¿Cambian los tiempos? ¡Cámbiese a Dios!

Como cada domingo o fiesta de precepto, también el 26 de agosto de 2018 fuimos a nuestra iglesia parroquial para asistir a la Santa Misa y recibir la Sagrada Forma. Dejamos aparte, por amor a la decencia y al decoro, la observación del vestido masculino y femenino, que, en esta zona de playa, se reduce al mínimo, lo cual no parece preocupar demasiado al pastor. Más bien, si uno se atreve a reprochar a alguna gentil dama “bañista”, se obtiene el irritado “ocupaos de vuestros asuntos” de aquel, hombre de paz, que no pretende entrar en conflicto ni siquiera en defensa de lo sagrado, demostrando de esa manera cómo “hombre de paz” – según el diccionario bergogliano – no es sino ‘hombre pusilánime’, que recuerda mucho al manzoniano don Abbondio.

En la homilía subsiguiente al Evangelio de san Juan (6, 60-69), desentrañando a su manera la respuesta de Pedro – ¿A quién iremos, oh Señor? Tú solo tienes palabras de vida eterna – se ha prodigado en una reflexión de sello reduccionista, afirmando que “Jesús no da mandamientos, no propone o dispensa lecciones, no distribuye normas”, porque “su esencia está hecha sólo de perdón y de misericordia”.

Ciertamente, un atributo de Dios es la misericordia y el perdón, pero no es lo único, ya que ella se compenetra, e igualmente se sopesa, con la justicia, así como se ve perfectamente a partir de tantos episodios bíblicos y evangélicos. Ciertamente, Jesús ha venido al mundo para redimir a la humanidad, a los pecadores, pero no sin su arrepentimiento y su expiación, como demuestra la historia de Zaqueo (Lc 19, 1-10) y todavía más el caso final del ladrón crucificado, el cual, reconocida la propia iniquidad y el consiguiente justo castigo (Lc 23, 39-43), no pensó ni lo más mínimo en bajar del patíbulo despidiéndose de su compañía, sino que permaneció clavado hasta la muerte, descontando y expiando sus crímenes.

Ambigüedades, las citadas, que se convierten en motivos de coartadas comportamentales para la conciencia de los fieles y, al mismo tiempo, de desviación teológico/moral, así como se advierte por el palpable, difundido, narcótico relativismo que, como putrefacción cancerosa, se ha difundido en la común opinión cristiana.

Pues bien, según lo dicho por el cándido/astuto celebrante, Jesús no dispensa lecciones, no carga pesos, no distribuye mandamientos, cosa que, como es sabido, representa, para la neo-cristología, cómoda rescritura del Evangelio, amplia apertura antropocéntrica y ejercicio de arrogancia, de prevaricación y de apostasía, con el resultado, como acertadamente escribe E. M. Radaelli, de decir negro donde Jesús dice blanco. Pero veámoslo brevemente.

1Jesús no da mandamientos y no distribuye normas. Patraña, porque en Mt 22, 34-40, Jesús indica, a un doctor de la ley, los dos mandamientos más importantes: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás al prójimo como a ti mismo”, y porque, también en Mt 28,2, se lee que Jesús, en el momento de subir al Padre, ordena a sus discípulos que enseñen y observen todo lo que les había mandado. Igualmente, en Jn 15, 12, se lee: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”. En cuanto a las normas, bastaría mencionar Mt 7, 1-29, donde Jesús da una lista precisa de normas sobre cómo comportarse.

2Jesús no propone o dispensa lecciones. Si la intención del celebrante era la de decirnos que Jesús no es el moralista que, arrogante y sabelotodo, se emplea sirviendo vacuas e intelectualoides leccioncitas, no tenemos dificultad en consentir con ello, pero, por el tono con el que predicaba, se advertía, sutil, el redimensionamiento de Jesús a simple hombre, uno como tantos y superior a ninguno, que, siendo tal, no posee autoridad y ciencia para impartir lecciones. Patraña, porque los Apóstoles, el pueblo y los fariseos reconocen en Él ciencia y autoridad desde el momento en que lo llaman ‘Maestro’ y, como es sabido, un ‘Maestro’ lo es en cuanto “enseña, da lecciones”. ¿Y quién, sino el Hijo de Dios, la suprema Sabiduría (Dante, Infierno III, 6), puede llamarse Maestro, Camino, Verdad y vida?

