Aprender las cuatro Postrimerías con Dante (Padre Cipola)

 Homilía del último domingo después de Pentecostés

Del evangelio de hoy: Porque, como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre… Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro. (Mt. 24, 27 y ss.)

Los críticos literarios son un grupo espinoso y dogmático, pero siempre han estado de acuerdo en que una de las más grandes obras de la literatura occidental es la Divina Comedia de Dante, tanto como poesía como épica humana. Hace unos pocos años, una organización de derechos humanos llamada Gherush 92, que actúa como consultora de las Naciones Unidas sobre racismo y discriminación, exigió la prohibición de la Divina Comedia de Dante, específicamente su primera parte llamada Infierno, en las aulas. La épica de Dante es “ofensiva y discriminatoria” y no tiene lugar en un aula moderna, dijo Valentina Sereni, la presidente del grupo. Siguió diciendo: “No estamos a favor de la censura ni de quemar libros, pero nos gustaría que se reconociera, de forma clara y sin ambigüedad, que en la Divina Comedia hay un contenido racista, islamofóbico y antisemítico. El arte no puede estar por encima de la crítica”. Continúa con que los escolares que estudiaban la obra carecían de los “filtros” para apreciar su contexto histórico y estaban siendo alimentados con una dieta venenosa de antisemitismo y racismo.

No se podría pedir un ejemplo mejor de dónde se encuentra la cultura occidental postmoderna que este sermónirracional de la signora Sereni. Y los que estamos aquí esta mañana acabamos de oír el evangelio de este domingo que habla de los últimos tiempos y habla en términos gráficamente violentos y nada ambiguos: que todo esto llegará a su fin y una parte integrante del fin es el juicio, el juicio de Dios en cada persona que es parte de este mundo, como se suele decir. Este asunto de prohibir la Divina Comedia es de un interés existencial para mí, porque enseñé el Infierno en mi clase de Latín Avanzado en mi escuela, junto con el sexto libro de la Eneida de Virgilio, ambos relativos a descripciones del inframundo o, en círculos políticamente incorrectos, del infierno. El hecho es, y esto es lo que es relevante para los católicos, que los temores de la signora Sereni de que los alumnos carezcan de los filtros para descartar la basura del infierno están bastante infundados. Porque el hecho es que no hay filtros para descartar nada. O más bien: los filtros funcionan muy bien en una cultura en la que el individuo y sus carencias son fundamentales para entender cualquier cosa. La mayoría de los estudiantes, incluidos los estudiantes católicos, tratarían el Infierno de Dante como a cualquier composición literaria del pasado: como si estuvieran leyendo El Paraíso perdido, o Don Quijote, o Huckleberry Finn, o, mejor aún, Alicia en el país de las maravillas. La misma premisa del Inferno, que la justicia de Dios exige la existencia del infierno cuyos moradores son torturados con varios castigos por la eternidad, es incomprensible para la mayoría de los estudiantes de hoy en la cultura occidental, incluyendo a los católicos que han soportado los “rigores” de la educación religiosa para poder confirmarse. Ellos son lo que nos concierne aquí y ahora, pero no podemos rechazar la preocupación también por los que son producto de un protestantismo desnaturalizado y descristianizado para quienes la cultura postmoderna, efectivamente, ha neutralizado el aguijón del evangelio.

¿Por dónde se puede empezar a afrontar las dificultades de la señora Sereni con los que están en el infierno de Dante? ¿Con los lujuriosos? ¿Con los herejes? ¿Con los blasfemos? ¿Con los sodomitas?¿Con los usureros? ¿ Con los proveedores de vicios? ¿ Con los asesinos? ¿ Con los traidores a su país y a sus amigos? ¿ Con Judas Iscariote? ¿Con Lucifer? No hay por dónde empezar, porque el decadente mundo de Occidente en que vivimos no tolerará juico de ninguna clase  excepto el juicio que es seguro, el juicio que no les concierne. Y así se regocijan en la condenación de la avaricia corporativa (algo en lo que se pone el dedo demasiado cerca de la llaga demasiado a menudo en esta parte del mundo), del rico que no cuida lo bastante del pobre, del estado de la educación de las minorías, de la desigualdad de los sexos en los lugares de trabajo, y cosas así. Pero esta condenación es del momento y de ninguna relevancia personal. No tiene consecuencias eternas. Es un postureo, ya que nada de esto se refiere al juicio de Dios ni a los últimos tiempos, sobre los cuales ni ellos ni nosotros tenemos control.

