Mientras el comunismo chino endurecía su hostigamiento persecutorio a la Iglesia Católica fiel a Roma, -entre otros aspectos, imponiendo la instalación de circuitos cerrados de cámaras dentro de los lugares de culto, ordenando la demolición o eliminación de cruces, la destrucción de iglesias con dinamita y excavadoras, la confiscación de Biblias, ordenando a las iglesias de las provincias de Henan, Jiangxi, Zhejiang, Liaoning y Hebei enarbolar la bandera china, destruir pancartas e imágenes con mensajes religiosos y cantar el himno nacional y las canciones del Partido Comunista durante el culto, prohibiendo a los menores de 18 años de asistir a las iglesias, amenazando con la expulsión de la educación y el empleo a quienes creen en las religiones, imponiendo a los fieles que reemplacen las pinturas de Jesucristo con retratos del presidente Xi Jinping, un culto a la personalidad que se asemeja al de Mao, imponiendo nuevas regulaciones, [desde el pasado 1 de febrero] que establecen el cierre de todas las iglesias no oficiales dejando al menos a 6 millones de católicos sin lugares de reunión, restringiendo el acceso a material religioso en línea, y otros acosos, hostigamientos y maltratos- recorría un secreto a voces: la inminencia de un acuerdo entre la República Popular China y la Santa Sede.
En ese arco de «la peor represión contra los cristianos desde la Revolución Cultural china» Mons. Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias, elogia a China como el país donde la doctrina social de la Iglesia se aplica de manera más completa. Un poder influyente que respeta la dignidad humana y el planeta, un país que tiene una gran población con gente de buena calidad, que observa el bien común y […] ha demostrado su capacidad para [realizar] grandes misiones como luchar contra la pobreza y la contaminación.
Según Monseñor Sánchez Sorondo, los críticos de un acuerdo entre China y el Vaticano son un pequeño grupo minoritario de personas, gente que quería crear problemas, ruidosos, pero no muchos.
El próximo pasado 22 de septiembre, los representantes del Vaticano y la República Popular China firmaron un Acuerdo Provisional calificado de pastoral, no político, «fruto de un acercamiento gradual y recíproco, ha sido acordado luego de un largo proceso de negociación cuidadosa y prevé la posibilidad de revisiones periódicas de su aplicación. Se trata de la nominación de obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una mayor colaboración a nivel bilateral».
Mientras el Director de “L’Osservatore Romano”, Giovanni Maria Vian, califica de una fecha en la historia la firma del Acuerdo, Su Eminencia el obispo emérito de Hong Kong, cardenal Joseph Zen afirma al respecto: «el tan esperado comunicado de prensa de la Santa Sede es una obra maestra de creatividad al no decir nada en muchas palabras».
I. Iglesia perseguida
Jesús envió a sus apóstoles y discípulos como ovejas en medio de los lobos:[1] he aquí el sello que nos permite en todos los tiempos reconocer a los discípulos. Un humilde predicador, atacado por un poderoso que defendía el brillo mundano de sus posiciones sacudidas por la elocuencia del Evangelio, se limitó a dar esta respuesta: «Una sola cosa me interesa en este caso, y es que Jesús no vea en mí al lobo sino al cordero». Nuestro Señor Jesucristo, advirtió claramente que muchos de sus discípulos serían perseguidos, maltratados y martirizados: A ustedes los arrastrarán ante las autoridades, y los azotarán en las sinagogas. Por mi causa, ustedes serán llevados ante los gobernantes y los reyes, teniendo así la oportunidad de dar testimonio de mí ante ellos y los paganos [2].
Es parte de la vocación propia de la Iglesia de Cristo, se persigue a los fieles porque se persiguió a su Fundador, y en ellos se perpetúa el odio contra Jesús y du doctrina. Se les persigue porque su predicación puede descubrir lacras de muchas personas que no toleran les señalen sus miserias.
Es una característica de la Iglesia: a través del sufrimiento y de la persecución, voluntariamente aceptados y soportados, manifestar que aman el Reino eterno de Dios, que viven como extraños en este mundo, que ambicionan los bienes eternos del cielo, y que Dios conforta a sus apóstoles hasta el punto de que acepten martirios sorprendentes por su crueldad.
