Aniversarios que se conmemoran en 2017

Al igual que en la vida de los hombres, los pueblos también conmemoran aniversarios. Y en 2017 también se cumplen años de muchas cosas aunque no todas merezcan un pastel con velitas.

La efemérides que más se está comentando es la de Lutero. Han transcurrido quinientos años desde que el 31 de octubre de 1517 fijase sus 95 tesis en la amplia puerta de la catedral de Wittenberg. Con dicho gesto puso en marcha la llamada Reforma Protestante y señaló el final de la Cristiandad medieval.

Dos siglos más tarde, el 29 de junio de 1717, se funda la Gran Logia de Londres. Dicho acto está considerado el acta de nacimiento de la Francmasonería moderna, que a su vez, tiene relación directa con la Revolución Francesa. Las logias masónicas constituyeron, en efecto, laboratorios operativos de ideas en los que se gestó la Revolución de 1789.

Y el 26 de octubre de 1917, según se cuente por el calendario gregoriano o el juliano, el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky ocupó el Palacio de Invierno de San Petersburgo. De ese modo, la Revolución Rusa irrumpió en la historia y todavía no la ha abandonado.

1517, 1717 y 1917 son, pues, tres fechas plenas de simbolismo; tres acontecimientos que forman parte de un mismo proceso. En su discurso a la Acción Católica masculina del 12 de octubre de 1952, Pío XII lo resumió con las siguientes palabras: «Cristo sí, Iglesia no; (la revolución protestante contra la Iglesia); después: Dios sí, Cristo no; (la revolución masónica contra los misterios centrales del cristianismo); y por último, el grito impío: Dios ha muerto; mejor dicho: Dios jamás ha existido (la revolución comunista atea). Aquí –concluye Pío XII– tenemos el intento de construir la estructura del mundo sobre cimientos que no dudamos en señalar como los principales culpables de los peligros que acechan a la humanidad».

Tres etapas de un mismo proceso que actualmente está alcanzando la cúspide. La Iglesia lo llamó Revolución, con mayúscula, para describir su esencia metafísica y su histórica trascendencia que se remonta a varios siglos.

Con todo, este año se cumple un cuarto aniversario del que hasta ahora se ha hablado muy poco. En 2017 se cumple también el primer centenario de las apariciones de Fátima, y propongo examinar a las luz del mensaje de Fátima las tres revoluciones que se conmemoran este año.

Algunos principios que cabe recordar

Lo primero que hay que destacar es que hablamos de hechos históricos.

Las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, son un hecho histórico objetivo, no una experiencia religiosa subjetiva en la que Nuestra Señora se aparece a los tres pastorcitos.

A los historiadores imbuidos de racionalismo, entre los que se cuentan numerosos católicos, les gustaría despojar esa historia de todo carácter sobrenatural –milagros, revelaciones y mensajes del cielo–, relegándolos al ámbito privado de la fe. Ahora bien, esos milagros, apariciones y mensajes, si son auténticos son parte de la historia, del mismo modo que lo son la guerra, la paz y todo lo que consta en los anales de la historia.

Las apariciones de Fátima fueron sucesos que tuvieron lugar en un sitio concreto y en un momento determinado de la historia. Sucesos verificados por millares de testigos y por una investigación canónica que concluyó en 1930. Seis pontífices del siglo XX reconocieron públicamente las apariciones de Fátima, aunque ninguno de ellos cumpliera plenamente lo que había pedido Nuestra Señora. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI visitaron el santuario siendo papas, mientras que Juan XXIII y Juan Pablo I lo hicieron siendo respectivamente los cardenales Roncalli y Luciani. Pío XII, por su parte, envió a su delegado el cardenal Aloisi Masella. Todos ellos honraron Fátima.

Ahora bien, el mensaje de Fátima supone un hecho histórico por otro motivo. No es una revelación privada exclusivamente para el bien espiritual de quienes la recibieron –los tres pastorcitos– sino para toda la humanidad.

La Iglesia distingue entre revelaciones públicas y privadas. La Revelación pública concluyó para la Iglesia con la muerte de San Juan, el último evangelista. No obstante, Santo Tomás de Aquino enseña que las revelaciones y profecías del cielo siguen recibiéndose aun después de haber terminado la revelación pública. No para completar ni proponer nuevas doctrinas, sino para encaminar la conducta de los hombres ajustándose a ella[1]. En algunos casos, las revelaciones privadas están destinadas a la perfección espiritual de quienes reciben esos dones sobrenaturales. En otros casos, como el de los mensajes relativos al Sagrado Corazón recibidos por Santa Margarita María Alacoque, tienen por objeto el bien de la Iglesia y de toda la sociedad. El Sagrado Corazón de Jesús es el núcleo de las revelaciones de Paray-le-Monial, y el Inmaculado Corazón de María en el de las de Fátima. Fátima y Paray-le-Monial son revelaciones privadas para toda la humanidad. Poseen las características de una gran orientación espiritual en la que el Señor se ofrece a dirigir la conducta de los hombres en unos momentos determinados de la historia.

