espíritu del Vaticano II y a las reformas por él inspiradas.

El falso ecumenismo, que está en la base de todas las innovaciones del Concilio, en la liturgia, en las nuevas relaciones de la Iglesia y el mundo, en la concepción de la misma Iglesia, conduce a la Iglesia a su ruina y a los católicos  a la apostasía.

Radicalmente opuestos a esta destrucción de nuestra Fe y resueltos a permanecer en la doctrina y en la disciplina tradicionales de la Iglesia, especialmente en lo que concierne a la formación sacerdotal y a la vida religiosa, experimentamos la necesidad absoluta  de tener autoridades eclesiásticas que compartan nuestras preocupaciones y nos ayuden a precavernos contra el espíritu del Vaticano II y contra el espíritu de Asís.

Por eso pedimos varios Obispos, elegidos en la Tradición, y la mayoría de miembros en la Comisión Romana, con el fin de poder protegernos contra todo compromiso.

Dado el rechazo de considerar nuestros pedidos, y siendo evidente que el objetivo de esta reconciliación no es en absoluto el mismo para la Santa Sede que para nosotros, creemos preferible esperar momentos más propicios cuando Roma vuelva a la Tradición. Por eso nosotros nos daremos, nosotros mismos, los medios para proseguir la Obra que la Providencia nos ha confiado, asegurados, por la carta de Su Eminencia el cardenal Ratzinger, fechada el 30 de mayo, de que la consagración episcopal no es contraria a la voluntad de la Santa Sede, puesto que ella fue concedida para el 15 de agosto.

Continuaremos rezando para que la Roma moderna, infestada de modernismo, vuelva a ser la Roma católica y reencuentre su Tradición dos veces milenaria. Entonces, el problema de la reconciliación ya no tendrá razón de ser y la Iglesia reencontrará una nueva juventud.

Dignaos recibir, Santísimo Padre, la expresión de mis sentimientos muy respetuosos y filialmente devotos en Jesús y María.

+Marcel Lefebvre

El 9 de julio el papa Juan Pablo le escribió afirmando que su plan constituía un acto cismático. El secretario del cardenal se reunió al día siguiente con el arzobispo en Êcone; el encuentro fue largo pero estéril. El 13 de junio, Lefebvre había decidido quiénes serían los cuatro sacerdotes a los que consagraría el día 30: Bernard Fellay (tesorero de la Fraternidad), Alfonso de Galarreta (superior general del distrito de Sudamérica), Bernard Tissier de Mallerais (secretario general de la Fraternidad, que había sido partidario del acuerdo de Notre-Dame du Pointet) y Richard Williamson (rector del seminario norteamericano).

El día 15, el obispo celebró una conferencia de prensa en Êcone en la que anunció las consagraciones del día 30. La noticia, ocultada al público desde primeros desde primeros de mayo, se propagó con rapidez. Todos los periódicos importantes recogieron la sorprendente declaración y la publicaron al día siguiente, entre ellos el Washington Post:

Lefebvre nombrará obispos apóstatas

El arzobispo disidente Marcel Lefebvre anunció ayer que el próximo día 30 consagrará obispos a cuatro de sus seguidores sin autorización pontificia, lo que podría dar lugar al primer cisma de la Iglesia Católica Romana en los últimos 118 años. Según declaró el arzobispo tradicionalista, de 82 años, ya no podía fiarse de Roma.

Henry Schwery, presidente de la conferencia episcopal suiza, declaró que semejante falta de disciplina constituiría formalmente un cisma.

Al día siguiente, el cardenal Bernardin Gantin, prefecto de la Congregación para los Obispos, envió una monición canónica:

En vista de que el pasado día 15 V.E. anunció su intención de crear obispos a cuatro sacerdotes sin haber obtenido el mandato pontificio que prescribe el canon 1013 del Código de Derecho Canónico, le dirijo la presente amonestación canónica pública, confirmándole que si lleva a cabo la intención arriba señalada incurrirá ipso facto en la excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica de conformidad con el canon 1382.

El día 25, Lefebvre recibió al obispo emértido de Campos (Brasil) Antônio de Castro Mayer, al cual había invitado para que le asistiera en la consagración. Y el 29 de junio de 1988, festividad de San Pedro y San Pablo, Lefebvre celebró las ordenaciones sacerdotales programadas. La tarde anterior, en Roma, durante el consistorio secreto para la creación de cardenales, S.S. Juan Pablo II declaró en su alocución:

Nos causa honda aflicción la noticia de la que todos estáis ya bien enterados de que uno de nuestros hermanos en el episcopado, después de varios años de negar la debida obediencia a la Santa Sede, afectado por la pena de la suspensión, parecía dispuesto a solicitar un acuerdo, procederá en breve a la creación de obispos sin mandato apostólico. Con ello  quebrará la unidad de la Iglesia, induciendo a bastantes de sus seguidores a una peligrosa situación de cisma. Como parece que la voluntad y el propósito de nuestro hermano son ya irrevocables, no podemos hacer otra cosa que invocar la bondad de nuestro Salvador para que ilumine a los que, mientras invocan su deber de defender de deformaciones la verdadera doctrina de la fe, abandonan la comunión con el sucesor de San Pedro y se disponen a apartarse de la unidad de la grey de Cristo, confiada al apóstol S. Pedro. Les rogamos y exhortamos de todo corazón a permanecer en la casa del Padre y comprender que toda verdad de fe y toda forma recta de vida tiene su lugar en la Iglesia y que nada contrario a la fe permanezca en ella.

El Vaticano respondería con firmeza y celeridad.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículos originales 1, 2, 3)

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RORATE CÆLI
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