Para poder entender lo que está ocurriendo en la Iglesia Católica hoy día, la grave crisis teológica y moral en la que se encuentra, el descrédito de la Jerarquía y el Magisterio, la tremenda confusión doctrinal, litúrgica y moral que hay en los fieles…, hemos de adentrarnos previamente en el conocimiento de los que se entiende como Modernismo Teológico.
¿Qué es el Modernismo?
Por Modernismo, en sentido teológico, se entiende una corriente de pensamiento promovida por algunos pensadores católicos de fines del s. XIX y comienzos del XX, con el fin de conciliar la fe con algunos principios de la filosofía que ha dado en llamarse a sí misma «filosofía moderna» y con ciertas teorías de la crítica histórica.
«Bajo pretexto de una inteligencia más profunda y de investigación histórica, buscan un progreso de los dogmas que es, en realidad, su corrupción». (Lamentabili)
El Modernismo -señala la Pascendi- mina el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino desde dentro… en sus mismas entrañas».
El Modernismo, que esconde sus raíces filosóficas y teológicas más profundas en el Nominalismo, Humanismo del Medievo, Protestantismo, Descartes y en la Filosofía Idealista del s. XIX con Kant, Hegel y epígonos, floreció en el interior de la Iglesia Católica a fines del s. XIX y principios del XX.
Con el Decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi (1907), ambos de S. Pío X, se intentó ponerle coto y acabar con él; pero cuando se creía que estaba agonizante, el Modernismo seguía viviendo en los subsuelos de las facultades de Teología y volvió a surgir, ahora con gran fuerza y poder, poco antes del concilio Vaticano II.
Resumen del pensamiento modernista
La idea central del Modernismo es poner de acuerdo la fe con el «pensamiento moderno», haciendo para ello las reformas que fueran necesarias en la doctrina de la fe.
«Sus doctrinas -señala la Pascendi- les llevan al desprecio de toda autoridad… y nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad, lo que no es más que obstinación en el propio juicio”.
Los modernistas confían antes en la ciencia que en la fe: el Magisterio -a su juicio- no goza de seguridad ante las afirmaciones del «pensamiento moderno». Si hay que revisar algo, por falta de acuerdo, será el Magisterio lo que se revise.
El Modernismo hace una exaltación de lo humano hasta tal punto que cierra el paso a lo divino: el humanismo modernista, pese a su apariencia sugestiva, pone barreras a Dios. Hay una tendencia a humanizar lo divino, que a menudo desemboca en un descarnado naturalismo.
Puesto que Jesús no caminó sobre la tierra -dirá el modernista Loisy- con el aparato de su divinidad, lo único que aparece en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles es la historia de un hombre que pasó haciendo el bien. Ningún principio de la teología, ninguna definición de la Iglesia obligan a admitir que Jesús haya hecho una declaración formal de su divinidad a los discípulos, antes de su muerte». Cristo no sería Dios según la historia, sino por la fe. Por tanto, la divinidad de Cristo, sería una verdad a explicar en los tiempos actuales con fórmulas distintas a las tradicionales de la teología, si se desea salvar a muchas almas de la incredulidad. En realidad, el modo adecuado de exponer el dogma cristológico ha de ser un paso para la posterior negación de una auténtica divinidad. El Cristo real fue sólo un hombre, el que mejor ha intuido el sentimiento religioso de la humanidad.
La Revelación -para estos autores- no es más que el producto espontáneo de la evolución de la conciencia humana: la historia deja reducidos -según Loisy- los orígenes del cristianismo a un pequeño germen, sobre el cual la Iglesia habría construido, con la ayuda del pensamiento griego y romano, todo el dogma cristiano, que después habría sucesivamente adaptado a las necesidades de los tiempos.
Como consecuencia, la Iglesia, los sacramentos, los dogmas, no serían tampoco sobrenaturales, sino producto de la evolución del pensamiento religioso y de la conciencia humana. «Históricamente hablando no admito que Cristo haya fundado la Iglesia ni los Sacramentos; profeso que los dogmas se han ido formando gradualmente y no son inmutables».
Los errores condenados se pueden agrupar en cuatro apartados:
- En primer lugar, errores referentes a la Revelación: negación de la inspiración divina de la Sagrada Escritura; independencia de la crítica respecto al Magisterio; negación de la verdad histórica de los Evangelios, que narrarían sólo la experiencia religiosa de sus autores, etc.
- Errores respecto a la Iglesia: negación de su institución divina; su estructura y sus dogmas serían mudables, como en cualquier sociedad humana; el catolicismo actual no sería conciliable con la ciencia, etc.
