La liturgia romana conmemora en días distintos cada uno de los misterios de la manifestación de Cristo que los orientales unen en la fiesta de Epifanía. El 6 de enero, la adoración de los Magos; el día de la octava (13 de enero), el bautismo y en el segundo domingo después de Epifanía, leemos en el Evangelio la conversión del agua en vino en bodas de Caná (Jn 2, 1-11). En todas estas ocasiones, Jesús aparece como Hijo de Dios y como nuestro Redentor.
I. La revelación de Cristo como Hijo de Dios la vemos en el mismo hecho del milagro. A lo largo de todo el Evangelio de san Juan, los milagros de Jesús son «signos» que revelan quién es Jesús y que hacen surgir o crecer la fe. «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él» (Jn 2, 11), es decir, con este milagro Jesús suscitó la fe de sus primeros discípulos que ya creían antes, pues san Juan Bautista lo había señalado como Mesías y ellos le reconocieron y como a tal le siguieron (cfr. Jn 1, 35-51). Pero ahora creyeron más plenamente en Él: ven la fuerza de su naturaleza divina en lo frágil de su naturaleza humana y contemplan la omnipotencia de Dios en lo débil de su apariencia externa[1].
II. Jesús también se revela como Redentor. Esto nos resulta más difícil de captar en una mirada que se limitara a ver el aspecto material del milagro: remediar la necesidad de unos jóvenes esposos[2]. Podemos fijarnos por tanto en una serie de detalles:
– Recordemos, en primer lugar, cómo uno de los temas e imágenes tradicionales en el Antiguo Testamento es el amor de Yahvé por el pueblo de Israel, expresado bajo la imagen de un desposorio. Así, por citar un caso, Oseas presenta siempre las relaciones de Yahvé con su pueblo como un matrimonio íntimo, surgido del puro amor[3]: «Me desposaré contigo para siempre, | me desposaré contigo | en justicia y en derecho, | en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad | y conocerás al Señor» (Os 2, 21-22).
– También son objeto de esta interpretación las palabras dirigidas por Jesús a su madre: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Apunta en su comentario Monseñor Straubinger que esta hora era simplemente la de proveer el vino, cosa que hacían por turno los invitados a las fiestas nupciales, que solían durar varios días. Pero en el Evangelio de san Juan «la hora» tiene un significado que guarda relación con el tiempo de la pasión, muerte y glorificación de Jesucristo. También el vino hace referencia a la sangre, que Jesús derramará en la Cruz como leemos en la profecía mesiánica de Jacob: «Ata su asno a una viña, | y a una cepa, el pollino de la asna; | lava su sayo en vino, | y su túnica en sangre de uvas. Sus ojos son más oscuros que vino, | y sus dientes más blancos que leche»(Gén 49, 10-12). En estas palabras algunos santos Padres vieron aludida la Pasión de Cristo.
No es ajena tampoco a la Cruz la referencia a la gloria que, como hemos visto, dice san Juan que Cristo manifestó en este milagro:
«En el evangelio de Jn, la “gloria” de Cristo se manifiesta, en primer lugar, por los milagros, que son “signos” de su mesianismo y de su filiación divina; pero, entre éstos, el gran “signo” de lo que Él es y de su misión es el milagro de su resurrección. Esta es la teología de los milagros de Cristo especialmente destacada en Jn. La misma “elevación” de Cristo en la cruz es un paso para “ver” la grandeza de su “exaltación” y “glorificación” (Jn 2, 19.22; 3, 13-15; Jn 8, 28; 12, 23-34; 13, 31; 17, 5; 19, 37); de aquella gloria que Él tuvo “antes de que el mundo existiese” (Jn 17, 5)»[4].