Un tercer elemento importante se deriva de que algunas revelaciones privadas, como la de Fátima, no están destinadas al bien exclusivo de unas personas particulares sino a toda la sociedad, en un periodo determinado de la historia. Las revelaciones privadas nos ayudan a interpretar los tiempos históricos en que vivimos, pero a su vez el tiempo en que vivimos nos ayuda a entender más a fondo la importancia de las revelaciones. Hay una reciprocidad. Si es cierto que las palabras de Dios arrojan luz sobre las épocas oscuras de la historia, también es verdad lo inverso: el rumbo de los acontecimientos nos ayuda a entender el sentido, a veces oscuro, de las profecías y revelaciones. En el centenario de las apariciones de Fátima se hace necesario leer las palabras de Nuestra Señora a la luz de lo sucedido a lo largo del siglo pasado, que fue un siglo de devastación[2], para que la luz de ese mensaje ilumine sin falta y con más claridad los tiempos que actualmente vivimos.

La Revolución Rusa de 1917

El trasfondo histórico en que tuvieron lugar las apariciones de Fátima fue una terrible conflicto conocido históricamente como la Gran Guerra: la primera contienda mundial, que entre 1914 y 1918 se cobró más de nueve millones de víctimas nada más en Europa. Un holocausto de sangre al que en aquel mismo año de 1917 calificó el papa Benedicto XV de matanza inútil[3]. La masacre sólo fue de utilidad para la Revolución anticristiana que vio en la guerra una oportunidad de republicanizar Europa[4] y llevar a término los objetivos de la Revolución Francesa.

La guerra trastornó el orden político que imperaba en el Viejo Continente desde 1815: el del Congreso de Viena, del cual surgió una Santa Alianza entre los imperios de Austria y Rusia frente a la Revolución liberal. Las tropas del imperio de Habsburgo se alinearon junto con las alemanas en el frente del este y contribuyeron al desplome del imperio zarista.

El 3 de abril de 1917, un mes antes de las apariciones, el jefe de la secta bolchevique, Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), hasta ese momento exiliado en Zúrich[5], regresó a Rusia en un vagón de ferrocarril blindado que puso a su disposición el estado mayor alemán, que quería que Rusia se hundiera en el mayor de los caos. Lenin incendió Rusia. Pero el fin jamás justifica los medios, y el caos no sólo arrastró a Rusia, sino al mundo entero.

Ese mismo año, el 13 de enero de 1917, otro revolucionario ruso, León Trotsky, atravesó el Atlántico con su familia y se instaló en Nueva York. Antony Sutton planteó una pregunta interesante: «¿Cómo iba a sobrevivir Trotsky, que sólo hablaba alemán y ruso, en los capitalistas EE.UU?»[6]. Lo que sí es seguro es que el presidente estadounidense Woodrow Wilson facilitó a Trotsky un pasaporte para regresara a Rusia a fin de llevar a cabo la revolución[7]. En agosto, una misión de la Cruz Roja de Estados Unidos, compuesta de abogados y financistas, llegó a Petrogrado. Su misión era en realidad una misión de los financieros de Wall Street destinada a influir a y a abonar el terreno para dominar los mercados y recursos rusos, a través de, o bien Kerensky, o los revolucionarios bolcheviques[8].

Entre el ejército alemán y los financieros de EE.UU. había intereses comunes. Esto envolvió en cierto misterio los orígenes de la Revolución Rusa.

La Revolución rusa iniciada por Lenin se llevó a cabo en dos fases: la primera fue la llamada Revolución de Febrero, que condujo a la abdicación del Zar y la instauración de una república liberal democrática dirigida por Alexander Kerensky (1881-1970).

La segunda etapa fue la Revolución de Octubre, que desencadenó la caída de Kerensky y la instauración del régimen comunista de Lenin y Trotsky. Entonces se desató una época de matanzas sin precedentes históricos.

La Revolución Rusa, como la Francesa, fue obra de una minoría, y se realizó con una celeridad sorprendente, sin que nadie se diera apenas cuenta de lo que sucedía. El reportero socialista estadounidense John Reed, que participó en la Revolución, escribió un libro titulado Diez días que estremecieron al mundo, en el que describe de modo realista el ambiente reinante en aquellos días:

«Aparentemente no pasaba nada; cientos de miles de personas se recogieron a una hora prudente, madrugaron y se fueron a trabajar. En Petrogrado los tranvías circulaban, las tiendas y restaurantes estaban abiertos, los cines también, se anunciaba una exposición de pinturas (…) La compleja rutina de la monotonía diaria seguía como siempre, incluso en medio de la guerra. No hay nada tan asombroso como la vitalidad del organismo social: persiste, se nutre, se viste, se divierte como si nada en medio de las mayores calamidades…»[9].

Fátima 1917

La Revolución Rusa no fue sólo un acontecimiento histórico, sino filosófico. En sus tesis sobre Feuerbach (1845), Marx sostiene que la misión del filósofo no consiste en interpretar el mundo, sino en transformarlo[10]. El revolucionario tiene que demostrar mediante la praxis la fuerza y la eficacia de su pensamiento. Al hacerse con el poder, Lenin realizó un acto filosófico, porque no se limitó a teorizar, sino que llevó a efecto la Revolución. En cierto modo, gracias a Lenin el socialismo de Marx y Engels se encarnó en la historia. La Revolución Rusa se muestra entonces como una parodia diabólica del misterio de la Encarnación. Al encarnarse, Jesús quiso abrir a los hombres las puertas del Cielo; la revolución marxista, en cambio, cerró las puertas del Cielo con miras a convertir la Tierra en un paraíso imposible. Fue una erupción de lo demoniaco en la historia.

