Si Jorge Mario Bergoglio es de verdad un futbolero de ley debería conocer el espíritu alemán. Un periodista deportivo argentino consagró el dicho “que al fútbol se juega como se vive”. Ello implica que la idiosincrasia de un pueblo se trasunta en sus habilidades con el balón.
En el Mundial de 1954 Alemania perdió, en la primera ronda, 8 a 3 contra Hungría, el equipo más espectacular de aquéllos tiempos y casi seguro campeón mundial. Solo 17 días después se encontraron en la final. De las manos de Puskas, los magyares arrancaron ganando 2 a 0, confirmando todas las apuestas. Pero los alemanes empataron y en el minuto 39 del segundo tiempo dieron vuelta el partido, consagrándose campeones mundiales.
En el Mundial de 1974 jugaron la final Alemania y la Holanda del genial Johan Cruyff. La “naranja mecánica”, el equipo sensación de esos tiempos, sacó del medio de la cancha y sin que la tocaran los alemanes, mediante combinaciones veloces y precisas, concluyeron en un penalti que les permitió ponerse uno a cero al minuto de juego. Los alemanes no se rindieron y al final ganaron dos a uno, levantando nuevamente la Copa del Mundo.
Potentes, ordenados, disciplinados y con un tremenda fortaleza mental a los alemanes solo puede considerárselos derrotados cuando el árbitro da el pitazo final. Mientras tanto siguen vivos y dispuestos a cualquier hazaña.
Valga esta forzada y rudimentaria analogía para advertir sobre los últimos acontecimientos. Infovaticana de hoy reproduce el discurso que ha pronunciado el Papa Emérito Benedicto XVI en la Universidad Urbaniana, en la que alerta de los riesgos del relativismo e invita a la conversión. Tácitamente pone un dique tremendo a las corrientes relativistas, que han hecho de la propaganda su modus operandi durante el último Sínodo.
Ya el futbolista inglés Gary Lineker dijo que “el fútbol es un juego de once contra once en el que al final siempre gana Alemania”.
Y el cura argentino Leonardo Castellani escribió que “El Universo no es un proceso natural, como piensan los evolucionistas o naturalistas, sino que es un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente Creación, Redención y Parusía”.
El partido no ha concluido. El Gran Árbitro no ha dado el pitazo final, y mientras haya un alemán en la cancha cualquier partido se puede dar vuelta.
Hildebrando Tittarelli