– Y, por último, la conversión del agua en vino nos lleva a pensar en otra maravillosa transformación que realiza Jesús en nuestras almas por medio de la gracia que hace de nosotros «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4). El agua de nuestra pobre naturaleza humana es, por así decirlo, cambiada en el vino nobilísimo de la vida del mismo Cristo y el hombre se convierte en miembro del cuerpo místico de Cristo, hijo adoptivo de Dios y templo del Espíritu Santo. A esta transformación alude la oración del Ofertorio que acompaña a la mezcla del agua con el vino en el cáliz:
«Dios, que creaste maravillosamente la dignidad de la sustancia humana, y más maravillosamente la reformaste, haz que por el misterio de esta agua y vino seamos consortes de la divinidad de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad»[5].
En conclusión, el milagro de la conversión del agua en vino y todas las circunstancias lo rodean, nos remiten a Cristo redentor porque aluden a su obra y simbolizan los bienes sobrenaturales que Él nos ha alcanzado y la vida nueva de la gracia en nuestra alma.
III. Hagamos, por último, una alusión a la intervención de la Virgen María en este milagro. Al comienzo y al final de la vida pública de Cristo (en Caná y el Calvario), san Juan nos recuerda la presencia de la Virgen junto a Jesús y así pone de manifiesto su cometido como asociada a la obra de la Redención en la que actúa como verdadera Madre y muestra su especial cuidado hacia nosotros.
«Estos pasajes indican que la presencia de María incluye toda la manifestación de Jesús y guardan entre sí un claro paralelismo: en ambos la Virgen es designada como la “Madre de Jesús”, y en ambos Él se dirige a ella llamándola “mujer”. Por otra parte tanto en Caná como en el Calvario, se habla de la “hora” de Jesús, esa hora que marcará toda su vida (Jn 7:30; 8:20; 12:27, etc). En el primer caso, como de algo que no había llegado aún, y en el segundo, como de una realidad ya presente»[6].
En esta escena de las bodas de Cana se deja ver el corazón misericordioso de María y el conocimiento que tenía de la grandeza de su Hijo. La escena es un caso concreto del valor «mediador» de María.
«Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida […]. Para conocer bien la gran bondad de María recordemos lo que refiere el Evangelio […]. Faltaba el vino, con el consiguiente apuro de los esposos. Nadie pide a la Santísima Virgen que interceda ante su Hijo en favor de los consternados esposos. Con todo, el corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados […], la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera […]. Si la Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?»[7].
En Caná la Virgen María intercede por aquellos esposos cuando todavía no ha llegado la «hora» de su Hijo; entonces y ahora sigue interviniendo como mediadora, haciendo presente a su Hijo las necesidades de los hombres. Es decir, al igual que cooperó en la Redención, participa activamente en la obra de la santificación que es la aplicación a nosotros, aquí y ahora, de las gracias que nos alcanzó la Redención.
De ahí la importancia de cuidar la devoción a la Virgen María en nuestra vida cristiana y de concretarla eficazmente en determinadas prácticas (como el rezo del santo Rosario) que debemos cumplir con fidelidad y amor. Ella está siempre pendiente de nuestras necesidades espirituales y materiales y a Ella debemos acudir con frecuencia y generosidad, escuchando como dirigida a nosotros su exhortación «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5) que es una invitación a poner en práctica todas las enseñanzas de Jesús para llegar a una total identificación con Él.
[1] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 944 y 1002.
[2] Ahora bien, la presencia de Cristo y María en unas bodas, santificándolas con su presencia, se ha visto como un signo palpable de la santidad de la institución matrimonial y como una preparación de su elevación al orden sacramental.
[3] Maximiliano GARCÍA CORDERO, Biblia comentada, vol. 3, Libros proféticos, Madrid: BAC, 1961, 1087.
[4] Manuel de TUYA, ob. cit., 994.
[5] Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, [18].
[6] FACULTAD DE TEOLOGÍA. UNIVERSIDAD DE NAVARRA, Sagrada Biblia. Comentario, Pamplona: EUNSA, 2010, 1115.
[7] SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Obras ascéticas, Sermones abreviados, 48, BAC, Madrid, 1952.