San Pío X, siendo ya Papa, había afirmado que una quinta característica eclesial más evidente, además de las cuatro es ser Iglesia mártir.
Es «el misterio de la iniquidad»,[3] explica San Pablo, que sirviéndose normalmente del «impío», es decir, de aquellos hombres que se prestan a ser sus secuaces e instrumentos de su acción en la historia, y que opera a la sombra, para obstruir o destruir, la obra del Señor. En su Carta a los Efesios, lo dice de una manera más explícita: «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre [es decir, contra dificultades o enemigos de orden humano, natural], sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas» (Ef 6, 12).
Son clásicas las palabras de Tertuliano: «Aunque sea refinada, vuestra crueldad no sirve de nada; más aún, para nuestra comunidad constituye una invitación. Después de cada uno de vuestros golpes de hacha, nos hacemos más numerosos: la sangre de los cristianos es semilla eficaz (semen est sanguis christianorum)».[4]
Millares de mártires se cuentan de las persecuciones de Nerón el año 64 y las de Diocleciano y Juliano el apóstata, a las que siguieron las persecuciones del humanismo, la rebelión protestante, el iluminismo, la revolución francesa… y las persecuciones del siglo XX en Méjico, Rusia y sus satélites; Cuba, España, China, Vietnam, Corea… Cien millones.
Juliano el apóstata, en el siglo VI, desplegó una persecución para anular moral y culturalmente a los cristianos. Su táctica consistió en excluir a los discípulos de Cristo de los puestos públicos, les prohibió tener escuelas, confiscó sus templos convirtiéndolos en lugares de culto idolátrico, empujó la herejía arriana adentro de la Iglesia para dividir y discordar a los fieles, los cristianos se vieron aún imposibilitados de acudir a los tribunales, debido a que cada litigante debería ofrecer sacrificios a los dioses paganos del Imperio.
En China, al final de la Guerra Civil «el comunismo se vio indesafiable con un control total sobre la población, de modo que juzgó que podría actuar en términos de libertad y tolerancia”, pero cuando las conversiones fueron en aumento, se sintieron inseguros y pensaron: “Estamos perdiendo la batalla de las ideas”, y perdieron sus nervios hasta traicionar su profesión de libertad religiosa. Status que se mantiene hasta el presente. Hace poco, el Presidente chino ha declarado que “el Vaticano debe aceptar el hecho de que existe libertad de credo en China, siempre y cuando la religión no entre en contradicción con las leyes del país”».
La Iglesia ha resistido indomable en China, ha triunfado hasta el punto de que el comunismo ha dejado de matar, porque no tiene que haber mártires. Es político matar unos pocos, ordinariamente esto asusta y produce la aquiescencia de muchos. Pero no es político seguir haciendo mártires, porque inmediatamente se apodera del pueblo un espíritu martirial, y, entonces, ya puede marcharse la tiranía.
II. Iglesia patriótica
Una de las formas más sutiles de la Revolución, «consiste en usar a los católicos, jerarquías o fieles, para sus propios fines, cediéndoles el poder, o parcelas controladas de poder, o ilusionándolos de que han obtenido o se les ha confiado el poder político. Puede también intentar embriagarlos con los éxitos que les permiten alcanzar, como pago del servicio que prestan los católicos a los fines que ellos no han fijado, y de la renuncia a su fe o a su identidad, en el ejercicio del poder político».[5] Prelados, sacerdotes, religiosos y seglares colaboracionistas con las ideologías los ha habido siempre.
Remontándonos a la sangrienta persecución ordenada por el emperador Diocleciano en febrero del año 303, su primer edicto prescribía destruir las iglesias y quemar los libros sagrados, el año 304 siguieron medidas más severas, en un cuarto edicto ordenó a todos a ofrecer incienso a los ídolos bajo pena de muerte, con la consecuencia de muchos mártires y confesores y asimismo otros que, débiles en su fe, apóstatas que pusieron en manos de los perseguidores libros y vasos sagrados y hasta a sus mismos hermanos, se les vino a llamar traditores.
