Abortar la Humanae Vitae: ¿Puede la Iglesia lidiar con el salto cuántico bergogliano?

La sabiduría convencional señala que «este desastroso papado» se encuentra en un continuum de declive eclesial pos-Vaticano II, en el cual Francisco no representa sino el punto más bajo hasta ahora alcanzado. Esto es real, pero solo superficialmente. Si analizamos de una manera más profunda el fenómeno que Antonio Socci ha denominado Bergoglismo, podemos ver un quiebre concreto en el continuum; un salto cuántico hacia el reino caótico de la mente de un jesuita mal formado, fascinado por su propio desorden del pensamiento.

Una analogía con la física atómica me pareció útil al analizar los efectos del salto cuántico bergogliano. Cuando un electrón que orbita un núcleo realiza un salto cuántico (transición a un mayor nivel determinado de energía), la distancia desde el núcleo aumenta, la atracción del mismo disminuye y el átomo se vuelve menos estable, es decir que es más propenso a combinarse con otros átomos circundantes a través de la ionización. Cuando ocurre la ionización, se alcanza una nueva configuración estable de electrones.

Por analogía, el salto cuántico bergogliano induce al elemento humano de la Iglesia a alcanzar un nivel diferente de «energía» respecto al núcleo de la Tradición, desplazándose aún más lejos del núcleo de lo que estaba en el nivel de energía anterior. En consecuencia, alcanza un nuevo nivel de inestabilidad y, por ende, una mayor propensión a combinarse con el pensamiento mundano en una integración más «estable» con el mundo. Si seguimos la analogía en términos de mecánica cuántica, la teología de este Papa se puede comparar con los electrones que se encuentran en estados superpuestos de energía al mismo tiempo, tanto altos como bajos, aunque la distribución de probabilidad favorezca siempre al salto cuántico hacia un mayor, pero menos estable, estado de energía; y, por analogía, a una mayor distancia del núcleo de la Tradición, en cualquier medición del macroresultado.

El salto cuántico en cuestión es un ataque a la ley natural, particularmente respecto al Sexto Mandamiento, de lo cual no hubo ningún indicio en las declaraciones de los predecesores inmediatos de Bergoglio en el estado de «energía» más bajo de la crisis eclesial, cuando el elemento humano de la Iglesia se encontraba más cerca del núcleo de la Tradición. Existe, en este sentido, una discontinuidad importante entre Bergoglio y sus predecesores inmediatos, aunque los Papas conciliares hayan introducido un estado de inestabilidad eclesial sin precedentes.

Siguiendo la analogía con la física, podemos decir que este resultado fue claramente predecible a través de lo que podríamos llamar un bergogliano. Como la operación matemática conocida como langrangiano —que le permite a uno predecir el estado final de un sistema de partículas en movimiento desde sus coordenadas iniciales—, un bergogliano le permite a uno predecir el estado final del sistema teológico de Bergoglio desde sus primeras declaraciones. Comparado con el uso de los langragianos (lo cual no me concierne), el uso del bergogliano es notablemente simple: x(t) = y, donde «x» es la primera declaración bergogliana, «t» es tiempo e «y» es el estado final del sistema.

Por ejemplo, teniendo en cuenta nada más que la primera muestra de elogios para la «propuesta de Kasper» en el 2013, a la cual le asignamos la variable «x», la función bergogliana fue capaz de predecir el resultado final «y»: la implementación de la propuesta de Kasper, al admitir adúlteros públicos en «segundos matrimonios» a la Sagrada Comunión basándose en el «discernimiento» de sus «situaciones complejas».  Este resultado se anunció de manera formal en Amoris Laetitia (AL), pero fue fácilmente previsible a través de la implementación de la función bergogliana. Ambos Sínodos fraudulentos simplemente fueron lo que los matemáticos conocen como una «restricción holonómica», la cual elimina variables que no afectan al movimiento del sistema (bergogliano) a medida que este se desarrolla a través del tiempo. (El ejemplo clásico de esto es un péndulo —cuyo movimiento estrictamente alrededor de un arco se conoce con antelación—, su entendimiento elimina todas las demás variables de movimiento).

