Carismas y carismáticos

31 de mayo de 2020, Domingo de Pentecostés

A la salida de la Santa Misa, vivida con la protocolar mascarilla antivirus, nos reunimos, cerca al atrio, con otros fieles para intercambiar algunas opiniones sobre la situación de la actual pandemia. Nos congratulamos con el celebrante que, a diferencia de otros, había distribuido el Sacramento con sus manos desnudas y, por el contrario, expresamos un juicio crítico hacia los fieles que habían recibido el Cuerpo-Sangre-Alma y Divinidad de Jesús en sus manos enguatadas con guantes de látex para protegerse de un -¡lejos de nosotros!- probable contagio vehiculado por la santa e inmune partícula eucarística.

De ahí el discurso pasó al tema del domingo, Pentecostés, particularmente a las palabras del sacerdote, que se centraron, brevemente, sobre la primera epístola de san Pablo a los Corintios, en la que el Apóstol habla de los dones del Espíritu Santo y de los carismas (12, 8-11).

No muy lejos nos escuchaba un hombre que, en el momento en que se mencionó, por obvia vinculación, el episodio de los Apóstoles y el milagro de las lenguas (Hechos de los Apóstoles, 2, 4–12), se acercó a nuestro grupo y, presentándose como un «carismático», cortésmente pidió intervenir en el tema, comenzando a informarnos sobre el don que, después del derramamiento del Espíritu recibido por los «hermanos», les permite incluso hablar idiomas extranjeros y desconocidos, ni más ni menos como los Apóstoles.

El resultado fue un diálogo que, al principio, se manifestó en  muchas voces, creando así un cierto grado de confusión  al punto que quien escribe se ha tomado la tarea de llevar el discurso de vuelta al camino de la claridad y del orden. Para evitar irnos por la larga –porque la hora matutina nos llamaba a las tareas cotidianas – nos limitamos a hablar de la llamada «efusión del Espíritu» y del fenómeno de la «glosolalia», término que viene del griego «glossa» -lingua – y «laleo» -hablo.

Reportaremos, en discurso indirecto, lo que el carismático y quien escribe estas líneas se dijeron mutuamente para evitar referencias innecesarias y, sobre todo, para resumir el significado de las observaciones con mayor precisión y puntualidad. Por lo tanto, daremos en una breve exposición la doctrina del carismático y, seguidamente, nuestras objeciones.

«La efusión del Espíritu –explicó – es el momento final de un camino didáctico de aprendizaje y estudio de doce enseñanzas y un retiro de tres días en oración, al término del cual, la comunidad, reunida en torno al hermano, invoca sobre él el descenso del Espíritu Santo, un nuevo Pentecostés, con la infusión de los carismas de los cuales los más eminentes son la glosolalia –la capacidad de hablar lenguas desconocidas – y el poder de sanación. Todo esto –afirmó nuestro invitado – está en estrecha relación con las palabras de Cristo: “El intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho» (Jn. 14, 26)[1].  Esto se explica y legitima también en el pasaje paulino citado arriba  –I Cor. 12, 8- según el cual no hay nada que objetar al procedimiento  que la comunidad carismática sigue para obtener dones.

En cuanto a Jesús, que promete el Espíritu Santo, el movimiento carismático –objetamos – interpreta de modo incorrecto y “pro domo sua” el pasaje de san Juan. El hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad, habla a los Apóstoles –los primeros obispos – prometiéndoles a ellos, y solo a ellos, el Espíritu Santo y solo ellos y sus obispos sucesores poseen, en virtud de su sagrado ministerio, el sumo y exclusivo poder de infundir el Espíritu Consolador. En los Hechos de los Apóstoles se narra la institución de siete diáconos, sobre los cuales los Apóstoles, luego de haber orado, impusieron las manos, llenándolos del Espíritu Santo (Hechos 6, 1-7). Es, por lo tanto, taxativo: a ningún otro es concedido este carisma, ni a un sacerdote ordinario –salvo circunstancias particulares – ni, mucho menos, a un simple cristiano. De ahí que definirse como «carismático» se configura como pecado de soberbia y vanidad, al igual que los antiguos herejes se autodefinían como «cátaros», puros, es decir, perfectos, cuando, por el contrario, como afirma el salmo 142, 2 «ningún viviente es justo delante de Ti». ¡Figurémonos si uno puede llamarse a sí mismo santo! Con esto se demuestra, por tanto, como un verdadero abuso el que ejercitan los carismáticos, pretendiendo ser dispensadores de carismas y virtudes. Como también están errados aquellos supuestos videntes de Medjugorie que, similarmente a los carismáticos, imponen las manos sobre la cabeza de los presentes, simulando el rito de la Confirmación. Y esto en lo que respecta a la llamada «efusión» del Espíritu de connotación carismática.

Con respecto a la «glosolalia», presumida por los carismáticos como su connotación de identidad típica, la objeción fue corta y concluyente ya que, dijimos, dicho fenómeno no se puede comparar de ninguna manera con el prodigioso evento de Pentecostés. Ese día, a los Apóstoles se les permitió hablar un idioma de origen divino y de una forma muy arcana, que fue, sin embargo, perfectamente comprensible para cada persona de un idioma diferente que, ese día, estaba en Jerusalén: judío, griego, elamita, egipcio, mesopotámico, el que fuera. Por lo tanto, se trataba de un lenguaje misterioso que todos entendían como el suyo.

Aquellos que han presenciado, como el que escribe estas líneas, una reunión carismática, dan testimonio de un zumbido que gradualmente se convierte en charla y luego en clamor: es el momento en que ocurre el fenómeno de glosolalia que, según nuestro carismático, no es más que el don de hablar idiomas desconocidos. A decir verdad, en este grito no hay la más mínima correspondencia con el milagro de Pentecostés, es decir,  que el italiano, francés y español lo decodifiquen como  su idioma respectivo. No, todo no es más que un montón de vocales y sílabas gritadas donde, a veces, se puede identificar restos minúsculos que se asemejan al griego, hebreo, latín e incluso al  francés. Pero es comprensible  que, entre tantos balbuceos, uno pueda ventilar algún vocablo cualquiera. En resumen, todo sigue siendo una cascada de sonidos, de fragmentos verbales cantados que se cruzan, incomprensibles incluso para los propios hablantes, y que no tiene nada de prodigioso; más bien, y lo decimos seriamente y con un sentido de caridad cristiana, configurable, en una primera y severa hipótesis, como una alteración patológica del habla o, en una segunda hipótesis más benévola,  como cacofonía.

Nuestro amigo el carismático no respondió, pero dejó nuestra compañía, simplemente sacudiendo su cabeza, no sabemos si por desacuerdo, desmotivación o porque su causa había sido derrotada.

L. P.


[1] Nota del traductor: Todas las citas de la Escritura corresponden a la versión de monseñor Juan Straubinger.

(Traducido por César Félix Sánchez)

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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