Sin embargo, el Cielo respondió con una erupción de lo sagrado en la Tierra. Al otro extremo de Europa, durante esos mismos meses, estaba sucediendo otra cosa:

El 13 de mayo de 1917, en Cova de Iría –lugar aislado entre pedregales y olivares, cerca de la aldea portuguesa de Fátima, Portugal «una Señora vestida de blanco, más radiante que el sol, derramando rayos de luz, más claros y nítidos que un vaso de vidrio lleno del agua más resplandeciente penetrado por los rayos del sol» se apareció a tres niños que guardaban ovejas: Francisco, Jacinta Marto y su primita Lucía dos Santos. Aquella Señora manifestó ser la Madre de Dios, que venía a confiarles un mensaje para la humanidad, como había hecho en París, en la calle Du Bac en 1838 y en Lourdes en 1858. Nuestra Señor los citó sucesivamente los días 13 de los meses siguientes hasta octubre. Hubo seis apariciones. La última terminó con un gran milagro atmosférico, una señal prodigiosa del Cielo. La Danza del sol, presenciada por millares de personas que pudieron describirla con lujo de detalles, y que fue visible en un radio de 40 kilómetros a la redonda[11].

A partir de ese momento, la historia de Fátima y de la Rusia están entrelazadas.

La historia del siglo XX, hasta nuestros días, ha conocido el combate entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los primeros se nutren de lo que podríamos llamar el espíritu de Fátima; los segundos, del espíritu del Príncipe de las Tinieblas, que en el siglo XX se manifestó ante todo mediante el comunismo y sus diversas metamorfosis.

El secreto de Fátima

Más que un lugar, Fátima es un mensaje.

El mensaje revelado por Nuestra Señora en Fátima consta de tres partes llamadas secretos, que forman un todo orgánico y coherente. El primero es una aterradora visión del infierno en el que se precipitan las almas de los pecadores; la misericordia del Inmaculado corazón de María contrarresta ese castigo y es el remedio supremo que ofrece Dios a la humanidad para la salvación de las almas.

La segunda parte tiene que ver con una alternativa histórica de proporciones épicas: la paz, fruto de la conversión del mundo y el cumplimiento de las peticiones de Nuestra Señora, o un terrible castigo que aguarda a la humanidad si se obstina en su pecaminoso camino. El instrumento de dicho castigo sería Rusia.

La tercera parte, divulgada por la Santa Sede en junio de 2000, se explaya sobre la tragedia que reina en la Iglesia y presenta la visión de un papa y unos obispos, religiosos y laicos asesinados por sus perseguidores. Las controversias suscitadas en los últimos años con relación al Tercer Secreto corren el riesgo de oscurecer la fuerza profética de la parte central del mensaje, que se resume en dos frases decisivas: «Rusia propagará sus errores por el mundo» y «Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará».

Rusia propagará sus errores por el mundo

«Rusia propagará sus errores por el mundo». La palabra errores es precisa: el error consiste en la negación de la verdad. Luego la verdad existe y es una sola: la que mantiene y difunde la Iglesia Católica. Los errores rusos son los de una ideología que se opone al orden natural y cristiano porque niega a Dios, la religión, la familia y la propiedad privada. Este complejo de errores tiene un nombre: comunismo, el cual tiene en Rusia su centro de difusión universal.

Con demasiada frecuencia se identificado al comunismo con un régimen meramente político, olvidando su dimensión ideológica, cuando es precisamente su dimensión doctrinal la que pone de relieve Nuestra Señora.

Durante el siglo XX, la oposición al comunismo se ha limitado a identificar únicamente el comunismo de los tanques soviéticos y del Gulag, que sin duda son una expresión del comunismo, pero no constituyen su núcleo. Pío XI destacó la naturaleza ideológicamente perversa del comunismo.

«Por primera vez en la historia –afirmó Pío XI en su encíclica Divini Redemptoris del 19 de marzo de 1937– asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino.» (2 Tes. 1,4)».

Muchos anticomunistas han descuidado este aspecto, haciéndose ilusiones de que llegarían a un posible acuerdo mediante un comunismo humanitario purificado de toda violencia. No han captado la maldad ideológica intrínseca del comunismo. ¿Y dónde está el origen de dicha maldad? Los propios comunistas resumen sus errores en la fórmula del materialismo dialéctico: el universo es materia en evolución, y el alma de dicha evolución es el hegelianismo dialéctico. Este concepto filosófico panteísta encuentra su expresión política en una sociedad sin clases. El igualitarismo social y político se deriva de un igualitarismo metafísico, que no sólo niega toda distinción entre Dios y el hombre, sino que diviniza la materia negando toda distinción entre los hombres y el resto de lo creado.

Genealogía de los errores

Los errores no surgen de la nada. Los de Rusia, como todos, surgen de errores anteriores, y generan a su vez más errores. Si queremos entender del todo su naturaleza, tenemos que preguntarnos de dónde provienen esos errores y adónde nos llevan.

