El Profesor Roberto de Mattei escribió recientemente sobre la “ardua batalla” de los conservadores contra los liberales en el reciente sínodo, y el Cardenal Burke observó que el Papa Francisco ha “hecho mucho daño” [n.d.t: parece haber matizado ahora estas palabras] por no decir “abiertamente cuál es su posición” durante el sínodo. Después de año y medio, los conservadores pelean cada vez más contra el obvio cambio del presente papado.
Ross Douthat, el único columnista conservador del New York Times, publicó un artículo en la edición dominical titulado: “El Papa y el Precipicio.” Su conclusión:
Francisco es carismático, popular, ampliamente amado. Él se ha, hasta ahora, enfrentado a un fuerte criticismo solamente de la franja tradicionalista de la Iglesia, y ha logrado unir a la mayoría de los católicos en admiración por su ministerio. Hay maneras en las que puede moldear la Iglesia sin cuestionar la doctrina, y caminos que puede explorar (la reforma de las anulaciones, en particular) que podrían traer más gente de vuelta a los sacramentos sin una crisis. Él puede ser, como claramente desea, un Papa progresista, un Papa de justicia social, y no tiene que quebrantar la Iglesia para hacerlo.
Pero si parece que está escogiendo el camino más peligroso, si se muda a reasignar a los críticos potenciales en la jerarquía, si parece estar apilando las filas del próximo sínodo con partidarios de un cambio radical, entonces los católicos conservadores necesitarán un lúcido entendimiento de la situación.
Ciertamente pueden persistir en la creencia de que Dios protege a la Iglesia de la autocontradicción. Pero podrían considerar la posibilidad de que tienen un papel que desempeñar, y que este Papa podría ser preservado del error únicamente si la Iglesia misma se le opone.
Imaginen los beneficios “adicionales” que se podrían haber logrado si los conservadores hubiesen expresado mayor oposición durante las reformas del Segundo Concilio Vaticano, al cual este sínodo ha sido comparado.