De la misma manera, dada la primera referencia que hizo Bergoglio acerca de la anticoncepción, dentro de los seis meses de su elección, («No podemos seguir insistiendo solamente en cuestiones relacionadas al aborto, al matrimonio igualitario y al uso de métodos anticonceptivos») o su última afirmación de que la anticoncepción es admisible para evitar la propagación del virus de Zika («No confundan evitar un embarazo con el aborto»), una función bergogliana nos permite predecir el resultado final del sistema: una «reinterpretación» de la Humanae Vitae en la cual el «discernimiento» de «situaciones complejas», que  ya se ha utilizado para la admisión de adúlteros públicos a la Sagrada Comunión según la AL, también permitiría el uso de la Pastilla en «ciertos casos».

Esta «reinterpretación» se encuentra ahora en progreso a través de una comisión semisecreta y declaraciones globo sonda por parte de colaboradores de Bergoglio, en consonancia con el Capítulo 8 de la AL. Uno de los globos sonda fue emitido por un miembro  —designado por Bergoglio— de la Pontificia Academia para la Vida, el padre Maurizio Chiodi, considerado teólogo moral. El 14 de diciembre, durante una deliberadamente notoria conferencia pública en la Gregoriana, Chiodi manifestó que hay «circunstancias —me refiero a  lo indicado en Amoris Laetitia, Capítulo 8— que precisamente por el bien de la responsabilidad, requieren anticoncepción». Chiodi, además señaló que cuando «los métodos naturales son imposibles o inviables, es necesario encontrar otras formas de responsabilidad» y que «un método artificial para la regulación de los nacimientos podría ser reconocido como un acto de responsabilidad que se lleva a cabo, no para rechazar radicalmente el regalo de un niño, sino porque en esas situaciones la responsabilidad llama a la pareja y a la familia hacia otras formas de bienvenida y hospitalidad». (Chiodi, a propósito, fue designado a la Academia después de que Bergoglio purgara a todos sus miembros, ordenara que se reescribieran los estatutos y aboliera los juramentos provida. Aquí también, el uso de la función bergogliana permite un cálculo sencillo: la Pontificia Academia para la Vida alcanzaría el estado final cuando se convierta en la Pontificia Academia Contra la Vida).

Como el mismo Bergoglio declaró: «Todo depende de cómo se interprete la Humanae Vitae… La cuestión no es cambiar la doctrina, sino profundizar y asegurar que la pastoral tenga en cuenta las situaciones y lo que las personas pueden hacer». En otras palabras, la ética de situación. Con el fin de lograr su «reinterpretación» de la Humanae Vitae de acuerdo a la ética de situación, Bergoglio, por supuesto, tendrá que mentirnos. Pero, como Sandro Magister observó, este engaño no será fácil:

 [I] Es evidente la intención del papa Francisco de realizar un cambio de rumbo —es decir, legitimar en la práctica los anticonceptivos— de la manera más sosegada, como si se tratara de una evolución natural y apropiada, libre de rupturas, en perfecta continuidad con el anterior magisterio de la Iglesia y con la «verdadera» y profunda dinámica propia de la encíclica. Pero si apenas se mira un poco más atrás, este artificio no parece nada fácil de lograr.

Magister se refiere a las enseñanzas de Pablo VI y Juan Pablo II sobre el mal intrínseco de la anticoncepción, al citar la defensa de la Humanae Vitae que realizó, en particular, Juan Pablo II en 1988 y, al señalar el concepto del mal intrínseco, en general, contra las declaraciones falsas de la primacía de conciencia:

Durante estos años, como consecuencia de la objeción a la Humanae Vitae, se ha puesto en discusión la propia doctrina cristiana de la conciencia moral, al aceptar la idea de que la conciencia es la creadora de la normal moral. De esta manera, se ha roto radicalmente el vínculo de obediencia a la santa voluntad del Creador, en la cual se funda la mismísima dignidad humana…

Pablo VI, al describir el acto de la anticoncepción como intrínsecamente ilícito, quiso enseñar que la norma moral es tal que no admite excepciones: ninguna  circunstancia personal o social nunca ha podido, ni puede, ni podrá convertir un acto así en uno coherente por sí mismo. La existencia de normas particulares en relación con el actuar intramundano del hombre, dotado de una fuerza tal que obligan a excluir, siempre y como fuere, la posibilidad de excepciones, es una enseñanza constante del Magisterio de la Iglesia que el teólogo católico no puede poner en discusión.