El texto que sirve de base al comunismo es el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895) en febrero de 1848. Éste les fue encargado a Marx y a Engels por la Liga de los Justos, organización comunista entregada a las ideas jacobinas extremas de Gracchus Babeuf (1760-1797). Entre los precursores directos del socialismo, Engels enumera, junto a los jacobinos, a los anabaptistas, los niveladores de la Revolución Inglesa y los filósofos de la Ilustración en el siglo XVIII[12].

Los anabaptistas eran la extrema izquierda de le revolución protestante, a la que el historiador George Hunston Williams (1914-2000) calificó de reforma radical, en contraposición a la reforma magisterial de Lutero y Calvino[13]. En realidad, no hubo oposición, sino desarrollo: lo que caracteriza a todas las revoluciones es que contienen ya el germen sus capacidades desde el momento de su génesis, y los principios en que hunde sus raíces el anabaptismo están en el ímpetu conferido por Lutero desde el mismo principio a su revolución religiosa en el siglo XVI.

El profesor Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995) señaló lo siguiente:

«Como los cataclismos, las malas pasiones tienen una fuerza inmensa, pero para destruir. Es fuerza tiene ya, potencialmente, en el primer instante de sus grandes explosiones, toda la virulencia que se patentizará más tarde en sus peores excesos. En las primeras negaciones del protestantismo, por eso, ya estaban implícitos los anhelos anarquistas del comunismo. Si, desde el punto de vista de la formulación explícita, Lutero no era más que Lutero, todas las tendencias, todo el estado de alma, todos los imponderables de la explosión luterana ya traían consigo, de modo auténtico y pleno, aunque implícito, el espíritu de Voltaire y de Roberspierre, de Marx y de Lenin.»[14].

Aquí hay que recalcar otro punto importante. Si bien es cierto que «las ideas tienen consecuencias»[15], no todas las consecuencias son coherentes con sus intenciones. el filósofo alemán Wilhelm Wundt (1832-1920) acuñó la expresión «heterogonía de los fines» (Heterogonie der Zwecke) para describir las contradicciones que con frecuencia se dan entre las intenciones humanas y la consecuencia de las acciones. Este heterogonía de los fines es típica de todas las utopías, que al negar la realidad están abocadas a que ésta las contradiga.

Por ejemplo, Lutero teorizó la sola fe, negando todo valor a la razón humana. Y al mismo tiempo negó la autoridad de la Iglesia en nombre de la Sola Scriptura, interpretada conforme al principio del libre examen. Los anabaptistas italianos, que se conocen como socinianos por seguir las ideas de los herejes sieneses Lelio (1525-1562) y Fausto Socino (1539-1604), asignan un papel primario a la razón, desbaratando los textos mismos de las Sagradas Escrituras mediante sus críticas.

El socinianismo es una forma de protestantismo radical que pasó de Italia a Polonia, donde floreció entre los siglos XVI y XVII. Seguidamente se trasladó a Holanda y de allí a Inglaterra cuando la Revolución Inglesa. El socinianismo es el punto de encuentro entre sectas anabaptistas de los siglos XVII y XVIII, junto con las sectas filosóficas de estructura masónica del siglo XVIII. En el templo laico de las virtudes sociales –la logia masónica– se practicaba el culto de una nueva ética liberada de las riendas de todo dogma y moral religiosa.

La relación entre el socianismo y la francmasonería se puede estudiar a través de John Toland (1670-1722), autor de Pantheisticon (1720), donde ilustra la doctrina y la organización de una sociedad de sodales socratici, que no sólo sería centro de debate filosófico y político, sino también de introducción esotérica al panteísmo, y propone a sus miembros la conformación de una república igualitaria, libre de toda superstición religiosa[16]. El panteísmo y el igualitarismo siempre están relacionados.

En 1723, tras la fundación de la Gran Logia, el pastor presbiteriano James Anderson publicó las Constituciones de la Francmasonería. Benjamín Franlin publicó nuevamente esta obra en Filadelfia en 1734. Franklin (1706-1790) fue elegido ese mismo año Gran Maestre de los masones de Pennsylvania. En diciembre de 1776, Franklin fue enviado a Francia como comisionadode los Estados Unidos. Durante su estadía en el país galo, Benjamin Franklin ejerció activamente como francmasón, ejerciendo como Venerable Maestro de la logia Les Neufs Soeurs. La fundación del Gran Oriente en 1773 señaló el comienzo de una nueva etapa: una campaña política fuera de las logias. Los masones manipularon las elecciones de marzo y abril de 1789 en Francia, y se creó un bloque en el tercer estado que estuvo dirigido por la Masonería. Entre los asociados de la logia francesa se encontraba el conde Mirabeau (1749-1791), ex embajador de Francia en Berlin, orador y estadista, que a principios de 1791 sería elegido presidente de la Asamblea Nacional.

