La visión de la terrible majestad de Dios del Padre Hoyos

Algunas visiones de particular enseñanza y doctrina que tuvo el Padre Bernardo. («Vida». Libro Cuarto. Capítulo 14).

Entre las muchas visiones, en que el Señor descubrió altísimos secretos a su fiel siervo Bernardo, me ha parecido escoger algunas pocas de singular enseñanza. Sea la primera una visión temerosa y de particular enseñanza para los pecadores. Mostrósele el Señor el año de 1729, cuando afligió a toda España la epidemia ocasionada de los rigurosos y destemplados fríos, nieves y heladas de este año.

Dirígese esta visión a mostrar a Bernardo la justísima ira del Señor contra los pecadores y los terribles estragos que ha de ejecutar en ellos, si no se convierten. Se descubre también la infinita piedad de Cristo airado, que desea le aplaquen sus siervos con oraciones y fervorosas súplicas, como lo procuró Bernardo.

La visión copiada aquí, como la hallamos entre los papeles de este joven, declara mejor todo el fin del justísimo Juez y amoroso Padre. Dice así: “El día dos de Septiembre de 1729, en que la Santa Iglesia celebra la fiesta de San Antolín,1 después de comulgar se sirvió el Señor declararme su especial providencia en esta epidemia de tercianas, y juntamente me aclaró otras inteligencias que acerca de esta materia había tenido; y el modo con que fue, le describiré difusamente, por mandado del mismo Señor Jesucristo, en cuyo nombre y a cuya gloria empiezo”.

Luego que acabé de pasar la Sagrada Forma, que en la comunión había recibido, me dio una suspensión de sentidos, con que casi perdí su uso; y al punto vi claramente un majestuoso trono, en que estaba sentado el mismo Jesucristo, vestido de inmensa gloria y con el semblante tan airado que indicaba bien su indignación,2 y yo quedé atónito de tal vista. Vi aquellos hermosísimos ojos mirando hacia la tierra con tanto ceño que sólo ése sería bastante tormento a los pecadores, a no esperarles otros.

Tenía en su mano derecha un arco flechado con una saeta todo de fuego, y que en su encendido ardor mostraba bien los estragos que haría, si llegaba a disparar el omnipotente brazo. Cercaban (como atónitos de tanta severidad, como indicaba el juez airado) su trono innumerables ángeles, ministros ejecutores de su Justicia.

Vi entonces, ilustrando Dios mi entendimiento, a todos los hombres y personas que al presente habitaban este mundo, revueltos entre sí. Aquí el deshonesto, soltando la rienda a sus carnales apetitos, se cebaba y revolvía como animal inmundo en el pantanoso cieno de sus torpezas, despreciando los llamamientos de Dios. Aquí el avariento idolatraba 3 su hacienda, precipitándose miserablemente a usar tratos ilícitos, valiéndose de malos medios para enriquecerse más. Aquí hervía el mundo en enemistades, aborreciéndose unos a otros con mortal odio.

Vi, en fin, que casi todo el mundo se empleaba en ofender a su Dios;4 pero entre los otros pecados que tenían enojado a Jesucristo sobresalían y provocaban especialmente su furor: la lujuria, la avaricia y las enemistades.

Horrorizado estaba con semejante vista, cuando se dejó ver una multitud de demonios que pedía al Juez, que estaba en el trono, venganza y castigo a tan execrables culpas. Pero no me admiró esto mucho, porque los demonios siempre son acusadores,5 aun de los buenos.

Admiróme sí, y entristecióme ver que tras los demonios se seguía un escuadrón formado de los ángeles de Guarda, y postrados todos ante el Trono del Señor, habló uno de ellos de esta manera: hasta cuándo, Señor misericordiosísimo, habéis de usar de la misericordia con los hombres, que de este modo la desprecian? Justicia, Señor, Justicia; vengad vuestros desprecios; descargad el brazo que tenéis levantado, y caiga la espada de vuestro furor sobre aquellos que se han hecho sordos a las inspiraciones que nosotros les hemos dado’.