En todos los siglos, ha habido cristianos que han rechazado el martirio, avergonzándose de la Cruz de Cristo y quebrantando así el seguimiento del Redentor. Según tiempos y circunstancias, han sido llamados «lapsi», caídos, apóstatas, cristianos infieles. En todos los tiempos los ha habido, y siempre los habrá, hasta que Cristo vuelva.[6]
No olvidemos que en el pasado reciente hubo prelados, clérigos y seglares colaboracionistas con los regímenes totalitarios en los países de la Cortina de Hierro, especialmente en Polonia. En Hungría el episcopado juró fidelidad al régimen.
No llevaba mucho tiempo el comunismo en China cuando la gente comprendió que odiaba a la Iglesia Católica. El Papa Pío XII escribió el 18 de enero de 1952 la Carta Cupimus imprimis y el 7 de octubre de 1954, la Encíclica Ad sinarum gentem sobre la situación religiosa en China. Declaró la invalidez episcopal de los obispos nombrados por la CCPA.
Nadie ignora la persecución sangrienta ordenada por Mao Tse Tung en cuanto se hizo cargo del país. Campos de concentración, siniestras cárceles, negación para los detenidos de toda comunicación con la familia y con el exterior, trato inhumano para doblegarlos a romper sus relaciones de amistad y de sumisión al Romano Pontífice.
Narró el Padre Aedan McGrath: «Una de éstas experiencias terroríficas, fue la gran purga. En Chungking, millares desaparecieron de las calles en una sola noche, luego en Shangai, 10.000 y aún 20.000 y hasta 30.000 fueron apresados de repente durante la noche, y a la mañana, no había señal de ellos. Estos arrestos fueron seguidos de ejecuciones diarias en muchas partes de China. Camiones llenos de gente volaban por las calles, tocando sirenas para aterrorizar más a la gente. Colocaron altavoces en los árboles a los dos lados de la calle, para que nadie pudiera escapar al terror que se estaba difundiendo por todas partes. El hecho es, que en tres o cuatro años fueron ejecutados 20 millones nos da la idea de lo aterrador de aquellos días.
«Es bueno recordar estas cosas alguna vez, cuando leemos los periódicos y hallamos que algún pobre obispo se ha visto forzado a consagrar obispo a algún sacerdote de la nueva Iglesia cismática. Nosotros, sacerdotes europeos, sufrimos comparativamente poco. Los sacerdotes y obispos chinos han estado sufriendo los últimos años, sin saber a dónde dirigirse, sin nadie que les diese siquiera un consejo».
Con el diabólico deseo de acabar con la Iglesia Católica, Mao Tse-tung, incoó en 1957 una Iglesia nacional e independiente: la «Asociación Católica Patriótica China» (CCPA). Organización cismática, herética y pro aborto, que no reconoce la autoridad del Papa o cualquier cosa realizada por la Iglesia desde entonces, debido a lo que el comunismo chino denomina injerencia extranjera, imperialismo y organización reaccionaria. La CCPA es la única organización para católicos reconocida por el gobierno chino, los católicos que reconocen la autoridad del Papa viven su fe en una Iglesia subterránea que tiene el status de ilegal. No existe libertad religiosa. La CCPA y la denominada Conferencia Episcopal que reúne a los obispos ilícitamente ordenados, son dirigidas y controladas por la Agencia Estatal de Asuntos Religiosos.
Los falsos católicos de la CCPA gozan de todos los beneficios, incluso de becas a los Estados Unidos, financiadas los católicos americanos mediante la Sociedad de Maryknoll con el fin de integrarlos a la Iglesia Universal y acelerar el día de la reconciliación plena. En ese contexto la Iglesia subterránea ha sido anulada como la ruta más oportuna para el retorno de China al catolicismo.[7]
La Iglesia Patriótica ha adaptado el cristianismo a las exigencias de la filosofía atea y materialista. Esa es la Iglesia que Jorge Mario Bergoglio reconoce ahora, y a la que los heroicos católicos de la clandestinidad, incluidos obispos, clero y fieles tendrán que someterse.