El bibliotecario del Congreso e historiador James H. Billington escribe: «Mirabeau fue el primero en aplicar el lenguaje evocativo de la religión tradicional a las nuevas instituciones políticas de la Francia revolucionaria. En fecha tan temprana como el 10 de mayo de 1789, escribió a la asamblea de constituyentes que lo habían elegido para el Tercer Estado que los Estados Generales no tenían por objeto reformar sino «regenerar» la nación. Seguidamente definió a la Asamblea Nacional como «sacerdocio inviolable del orden público nacional», la Declaración de los Derechos del Hombre como «evangelio político» y a la constitución de 1791 como una nueva religión «por la que el pueblo está dispuesto a morir»»[17].

Mirabeau pertenecía a los Iluminados de Baviera, sociedad secreta fundada en 1776 por Adam Weishaupt, profesor de derecho canónico en la universidad alemana de Ingolstadt. Los dos libros principales por los que sabemos de la conspiración iluminista de Adam Weishaupt son Proofs of a Conspiracy, del profesor John Robison, aparecido por primera vez en 1798, y el estudio en cuatro volúmenes del padre Augustine Barruel Memoria para servir a la historia del jacobinismo, publicado en 1799. Recomiendo ambos libros. La orden tenía por objeto acabar con todas las religiones, derrocar todos los gobiernos y abolir la propiedad privada.

La Revolución Rusa no fue algo que surgiera espontáneamente. Fue fruto de un proceso que se remontaba a mucho tiempo atrás. El teórico comunista Antonio Gramsci (1891-1937) resume ese proceso revolucionario en la fórmula «filosofía de la praxis». «La filosofía de la praxis es la culminación de todo este movimiento; (…) se corresponde con el nexo entre la Reforma Protestante y la Revolución Francesa. Es filosofía que es a la vez política, y una política que es al mismo tiempo filosofía»[18].

La Revolución traicionada

Ahora bien, una falsa filosofía, politizada –es decir, llevada a la práctica– siempre traiciona sus premisas. Sólo la verdad es coherente. El error es siempre contradictorio. En este sentido, la Revolución sólo se puede establecer si se traiciona a sí misma. Como toda revolución, la comunista de octubre fue traicionada. El debate entre Stalin y Trotsky es elocuente. Trotsky acusa a Stalin de haber traicionado la Revolución. Stalin responde que la praxis, o sea la conquista y mantenimiento del poder, demuestra la verdad de su pensamiento. Los dos tenían razón y los dos se equivocaban. Quienes combaten la verdad se combaten a sí mismos.

Lo cierto es que en el siglo XX no hubo crímenes comparables con los del comunismo tanto por el tiempo que duraron, como por los territorios abarcados, como por el grado de odio generado. Pero esos crímenes son consecuencia de errores. Cuando se desplomó la Unión Soviética, puede decirse que esos errores salieron del envoltorio que los contenía y se propagaron como un miasma ideológico por todo Occidente en forma de relativismo cultural y moral.

El relativismo que actualmente se profesa y vive en Occidente tiene sus raíces en las teorías del materialismo y del evolucionismo marxista; dicho de otro modo: en la negación de toda realidad espiritual y todo elemento fijo y permanente en el hombre y la sociedad.

Antonio Gramsci es el teórico responsable de esta revolución cultural que transforma la dictadura del proletariado en dictadura del relativismo. Para Gramsci, la labor del comunismo consiste en conducir a un secularismo integral que la Ilustración había reservado a una élite reducida. A nivel social, ese secularismo ateo es accionado, según el comunista italiano, por medio de «una total secularización de la vida y las costumbres». Es decir, mediante una secularación total de la vida social que haga posible que la praxis comunista extirpe totalmente las raíces sociales de la religión. La nueva Europa sin raíces que ha eliminado toda referencia a la Cristiandad en su tratado fundacional ha realizado completamente el plan gramsciano de secularización de la sociedad.

Es preciso reconocer que la profecía de Fátima, según la cual Rusia esparciría sus errores por el mundo, se ha cumplido. La caída del Telón o Cortina de Hierro ha hecho imparable la difusión de dichos errores. Y la descomposición del comunismo ha podrido a Occidente. Por su parte, el anticomunismo ha desaparecido, porque «son muy pocos los que han podido penetrar la verdadera naturaleza del comunismo», como advirtió Pío XI en Divini Redemptoris. Hoy en día da casi vergüenza decir que se es anticomunista. Ahí radica la gran victoria del comunismo: en que ha desaparecido sin derramar una gota de sangre, sin ser llevado a juicio, sin que se lo haga objeto de acusaciones ideológicas, sin que nadie condene su memoria.

Vladimir Bukovsky escribió en su libro El juicio de Moscú:

«Todo cuanto sucede en nuestra vida, por poca que sea su importancia, es objeto de escrutinio por parte de alguna comisión. Sobre todo cuando hay muertes. Un accidente de aviación, una catástrofe ferroviaria, un accidente laboral… Y los expertos debaten, efectúan análisis, procuran determinar responsabilidades. (…) Incluso de las autoridades, si tienen la menor relación con lo ocurrido. (…) Y en este caso tenemos un conflicto (…) que ha afectado a prácticamente todos los países del mundo, costado decenas de millones de vidas y causado perjuicios por valor de miles de millones de dólares. Y que, como tantas veces se ha afirmado, ha estado a punto de ocasionar una destrucción de proporciones planetarias. Y sin embargo no hay un solo país u organización internacional que lo esté investigando.

