Bergoglio: la apoteosis del subjetivismo emocionalista

Un libro de Aldo Maria Valli

Recientemente, el vaticanista del Tg1 [telediario del primer canal de la RAI, ndt] Aldo Maria Valli ha publicado un interesante libro (266[1]. Jorge Mario Bergoglio. Franciscus P. P., Macerata, Liberilibri, 2017[2]) sobre las diferentes  expresiones desatinadas de algunas frases de Francisco, que dejan desorientados a los fieles católicos.

Me baso en las citaciones aportadas en el libro y muy bien documentadas en las notas, remitiendo al lector a ellas para no cargar demasiado mis artículos. Además aporto algunas observaciones de Valli y me permito integrarlas con otras mías.

Una pastoral sin doctrina

La primera frase malsonante es «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?» (A. M. Valli, 266. Jorge Mario Bergoglio. Franciscus P. P., Macerata, Liberilibri, 2017, p. 14, nota 4). El Autor observa que Bergoglio «no está en posesión de las capacidades o de la voluntad de realizar lo que en cambio es el deber de todo Papa: vincularse a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios» (op. cit., p. 15, nota 5).

Jesús dio a Pedro y a los Papas el Oficio de enseñar (Mt., XXVIII, 18) precisamente para que indicaran al Episcopado y a los fieles lo que es verdadero y lo que es falso, lo que está bien y lo que está mal. Bergoglio «en vez de centrar la enseñanza en la Palabra de Dios, se empeñaría en proclamar sus propias ideas» (op. cit., p. 15), las cuales son el inicio de una larga serie de «declaraciones salvajes», de «sistemática denigración de la doctrina y de la disciplina tradicionales de la Iglesia», que ponen «al Papa contra la Iglesia» en una especie de «guerra civil católica», ya que «están suscitando aprensión entre los católicos comunes, que lo juzgan ya fuera de control» (op. cit., pp. 16-17, nota 7).

Bergoglio «no afronta los aspectos doctrinales y las cuestiones morales (aborto, eutanasia, homosexualidad, procreación artificial)» (op. cit., p. 19). Prefiere la «Iglesia accidentada, partícipe e implicada en el ensuciarse las manos con la situación concreta, a la Iglesia bien equipada doctrinalmente, atenta y rigurosa en el reafirmar la verdad. Según Francisco no puede existir una norma universal, vinculante para todos» (op. cit., p. 27).

Sin embargo, la pastoral debe aplicar a los casos concretos las normas y los principios universales de la teología moral y dogmática. En cambio, a partir del Vaticano II, la pastoral tomó el control sobre la doctrina y se puso así «el carro delante de los bueyes» llegando, por tanto, a las recientes declaraciones de Bergoglio, las cuales son la lógica conclusión, radical y extrema, del neo-modernismo penetrado en el ambiente eclesial a partir de Juan XXIII.

Aldo Valli observa también: «La pastoral es por sí misma una praxis y como tal necesita una doctrina a la que estar conectada. Una pastoral sin doctrina o con una doctrina vaga y ambigua ¿no corre quizá el riesgo de ir contra la verdad?» (op. cit., p. 28). De aquí las actuales tendencias «empapadas de subjetivismo», el «guiño a la mentalidad dominante», el «ceder al relativismo imperante» (op. cit., pp. 28-29). En cambio, la Iglesia ha considerado siempre la verdad como el camino que lleva a Dios y tiene el deber de indicar la verdad a los hombres para que lleguen a Dios sin temor a equivocarse. Por esto, Valli se platea «la pregunta de las preguntas: ¿ha absorbido quizá la antropología relativista a los hombres de Iglesia y de mano de Bergoglio en persona?» (op. cit., p. 29). Todo esto denota en Bergoglio el primado del elemento emocional sobre el racional.

La deriva subjetivista de la moral de Bergoglio

Bergoglio suele repetir: «no se aman los conceptos, no se aman las palabras, se aman las personas» (op. cit., p. 33, nota 16); en fin, el individuo es más importante que el concepto. Pero «cuando la subjetividad prevalece sobre todo, el sujeto queda a merced de las impresiones y la acción humana carece de una razón iluminada y sólida» (ivi).

