Acerca de la virtud de la obediencia

Recientemente en una página que se dice católica, leí que “la santidad siempre implica la obediencia”, a lo que se le agregó: “si la obediencia no te da paz es que eres soberbio”. Dejo sentado que las expresiones se traen a colación no para significar una obediencia a la Tradición Católica, sino para prejuzgar sobre obispos, sacerdotes y religiosos que, por negarse a seguir novedades, ora se los excomulga, ora se los suspende, ora se los manda a un galpón o se los tilda de rebeldes y soberbios.

La primera de las frases, en sí, es verdadera. Pero la aplicación que se hace de la misma puede esconder engaño y falsedad, más en estos tiempos donde el modernismo te está esperando fuera de tu cama para abrazarte apenas te despertás. Pues bien, precisamente quienes la usaron para zaherir, por caso, a Monseñor Marcel Lefevbre, son quienes la aplican engañosamente. Pues debe aclararse: ¿obediencia a qué? En otras palabras: ¿la santidad implica obedecer cualquier cosa? Para que la obediencia sea meritoria: ¿importa que sea razonable,  o importa que sea algo robótico, una sinrazón, por más que cause daños graves para las almas?

He aquí un adolescente que se va a confesar. Y en la confesión escuchamos:

  • “Padre, he faltado contra el cuarto mandamiento por desobedecer a mi padre. Me negué a golpear a mamá tal como me lo requirió papá.
  • ¡Oh, hijo! ¡Qué grave pecado cometiste! No debes volver a desobedecer a tu papá. Si él te pide que sopapees fuertemente a tu madre, tú golpea duro, hijo. Siempre recuerda que la santidad implica la obediencia.

Ciertamente estamos ante una imbecilidad manifiesta. Si un sacerdote amonestase en confesión a un penitente sosteniendo lo que quedó expuesto en el caso, tal sacerdote o está del remate listo para ser internado en un loquero, o está para que se lo mande a hacer una buena temporada de reajuste psicológico, moral y teológico con suspensión de la administración sacramental hasta que dé pruebas cabales de equilibrio mental, sana doctrina y fiable piedad, o está para que se lo expulse derechamente. Ahora, lo más tremendo no es el caso expuesto. Lo más grave es que esa locura es precisamente lo que viene haciendo el modernismo a escala gigantesca y eso hace ya más de sesenta años.

Al modernismo que hace décadas viene trabajando desde dentro de la Iglesia, podría figurárselo así: un gigante sacerdote apostata que obliga a sus hijos, so pretexto de obediencia y santidad, a golpear duramente a su Madre, la Iglesia Católica. Y cuántos, principalmente cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos, compraron sin mayores miramientos la falsa noción de obediencia tan difundida tras Concilio Vaticano II. Lo repetiré en este escrito también: si el modernismo se ha aplicado a modificar todo (de la manera más fina posible al principio y cada vez más grosero mientras más avanzó), ¿acaso no lo iba a hacer con la obediencia? Fue dicha virtud la que más usaron y siguen usando de modo falseado, pues fue y es la obediencia el arma principal que tuvieron y tienen para rendir las mentes a los atropellos que pergeñaron y coronaron exitosamente.

¡Hasta el Principito tenía clara la noción de obediencia tal como se lee en el capítulo x! Allí se lee: «Si yo ordenara – decía habitualmente – si yo ordenara a un general convertirse en ave marina, y si el general no obedeciera, no sería la culpa del general. Sería mi culpa.» Y aún más en las siguientes palabras sienta redondamente lo principal de la obediencia: “¿Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una tragedia, o convertirse en ave marina, y si el general no ejecutara la orden recibida, quién estaría en falta, él o yo? – Sería usted – dijo con firmeza el principito. – Exacto. Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar – prosiguió el rey. – La autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, hará la revolución. Yo tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.” Clarísimo: la autoridad se funda en la razón, no en el capricho, y el superior puede exigir obediencia cuando lo que ordena no implica un mal.