¿Sorprende que al mismo tiempo que estamos dispuestos a investigar todo accidente nos neguemos a investigar la mayor catástrofe de nuestro tiempo? Porque en el fondo ya sabemos cuáles serían las conclusiones de tal investigación, como sabe de sobra cualquiera que haya tolerado el mal. Aunque el intelecto proporcione excusas engañosas que parezcan lógicas y aparentemente aceptables, la voz de la conciencia nos dice que nuestra caída comenzó en el momento en que aceptamos la coexistencia pacífica con el mal.»[19]

Desgraciadamente, la Iglesia Católica ha promovido y sigue promoviendo esa coexistencia pacífica con el mal.

Cuando falleció el dictador comunista Fidel Castro el 26 de noviembre de 2016, fue objeto de elogios por parte de todo Occidente, incluso de la Iglesia Católica. En una entrevista con Eugenio Scalfari, el papa Francisco, séptimo sucesor de Pío XI, comparó el comunismo con el cristianismo y declaró que las desiguañdades son «el mayor mal que aqueja al mundo»[20]. Y sin embargo, la esencia del comunismo está precisamente en la eliminación de toda forma de diferencia social, y la expresión religiosa de dicho igualitarismo es la igualización ecuménica de todas las religiones, así como su expresión filosófica es el panteísmo ecológico.

Hace poco el papa Bergoglio recibió en el Vaticano a los exponentes de los llamados movimientos populares, representantes de la nueva izquierda marxisto-ecologista, y manifestó su beneplácito hacia los regímenes promarxistas de los hermanos Castro en Cuba, Chávez y Maduro en Venezuela, Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y José Mújica in Uruguay.

El cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong y prelado de más alto rango en China, acusó en una entrevista al papa Francisco de vender a los católicos chinos al pactar con el gobierno comunista[21].

Los errores del comunismo no sólo se han esparcido por el mundo, sino que han penetrado hasta el templo de Dios, como el humo de Satanás que envuelve y sofoca el Cuerpo Místico de Cristo.

El humo de Satanás en la Iglesia

Y eso no es todo. En Fátima, Nuestra Señora mostró a los tres pastorcitos una aterradora visión del infierno al que van las almas de los pobres pecadores, y se le reveló a Jacinta que el pecado que lleva más almas al infierno es el de la impureza. ¿Quién iba a imaginar que cien años más tarde el ejercicio público de la impureza se añadiría a la ingente cantidad de pecados inmundos que se comenten, en forma de liberación sexual y mediante la inclusión uniones extramaritales, incluso homosexuales, en la legislación de los países más importantes de Occidente?

¿Y quién iba a decir que un documento pontificio, la exhortación apostólica Amoris Laetitia del papa Francisco, publicada el 8 de abril de 2016, daría carta de naturaleza al adulterio? Ni la ley divina ni la natural admiten excepciones. Los teóricos de la excepción destruyen la regla.

En una de las dudas expresadas por los cardenales al Papa, leemos: «Después de Amoris Laetitia nº 301, ¿es posible afirmar todavía que una persona que vive habitualmente en contradicción con un mandamiento de la ley de Dios, como por ejemplo el que prohíbe el adulterio, (cf. Mt 19,3-9), se encuentra en situación objetiva de pecado grave habitual?»

Lo cierto es que el hecho de que hoy en día se pueda plantear una duda semejante al Papa y a la Congregación para la Doctrina de la Fe es síntoma de la gravedad y profundidad de la crisis en que está inmersa la Iglesia.

El cardenal Kasper y otros pastores y teólogos han declarado que la Iglesia debe adaptar su mensaje evangélico a la praxis de los tiempos. Pero priorizar la praxis sobre la doctrina en es núcleo del marxismo-leninismo. Y si Marx declaró que la misión del filósofo no consiste en entender el mundo, sino en transformarlo, hoy en día muchos teólogos y pastores sostienen que la misión del teólogo no es difundir la Verdad, sino reinterpretarla en la praxis. O sea, que no hay que reformar los hábitos de los cristianos para llevarlos de vuelta a las enseñanzas del Evangelio, sino adaptar el Evangelio a la práctica indebida de los cristianos.

«Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará»

El antídoto contra la dictadura del relativismo es la pureza doctrinal y moral del Inmaculado Corazón de María. Será Nuestra Señora y no los hombres quien destruya los errores que nos amenazan. Eso sí, el Cielo ha pedido a la humanidad una colaboración concreta.

Afirma Nuestra Señora que las condiciones para impedir el castigo son: un acto público y solemne de consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, realizado por el Papa en unión con todos los obispos del mundo, y la práctica de la comunión reparadora cada primer sábado de mes.

El Concilio Ecuménico Vaticano II habría sido una oportunidad ideal para atender la petición de Nuestra Señora. En 1965, 510 arzobispos y obispos de 78 países firmaron una petición al Papa solicitando en unidad con los padres del Concilio que consagrara el mundo entero al Inmaculado Corazón de María, y de manera especial a Rusia y los otros países dominados por el comunismo. Sin embargo, Pablo VI hizo caso omiso de la solicitud.

