En 2011, el padre Étienne Goutagny, de la abadía de Citeaux, publicó el hermoso libro Un moine sous le regard de Dieu. Souvenirs sur dom Godefroid Bélorgey (1880-1965), en las ediciones Traditions monastiques de la Abadía de Saint-Joseph de Clairval (Francia).
Dom Bélorgey hizo parte de la larga serie de convertidos entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, serie que continuó después bajo el pontificado de Pío XI y del venerable Pío XII, de modo que superó en número, se dice, a los convertidos de la primera era cristiana. Nacido en una familia católica de Borgoña, se aleja de toda práctica religiosa durante sus estudios en la escuela de veterinaria de Lyon, donde el ambiente científico y materialista predomina bajo el influjo activo de la masonería.
Tras los estudios universitarios, entra en la escuela militar de Saumur, y después se enrola en los Coraceros de Cambrai, donde se dedica a su pasión por los caballos. Del todo brillante en su exterior, el ilustre oficial siente pronto dentro de sí, sin embargo, el vacío de la vida mundana. En medio de su indiferencia religiosa, ha conservado en espíritu de fidelidad a una promesa de su infancia: la costumbre de decir cada día una oración a la Virgen y otra a San José, su castísimo Esposo.
Y es así como Dios le espera. Gracias al influjo benéfico de un compañero de armas, conoce al capellán militar que es un sacerdote recto y culto, que cree de verdad en Jesucristo. Se confiesa, vuelve a la Santa Misa y a la Comunión frecuente. Jesús comienza a penetrarlo completamente. Entonces decide consagrarse a Él en la vida austera de los monjes trapenses, sin conocer todavía ningún monasterio.
A pesar de las risas burlonas de sus compañeros y la oposición de su familia, en 1910 entra en la abadía de Scourmont en Bélgica. Allí Dios forja el alma del joven oficial, ahora novicio, por medio de una dura prueba de Fe que le permitirá más tarde saber ayudar a aquellos que se topen con las dudas de fe.
Fray Godefroid tiene la gracia de poder beneficiarse de un maestro de noviciado que le orienta hacia una vida de intimidad con Jesús en la que la oración tiene su espacio esencial. Y así también hoy: en la vida cristiana, en la vida sacerdotal y religiosa, no basta detenerse en la superficie: es necesario entrar y penetrar en la intimidad con Jesús, la “familiaritas stupenda nimis” de la que habla la Imitación de Cristo (2, 1, 1).
Monje, sacerdote, hombre completamente de Dios, amable y fuerte, dom Godefroid Bélorgey es llamado pronto a convertirse en maestro de novicios y después en prior de la abadía. En 1932 es nombrado abad de Citeaux, la abadía-madre de todas las abadías de los Cistercienses. Esto es providencial para su Orden, porque él ha comenzado ya su buen “certamen”, la buena batalla para dar todo su espacio a la oración en la vida monástica.
Desde el puesto de vértice que ahora ocupa puede ejercer toda su influencia: inmediatamente ayuda a los Trapenses a revitalizar su vida de canto y de trabajo (“Ora et labora” de San Benito) por medio de una vida de oración y de intimidad con el Señor, animada por la caridad teologal.
En realidad existe siempre la tentación de concentrarse en aquello que uno hace exteriormente, en el trabajo y en las observancias más que en Jesús, el Esposo divino que debe animar y vivificar todas nuestras acciones. Esta tendencia prendía a algunos monjes desviándolos de lo que ellos, con una cierta desconfianza, llamaban “la mística”. Pero es precisamente esta la vida del monje y debe serlo de todo cristiano-católico, obviamente en su puesto: Jesucristo, ideal, vida, alegría del monje y de todo creyente en Él (como ilustró el Beato dom Columba Marmión en sus libros: “Cristo, vida del alma” y “Cristo en sus misterios”).
La herencia de este ilustre “hijo de San Benito” perdura por medio de sus escritos, que el padre Goutagny recoge en este libro con su hermoso perfil de hombre de Dios, el cual acostumbraba decir: “Buscad a Jesús con locura, porque Él os busca con locura” (p. 195): “Nuestro ideal cisterciense: tener como modelo la vida de la Santísima Trinidad”.
Pero esto es también el ideal de todo cristiano-católico; cuanto más del consagrado, de todo sacerdote digno de este nombre: “No basta ir a las periferias del mundo; es indispensable estar en el centro – que es solamente Jesucristo – y subir con Él a las alturas de Dios”.
Candidus
(Traducido por Marianus el eremita)