Oyó Jesucristo tan merecidas quejas y, condescendiendo con los ángeles, vibró aquella saeta que tenía en el arco hacia la tierra; y bajando más veloz que un rayo, corrió entre la multitud de todos los hombres, causando deplorables estragos, hiriendo al pecador y confundiéndole en lo profundo del infierno: Y como si los justos fueran culpados, a muchos llegó también esta saeta, que, como a los injustos a los calabozos infernales, a los justos envió a los cielos; dejando vivos a otros pecadores, por querer Dios esperarles a penitencia.

Esta saeta y sus estragos significaban las muchas muertes, que este año había habido hasta el día 15 de Agosto. Empezaron a cesar las muertes, pero aumentáronse las enfermedades; y esto ya (es) misericordia, más que castigo.6 Así lo entendí en esta misma suspensión; porque luego que disparó el Señor el arco y arrojó la primera saeta, los justos que vivían en la tierra clamaron pidiendo misericordia.

El Juez, no satisfecho con los estragos y ruinas que causó la primera saeta, puso otra en el arco, y ya iba a disparar segunda vez porque el mundo no se daba por entendido,7 cuando los clamores y oraciones de los Amigos de Dios hicieron eco8 en los piadosísimos oídos de María Santísima, a quien ponían por intercesora con su santísimo Hijo.

Vi pues que María Santísima, puesta ante su divino Hijo, detenía el brazo que estaba para fulminar aquella saeta, y le embarazaba jugar la espada de su Justicia,9 en que entendí cuán poderosas eran las súplicas de María Santísima, pues al mismo Dios hacen resistencia.

Oyó el Hijo los ruegos de la Madre, que pedía usase de su Misericordia más que de su Justicia, sanando a tantos hombres enfermos por los pecados cometidos, y prometióla hacerlo así; mas protestando volver a irritarse y descargar el golpe sobre los hombres, si no se convertían. Y el medio para curarlos fue aumentar las enfermedades disminuyendo las muertes, aunque mezclando algunas para mayor aviso, diciendo:‘Ego percutiam et Ego sanabo’.10

Otorgadas las súplicas de la Madre Santísima, mandó el Señor publicar e intimar a los hombres que si no se convertían de corazón, no sólo enviaría enfermedades, sino también muertes, con que se pone límites a la precipitación con que los hombres se arrojan a pecar.

Este es el estado presente: no hay muchas muertes; pero hay muchas enfermedades, con que el Señor quiere llevar a sí a los pecadores. Parece castigo, pero es favor; como se experimentará, si no se enmiendan los hombres; pues vendrá entonces el verdadero castigo; este es el que aprieta y está en las manos de los hombres que venga o deje de venir; que vendrá, es cierto, pues, como dije, mandó el Señor se intimase a los hombres su venida y con esta condición otorgó el Señor las súplicas de María Santísima, que también pedía con la misma condición.11

Después que el Señor se inclinó a la misericordia, mandó al Príncipe de los ejércitos celestiales San Miguel que intimase el castigo. Y luego vi un nuevo escuadrón de ángeles, guiado de San Miguel, que tenía una espada de fuego en su mano; y volviéndose a los hombres con voz terrible y espantosa, que como un trueno resonó en el aire, dijo aquellas palabras del salmo 7: ‘Nisi conversi fueritis, gladium suum vibrabit; arcum suum tetendit et paravit illum; et in eo paravit vasa mortis; sagittas suas ardentius fecit’. 12 Dichas estas palabras por San Miguel, se volvió el Señor a mí y me dijo que escribiese todo lo que había visto.

El día cuatro de este mismo mes13, acabado de comulgar, vi a San Miguel que, del mismo modo y con voz tan terrible y espantosa como el otro día, exclamó en estas palabras: ‘Ay de los lujuriosos, que con sus pecados dan de coces14 y pisan al Unigénito del Padre! Ay! Pues ya que ahora ceban sus torpes apetitos, han de servir de cebo al fuego abrasador por toda una eternidad. Ay de ellos! Porque ya se les concede no más que un corto plazo de vida a muchos, y si no se aprovechan, antes de mucho serán arrojados en las cavernas infernales.