Pío XII y Juan Pablo II hicieron actos parciales de consagración para Rusia y para el mundo, que aunque dieron sus frutos y no dejaron de tener efecto, fueron incompletos.

El 12 de mayo de 2010, Benedicto XVI elevó en la Capilla de las Apariciones una oración de consagración a Nuestra Señora pidiendo la liberación de todos los peligros que nos acechan. Pero este acto fue igualmente incompleto.

Los devotos de Fátima esperaban que el papa Francisco hiciera algo más que sus predecesores, y quedaron desilusionados. En su acto mariano de octubre de 2013, el Sumo Pontífice no mencionó el Inmaculado corazón de María ni el mundo, ni tampoco la Iglesia, no digamos Rusia. Francisco irá a Fátima el próximo 13 de mayo. ¿Qué hará y dirá en esta ocasión?

La consagración de Rusia sigue pendiente; la práctica de la comunión reparadora no está extendida; y sobre el ambiente en que estamos inmersos reina un espíritu de hedonismo degenerado, de satisfacción de todo placer y deseo prescidiendo de leyes morales. ¿Quién puede afirmar entonces, que la profecía de Fátima se ha cumplido y que los grandes acontecimientos anunciados por Nuestra Señora en 1917 han pasado a la historia?

En Fátima, Nuestra Señora no solicitó actos públicos de la jerarquía de la Iglesia. Esas acciones, que son necesarias, deben ir acompañadas de una sentida actitud de conversión interior y penitencia, como nos recuerda el Tercer Secreto, en el triple llamamiento del Ángel para que se haga penitencia.

Penitencia significa ante todo arrepentimiento, un espíritu contrito que nos haga conscientes de la gravedad de los pecados cometidos por nosotros y por otros, y que nos mueva a detestar de todo corazón esas iniquidades. Penitencia significa un repaso doctrinal y moral de todos los errores que abraza la sociedad occidental desde hace un siglo. El mensaje de Fátima nos recuerda explícitamente que la alternativa a la penitencia es un castigo aterrador que acecha a la humanidad.

Para que el mundo se salve de ese castigo es preciso un cambio de espíritu, pero no podrá hacerlo si no reconoce la enormidad de los pecados cometidos, empezando por la inclusión en las leyes de asesinatos masivos y uniones homosexuales. En ambos casos se trata de pecados que ofenden directamente a Dios, Creador de la naturaleza: pecados que, como enseña el Catecismo, claman al Cielo pidiendo venganza. Es decir, que se hacen acreedores de un gran castigo.

Si no hay arrepentimiento no se puede evitar el castigo. Y si no se alude a dicho castigo, el mensaje de Fátima queda vaciado de su hondo significado.

Penitencia significa arrepentimiento; penitencia significa aversión y odio al pecado: el odio al pecado nos debe impulsar a combatirlo y, cuando el pecado es publico, a actuar públicamente para destruir las raíces y consecuencias del mal en la sociedad. Por eso, el llamado a la penitencia del mensaje de Fátima es también una llamada a combatir los errores que corrompen totalmente la sociedad actual.

El mensaje de Fátima es más que un mensaje anticomunista: es también un mensaje antiliberal y antiluterano, ya que los errores de Rusia son descendientes de los errores de la Revolución Francesa y el protestantismo. También son los errores de la revolución anticristiana, a la que se opone la contrarrevolución católica. Como dijo el conde De Maistre, no se trata de una revolución en dirección contraria, sino que es lo contrario de la Revolución en todos sus aspectos políticos, culturales y religiosos[22].

Fatima se opone diametralmente a 1917, 1717 y 1517. Estas fechas no las vamos a celebrar.

Permítanme que les recuerde una revelación de Nuestra Señora en Fátima de la que tuvimos noticia hace sólo unos años. Exactamente en 2013 cuando el Carmelo de Coimbra publicó el libro Um caminho sob o olhar de Maria (un camino bajo la mirada de María).

A eso de las cuatro de la tarde del 3 de enero de 1944, en la capilla del convento de Tuy, estando sor Lucía ante el Tabernáculo, Nuestra Señora la instó a escritir el texto del Tercer Secreto. Sor Lucía lo cuenta con estas palabras:

«Sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios, y en Él vi y oí: «La punta de la lanza, como la llama que se desprende, toca el eje de la Tierra, y ésta se estremece: montañas, ciudades, pueblos y aldeas con sus habitantes son sepultados. El mar, los ríos y las nubes salen de sus límites, desbordándose, inundando y arrastrando consigo en un remolino casas y personas sin número, que no se pueden contar; es la purificación del mundo por el pecado en el que está inmerso. El odio, la ambición, provocan la guerra destructora.» Después sentí, en el palpitar acelerado del corazón y en mi espíritu, el eco de una voz suave que decía: «En el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia santa, Católica y Apostólica. En la eternidad, ¡el Cielo!» Esta palabra, Cielo, me llenó el alma de paz y felicidad, de tal forma que casi sin darme cuenta, quedé repitiendo por mucho tiempo: ¡El Cielo, el Cielo!»[23].