Por tanto, ciertamente la santidad implica la virtud de la obediencia, pero, ¿queda claro? La VIRTUD de la obediencia, no cualquier orden que quiera imponérsela bajo la denominación de obediencia. No cualquier antojo personal merece ser obedecido, y quien ejecuta cualquier cosa contrario a la virtud, por más que quiera dibujárselo bajo el nombre de obediencia no está actuando meritoriamente en la virtud. Ese tal no es una persona obediente virtuosamente, sino que es alguien obediente en una complacencia personal.   

He aquí el segundo engaño del que uno debe cuidarse, y es este: que si “la obediencia no te da paz es que eres soberbio”. Una vez más: ¿a qué se está llamando obediencia? ¿A lo que es ordenado y es razonable? ¿A cualquier capricho que un superior impone a un inferior? Pues si se trata de esto último, por más que el que se inclina ante lo ordenado cumpliéndolo sienta paz, tal cosa puede ser mero pacifismo o un fenómeno subjetivo producto de cierta ignorancia, mas no paz verdadera fruto del bien.    

Monseñor Marcel Lefebvre no fue ningún soberbio, fue un santo obispo, humildísimo y a su vez firmísimo. Un defensor de la fe, intrépido como San Atanasio, valentísimo como San Nicolás. No dio una trompada al modo en que el santo nombrado últimamente aplicó a Arrio, mas golpeó durísimamente durante años al modernismo, hasta que la Virgen María lo vino a buscar un 25 de marzo, día de la Anunciación. Digan lo que digan de él, pronto será reconocido como uno de los mayores defensores de la fe de los últimos siglos. Ya muchos abren los ojos y ven que gracias a su valentía la Tradición Católica quedó resguardada. Muchos lo siguen, aunque no lo digan por miedo o temor. Pronto se hará justicia con él, y quedará castigada la injusticia que se operó contra él, la misma que lo condenó por no inclinarse obsecuentemente contra los males del progresismo, del liberalismo, males que muchos jerarcas amantes del falso ecumenismo y otras corrupciones doctrinales no dejaron de seguir hasta que también murieron. Ya vamos por la “bendición” de parejas del mismo sexo: y veremos qué más vendrá. Cuentan que a San Nicolás de Bari, a causa del sopapo que le metió al hereje de Arrio, sus propios camaradas conciliares decidieron en castigo meterlo en prisión y quitarle las vestimentas episcopales: “- ¡Oh San Nicolás, te excediste golpeando a Arrio! –exclamaron-.” Mas por la noche, Jesucristo se le apareció al santo varón, lo felicitó y le devolvió todas las ropas episcopales que le fueron quitadas. Cuán distintos son los juicios humanos a los juicios de Dios. Poco falta, ¡muy poco!, para que las modernas sociedades vean, para su humillación, que los obispos a quienes se los tachó de separados, soberbios y rebeldes, han sido los que respetaron realmente los planes de Dios oponiéndose intrépidamente al modernismo bestial y nefasto.

Todavía hay quienes, como si fuéramos tontos, hacen flotar el fantasma de que los “lefebristas” corren suerte paraje a la de Lutero. Tal irrealidad e inverosímil imputación solo es posible planteársela a una piedra, a riesgo de que se vuelva volando contra la cabeza del que hizo el planteo, pues estoy seguro que hasta el mineral comprendería la falacia y, enojado, ejecutaría la volada. No es el santo obispo francés el que viene probando amiguismo con el protestantismo, sino que quienes reivindicaron posiciones de Lutero para escándalo de las almas y de toda la Iglesia, han sido, por caso, Juan Pablo II, Benedicto XVI, y, actualmente, Francisco. Son tales pontífices quienes llevaron a cabo actos ecuménicos con los protestantes. Y Francisco lo sigue haciendo a escalas alarmantes. De modo que, por favor, un mínimo de respeto intelectual. Un mínimo de sinceridad para ver y decir: ‘ver’ quienes están intentando acercamientos escandalosos con los protestantes, protestantizándose cada vez más, y ‘decir’ que se están equivocando.

