Cátedras pestilentes

Recientemente en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) se vienen verificando hechos bastante ajenos a la misión de una entidad universitaria que lleva el título de pontificia y católica.

El catedrático Gonzalo Rojas, Doctor en Derecho de la Universidad de Navarra, España, de amplia trayectoria profesional, ha visto conculcados sus derechos, a raíz de la acusación de un estudiante de Periodismo por supuesto abuso de poder. El Ombudsman de la PUC determinó que el alumno mintió dos veces en su denuncia, sin embargo, la Secretaria General de dicha Universidad, Marisol Peña Torres, desestimó el informe del Ombudsman, determinando que el alumno sí había sido coaccionado -violando con esa resolución gravemente los derechos del Profesor Rojas, porque ese es justamente uno de los asuntos del fondo de la denuncia- y decidió seguir adelante con el proceso, sin que el acusado hubiese declarado.

En octubre pasado D. Gonzalo Rojas renunció al H. Concejo de la PUC al que perteneció por 22 años, siempre elegido por el cuerpo de profesores.

Acto seguido la misma Secretaria General de la PUC, llamó a declarar a tres alumnos de Derecho (entre ellos una ayudante del Prof. Rojas), iniciando un nuevo sumario, porque la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica denunció como expresiones públicas inapropiadas el cartel que los alumnos pusieron o defendieron en la Casa Central bajo este rótulo: Los niños tienen derecho a un papá y una mamá.

Es un triste ejemplo más de la decadente situación de algunas universidades católicas, como fue el caso en su momento, del galardón otorgado por la Universidad de Notre Dame a Barack Obama, que suscitó una gran controversia, respecto precisamente de la identidad y la misión de los centros de estudios superiores católicos.

I. Seminarios, universidades…

La enseñanza de la juventud es la palanca para engrandecer o arruinar una nación, para fortalecer o debilitar la Iglesia. Es el ariete más formidable para pulverizar la civilización cristiana o el arma más eficaz para cimentarla y desarrollarla. Por eso la educación de la juventud es el campo de batalla que se disputan dos fuerzas antagónicas: Dios – Belial.

Los modernistas —advirtió el Papa San Pío X—, incluso después de que la encíclica Pascendi Dominici gregis arrancara la máscara tras la cual se ocultaban, no han abandonado sus designios de turbar la paz de la Iglesia. En efecto, no han cesado de buscar nuevos adeptos y de agruparlos en una asociación secreta.[1]

En la encíclica Pascendi, el Papa Sarto, denunciaba:

«Pero esto pertenece ya a los artificios con que los modernistas expenden sus mercancías. Pues ¿qué no maquinan a trueque de aumentar el número de sus secuaces? En los seminarios y universidades andan a la caza de las cátedras, que convierten poco a poco en cátedras de pestilencia. Aunque sea veladamente, inculcan sus doctrinas predicándolas en los púlpitos de las iglesias; con mayor claridad las publican en sus reuniones y las introducen y realzan en las instituciones sociales. Con su nombre o seudónimos publican libros, periódicos, revistas. Un mismo escritor usa varios nombres para así engañar a los incautos con la fingida muchedumbre de autores. En una palabra: en la acción, en las palabras, en la imprenta, no dejan nada por intentar, de suerte que parecen poseídos de frenesí».

En efecto, la infiltración de los seminarios y universidades para subvertir la verdad, parece haber llegado a su cumbre. Es justamente en universidades católicas donde la teología liberacionista, y la ideología de género han tomado vuelo, defendidas no solamente por radicales feministas, y el lobby homosexual, sino por quienes tienen una función directriz.

El historiador judío Josefo, en el siglo I, afirmaba que los hijos de los cristianos eran educados por maestros sacerdotes y laicos, en la ciencia, y asimismo, en la práctica de la virtud.

Todo el florecimiento de las escuelas monacales y catedralicias de la Edad Media, surgió de la conjunción de la enseñanza de materias profanas y de la religión. De aquellos maestros primordialmente sacerdotes y de aquellas escuelas, nacieron las modernas universidades.

La historia de las Universidades comienza en París. Desde principios del siglo XII, era París una ciudad de profesores y estudiantes. En el claustro de la catedral de Notre-Dame funcionaba una escuela catedralicia, heredera del prestigio de la escuela de Chartres, y en la orilla izquierda del río Sena, dos escuelas abaciales, la de S. Genoveva y la de S. Víctor. El pequeño puente que unía entonces la ciudad con la orilla izquierda del Sena, estaba repleto de casitas que se llenaron de estudiantes y de profesores. Un día los profesores y alumnos comprendieron que formaban una corporación, o sea, un conjunto de personas dedicadas a la misma profesión. Y entonces hicieron lo que habían hecho ya los zapateros, los sastres, los carpinteros y otros oficios de la ciudad: agruparse para constituir un gremio. El gremio de profesores y estudiantes se llamó Universidad. Enterado del hecho, el Papa la colocó bajo su amparo, y los Papas posteriores resolvieron que sus estudios fueran válidos para todo el orbe cristiano.[2]

El actual Código de Derecho Canónico reconoce dos formas de universidades que forman parte de la estructura eclesial: la Universidad Eclesiástica y la Universidad Católica, en virtud del deber (de la Iglesia) de anunciar la verdad revelada. Los cánones 807 – 821 se refieren a las universidades y facultades eclesiásticas ordenadas a la investigación de las disciplinas sagradas o de aquellas otras relacionadas con éstas, y a la instrucción científica de los estudiantes en estas materias.