Esta deriva subjetivista y relativista en materia de moral en Bergoglio es percibida también por Valli en una entrevista concedida por el Pontífice a La Civiltà Cattolica, en la que declara que «la ingerencia [de la moral y de la Iglesia, ndr] en la vida personal no es posible» (op. cit., p. 43, nota 22). Parecería que para Bergoglio «la decisión individual es siempre buena o al menos tiene siempre valor, por lo que nadie la puede juzgar desde fuera con una norma universal» (ivi). Pero advierte Valli: «Si la Iglesia no muestra el pecado, si no consiente al pecador hacer claridad dentro de sí mismo según la Ley de Jesús, ¿no se condena a la irrelevancia?» (op. cit., p. 44). Pero desgraciadamente, Francisco sostiene precisamente que «cada uno tiene su idea del bien y del mal y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él los concibe» (ivi). Valli advierte justamente que «La idea de juicio, como recitamos en el Credo («y de nuevo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos»), no ha sido nunca extraña para los cristianos» (op. cit., p. 46) y, consiguientemente, advierte una adhesión bergogliana al «subjetivismo generalizado», a la «liquidez del pensamiento».

Además, por lo que respecta a la moral familiar, Valli cita al teólogo Robert Spaemann, que afirma que existe una fractura entre la Exhortación Amoris laetitia y la doctrina tradicional de la Iglesia y no tiene temor de decir que «el caos ha sido erigido como principio de un plumazo. El Papa habría debido saber que con tal paso divide la Iglesia y abre la puerta al cisma» (op. cit., p. 68, nota 53).

«Para discernir -afirma Valli- es necesario poseer algunos puntos de referencia, puntos firmes respecto a los cuales valorar y decidir. Pero aquí parece que hemos entrado en una pastoral móvil, donde pude ser verdadero todo y lo contrario de todo» (op. cit., p. 87).

Valli aporta un ejemplo muy claro y significativo de la pastoral de Bergolio: «En enero de 2016, es difundido un vídeo, producido por una sociedad de comunicación argentina, en el que Francisco se hace promotor del diálogo entre las religiones. En el vídeo aparecen un imán, un rabino, un sacerdote católico y un hinduista. Cada uno lleva consigo el símbolo típico de su propia religión, pero el cristiano no lleva en la mano ninguna cruz, sino una imagencita del Niño Jesús: ¿para no ofender quizá al judío? Lo que me deja todavía más perplejo es el mensaje del que también el papa se hace portador y que en el vídeo es repetido como un mantra por todos los exponentes religiosos: «Creo en el amor». ¿Qué significa? ¿Qué amor? ¿De qué Dios?» (op. cit., pp. 94-95).

Dulcis in fundo, «de vuelta de Armenia, en junio de 2016, respondiendo a las preguntas de los periodistas, Bergoglio expresa dos conceptos que son noticia. El primero es que la Iglesia debe pedir disculpas a los gay, el segundo es que Martín Lutero fue un «reformador» y representó una «medicina» para la Iglesia católica, que estaba enferma. Empecemos con los gay. ¿De qué debería pedir disculpas la Iglesia? Bergoglio responde, genéricamente, que debería pedir disculpas por haberlos ofendido. ¿Cuándo, cómo, por qué? No lo dice. […]. Y ahora la cuestión de Lutero, el «reformador» que, según Bergoglio, habría sido una «medicina» para la Iglesia. En este caso también, lo constatamos. Y nosotros, pobres católicos, que pensábamos que Lutero y la reforma habían sido una enfermedad y que la medicina había sido, más bien, la contrarreforma» (op. cit., pp. 179-180).