Claramente, Bergoglio no se siente vinculado a la enseñanza constante del Magisterio o siquiera a la «santa voluntad del Creador», desde lo cual está orquestando el despegue de su salto cuántico. Sin embargo, una vez más, cabe destacar que este salto se produce desde el nivel anterior de inestabilidad eclesial. En el nivel anterior, las innovaciones de la mal definida «paternidad responsable», introducidas por el Vaticano II, y la puesta en práctica de la Planificación Familiar Natural como una cuestión realmente virtuosa y hasta obligatoria, ya habían debilitado la adherencia a la enseñanza contra la anticoncepción, aunque la ratificación del mal intrínseco aún requería un quiebre radical que ocurrió a través de la ética de situación que Bergoglio introdujo en el Capítulo 8 de AL.

La expresión formal del estado final del sistema bergogliano se encuentra en el párrafo 303 del AL, donde se justifica la conducta intrínsecamente mala ya que es «por ahora, la respuesta más generosa que se le puede dar a Dios» y «lo que Dios mismo está pidiendo en medio de la complejidad concreta de los límites». En relación a esto, el profesor Josef Seifert llegó a la correcta conclusión de que «la consecuencia puramente lógica de esta afirmación en la Amoris Laetitia parece destruir toda la enseñanza moral de la Iglesia».

Asimismo, un cálculo bergogliano fácilmente predijo este estado final: la negación de la ley natural como tal. Por ejemplo, partiendo desde «x» como la declaración que se encuentra en el Instrumentum Laboris del fraudulento Sínodo Extraordinario de 2014 —a saber, que hoy el concepto de «ley natural» resulta ser, en distintos contextos culturales, bastante problemático, incluso totalmente incomprensible».— el resultado final «y» ya era determinable. Este resultado ha sido recientemente expuesto por el profesor Gerhard Höver, también designado por Bergoglio como miembro de la subversiva Pontificia Academia para la Vida. Citando la propia frase de Bergoglio de que «el tiempo es superior al espacio» —una aplicación curiosa de la física a la teología del proceso— Höver declara que la noción del mal intrínseco se ve alterada con el paso del tiempo, es por esto que «razones teológicas llevan al Papa Francisco a negarse a seguir aceptando esta restricción». O como el «portavoz» de Bergoglio, su compañero jesuita Antonio Spadaro, había declarado: “Debemos concluir que el Papa se percata del hecho que ya no se puede hablar de una categoría abstracta de personas ni de una praxis de integración en una norma que debe respetarse de manera absoluta en todos los casos»

Esto significa que, como Bergoglio hubiera dicho, «ya no se puede» hablar de preceptos negativos y sin excepciones de la ley natural, de los cuales nadie está exento ante ninguna circunstancia.  Bergoglio ha sometido a la propia moralidad a una variación temporal, como precisamente un langragiano expondría, por ejemplo, la dinámica de fluidos en un vector sectorial. Para Bergoglio, la verdad no es abstracta, sino totalmente real y, por lo tanto, está sujeta a un tipo de cambio morfológico a través del tiempo. De ahí su frase, una fusión típicamente modernista de una cosa con otra, de que la doctrina católica es la carne de Jesucristo:

  «La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe inquietar, sabe animar. Tiene un rostro que no es rígido, tiene un cuerpo que se mueve y crece, tiene carne tierna: la doctrina cristiana se llama Jesucristo».

[La dottrina cristiana non è un sistema chiuso incapace di generare domande, dubbi, interrogativi, ma è viva, sa inquietare, sa animare. Ha volto non rigido, ha corpo che si muove e si sviluppa, ha carne tenera: la dottrina cristiana si chiama Gesù Cristo.]

La teología bergogliana, en la cual el «tiempo es superior al espacio», ha producido el salto cuántico bergogliano en un campo cuántico de corriente teológica: esto es, la negación de la existencia del mal intrínseco como tal. Los preceptos negativos y sin excepciones de la ley natural se han reemplazado por una serie de ideales o puntos de referencia de los cuales Dios no requeriría una conformidad estricta y hasta aprobaría, de manera positiva, la desobediencia en determinadas situaciones.