- Errores respecto a Cristo: no resucitó propiamente, ni es cierta la concepción virginal, ni su divinidad, etc.
- Errores sobre los sacramentos: ayudan al alma a sentir la presencia siempre benéfica del Creador, pero no son de institución divina sino disciplinar de la Iglesia, etc.
Resumiendo la Encíclica “Pascendi”
«El Modernismo conduce al ateísmo, y a suprimir toda religión. El primer paso lo dio el Protestantismo; el segundo corresponde al Modernismo; muy pronto hará su aparición el Ateísmo».
La filosofía modernista se caracteriza por dos rasgos esenciales: el agnosticismo, que anula todas las pretensiones de demostración racional de la existencia de Dios y la inmanencia vital que hace buscar todas las explicaciones de la verdad religiosa en el sujeto y en las necesidades de la vida.
La Pascendi reprueba directa y principalmente ese intento de adaptar la fe a esa filosofía a la que los modernistas llaman moderna. Las palabras de la Encíclica son por lo demás netas: «Todos los modernistas sin excepción quieren ser y pasar por doctores de la Iglesia… con palabras grandilocuentes subliman la filosofía moderna y… del consorcio de esa falsa filosofía con la fe, ha nacido su sistema, repleto de tantos y tan grandes errores». Su aspiración, cuando hablan de renovar la Teología, no es sino «que tome por fundamento la filosofía moderna». Por eso, «quieren que se renueve la Filosofía, principalmente en los Seminarios, de suerte que… se enseñe a los jóvenes la filosofía moderna, única verdadera y que corresponde a nuestra época».
Y nada cuenta para ellos -concluye la Pascendi-, la autoridad del Magisterio -del que no soportan corrección. No les interesa «la verdad en sí, sino esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción»… que «si es útil para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios, en cuyas manos debe un día caer». Con el «sentimiento y la experiencia, sin ninguna guía ni luz de la razón… sólo resta otra vez recaer en el ateísmo y en la negación de toda religión».
La crisis modernista nació cuando se comenzó a juzgar la fe desde la aceptación incondicionada y previa de ese pensamiento que le era contrario. Por eso, las tensiones entre la fe y el «pensamiento moderno» se hicieron turbadoras; por lo mismo se concedió un predominio a lo humano y se tendió a disolver lo sobrenatural. Si los modernistas intentaron reformar la doctrina católica, si se creyeron llamados a hacer esa reforma por encima del juicio del Magisterio, es porque su filosofía entrañaba una opción contraria a la fe: una opción que desplaza el centro de Dios al hombre. Esto se ve de un modo palpable en la Santa Misa que ha pasado de ser la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz y el lugar donde el hombre rinde culto a Dios, a ser una celebración festiva y comunitaria, en la que se mira más al hombre que a Dios.
El Modernismo Hoy
Originariamente el concilio Vaticano II había sido pensado de un modo relativamente “tradicional y ortodoxo”, pero los adalides del modernismo, lo tomaron a saco y consiguieron sacar a la luz muchos documentos y efectuar en la Iglesia muchos cambios plagados, muy sibilinamente, con sus enseñanzas y modos de pensar: Dignitatis Humanae (sobre libertad religiosa), Gaudium et Spes (nuevo enfoque de la pastoral), Lumen Gentium (sobre la nueva estructura de la Iglesia), Sacrosanctum Concilium (inicio de la reforma litúrgica), Unitatis Redintegratio (sobre el ecumenismo) y muchos otros. Y al mismo tiempo establecieron las bases para realizar la profunda reforma litúrgica, teológica y moral que se fraguó en y poco después del Vaticano II.
El Modernismo en los seminarios y facultades de teología
Desde poco antes del Vaticano II, el Modernismo se fue infiltrando en los centros de formación y elaboración de la teología. Hoy día, la gran mayoría de estos centros están imbuidos, en mayor o menor grado, de Modernismo. A pesar de que quieran librarse de él, no han sido capaces de desvincularse de la filosofía idealista; acuden a documentos de la Iglesia recientes plagados de Modernismo… Incluso seminarios y facultades que aparecen a primera vista como “tradicionales” están también infestados de enseñanza modernista. No es suficiente, como hacen algunos seminarios, con hacer el “juramento antimodernista” a principio del curso, si luego los profesores enseñan y viven según los criterios del Modernismo.
Por ejemplo se enseña en muchos de ellos que: el dogma es cambiable; los milagros de Cristo no fueron hechos reales sino una exaltación de la comunidad primitiva; que Cristo no era realmente Dios; que Cristo no resucitó de entre los muertos; que la Virgen María no era realmente “virgen”, y miles de herejías más.