La raíz de la «novísima moral» de Bergoglio 

Para comprender el origen de este relativismo moral de Bergoglio, que podría calificarse como «novísima moral», es necesario remontarse a su origen. Pienso que éste es el nominalismo occamista. En efecto, el nominalismo[3] considera que los conceptos universales[4] y también la naturaleza o esencia real (genérica[5] y específica[6]) no tienen ninguna realidad objetiva fuera de la mente pensante; la única realidad extra-mental es la cosa en singular, el individuo (por ejemplo, Antonio): «nihil est praeter individuum». «Nada existe excepto el individuo» es el axioma que resume y define tanto el nominalismo como la pastoral moral del papa Bergoglio.

Además, el nominalismo radical de Occam, reduciendo el ser al pensamiento, deprime la capacidad de la razón humana de conocer la realidad y abre el camino al escepticismo y al agnosticismo. Pues bien, el modo de pensar y de hablar de Bergoglio, como nos ha sido presentado por las citas de Aldo Valli, denota una fuerte dosis de escepticismo relativista y agnóstico.

En resumen, para Occam y Bergoglio, el hombre tiene solamente el conocimiento sensible de lo singular, del fenómeno que entra por los sentidos, de aquello que es experimentable.

La «novísima moral» del papa Bergoglio 

El error principal, que está en la base de la «novísima moral» subjetivista y relativista llamada «de situación», hecha propia y radicalizada por Bergoglio, reside en la filosofía nominalista, moderna y contemporánea y en la teología protestante y modernista, que sustituyen la realidad objetiva por el yo pensante y anulan la libertad humana y el valor de las buenas obras objetivas y reales para remplazarlas con el sentimiento moral subjetivista del hombre, que ha de vivir y actuar en una situación particular.

En resumen, es el mismo error del modernismo clásico, pero trasladado del campo teórico y dogmático al práctico y moral. El modernismo dogmático, tras haber hecho tabla rasa desde Juan XXIII en el campo teórico, se ha lanzado con Francisco contra el práctico y ético con la «novísima moral» de situación, que representa el estadio terminal del neo-modernismo, que quiere destruir también el actuar moral humano según la naturaleza y la ley divina.

La conclusión práctica y moral del nominalismo, negando filosóficamente que todo hombre mantiene la misma esencia o naturaleza de ser humano (animal racional y libre) en las situaciones particulares y concretas en las que ha de vivir, es que la situación subjetiva tiene el primado sobre la ley moral y se convierte por ello en la regla del actuar ético del hombre. Es la situación subjetiva la que remplaza a la ley y a la moral objetiva y esta es la «novísima teología» bergogliana.

Por esto, Bergoglio, en la práctica, niega la moralidad intrínseca de las acciones humanas, ya que el criterio de la moralidad es extrínseco al objeto de la acción humana.

Más que un verdadero sistema de teología moral, la moral neo-modernista de situación es una mentalidad sentimentalista, según el modus operandi subjetivista a-dogmático e irracional del modernismo.

El error fundamental de la «novísima moral» bergogliana consiste en querer sustituir la moral objetiva y natural y sus reglas objetivas por las aspiraciones, los sentimientos, las experiencias morales subjetivas y personales del individuo concreto.

La conciencia subjetiva de la «novísima moral» 

La «novísima moral» habla mucho de conciencia subjetiva[7]. Ahora bien, la conciencia tiene dos significados: uno moral y uno psicológico. El significado principal es el moral y por ello la conciencia es esencialmente la conocimiento moral de la bondad o maldad de los actos humanos. Hoy especialmente, sin embargo, con la moral subjetiva de situación bergogliana, el significado moral es sustituido por el significado psicológico, o sea, por el conocimiento del hombre de que existe y de que actúa y que reclama el primado absoluto de la conciencia subjetiva sobre la realidad objetiva[8]. 

Santo Tomás de Aquino define la conciencia como un acto de juicio práctico, relativo al actuar, con el cual se aplican los principios universales a las acciones particulares (S. Th., I, q. 79, a. 13). Por tanto, según la recta moral, la conciencia aplica la norma moral objetiva al caso particular y no crea, como querría la «novísima moral» neomodernista, la norma según la situación subjetiva en la que se encuentra. Por tanto, no es exacto decir que la conciencia subjetiva determina y establece arbitrariamente lo que está bien y lo que está mal. La recta moral objetiva y tradicional enseña que el sujeto humano reconoce mediante la conciencia lo que está objetivamente bien y debe hacerse y lo que está objetivamente mal y debe evitarse.