Ay de los avarientos! Porque, además de los tormentos y penas que pasan en esta vida por las cosas perecederas, padecerán otros mayores en el infierno; y si no se arrepienten, muchos en breve tiempo dejarán con la vida las haciendas y riquezas, causa de su condenación.

Ay de aquellos que se aborrecen con mortal odio, hiriendo al Señor en las niñas de sus ojos! Porque si no se valen del tiempo que se les concede para hacer penitencia, han de proseguir sus odios por una eternidad, privados de poder arrepentirse’. Estas inteligencias han sido estos días.15

Texto original: Servicio católico

Diácono y mártir. Patrono de la ciudad y diócesis de Palencia, a la que pertenecían en aquel tiempo tanto Medina del Campo, donde se encontraba entonces el Hermano Bernardo de Hoyos, como Villagarcía de Campos, donde había hecho su noviciado, y en cuya capilla-relicario existe una preciosa talla de este santo, tallada por Tomás de Sierra, artista de renombre que tenía su taller en Medina de Rioseco.

2           Bernardo queda impresionado por la indignación que aparece en el rostro de Jesucristo y le impactan de modo especial los ojos del Señor. No sólo Bernardo, otros santos han experimentado esta vivencia mística, como por ejemplo Santa Teresa de Jesús, quien en más de una ocasión relata algo parecido. Recién entrada en el monasterio de la Encarnación, cuando tiene amistades y tratos con seglares que le hacen mucho daño, sin que ella cayera en la cuenta, dice que estando en el locutorio con una persona “representóseme Cristo delante con mucho rigor dándome a entender lo que de aquello le pesaba. Vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo y quedóme tan impreso que ha esto más de veintiséis años y me parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada y turbada…” (Libro de la Vida, cap 7, nº 6)

3           El texto original dice: en su hacienda. Omitimos el en para dar sentido a la frase.

4           Tras esta frase de Bernardo adivinamos el eco de aquella contemplación de la Encarnación que pone San Ignacio en sus Ejercicios. Considera tres escenarios: el de la Divinidad, el del ángel Gabriel trayendo el mensaje a la Virgen y el del estado de la humanidad. “El primer punto es ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc. 2º: ver y considerar las tres personas divinas, como en el su solio real o trono de la divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno. 3º: ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflectir para sacar provecho de la tal vista. 2º punto.El 2º: oir lo que hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfeman, etc; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: “Hagamos redención del género humano”, etc; y después lo que hablan el ángel y Nuestra Señora; y reflectir después para sacar provecho de sus palabras. 3º punto. El 3º: después mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar, ir al infierno, etc....” (Libro de los Ejercicios espirituales, nº 106-108)

5           En el Apocalipsis se llama al diablo “el acusador de nuestro hermanos”. Aparece también como el perseguidor de los que creen en Jesús. La figura del dragón rojo, tratando de devorar al niño que iba a dar a luz la Mujer, es quizás la imagen más brillante de esta lucha y combate contra las fuerzas del Reino. Vista su derrota ante la Mujer (la Iglesia, la Virgen María) “entonces, despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Apoc 12, 17). Pero antes cuenta San Juan el combate entre las dos fuerzas angélicas: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Angeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Angeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Angeles fueron arrojados con él….¡Ay de la tierra y del mar! Porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo” (Apoc 12, 7-9.12) (Traducción de la Biblia de Jerusalén)

6           El rostro de Dios que presenta Bernardo en esta visión es un rostro señalado no menos por la misericordia que por la justicia. Es crucial en la vida de un creyente poseer el “auténtico” rostro de Dios. Se puede desfigurar tanto…! El peligro está siempre en los extremos: ni un Dios implacable y vengativo, a fuer de querer exaltar su Justicia; ni un Dios bonachón, que pasa por todo, algo parecido –se ha escrito- “a un emir oriental, cuyas barbas destilan bálsamo y ternura, y con una caña verde en las manos para no hacer daño”. Un Dios así sería un monigote. Ese no es el Dios de Jesús de Nazaret. El rostro de Dios que aparece aquí es el de un Dios misericordioso, que se ve obligado por la cerrazón de los hombres a castigarlos con el fin de que reconozcan sus malas acciones, se arrepientan y cambiando de conducta se salven. Dios es siempre Salvador o dejaría de ser Dios. Pero a su vez, el hombre no es ningún muñeco; es un ser libre y, como tal, se encuentra ante la encrucijada existencial de su vida: “

