Casualmente, el cardenal McElroy dice la verdad acerca de los católicos de San Juan Pablo II

En su reciente artículo en América — “El cardenal McElroy sobre la ‘inclusión radical’ de personas L.G.B.T., mujeres y otros en la Iglesia católica” — el cardenal Robert McElroy encuadró los desafíos que hoy enfrenta la Iglesia en términos de lograr que en las próximas décadas “el pueblo de Dios” tome caminos nuevos:

“¿Qué caminos está la Iglesia llamada a tomar en las próximas décadas? Si bien el proceso sinodal que está en marcha comenzó a revelar algunos de esos caminos, los diálogos que se llevaron a cabo identificaron una serie de desafíos que el pueblo de Dios deberá enfrentar si quiere reflejar la identidad de una Iglesia enraizada en el llamado de Cristo, la tradición apostólica y el Concilio Vaticano Segundo. Muchos de esos desafíos surgen de la realidad de una Iglesia que llama a mujeres y hombres a encontrar cobijo en una comunidad católica que tiene estructuras y culturas de exclusión que alejan a muchos de la Iglesia o hacen que su camino dentro de la fe católica resulte tremendamente pesado.”

Si bien es repugnante, McElroy no abarcó nuevos territorios en su artículo, porque ya vimos que el Sínodo de la Sinodalidad de Francisco busca transformar completamente a la Iglesia a través de un proceso que (a) “escucha” a quienes están en desacuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, (b) sintetiza selectivamente los resultados de dicha “escucha” para justificar ataques sobre el catolicismo establecidos de antemano, y (c) excluye y ensucia abiertamente a quienes buscan abrazar las enseñanzas eternas y “rígidas” de la Iglesia.

El aspecto más interesante del artículo de McElroy es su comparación entre los “católicos del papa Francisco” y “católicos de San Juan Pablo II”:

“Una contradicción en aumento con la visión de una Iglesia donde se comparten inclusión y pertenencia yace en la creciente polarización en la vida de la Iglesia de los Estados Unidos y las estructuras de exclusión que cultiva… Esta polarización se refleja en el cisma tantas veces visto en nuestras parroquias y diócesis entre las comunidades provida y las comunidades de paz y justicia. Se encuentra en la falsa división entre los ‘católicos del papa Francisco’ y los ‘católicos de San Juan Pablo II.’”

Tal vez, por accidente, tenga toda la razón: cualquier división percibida entre los católicos de Juan Pablo II y los católicos de Francisco más allá de diferencias superficiales es totalmente falsa. El Papa que nos dio el primer Encuentro de Oración en Asís y colocó a Bergoglio en el puesto de Cardenal podrá estar en desacuerdo con Francisco en puntos técnicos, pero comparten las mismas convicciones religiosas.

Una de las señales más claras surge de la carta apostólica de Juan Pablo II de 1988, tratando la excomunión del arzobispo Marcel Lefebvre, Ecclesia Dei. En esta carta, por supuesto que condena las consagraciones de Obispos realizadas por el Arzobispo, pero también identifica la raíz del “cisma”:

“La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición, que - como enseña claramente el Concilio Vaticano II - arranca originariamente de los Apóstoles, "va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad.”

Para Juan Pablo II y todos los que concuerdan con él, el “carácter vivo de la Tradición” llama a los católicos a tomar caminos que hubieran sido anatema solo unas décadas antes. Las semillas del sínodo, las palabras de McElroy antes mencionadas, y todo lo que vemos en Francisco, se encuentran en esas pocas frases de la Ecclesia Dei de Juan Pablo II.

Y así como Francisco y McElroy señalan al Concilio Vaticano Segundo para justificar la conducción de la Iglesia a través de caminos nuevos, Juan Pablo II citó el concilio por su concepto de “carácter vivo de la Tradición”. Sin embargo, reveladoramente, la cita de Juan Pablo II (arriba) de la Constitución Dogmática del concilio, Dei Verbum, sobre la Divina Revelación excluyó el requisito esencial del documento que se basa en los límites del desarrollo de la tradición:

“Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación.”

Entonces, incluso de acuerdo al Vaticano Segundo, la tradición debe ser transmitida “íntegramente”, y los Obispos deben guardar “fielmente” la palabra de Dios.  Los Papas postconciliares se han rehusado a cumplir con este requisito del Vaticano Segundo. En cambio, piden a los teólogos que busquen semejanzas históricas con las nuevas políticas falsamente católicas que quieren instaurar. Por lo tanto, cómicamente, la Ecclesia Dei de Juan Pablo II llamó a los teólogos a realizar un “empeño de profundización” para revelar cómo el concilio estuvo en continuidad con la tradición:

“Quisiera, además, llamar la atención de los teólogos y de otros expertos en ciencias eclesiásticas, para que también se sientan interpelados por las circunstancias presentes. En efecto, las amplias y profundas enseñanzas del Concilio Vaticano II requieren un nuevo empeño de profundización, en el que se clarifique plenamente la continuidad del Concilio con la Tradición, sobre todo en los puntos doctrinales que, quizá por su novedad, aún no han sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia.”

¡Uno pensaría que esto es algo que los padres del concilio debieran haber hecho antes de aprobar los documentos!

¿Por qué importa esto hoy, cuando es Francisco y no Juan Pablo II quien conduce a la Iglesia por caminos no santos? La razón, como sugiere McElroy, es que quienes ven lo mal que está Francisco añorarán los buenos tiempos de Juan Pablo II, o incluso Benedicto XVI, fallando en ver que sólo podemos avanzar frente estos herejes si regresamos a la íntegra tradición católica. Volver a Juan Pablo II o Benedicto XVI es como el conductor que se da cuenta que ha recorrido cientos de kilómetros por una ruta equivocada y decide resolver el problema retrocediendo algunos kilómetros a un lugar más parecido al camino correcto.

Realmente no tiene sentido criticar a McElroy o a Francisco si nos negamos a retroceder al momento anterior al que abandonamos el camino correcto, y eso significa que debemos retroceder a lo que la Iglesia enseñó con claridad antes del concilio. Nos guste o (seguramente) no, por lo menos McElroy está siendo fiel a sus creencias anticatólicas. Lo que ahora necesitamos es que sus colegas verdaderamente católicos comiencen a ser fieles a sus creencias. ¡Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros!

Robert Morrison

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

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