El término correcto «conciencia», por tanto, es el moral, o sea, el juicio con el cual la persona evalúa sus propias acciones en cuanto moralmente buenas o malas. Además, la voz de la conciencia, tras haber juzgado si una acción es moralmente buena o mala, dice al hombre si es deber suyo realizarla o no y, después, abrueba la acción buena (la tranquilidad de la buena conciencia) y desaprueba la mala (el remordimiento de conciencia). La conciencia moral es el juez interior de todo hombre y su tarea es la de aplicar los preceptos objetivos de la ley moral natural y divina a los casos individuales en los que el hombre se ve en la situación de deber actuar[9].

La moral conyugal en el ojo del huracán

Hoy, en la fase terminal del ultra-modernismo bergogliano, se está desencadenando un asalto contra la moral conyugal divina (sacramentos a los divorciados que quieren continuar conviviendo…) y natural (los matrimonios homosexuales legalizados; la entrega de los hijos a parejas homosexuales y la incitación, bajo forma de educación sexual, al pecado contra la pureza incluso homosexual enseñado en la guardería desde los cuatro años…).

Este funesto asalto está intentando conciliar lo que es moralmente inconciliable, o sea, la ética objetiva con el subjetivismo filosófico, que destruye la objetividad de la moral, haciéndola subjetiva, individual y personal, es decir, una moral de situación por la que, en esta situación, para mí (hic et nunc) tal Mandamiento (objetivo)[10] o tal Virtud (objetiva)[11] no son practicables y, por tanto, no me obligan.

Se sigue de ello el debilitamiento del espíritu de fe, de la práctica de las buenas obras y finalmente de la virtud de la humildad, que nos hace aceptar nuestros límites y reconocer nuestras equivocaciones con verdadero dolor y sincero propósito de corregirnos, conformando nuestra conducta a la moral objetiva y no perseverando en el mal.

La «novísima moral», condenada ya por Pío XII 

La Iglesia, con previsión, había condenado ya, en los años cincuenta, la nueva moral de situación con tres declaraciones pontificias solemnes de Pío XII: Radiomensaje a los educadores cristianos del 23 de marzo de 1952 (AAS, n. 44, 1952, p. 273); Discurso a los delegados de la Féderation mondiale des jeunesses féminines catholiques (AAS, n. 44, 1952, p. 414); Discurso con ocasión del quinto Congreso mundial de psicología clínica del 13 de abril de 1953 (AAS, n. 45, 1953, p. 278) y, finalmente, con el Decreto del Santo Oficio del 2 de febrero de 1956 (AAS, n. 48, 1956, pp. 144-145). El Papa, en la primera intervención, condenaba el querer sustituir la ley divina y natural por el propio arbitrio subjetivo; en el segundo equiparaba la nueva moral a la filosofía idealista, actualista, existencialista y subjetivista y, finalmente, en el tercero, ponía en guardia contra el abandonar la moral tradicional para adaptarse y actualizarse a las exigencias del hombre moderno y concreto en todas las situaciones en las que ha de actuar. 

El Santo Oficio, además, recordaba que la moral objetiva y tradicional ha estudiado siempre las circunstancias (quis, quid, ubi, quibus auxiliis, cur, quomodo, quando / quién, qué, dónde, con qué medios, para qué, cómo, cuándo[12]) que acompañan al acto humano en su moralidad, pero no ha puesto nunca las circunstancias, las exigencias subjetivas y situacionales en el lugar de la ley y moral objetiva natural y divina. Las circunstancias pueden cambiar la especie del pecado (por ejemplo, si «quien / quis» es matado es una persona que ha hecho el voto de religión, se mancha de sacrilegio además de de homicidio); pueden disminuirla y también anularla (si alguien es obligado bajo tortura, «con qué medios / quibus auxiliis», a revelar un secreto); o también pueden agravarla (si se roba una materia grave, se comete un pecado mortal, mientras que, si se roba una materia leve, se comete un pecado venial), pero no son la ley y la moral. La circunstancia es algo que está alrededor («circum-stare») de un núcleo esencial, como accesorio suyo.