En cuanto a la filosofía de la que se parte, se evita directamente a Santo Tomás de Aquino y se elige la filosofía inmanentista e idealista.
En cuanto al Magisterio de la Iglesia, prácticamente empieza y acaba en el Vaticano II, obviándose cualquier otro Magisterio anterior, y mucho más si es “el maldito Trento”.
En lo referente a la enseñanza moral, se evita hablar del pecado, y cuando se hace referencia a él, se dice que cometer un pecado mortal es prácticamente imposible. Dado que ya no se cometen pecados mortales, no hace falta la Confesión. Lo importante no es tanto el pecado cuanto la “opción fundamental” que se haga por Dios; y si uno tiene alguna “falta” siempre está la misericordia de Dios para “cubrirlo” todo.
En cuanto a la Escatología, los más osados dicen que el Infierno existe, pero que está vacío, pues la infinita misericordia de Dios es incapaz de condenar para siempre a nadie, ya que Dios quiere que todos se salven. Por otro lado, tampoco se cree en el Purgatorio. Y en cuanto al Cielo, éste queda reducido al recuerdo eterno que Dios tiene de cada uno de nosotros. Para muchos teólogos modernos, el alma ya no es inmortal, sino una “evolución” de la materia; por lo que una vez que uno muere, lo único que queda de una persona es el recuerdo.
En lo referente a los sacramentos. El único que ha quedado “medio vivo” es el Bautismo. Los demás sacramentos han sufrido una “catarsis” quedando reducidos a prácticamente nada: ya hemos hablado de la Confesión. En la Eucaristía no hay una presencia real de Cristo; esos conceptos son tomistas, ahora hay que decir más bien que mi fe es la que hace a Cristo presente “de algún modo” en ese acto que repetimos y conmemoramos de la Última Cena. El Matrimonio que hasta hace cincuenta años era de un hombre y una mujer para siempre; de momento “el para siempre” ya no es tal, pues se aprueba “el divorcio eclesiástico”, ahora llamado “nulidad del vínculo”. Y en cuanto a la unión de un hombre con una mujer, ya se está poniendo en tela de juicio por muchos obispos; “pues hemos de aceptar como válidos otros modos de amor”.
Y si hablamos de la Catequesis hemos de decir que son la expresión, aún más degenerada, de la mala formación de los sacerdotes y obispos. Si se atreve a revisar los catecismos que llevan los niños de Primera Comunión podrá comprobar que lo único que aprenden es el Padrenuestro, el Ave María, y aquellos que tengan un poco más de suerte, incluso los 10 Mandamientos de la Ley de Dios. De los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, ni hablemos, esos no son ni para sacar nota. Todo queda reducido a hacer dibujitos, aprender cantos ridículos y a veces hasta blasfemos e intentar “despertar” en los niños la necesidad de “encontrarse” con Dios, un Dios que ellos mismos han de descubrir (pues nadie le va a enseñar cómo es) y que les “interpela” en su corazón.
Y si tenemos que incluir la Predicación, diremos que la gran mayoría de ellas son para llorar. Está repleta de nimiedades, superficialidades, chascarrillos, cuando no se ataca directamente el dogma y la moral.
En cuanto a la Liturgia. Prácticamente se ha “desacralizado” el contenido y la expresión de la Liturgia, quedando reducida a un espectáculo casi circense, con “majorettes”, bombo y danzas rituales. Cualquier sacerdote que quiera hacer una Liturgia realmente sacra, con canto gregoriano, Misa Tradicional en Latín, rápidamente será llamado al orden por su obispo, sino es que pierde incluso hasta su “puesto de trabajo”. Se ha perdido el sentido de la liturgia como “culto a Dios” para pasar a ser “celebración del hombre”.
El Modernismo en la calle
Tantos años de Modernismo predicado, vivido, enseñado… han dado como resultado una cristiandad agónica y sin fe; miles de jóvenes que son engañados vilmente e invitados a participar el ceremonias “religiosas”, la mayoría de ellas sacrílegas; iglesias vacías; parejas que ya no quieren casarse; jóvenes que huyen de la Confirmación y de cualquier práctica religiosa; ancianos que mueren sin sacramentos, confesionarios vacíos, confesiones y comuniones sacrílegas…
Y a ello va unido, como consecuencia de la falta de formación religiosa y humanista y el culto al “yo”, una tendencia bastante generalizada a considerarse todo el mundo “maestro” capaz de opinar y dogmatizar sobre cualquier cosa, y con una falta de humildad tan tremenda que le hace totalmente incapaz de reconocer su error y aceptar la corrección.