7           El gran problema del hombre es su cerrazón ante Dios. Toda la Escritura está llena de historias de olvido, desprecio, cerrazón ante Dios. El salmo 94, que hace rezar la Iglesia a sus sacerdotes todos los días al comenzar el Oficio divino, se expresa así: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras. Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino…” Lo reconocerá o no lo reconocerá, pero éste es el problema más serio que ha tenido y tiene planteado la humanidad: escuchar a Dios. En varios pasajes de la Biblia se le dice al ser humano que ha de escoger lo que él desea ser o hacer, pero siempre usando del don inestimable de su libertad: “Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja” (Eclesiástico 15, 16-18). Y en el Deuteronomio: “Mirad: hoy os pongo delante maldición y bendición: la bendición, si escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios y os desviáis del camino que hoy os marco…” Deut 11, 26-28)

8           Como dice el Cardenal Danielou en su libro Los Santos del Antiguo Testamento, el papel de los justos y de los inocentes es salvar a los pecadores. Los sufrimientos y catástrofes que se producen en la historia humana sirven para avivar el espíritu de amor y de generosidad de los buenos, que se sacrifican por todos sus hermanos. Siempre será verdad que “a quienes aman a Dios, todo se les convierte en bien”.

9           Esta imagen de la Virgen deteniendo el brazo justamente airado de su Hijo encierra en sí el mensaje de la “intercesión” de María. Dios ha constituido a María como Medianera e intercesora ante su Hijo. Así aparece en las Bodas de Caná. No se trata de que la Virgen sea más misericordiosa que su Hijo Jesucristo. El Señor es la misma Misericordia, el Manantial fontal de donde María saca su maternal misericordia para con los hombres. Esta imagen que aquí pone Bernardo de Hoyos indica, entre otras cosas, que a su Madre la ha hecho “Reina y Madre de misericordia”, mientras que El se ha reservado el juicio: “Aquel día, cuando el Hijo del hombre venga revestido de majestad y acompañado de todos sus ángeles, se sentará sobre su trono de gloria. Y en su presencia se reunirán todas las naciones; y él separará a unos y a otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos, poniendo las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo…” (Mt 25, 31-34). Felices los hombres que se remiten al juicio de Dios, que es infinitamente más justo que el de cualquier hombre. No en vano decía Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados”.

10          “Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo y sano yo mismo (y no hay quien libre de mi mano)” (Deut 32, 39b)

11          Dios desea y quiere el bien del hombre; pero ante la rebeldía del ser humano el Señor se ve forzado a enviarle sufrimientos y dolores que le hagan reflexionar y volver de nuevo al verdadero camino. Por eso en la Escritura no es raro que el Señor amenace con ejecutar una fuerte corrección. La Iglesia acude a esos textos, sobre todo en tiempo de Cuaresma, que es el tiempo de la conversión. Quizás sea el profeta Joel quien resuma mejor lo que queremos decir. En el Miércoles de ceniza escuchamos su voz, diciendo: “Dice el Señor todopoderoso: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones, no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas. Quizá se convierta y se arrepiente y nos deje todavía la bendición, la ofrenda, la libación del Señor nuestro Dios…” (Joel 2, 12-15)

12          “Si no os convertís, afilará su espada, tensará el arco y apuntará. Apunta sus armas mortíferas, prepara sus flechas incendiarias” (salmo 7, 13-14)

13          Setiembre de 1729. La visión del Juicio la tiene Bernardo en los primeros días de septiembre, comenzando en el día de San Antolín.

14          El texto original escribe: cozes.

15          Son tres tipos de pecadores los que aparecen en esta visión de Bernardo: los lujuriosos, los avariciosos y los enemistados.

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