Copiosa es, en los Evangelios, la frecuencia con la que Él es llamado ‘Maestro, Rabbí’, indicando con ello su función docente y su divino magisterio. ¿Y cómo deberemos definir, sino como lecciones, el ‘Sermón de la montaña’, ‘Ley antigua y ley nueva’ (Mt 5, 1-48 – Lc 5, 17-49), y el capítulo Mt 6? ¿Qué es sino una lección el cap. Mc 9, 33-50? ¿Y no son acaso una altísima lección los cap. 13-14-15-16-17 del Evangelio joánico, allí donde Jesús mismo se define Maestro cuando, respondiendo a Pedro, afirma: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy” (Jn 13, 13)?

El entero mensaje evangélico es una ‘lección’, por otro lado, tan fuerte e innovadora que erradicó el orden antiguo del “príncipe de este mundo” y abrió el camino a una nueva historia que comienza en el ocultamiento de Belén, afirmándose, más tarde, en la cumbre del Calvario, como la historia de Dios hecho hombre. Pues bien, la nueva teología, salida de un conciliábulo pastoral, nos dice que Jesús debe ser interpretado con respeto a la cultura de cada tiempo particular y, ya que este actual, producto del triste ’68, se caracteriza por una nivelación anárquica, igualitaria y oclocrática (gobierno de la plebe), y, por tanto, por el rechazo de toda autoridad, con el cual se ha sancionado la “muerte de Dios”, deriva de ello que lo divino ha sido sustituido por lo humano, la metafísica ha sido disminuida a física, la trascendencia se ha transmutado en inmanencia, el dogma ha sido borrado por el cientificismo y la verdad ha sido cambiada por el verismo, Santo Tomás de Aquino substituido por Enzo Bianchi. De modo que, lo humano “demasiado humano” se da como la dimensión única en la que se desarrolla toda dialéctica con el signo de un total reduccionismo en salsa filantrópica.

Pero no se crea que el pensamiento del citado celebrante es una extemporánea exteriorización suya, realizada en ese momento y lanzada como manifiesto por una nueva, paritaria relación con Dios, así como no es una posición de preconcebida hostilidad nuestra al actual curso cultural católico decir lo que escribimos, porque semejante cifra minimalista viene de lejos, y exactamente del Concilio Vaticano II, sobre cuyo nefasto “espíritu” se ha consolidado poco a poco hasta convertirse en común catequesis.

El limitado espacio programado para la presente intervención no nos consiente extender un catálogo de los ejemplos demostrativos de lo que vamos afirmando, pero los pocos que vamos a ilustrar son ampliamente suficientes para aseverar la existencia de un filón, más o menos floreciente, de antropocentrismo, aquel que ya Pablo VI reivindico en su discurso en la ONU – octubre de 1965 – como fundamento del Catolicismo en el que toda realidad trascendente decae a realidad inmanente, humana y evolutiva.

Vemos entonces, con el festival multirreligioso, que tuvo lugar en Asís en 1986 y replicado en octubre de 2011, a la religión cristiana-católica, equiparada, por lo bajo, a todas las falsas confesiones y reducida, por lo tanto, a una fenomenología humana priva del sello de la Revelación, en condominio con la idolatría de la cual escribe el salmista: “Todas las divinidades de los paganos son demonios” (Sal 95, 5).

En 1993 aparecía, firmado por don Tonino Bello, obispo de Molfetta, “Maria, donna dei nostri giorni [María, mujer de nuestros días] – Ed. San Paolo”, libro compuesto de 31 capitulitos con el cual el autor reduce la figura de María a simple “mujer ordinaria” que “como todas las mujeres, experimentó también ella el sufrimiento de no sentirse comprendida, ni siquiera por los dos amores más grandes que tuvo en la tierra. Y habrá temido defraudarles. O no estar a la altura de su papel. Y, después de haber diluido en las lágrimas el trabajo de una soledad inmensa, habrá recuperado, finalmente, en la oración, hecha juntos, el gozo de una comunión sobrehumana” (pág. 12). Cuadro meloso, apto para una devoción sentimentaloide cuyo máximo es ese “trabajo de una soledad inmensa”, bañada de lágrimas desconsoladas, por las continuas incomprensiones y las probables discusiones con Jesús y José. Soledad inmensa de una mujer: Madre de Dios, Mediadora de todas las gracias (Marienfried – Baviera – 25 de junio de 1946), Corredentora. ¡Material psiquiátrico, increíble!