III. Ostpolitik nueva versión
En este orden de cosas, suscita cada vez más perplejidad este acercamiento renunciatario y radicalmente negacionista de la política exterior de la Santa Sede, que trae al recuerdo la tristemente célebre Ostpolitik vaticana, que, en el pasado siglo, llevó a la Iglesia a quedar sometida en una falsa coexistencia pacífica entre la Iglesia y regímenes comunistas opresores y totalitarios.
Durante el actual pontificado, el Cardenal Zen, publicó un documento en el que se refería a la honda preocupación de los católicos de la Iglesia subterránea en China, ante la progresiva descongelación de las relaciones entre Pekín y Roma: el surgimiento de una nueva Ostpolitik.
Dice el cardenal: «La Ospolitik comenzó ya con el Papa Juan XXIII y con Pablo VI. Era una situación desesperada de la cual se trataba de encontrar una vía de salida. Pero, ¿hubo una vía de salida? Los Papas y las Comisiones Cardenalicias, en la casi falta de informaciones (la cortina de hierro), se debían fiar de Casaroli dándole carta blanca, y él, pobrecito, debía nadar en la oscuridad (mientras los enemigos habían redes de informaciones-espías- hasta dentro del vaticano (ver The End and the Beginnig de George Wiegel).
¿Los grandes resultados? “¡Asegurada la jerarquía eclesiástica!” ¿Cuál jerarquía? Obispos fantoches, no pastores de grey, sino lobos rapaces, funcionarios del Gobierno ateo. “Se buscó un ¡modus non moriendi! ¡La Iglesia de aquellos países se salvó no por las maniobras de la diplomacia vaticana, sino por la fe indefectible del siempre pueblo fiel!».[8]
Estamos pues, en una guerra, una guerra en que nuestros enemigos no defienden nada sagrado. Ninguna ley ni temor de Dios los detiene, fuera del temor de ser descubiertos antes de poder llevar a cabo todos sus planes. Es una guerra a muerte. Es una guerra, sobre todo, contra las almas, propagando la herejía y la ortopraxis, y el colapso de la moralidad, destruyendo la fe o esclavizándola al vicio. Es por la guerra contra la Iglesia como el diablo y sus seguidores tratan de apagar los medios de gracia -la oración y los sacramentos- así como la voz moral de la Iglesia.
Afirmó el P. Paul Kramer: No pensemos ni por un momento que esta maravillosa «tolerancia» será concedida sin un precio –sin un quid pro quo que requeriría un silencio moralmente intolerable sobre los graves errores de la iglesia conciliar. Es el mismo viejo arreglo del Ostpolitik que hizo Casaroli con los regímenes comunistas de la Cortina de Hierro, por el cual la Iglesia pagó por la tolerancia un precio de silencio intolerable –y de este modo se convirtió en la «Iglesia del Silencio».[9]
Al deplorar el cardenal Zen, las negociaciones vaticanas con los comunistas chinos, que llevarían a levantar la excomunión a la «Iglesia patriótica» con su clero colaboracionista, afirmó que los católicos chinos, no temen la represión ni la cárcel, sino la traición de los hermanos.
«Iglesia del Silencio» traicionada, en palabras de D. Antonio Caponnetto: por un personaje cuya malicia se desplegaba con insolencia creciente ante nuestros ojos atónitos de católicos argentinos.
_____
[1] SAN MATEO, 10, 16.
[2] SAN MATEO, 10, 17-18.
[3] 2TESALONISENSES 2, 7.
[4] TERTULIANO, Apologético, 50, 13.
[5] BOJORJE, P. HORACIO, La debilidad política de los católicos.
[6] IRABURU, P. JOSÉ MARÍA, El martirio de Cristo y los cristianos.
[7] MAZUELO.LEYTÓN, GERMÁN, El enemigo número uno de China, http://www.infocatolica.com/blog/contracorr.php/1305270404-el-enemigo-numero-uno-de-chin
[8] http://www.asianews.it/noticias-es/Card.-Zen:-Mis-perplejidades-sobre-el-di%C3%A1logo-China—Santa-Sede-y-las-repersiones-sobre-la-Iglesia-china-38222.html
[9] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, La Iglesia subterránea en China https://adelantelafe.com/la-iglesia-subterranea-china/