Es bastante frecuente no creer en el Magisterio de la Iglesia. Y también lo es, hacer una propia interpretación de sus enseñanzas al más puro estilo protestante. ¡Cuántos hemos oído esa frase que reza: “Yo creo en Dios, pero no en los curas”!
Es por ello que ya no se puede hablar de “unidad de fe y moral” pues cada uno cree y actúa como mejor se le antoja; y aquello que no le gusta, sencillamente lo elimina sin el menor escrúpulo. Dígase: “no es la Iglesia la que me tiene que decir lo que es pecado, sino que es pecado lo que yo así considere”; “no hay necesidad de confesarse, si se tiene pecado mortal, antes de recibir la Sagrada Comunión”; o “no hay necesidad de confesarse si se usan medios anticonceptivos para evitar la procreación”. Cuántas personas ya no creen en el Infierno, ni en la otra vida; a lo sumo se limitan a decir: “Me imagino que después tiene que haber algo”.
La pérdida del sentido de lo sagrado; palpable en la actitud de los fieles en el templo: uso de móviles, no ponerse de rodillas en el momento de la Consagración, hablar sin necesidad dentro del templo, la ropa que se usa durante las ceremonias, dígase Santa Misa, Bautismos, Matrimonios…
Considerar la Santa Misa meramente como un “banquete de comunión” entre los cristianos y no como lo que realmente es: la actualización del Sacrificio de Cristo en la cruz. La Santa Misa es sacrificio y banquete.
Y mientras tanto qué hace la Jerarquía
Mientras que la fe de muchos se desmorona, unas veces por los pecados, otras por la confusión y otras por el desánimo, la Jerarquía se preocupa de que en las iglesias no se derroche luz y agua; se tenga cuidado del medio ambiente; sea una institución abierta a las “nuevas formas de vivir” y no se enclaustre en los dogmas tridentinos que son al fin y al cabo –eso dicen- los que han causado todos los males presentes. Ya está bien de curas con cara de “pepinillos en vinagre” que continuamente están hablando del Infierno, ahora es tiempo de anunciar la Misericordia infinita de Dios.
Y si hay algún sacerdote u obispo que quiere “reconducir” su rebaño y llevarlo de nuevo a Dios al modo como siempre lo hizo la Iglesia, pronto es defenestrado, decapitado o depuesto. Los ejemplos de ello son muy abundantes en los últimos dos años; es decir, desde que el “bendito” papa Francisco está “liderando” las filas de la Iglesia.
La única solución posible
Dado que el Modernismo es “el compendio de todas las herejías” (S. Pio X), habrá que ir desmontando todas las piezas que lo componen. Es decir:
En el campo filosófico: volver al auténtico Santo Tomás de Aquino y a la Filosofía realista. Eliminando cualquier mixtura con la Filosofía idealista (que es lo que hizo K. Rahner). Consejo ya dado por varios papas en el siglo XX; pero nunca seguido por los seminarios ni por las facultades de teología.
En el campo teológico: volver a la Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio de la Iglesia como siempre se enseñaron. Intentando evitar cualquier influjo de la crítica moderna protestante (e incluso católica).
En el campo moral: ser humildes y reconocer nuestro pecado. Volver a los tratados tradicionales de moral al estilo Royo Marín.
En el campo litúrgico: Redescubrir el significado sacrificial de la Santa Misa. Sacralizar de nuevo las ceremonias litúrgicas y educar la “sensibilidad” de los obispos, sacerdotes y fieles para que podamos captar de nuevo la belleza de lo sagrado. Darle a los sacramentos el sentido salvífico que Cristo les otorgó.
Dado que el problema es tan grave, la solución tendrá que ser radical; paños calientes nunca funcionarán. Es por ello que necesitaremos a santos y “buenos médicos”. Santos, para que denuncien el mal allá donde se encuentre y nos enseñen de nuevo el camino del bien. Y buenos médicos, para que extirpen todo lo malo que haya en el Cuerpo de la Iglesia y luego den quimioterapia y radioterapia durante el tiempo necesario, para que destruyan cualquier mal, aunque fuera pequeño, que todavía pudiera existir.
Sólo cuando se haya eliminado cualquier resquicio de Modernismo, y de cualquier otra herejía presente en la Iglesia, es cuando podremos empezar a hablar de la Primavera de la Iglesia.
Y por encima de todo, la gracia de Dios. Sin su ayuda, cualquier cambio sería imposible (Fil 4:13).
(Nota: Los problemas que aquí se han denunciado y las soluciones que se ofrecen, sólo son una muestra de botón. No se pretende hacer un estudio a fondo, sino un análisis meramente divulgativo; es por ello que muchos de los males que acucian a la Iglesia no han sido tratados).
Padre Lucas Prados