Abusos sexuales. Se priorizan los efectos sin atajar las causas

Nota de Adelante la Fe: Con este artículo introducimos a nuestro nuevo autor, el padre Ildefonso de Asís, un experimentado y reputado sacerdote tradicional que ha tenido a bien aceptar nuestra invitación a escribir.

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Por medio de este artículo expreso mi inquietud ante la dinámica pastoral existente en relación a los casos de abusos sexuales por parte del clero y/o religiosos consagrados. Una dinámica que prioriza la penalización del delito sin que parezca atajar el grave problema en su raíz. Comienzo por exponer los hechos:

1. Es cierto que ha habido, y por desgracia hay, casos de abusos sexuales por parte de clérigos y/o religiosos, y que basta que haya un solo caso para manifestar la más firme condena moral ante un comportamiento repugnante por parte de quien predica y debe dar ejemplo de virtud como el primero. Y que un solo caso demostrado es algo terrible ante lo que hay que tener tolerancia cero.

2. No es menos cierto que, también por desgracia, los abusos sexuales se disparan hoy en todos los segmentos de la sociedad; pero sucede que los medios informativos, en su gran mayoría, inflan y exageran sensiblemente los casos cuyos autores son religiosos incluso aunque ni siquiera hayan sido juzgados y sentenciados. Se da pues una imagen pública no cierta e ideológicamente distorsionada para atacar a la Iglesia Católica.

3. Y tampoco es menos cierto que se han dado, y dan, denuncias falsas a sacerdotes y religiosos que, una vez demostrada la inocencia, no obstante han causado un daño irreparable a la fama de estas personas acusadas desde la mentira y/o el odio a Cristo y a su Iglesia. Da la impresión de que el principio jurídico de “presunción de inocencia” no se aplica a los sacerdotes y religiosos que, desde una aberrante dinámica jurídica, han de demostrar su inocencia y no esperar a que se muestre su culpabilidad.

Pues bien: ante este panorama la estrategia a seguir por la jerarquía católica parece ser la siguiente:

A. Afirmar la contundente condena de estos hechos; lo cual es del todo loable.

B. Penalizar canónicamente a los culpables y cooperar con la justicia civil en aras a que reciban la pena correspondiente

Hasta aquí nada que añadir ni que revisar y/o corregir. El problema viene cuando:

La justicia eclesiástica va más lejos que la civil; por ejemplo cuando se actúa canónicamente contra el presunto culpable sin que haya hechos demostrados sino por la sola acusación de un tercero. Esto sucede y hay datos de ello.

– Desde ciertas diócesis se pide a los clérigos que acudan a instancias judiciales para obtener certificado negativo de delincuente sexual (o la misma diócesis provee de ello). Con lo que el sacerdote aparece como “potencial delincuente”.

– En definitiva: cuando desde la misma Iglesia se enfoca la solución del problema sobre los efectos (o consecuencias) del delito criminal (el abuso sexual) endureciendo condenas, colaborando con la justicia civil desde el traspaso de la misma presunción de inocencia, y apareciendo ante la opinión pública como institución que pide perdón del pecado antes de que el pecado se cometa.

Entonces: ¿cual podría ser la mejor estrategia pastoral ante el drama que supone que haya si quiera solo un caso?; opino, y creo que otros muchos también lo creen, que se trataría de acudir a las causas, a la raíz del problema. Eso no impide seguir combatiendo los efectos, pero priorizando la vacuna ante las causas. Y estas son las causas:

1. Desaparición casi absoluta de la formación moral sobre la santa pureza; algunos pregunta cuando fue la última vez que escucharon una homilía donde se hablara del sexto mandamiento de la ley de Dios y se exhortara a vivir la castidad. La respuesta suele ser que ni se acuerdan. Es preciso recuperara la formación católica sobre la pureza en su aspecto afirmativo (valor de la virtud propia de personas nobles, caritativas, sinceras y valientes) y en su aspecto contrario (vicio del pecado propio de personas egoístas, mentirosas, débiles y cobardes). Es urgente volver a recordar a todos los bautizados ( y en especial a los que aspiran a la vida religiosa) que la santa pureza es una virtud capital que de no ser vivida lleva al ser humano a comportarse no como los animales sino de forma más baja aún.

2. Perfil mínimo de discernimiento en los seminarios y noviciados. En no pocos de ellos aparece la enseñanza del celibato como una mera ley canónica que puede cambiar en el futuro. La formación en castidad está tan desdibujada que por medio de autores heréticos como Marciano Vidal  (con su “moral de actitudes”) han  deformado una cantidad muy grande de almas que hoy se sientan en  confesonarios y/o en cátedras teológicas o sencillamente en catequesis (desde adolescencia a matrimonio) y que a su vez deforman las conciencias de los laicos a través de ideas tales como “sexo solitario no es pecado”, “sexo con amor no es pecado aunque sea antes del matrimonio”, “autoerotismo sano”…y un largo etcétera de teorías que van generando una nueva sociedad “católica” desprendida de esa limpieza de corazón que Jesús nos pide para poder ver a Dios (lean las bienaventuranzas).

Por tanto: hay que atajar el mal en las causas del mismo, y no poner todo el empeño en la condena de los efectos y en una especie de demencial competencia por obtener el “placet” de los poderes públicos yendo más allá de lo que estos mismos poderes civiles harían en casos sospechosos o meramente denunciados. Hay que volver a predicar y formar en la santa pureza desde la doctrina católica bien expresada en el catecismo y fundamentada en la Palabra de Dios. Si no optamos, sin complejos, por ese camino, el drama seguirá extendiéndose y la jerarquía seguirá optando por colocar parches aparentes en vez de vacunar las conciencias con buena formación.

Padre Ildefonso de Asís
Padre Ildefonso de Asís
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