En teología moral, se habla de las circunstancias del acto humano, las cuales sobrevienen para modificar[13] la eticidad del acto, que viene dada esencialmente por el objeto, el cual es la fuente o el núcleo primario de la moralidad de los actos, mientras que las circunstancias son la parte secundaria y accesoria, aunque no insignificante[14].

La aniquilación del hombre 

El agnosticismo reduce el conocimiento humano de racional a puramente sensible o animal. Por tanto, olvida las esencias, el porqué de las cosas, lo Trascendente. No los niega por principio o teóricamente, como hace el ateísmo, pero es indiferente, no piensa en ellos, más bien afirma que, en la práctica, es mejor ignorarlos. De aquí el desprecio de Bergogio por la teología y la doctrina. En un cierto sentido, el agnosticismo es una filosofía peor incluso que el ateísmo, que al menos se plantea el problema de Dios, aunque niega después su existencia. El modernismo, adoptando el agnosticismo kantiano, es una forma de agnosticismo teológico, que resuelve el problema de Dios por medio de sentimiento o experiencia religiosa.

En campo filosófico, el agnosticismo afirma que 1º) la razón está limitada al «conocimiento» de los objetos sensibles; 2º) la Trascendencia no existe o, como mucho, es incognoscible.

De estos dos errores principales deriva la conclusión radicalmente aniquiladora de la razón, de la moral e incluso del ser creado e Increado. En el nihilismo filosófico post-moderno se encuentran los dos principios fundamentales del agnosticismo, que, por tanto, es el hilo conductor de toda la modernidad y post-modernidad. El agnosticismo ha causado 1º) el eclipse de la razón (v. el marxismo y la prioridad de la praxis con una mano tendida a la religión modernizada y actualizada); 2º) su destrucción o aniquilamiento (v. el nihilismo freudiano radical de la Escuela de Francfurt) y, finalmente 3º) la muerte del hombre, que, por naturaleza y en su esencia, es un animal racional (v. «el pensamiento salvaje» del nihilismo estructuralista francés del sesentayocho). En efecto, la mortificación o muerte de la razón es la mortificación o aniquilamiento del hombre (que, en su esencia, es racional) y también de la verdad (que es conocida con la razón). Esto equivale a herir a muerte, en su naturaleza, la vida humana, ya que, sin razonar y sin verdad, desaparecen el actuar por excelencia del hombre («animal racional y libre», Aristóteles) y su fin («conocer la verdad y amar el bien»), es decir, lo que hace al hombre verdaderamente hombre, su esencia o causa formal y su fin o causa final. Sólo quedan la causa material (el puro cuerpo, como en los animales) y la causa eficiente, que no se sabe cuál es, ya que la modernidad niega el principio de causalidad («si hay un efecto, hay una causa»). Además, todo ente actúa por un fin («omne agens agit propter finem») y, por ello, la modernidad, quitando la finalidad al hombre, que está necesariamente vinculada a su naturaleza de ente vivo y racional, lo desmotiva y des-moraliza. Finalmente, si se quita la verdad como objeto de conocimiento, queda que sólo se podría conocer la mentira, que falsea, desdencamina, desvía, demuele y, finalmente, disocia, ya que es deformidad con la realidad, y, si el hombre pierde el contacto con la realidad, cae en la disociación mental, o sea, en la locura.

Además, el agnosticismo es animado por una gran soberbia oculta bajo apariencia de humildad («¿quién soy yo para poder juzgar?»). En efecto, prefiere ignorar la tendencia natural del intelecto a la verdad, antes que secundarla e intentar adecuar el propio pensamiento a los objetos reales que se encuentran alrededor y delante de él y, negándose a conformarse a la realidad y a la verdad, llega a querer crear la realidad con el pensamiento: «cogito ergo sum».