En resumen, tenemos un Papa que se siente autorizado para declarar nada más que la destrucción de la moralidad, en principio. Digo en principio porque, dada la superposición de ideas contrarias en la turbulenta espuma cuántica de su pensamiento, Bergoglio cree que puede limitar su propuesta de eliminación del orden moral al prohibir de manera absoluta males intrínsecos a la esfera de la moralidad sexual, mientras que insiste en su existencia perenne con respecto a otros pecados. Los males intrínsecos que restan, no solo incluyen asesinatos y robos (no creo que haya suficientes puntos de datos para un cálculo bergogliano  respecto al aborto, a pesar de que Bergoglio haya designado miembros que justifican el aborto para la Pontifica Academia para la Vida), sino también aquellos de su propio engaño, como son los que contribuyen al «cambio climático» o la aplicación de la pena de muerte. En relación a esta última, Bergoglio declara, absurdamente lo suficiente, que la pena de muerte es «de por sí contraria al Evangelio» e «inadmisible… sin importar cuán serio sea el crimen», por lo tanto, contradice no sólo al Evangelio sino a toda la enseñanza de la Iglesia antes de su llegada tumultuosa a Roma. Según la invertida teología moral de Bergoglio, un castigo —cuya aplicación apropiada depende de circunstancias— debe condenarse como intrínsecamente malo y prohibido, mientras que la conducta sexual intrínsecamente mala que nunca se debe permitir se justifica basándose en circunstancias.

¿Qué deberían hacer los fieles ante este salto cuántico bergogliano? A este punto, debería ser obvio que el nuevo nivel de inestabilidad eclesial que ha provocado este pontificado —una inestabilidad tal, de la cual la Iglesia nunca ha sido testigo, ni siquiera durante los cincuenta años previos a la revolución posconciliar— requiere de una equitativa respuesta sin precedentes: una declaración formal por parte de los miembros de la jerarquía superior que indique que Bergoglio se ha opuesto a la sana doctrina en estos temas, que no se debe seguir su enseñanza y que si persiste en estos errores se cuestionará la validez de su propio pontificado.

La obligación moral de tal oposición debe ser clara para aquellos cardenales y obispos que han expresado su preocupación con respecto al estado de la Iglesia a cargo de Bergoglio pero que, hasta ahora, se han limitado a peticiones vagas que él ya «explicó»: lo que saben ha quedado perfectamente claro. Es increíble que ninguno haya tenido el coraje para manifestar, de manera contundente, que Bergoglio está cometiendo errores, y que sus errores, no de aquellos que siguen su ejemplo, deben ser contrariados ya que son una amenaza para la integridad de la Fe. Tal honestidad no ha sido solicitada por parte de los sacerdotes y laicos alrededor del mundo católico, aun así todos los miembros de la jerarquía superior parecen incapaces de manifestar la verdad sobre este papado desastroso. ¿A qué se debe este silencio de los jerarcas? ¿Es solamente por miedo a la represalia o existe un misterio más profundo de inequidad en el trabajo?

A menos que los miembros de la jerarquía estén dispuestos a resistirse a este Papa «en su cara (Gal 2:11)», como hizo Pablo con Pedro, no habrá una posibilidad, humanamente hablando, de repeler su gran ataque a la fe y a la moral, a no ser que fallezca o renuncie a su cargo. El fracaso continuo por parte de la jerarquía de enfrentarse a Bergoglio, aunque sus errores se estén propagando por toda la Iglesia, por defecto, invita a un juicio divino. Esto probablemente supondrá una resolución del debacle bergogliano en el medio de circunstancias devastadoras para la Iglesia y el mundo.

Uno recuerda entonces la visión relacionada al Tercer Secreto de Fátima, donde se ejecuta a un futuro Papa y a los miembros de la jerarquía en una colina en las afueras de una ciudad en ruinas que está cubierta por cadáveres. Uno también recuerda la revelación del Papa Benedicto XVI con respecto a los contenidos del Secreto en su totalidad: «la gran persecución contra la Iglesia no procede de sus enemigos externos, sino que nace del pecado dentro de la Iglesia…» Y en la actualidad, tenemos un Papa cuya misión parece ser la institucionalización del pecado dentro de la Iglesia. Si la jerarquía no detiene su locura, entonces sólo nos queda rezar para que el Cielo lo haga.

Christopher A. Ferrara

(Traducido por: Antonella Jacob. Artículo original)

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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