Cuando se enseña el Infierno, hay que escoger: enseñarlo como una de las más grandes obras literarias del canon occidental y comentar sobre él como si uno estuviera comentando sobre un insecto conservado en ámbar, hablando sólo de la belleza de la poesía, del paso de la historia, de su relación con la literatura clásica, etc. O, a la vez que ilustrando todo lo anterior, enseñar el contexto del Infierno, que es el entendimiento profundamente católico de Dante de la esencia de las cosas: la Ley Natural dada por Dios, la presencia y el significado de la Iglesia Católica en la vida de cada día y en la Historia, la terrible realidad del pecado y sus consecuencias, la temible justicia de Dios; pero también lo horrible del infierno y la realidad de la Redención en Jesucristo y la misericordia del purgatorio y la felicidad del cielo: todo esto, pero también la realidad del horror del infierno, que es el lugar eterno de los que han rechazado de modo absoluto el ofrecimiento de la misericordia de Dios en la Redención hecha realidad por la cruz de Jesucristo. La Divina Comedia, el trayecto hacia Dios, es la esencia del drama de lo que significa ser un hombre, un ser humano. No es el atractivo perverso esencial de Esperando a Godot. No es el loco pero plausible superhombre de Nietzsche. No es el sentimentalismo degradado del credo contemporáneo de que todo es permisible mientras no haga daño a nadie más. No es el catolicismo que se reduce a la melodía empalagosa de “Paz en la tierra” y “Eagles´ Wings” contra el que que las puertas del infierno es un rival claramente superior.

Hemos oído tanto en los años pasados sobre la misericordia de Dios, como si la misericordia de Dios no dependiera de la justicia de Dios. Sin justicia no puede haber misericordia. La misión de la Iglesia no es primariamente proclamar la misericordia de Dios. La misión de la Iglesia es proclamar a Jesucristo como Señor y Salvador. La misericordia de Dios sin duda se ve y se ejemplifica de una vez por todas en la cruz de Jesucristo. No hay mayor símbolo de misericordia y del amor de Dios. Esos simplones “Cristos resucitados” que se colocan en una cruz sobre el altar en algunas iglesias católicas son un producto del sentimentalismo y una negación de la justicia de Dios. Y sin embargo, cuando uno mira la cruz, ve el terrible, horrible juicio de Dios sobre este mundo de pecado, que hizo que Dios tuviera que permitir que su Hijo muriera de este modo: ¿qué dice eso de este mundo, de ti y de mí? La respuesta obvia es bastante negativa. Pero miren por dónde, la respuesta más profunda a esa pregunta es el amor; ahí está la respuesta. Pero no el amor barato en el que el mundo nos hace creer: el amor definido como lo que quiero hacer, el amor definido aparte de las leyes de Dios, el amor definido como tornar la realidad en perversidad, un amor falso que está condenado al infierno, como lo vio Dante, como Cristo nos dijo, como San Pablo escribió, que está abocado a la muerte, pues opuesto al Amor.

El evangelio de hoy habla claramente de la segunda venida de Cristo: un tiempo de juicio, un tiempo en que la justicia de Dios será revelada y aplicada. Éste será un tiempo, sí, un tiempo de misericordia para los pecadores que se hayan arrepentido y que hayan creído en el Señor Jesucristo como su Salvador. Y ellos oirán esas palabras: “Venid a mí, hijos de mi Padre…”. Pero éste también será un tiempo de justicia, cuando los malvados que no se han arrepentido, que se han regodeado en su pecado, que han escupido a la ley de Dios, recibirán su recompensa.

Y será probablemente mucho peor que nada de lo que Dante pudo imaginar.

Padre Richard Cipola

(Traducido por Natalia Martín. Artículo original)

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