El mismo CDC, puntualiza que los docentes han de tener una probada formación intelectual y sólida fe católica (cf. C 805).

El Papa Benedicto XVI lo recordaba en los Estados Unidos: Docentes y administradores, tanto en las universidades como en las escuelas, tienen el deber y el privilegio de asegurar que los estudiantes reciban una instrucción en la doctrina y en la praxis católica. Esto requiere que el testimonio público de Cristo, tal y como se encuentra en el Evangelio y es enseñado por el magisterio de la Iglesia, modele cualquier aspecto de la vida institucional, tanto dentro como fuera de las aulas escolares. Distanciarse de esta visión debilita la identidad católica y, lejos de hacer avanzar la libertad, lleva inevitablemente a la confusión tanto moral como intelectual y espiritual.[3]

Una de las razones para la situación en la que se encuentran actualmente universidades de la estructura eclesial, es el acérrimo combate que se ha dado a partir de los años sesenta, al tomismo, sistemáticamente eliminado de sus programas de estudios. La filosofía escolástica, en particular la de Santo Tomás de Aquino fue el leitmotiv de la educación universitaria católica. La encíclica Aeterni Patris, (1879), considera la doctrina tomista como el antídoto del modernismo, habiendo sido su autor, el Papa León XIII, un extraordinario propulsor de los estudios escolásticos, de los que uno de los más descollantes e influyentes fue «L’Institut Supérieur de Philosophie» (1889) en la Universidad de Lovaina, que tuvo como fundador y director, al que más tarde sería arzobispo de Malinas, el afamado cardenal Mercier.

II. …y púlpitos de iglesias. «La miseria de la nueva catequesis».

El modernismo siempre usó el mismo método: gradual en la estrategia, radical en los objetivos. El verdadero objetivo de los modernistas ha sido siempre la destrucción de la Iglesia, así, la nueva moralidad de los modernistas no es moralidad en absoluto. Comenzaron inoculando en las mentes de los seminaristas, y, entre aquellos fieles que ya estaban debilitados por décadas de homilías vacías, malas catequesis y la aceptación de las costumbres sexuales que inundaron el mundo occidental después de 1968.

Catequesis actual, marcada, por dos caracteres intrínsecamente ligados. Uno metódico: el abandono de la pedagogía católica, que enseña la trascendencia de la verdad respecto al intelecto que la aprende. Y otro dogmático: el abandono de la certeza de fe, sustituida por el examen y la opinión subjetivas.[4]

Si la perversión del espíritu es la causa del modernismo, y la ignorancia, su principal causa intelectual, bien se ha concluido que esa perversión espiritual es una forma del mal.

Y precisamente como una expresión de esa perversión, es la catequesis la que ha quedado por los suelos, ya que han quitado de los fieles el derecho a recibir una auténtica catequesis. Lo que reciben la mayoría de los fieles hoy es una falsificación de la catequesis.

…los enemigos de la Iglesia no se presentan al descubierto, como siempre ocurrió con otras herejías, sino que están escondidos al interior de la Iglesia. El ataque es total, no se limitan a un solo aspecto de la doctrina de la Iglesia, se dirigen a las raíces mismas de la fe católica. Observamos que nuestros enemigos se multiplican, con insidia, queriendo destruir el reino de Jesucristo.  Lo más peligroso es que las nuevas ideas penetran fácilmente como verdaderas en las gentes poco instruidas, mezclando lo verdadero con la falso, presentan una nueva Verdad construida con mentiras.[5]

La miseria de la nueva catequesis, como diría el cardenal Ratzinger en Francia, enero de 1983. Nueva catequesis que en vez de anunciar verdades, a las que se presta asentimiento de fe, propone los textos bíblicos iluminados mediante el método histórico-crítico, y remite al juicio del catecúmeno otorgar o quitar el asentimiento. Las verdades de fe anunciadas por la Iglesia son separadas de la Iglesia, que es su organismo viviente, y propuestas  inmediatamente al creyente, llamado a hacerse intérprete y juez: así aislada, la Biblia se convierte en un simple documento sujeto a la crítica histórica, y se coloca a la Iglesia por debajo de la opinión subjetiva. La desviación consiste esencialmente en proclamar la Fe directamente a partir de la Biblia sin pasar por el Dogma, mientras que los niños desconocen el Credo, los sacramentos y los principales misterios de la fe.

No resultó reveladora la declaración del cardenal Burke en mayo 2017, durante el «Rome Life Forum» cuando expresara:

Su incapacidad para enseñar la fe, en fidelidad a la enseñanza y práctica constantes de la Iglesia, ya sea por un enfoque superficial, confuso o incluso mundano y su silencio, pone en peligro mortal, en el más profundo sentido espiritual, a las mismas almas por las cuales han sido consagrados para cuidar espiritualmente. Los venenosos frutos del fracaso de los pastores de la Iglesia se ven en la forma de adoración, de enseñanza y de disciplina moral que no están en consonancia con la Ley Divina.

El mismo purpurado subrayó que la Iglesia, está atravesando su mayor crisis, y que la solución para superarla es una sólida catequesis.

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[1] Motu proprio Sacrorum Antistitum, 1-9-1910.

[2] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La Cristiandad una realidad histórica.

[3] BENEDICTO XVI, Discurso a los educadores católicos, 17-04-2008

[4] Cf.: AMERIO, ROMANO, Iota unum.

[5] SAN PIO X, Encíclica Pascendi.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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