Nuestra Señora nos recuerda que un castigo temible aguarda a la humanidad, y que la profesión de la fe católica en su totalidad es necesaria en los tiempos dramáticos que vivimos. Una sola Fe, un solo Bautismo, una sola Iglesia. No debemos, pues, abandonar la Iglesia, sino volver a Ella y vivir y morir en Ella, ya que fuera de la Iglesia no hay salvación. Fuera de sus puertas no hay otra cosa que el abismo inconsolable del infierno. La alternativa sigue siendo o el Cielo o el Infierno, de cada uno de los cuales tenemos una degustación previa en la Tierra. Para las naciones, el infierno es una sociedad atea, anárquica e igualitaria. Y el Paraíso para ellas es una civilización cristiana austera, jerárquica y sagrada.

Instauramos el Cielo en la Tierra combatiendo en defensa de la verdadera Iglesia, con tanta frecuencia abandonada por los propios clérigos.

La exclamación final de: «¡El Cielo, el Cielo!» parece aludir a la dramática elección entre el Cielo, donde las almas salvadas alcanzan la eterna dicha, y el infierno, donde los condenados sufren por la eternidad.

Para escapar de la muerte en el tiempo y la eternidad sólo hay una salida: combatir los desórdenes del mundo moderno, declarar en nuestra vida y en la sociedad los principios perennes del orden cristiano y natural. Ese fue el camino elegido por muchos santos a los que debemos tener por modelos, como San Maximiliano Kolbe (1894-1941).

El 17 de octubre de 1917, en vísperas de la Revolución Rusa y sin tener la menor idea de las apariciones de Fátima, el joven franciscano polaco fundó la Milicia de la Inmaculada para combatir la Masonería, que celebraba el 200 aniversario de la fundación de la Gran Logia de Londres con blasfemos desfiles por las calles de Roma. San Maximiliano Kolbe fue uno de los santos que profetizaron el triunfo del Inmaculado Corazón de María.

El triunfo del Inmaculado Corazón de María, que es también el Reino de María anunciado por muchas almas privilegiadas, no es otra cosa que el triunfo en la historia del orden cristiano y natural preservado por la Iglesia. Nuestra Señora anunció que dicho triunfo sería el colofón de una larga prueba de tiempos difíciles de penitencias y luchas, pero también de inmensa confianza en su promesa.

Dirijámonos, pues, a Ella en este centenario de sus apariciones para pedirle que se apresure ya a hacer de nosotros instrumentos, en nuestra época, de su victoria contra la Revolución: super Revolutionem victoria in diebus nostris, que equivale a decir:

Al final, su Inmaculado Corazón triunfará.

Roberto de Mattei

(Traducido por J.E.F)

[1]  Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, 174, 6 ad 3.

[2] Robert Conquest, Reflections on a ravaged Century, W. W. Norton & Company, New York 2001.

[3] Benedicto XV, carta del 1º de agosto de 1917, in AAS IX (1917) p.421-423.

[4] Ferenc Fejtő, Requiem pour un empire défunt, Lieu Commun, París 1988, pp. 308, 311

[5] Alexander Solzhenitsyn, Lenin in Zurich, Book Club Associates, London 1976.

[6] Anthony Sutton,Wall Street and the Bolshevik Revolution, Arlington House, New Rochelle 1974, p. 22

[7] Sutton,op. cit., p. 25

[8]  Sutton,op. cit., pp. 86-88

[9] John Reed,Ten Days that Shook the World, Boni and Liveright, New York 1919, p. 112

[10] Tesi su Feuerbach, tr. it. in Feuerbach-Marx-Engels,Materialismo dialettico e materialismo storico, a cura di Cornelio Fabro, La Scuola, Brescia 1962, pp. 81-86

[11] Martins dos Reis,O Milagre do Sol e o Segredo de Fátima, Ed. Salesianas, Porto, 1966

[12]  Frederick Engels, The Development of Socialism. From Utopia to Science, 1878, tr. tr. it. Editori Riuniti, Roma 1958, pp. 15-17.

[13]  George H. Williams, The Radical Reformation, Westminster Press, Philadelphia 1962

[14]  Plinio Correa de Oliveira, Revolución y contrarrevolución, Editorial Fernando III el Santo, Bilbao, 1978, pp. 51-52.

[15] Richard M. Weaver, Ideas have consequences, The University of Chicago Press, Chigago & London 2013.

[16] Margaret C. Jacob, The Newtonians and the English Revolution, Cornell University Press, Ithaca 1976

[17] James H. Billington, Fire in the Minds of Men: Origins of the Revolutionary Faith, Basic Books 1980, pp. 19-20.

[18] Antonio Gramsci,Quaderni dal Carcere, [Prison Notebooks] edizione critica dell’Istituto Gramsci, by Valentino Gerratana, Einaudi, Torino 1975, vol. III, p. 1860

[19] Vladimir Bukovsky, Gli archivi segreti di Mosca, tr. it., Spirali, Milán 1999, pp. 62, 65.

[20] La Repubblica, 11 de noviembre de2016.

[21] LifeSiteNews 22nd February 2017

[22]  Joseph de Maistre, Considérations sur la France, cap. X, 3, in Œuvres complètes, Vitte, Lyon-Paris 1924, t. I, p. 157

[23] Carmelo de Coimbra, Um Caminho sob o olhar de Maria, Ediçoes Carmelo, Coimbra 2012, p. 267

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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