  Hay quienes proponen una obediencia a la novedad y una apertura a lo tradicional, una amalgama que consideran lo más sano, una puesta en escena de dos universos que consideran posibles, válidos y de sana convivencia, no sin dejar de invocar que así se permanece en “comunión”. Y seguramente tal maniobra, lo adviertan o no, es una de las peores pestes corrosivas de la sana doctrina, pues la gota de veneno mezclada en el litro de agua no hace que el agua torne bueno al veneno, sino que hace que el veneno torne venenosa el agua. La novedad obra contra la comunión, ya que opera contra la universalidad eclesiástica. Se creen prudentes parados en el malabarismo, mas el malabarismo prepara la caída, por tanto no es católico. El catolicismo es intolerante con las invenciones seudocatólicas, y jamás de los jamases propició los malabarismos.  

En los tiempos que corren la virtud de la obediencia presenta algunas características fundamentales, hallándose alguna que otra paradoja: 1. Se aferra sin claudicar a la Tradición Católica. 2. No hace la más mínima concesión al modernismo. 3. Es completamente desobediente a la novedad, de ahí que es una ‘obediencia desobediente’ para confusión de la mentalidad moderna. 4. Quiere realizar lo bueno, de ahí que la desobediencia a lo malo, en realidad prueba obediencia y no desobediencia. 5. Sabe que no está frente a una virtud teologal, por tanto puede pecarse por defecto o por exceso; ya enseñó Santo Tomás que “la obediencia no es virtud teologal (…); sí es virtud moral, por ser parte de la justicia, y es medio entre el exceso y el defecto” (Suma Teológica II, II, Q, 104, artículo II, respuesta a la objeción II).  Por el contario, la obediencia moderna también denominada ‘falsa obediencia’, presenta estas características: 1. Adhiere a la novedad, sin chistar o chistando, mas a ella finalmente se somete. 2. Obra cosas contrarias  a la Tradición Católica. 3. Desobedece a la Tradición, de ahí que es ‘desobediente obediente’, y eso también para confusión de su mentalidad moderna. 4. Ejecuta el engaño, esto es, un mal, de ahí que la obediencia a lo malo, en realidad es prueba de desobediencia y no de obediencia. 5. Hace de la consabida virtud una suerte de virtud teologal, pues al parecer la cree absoluta.

Se quiere silenciar lo enseñado por el Doctor Angélico: “El exceso en ella –la obediencia- no depende de la cantidad, sino de otras circunstancias; por ejemplo, de que uno obedezca a quien no debe o en lo que no debe, como queda dicho al hablar de la religión” (ob. cit. respuesta a la objeción II). Vale decir que se peca contra la obediencia haciendo algo que se ordena pero que es indebido en materia religiosa. Lo cual, queda claro, prueba que uno ha de ver con la luz de su razón qué cosa se está ordenando hacer. Dirá También Santo Tomás: “A veces los preceptos de los superiores van contra Dios. Luego no se les debe obedecer en todo” (ob. cit. artículo v). Y notemos lo que dirige el santo italiano a los religiosos, a quienes los ataja con lo que llama la “obediencia indiscreta”, que consistiría en obedecer algo del superior contrario a lo querido por Dios, pues, dirá, si son ordenes “contrarias a Dios o contra la regla profesada (…) tal obediencia sería ilícita” (ob. cit. artículo V, respuesta a la objeción III).

 El modernismo va directamente contra la expresión paulina de “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. No la entiende. No la quiere vivir. No la quiere utilizar. La deforma. Él, como hace de la obediencia una medida que sí o sí debe cumplirse bastando que proceda de quien se tiene por superior, adquirió la costumbre de desobedecer a Dios antes que a los hombres. Hay quienes juzgarán dialécticamente lo anterior objetando que “quien obedece al superior obedece a Dios”, no advirtiendo en lo más mínimo que eso funciona para la VIRTUD de la obediencia, la cual está fundada en la razón, en el bien y en el orden (por eso puede ser virtuosa), y no en el mero capricho de quien por tenerse por autoridad ordena cosas disparatadas amparado en que debe ser obedecido. Ante lo expresado, nunca más oportunas las palabras del R.P. Leonardo Castellani: “La religión adulterada hace gala de la fama de los antiguos santos muertos; y persigue a los santos vivos (…). El actual modernismo religioso se apropia de las glorias terrenas de la Religión (…). Explotadores de la religión que plantaron otros” (El Apokalypsis, ed. Jus, México, 1967, págs. 245 y 246).

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.

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