Carta abierta a los católicos a punto de regresar a Misa

De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación. Por ello hay entre vosotros muchos enfermos y no pocos han muerto. Por el contrario, si nos examinamos personalmente, no seremos juzgados. Aunque cuando nos juzga el Señor, recibimos una admonición, para no ser condenados junto con el mundo. 1 Corintios 11:27-32

Decidí escribir esta carta con el objetivo de hablar a mis compañeros católicos sobre un tema que me ha resultado difícil abordar. Estoy aterrorizado, porque estamos a punto de volver a Misa. Mis temores no se derivan de las posibles repercusiones físicas de volver a Misa. En vez de eso, mis temores son puramente espirituales.

El verano pasado, el Centro de Investigación Pew publicó un artículo que señalaba que sólo un tercio de los católicos creen que el Santísimo Sacramento es literalmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo. De hecho, según el artículo, casi el setenta por ciento de los católicos creen que la Eucaristía es un símbolo de la pasión de Cristo en lugar de su carne y sangre reales. Esto es desgarrador por varias razones, y no es la menor de ellas el hecho de que tales creencias han dado lugar a un sacrilegio mundial contra el Santísimo Sacramento.

No soy teólogo; no profundizaré en la inmensa importancia de la Transubstanciación y la belleza incomprensible que tiene lugar en cada Misa. En cambio, como laico, miro al Catecismo de la Iglesia Católica:

El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia. Catecismo de la Iglesia Católica. 1415.

De hecho, recibirlo en pecado mortal es en sí mismo y por sí mismo un pecado mortal. Sin embargo, para aquellos que son parte del setenta por ciento que no creen en la Presencia Real, es lógico que no les importe mucho esta idea. Después de todo, si la Eucaristía no es realmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo, entonces es lógico que recibir la Eucaristía en pecado mortal no pueda ser realmente un pecado mortal. ¿Por qué lo sería? Se trata solamente de pan, después de todo.

Debo decir que solamente el hecho de escribir lo anterior sarcásticamente me puso mal del estómago.

Puedes preguntar cómo sé que se produce tal sacrilegio. Este es un tema sobre el que puedo hablar con cierta autoridad, porque lamento decir que solía ser este mismo tipo de «católico». Nací y crecí católico y asistí a la escuela católica durante 12 años, lo que, en lo que respecta a mi catequesis, significa muy poco. Durante gran parte de mi vida, fui un joven católico devoto; sin embargo, una vez que llegué a la escuela secundaria y a la universidad, comencé a ir por el camino fácil en muchos aspectos. Cuando eres un niño sin criterio de secundaria, es fácil decir que los pecados contra la castidad sean «normales». Cuando eres la persona divertida en tu grupo de amigos, es fácil decirte a ti mismo que usar repetidamente un lenguaje grosero y tomar el nombre sagrado de Dios en vano, no importa demasiado. Cuando eres un joven de la universidad, es fácil asumir que «Dios no considerará pecado mortal» el hecho de no asistir Misa. Quizás lo más preocupante es cuando haces todas estas cosas y vas a Misa por primera vez en un año y te resulta fácil decir que no necesitas confesarte antes de recibir la Eucaristía.

Te dices a ti mismo que todo está bien, porque Dios te ama. Te dices a ti mismo que todo está bien porque lo realmente importante es el significado de la Eucaristía. Te acomodas. Te justificas. Te mientes a ti mismo.

Por la gracia de Dios, logré ir más allá de tales justificaciones simplistas y pecaminosas. Agradezco a Dios todos los días de mi vida que esto haya sucedido, porque sé que todos y cada uno de los pecados, todas y cada una de las difamaciones al Santísimo Sacramento fueron una afrenta a Cristo mismo. Desearía poder deshacer esos pecados y ciertamente desearía poder deshacer los efectos duraderos de esos pecados. Pero no puedo, y aunque trato de alcanzar el Cielo, no dudo que los efectos nocivos de esos pecados necesitarán purgarse antes de poder hacerlo. Sin embargo, confío en que, siempre que exprese una verdadera contrición, y siempre que solicite y crea en el perdón de Cristo a través del sacramento de la Confesión, Él me lo concederá. Si hago esto, entonces podría ser digno de recibirlo.

Conozco a muchos católicos que no entienden esto o, por decirlo con mayor precisión, sí lo entienden pero deciden no estar de acuerdo con ello. En otras palabras, conozco a muchos católicos cuyos 12 años de escuela católica fueron tan «útiles» como los míos. Hay personas que no se han confesado desde que recibieron el Sacramento de la Reconciliación en segundo grado, pero aún así reciben la Eucaristía todos los domingos. Hay personas que, a pesar de conocer las enseñanzas de la Iglesia, mantienen el punto de vista herético de que el perdón se otorga simplemente expresando tristeza personal por los pecados que uno ha cometido. Incluso he visto a personas llegar a Misa cinco minutos antes de la comunión, recibir el Santísimo Sacramento e inmediatamente partir antes de la despedida. Esto debería molestar a todos los católicos, no solo porque las almas de estas personas están en peligro, sino porque esto es inmensamente ofensivo para Dios y, sin embargo, sucede todos los días.

Cuando hacemos un acto de contrición, declaramos que estamos tristes y detestamos nuestros pecados, «sobre todo, porque te han ofendido, Dios mío, que eres todo bondad y mereces todo mi amor». Debemos odiar nuestros pecados no solo porque nos hacen daño, sino porque son una ofensa directa al Dios que todo lo ama y que entregó a su único hijo para que pudiéramos ser salvados. No sé si hay un ejemplo más claro y obvio de tal ofensa que el acto de recibir a Cristo mismo en nuestros cuerpos cuando nos ha dicho que no somos dignos de hacerlo.

Hay quienes han dicho que el coronavirus es un castigo por las continuas ofensas del mundo contra Dios. También hay quienes dicen que todo esto es un fenómeno anormal que comenzó porque alguien comió un murciélago infectado. No sé qué pensar sobre este tema, y no tengo autoridad para opinar sobre esta locura que está asolando nuestro mundo. Lo que sí sé es que, durante mucho tiempo, muchas personas han dado por sentado que podían recibir la Eucaristía y ahora el Santísimo Sacramento ha sido negado durante más tiempo que nunca a la mayoría de nosotros. En estos momentos, varios meses después, muchos católicos tienen la suerte de poder dar testimonio una vez más del sacrificio más sagrado de la Misa. Si algo bueno ha tenido todo este desastre, es el hecho de que recibir la Eucaristía es algo que no vamos a poder seguir dando por sentado.

Freeland Oliverio

Traducción AMGH. Artículo original

One Peter Five
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