Conclusión 

En el libro de Valli se afrontan también otros temas desatinados del pensamiento bergogliano (la «sola misericordia», la acogida, el querer agradar al mundo, la doctrina luterana de la «justificación», el Dios no católico…). Los expondré en un próximo artículo para no aburrir a lector.

Aquí me he limitado a constatar cuán vacío es el pensamiento de Francisco y, sobre todo, a mostrar las raíces y el porqué de semejante imprecisionismo, que se remonta al nominalismo, que niega la realidad de la esencia real, del concepto universal y de la capacidad humana de conocer la realidad objetiva. A partir de estas premisas no se puede no llegar a tristísimas y debilísimas conclusiones.

Antonius

(continuará)
(Traducido por Marianus el eremita)

[1] «266» significa que Bergoglio es el 266º Papa de la Iglesia.

[2] El libro (210 páginas, 16 euros) pude ser pedido a Liberilibri, tel. 0732. 23. 19. 89; fax 0732. 23. 17. 50; email [email protected]

[3] Desarrollado especialmente por Guillermo Occam (†1349)

[4] Por ejemplo, «humanidad».

[5] Por ejemplo, «animal».

[6] Por ejemplo, «humana».

[7] Cfr. E. Lio, Conscientia, en Dictionarium morale et canonicum, Roma, 1962.

[8] Cfr. P. Palazzini, La coscienza, Roma, Ares, 1961.

[9] Por ejemplo, la conciencia aplica el mandamiento «no matarás» al caso particular de un embarazo no deseado en un periodo difícil. Incluso en ese caso o situación particular, por muy difícil que pueda ser, la voz de la conciencia dice que no es lícito matar a un inocente para aliviar las dificultades subjetivas del individuo.

[10] Por ejemplo, el mandamiento «no matarás», objetivo, universal y negativo, obliga siempre y para siempre, pero, según la «novísima moral», si en la situación particular (aceptar un hijo no deseado) de una persona subjetivistamente considerada (una joven que no se ha abierto todavía camino en la vida), resulta demasiado pesado, no obliga y se puede abortar. Así también, si soportar a un anciano enfermo se hace difícilmente soportable, entonces es lícita la eutanasia y cosas por el estilo.

[11] Por ejemplo, el voto de castidad o el celibato eclesiástico existen objetivamente, pero si en las condiciones subjetivas de un religioso, que se encuentra inmerso en el mundo contemporáneo con todas sus exigencias, se hacen demasiado pesados, no obligan al sujeto.

[12] Quis indica las cualidades accidentales del sujeto agente, por ejemplo, si es un sacerdote; quid expresa la cantidad de la materia: si he robado 1000 liras o 1 millón, si he matado a 1 ó a 7 personas; ubi hace referencia al lugar particular, por ejemplo, si he robado en una iglesia; quibus auxiliis nos dice los medios con los que el acto ha sido realizado, por ejemplo, si he calumniado en voz alta o mediante escritos publicados; cur es la intención o el fin de la acción, que es la circunstancia principal, por ejemplo, si rezo para hacerme ver o por vanagloria; quomodo indica el modo en el que se ha actuado, por ejemplo, con plena advertencia o no, o con violencia; quando indica el tiempo, por ejemplo, si he odiado durante 1 minuto o durante 1 año, si he robado en domingo.

[13] Existen circunstancias que 1º) aumentan o disminuyen la moralidad que proviene principalmente del objeto; por ejemplo, si robo 1000 liras o 100000, cometo un pecado venial o mortal contra el mismo 7º mandamiento. Existen también circunstancias que 2º) cambian la especie de la moralidad del acto, o sea, aportan al acto otra moralidad de especie diferente de la del objeto principal; estas constituyen un segundo objeto moral distinto del primero. Por ejemplo, si robo un cáliz consagrado, además del objeto del hurto (pecado contra el 7º mandamiento), existe otro objeto moral, que es el sacrilegio (pecado contra el 1º mandamiento).

[14] S. Th., I-II, q. 18; A. Lanza – P. Palazzini, Principi di telogia morale, Roma, 1957, vol. III, n. 117 ss.

SÍ SÍ NO NO
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