Y en este filón, María – según el parecer de un canónigo lateranense que vino hace cuatro años a nuestra iglesia parroquial a celebrar la Santa Misa el día de la Asunción – se convierte en una mujer “de escasa cultura y probablemente analfabeta, que no podía componer el ‘Magnificat’, por lo cual es lícito y razonable pensar en Lucas como autor del himno”. Post Missam, en la sacristía, hicimos saber a dicho canónigo que, por el contrario, la mujer israelita – distintamente que la contemporánea católica – conocía y leía las Escrituras y, además, que, en el extraordinario caso de María, está presente el Espíritu Santo, porque no se entiende cómo se considere inspirador del sagrado salmista y no de la Madre de Cristo Dios.

En esta nivelación a la baja, conducida en relación a la Santísima Virgen, hace caer su inoportuna y escandalosa carga el papa Bergoglio, que, casi como conclusión de los dos citados mariólogos, diseña así la medida de fe y la complexión cultural y psicológica de la Virgen que, así, a decir suyo, se lamenta: “¡Tú, oh Dios, aquel día – esto es lo que hemos leído – me dijiste que (Jesús) será grande; tú me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre, y ahora lo veo ahí (en la cruz)! ¡La Virgen era humana! Y quizá le venían ganas de decir: ¡Mentiras! ¡He sido engañada!” (Radio Vaticana – 20 de diciembre de 2013 – Santa Marta). Vemos aquí configurada la fe de María que Bergoglio ha reducido a una trémula y comunísima mujer dudosa, erosionando así la Tradición, que, en las Letanías Lauretanas, ha celebrado su santidad, su fe, su belleza. ¡Pero frente a semejantes desacralizadores graznidos está el culto bimilenario que el pueblo cristiano le tributa a Ella – que “todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (A. Manzoni – Il nome di Maria [El nombre de María], vv. 7-8), está el sublime “Vergine Madre, Figlia del tuo Figlio [Virgen Madre, Hija de tu Hijo](Paraíso XXXIII, 1) de nuestra mayor Musa, Dante, están las apariciones marianas, en las cuales Ella se revela todo lo contrario a una mujercita de nuestros tiempos!

Configurada la Madre, Bergoglio se ha dirigido al Hijo, definiéndolo, en el episodio del encuentro con la adúltera (Jn 8, 1-11), como “un tonto… poco limpio” (Convenio Eclesial de la Diócesis de Roma – junio de 2016), un tipo vanidoso, el Mesías, que pellizca la mejilla, y poco familiar con la higiene. En resumen: uno como tantos.

Y, para concluir, siguiendo el impulso del emprendido proceso ‘reductivo’, no podía no hacer bajar, del Empíreo a niveles terrestres, también a la altísima y santísima Trinidad, de manera vulgar. En efecto, en la audiencia del 17 de marzo de 2017 a los miembros del CTEWC (Catholic Theological Ethics in the World Church), para seguir siendo fiel al método de hablar improvisadamente, ha saltado diciendo que “En la Santísima Trinidad, ellas (las tres Personas divinas) pasan el tiempo discutiendo a puerta cerrada, pero al exterior dan una imagen de unidad”. Lo que hace suponer que puede, a veces, encenderse, entre ellas, como sucede en la tierra – y como, según don Tonino Bello, entre José, María y Jesús – alguna animosa discusión, pero siempre a puerta cerrada, que los trapos sucios se lavan en familia, salvaguardando una pública hipócrita imagen de concordia.

¿Os parece, entonces, que el homileta del que hemos partido, deba ser considerado como un accidente individual, o más bien un ulterior escalón que bajar en el abismo de la disolución?

L.P.

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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