Conferencia Lepanto: «No cejaré de mi lucha espiritual, ni mi espada dormirá en mi mano, hasta que restaure la adoración a Dios”


La Segunda Conferencia anual Lepanto tuvo lugar el sábado en medio del esplendor gótico de la iglesia de San Vicente Ferrer en Nueva York. Había setecientas personas congregadas en la Misa Pontifical; unos trescientos quince estuvieron presentes en la propia conferencia. Gracias son debidas al Hno. Walter C. Wagner OP,  párroco de San Vicente y a la Orden Dominica por hospedar la conferencia

El Reverendísimo James Massa, obispo auxiliar de Brooklyn, celebró la Misa Pontifical de San Pio V, codificador la liturgia Tradicional Romana. Nuestro querido cooperador Hno. Richard Cipola, de la diócesis de Bridgeport fue el sacerdote asistente. El Reverendo Sr. Roger Kwan sirvió como diácono. El Hno. Sean Connelly (Arquidiócesis de Nueva York) fue el subdiácono. William Riccio y Steve Quatela oficiaron como maestros de ceremonias.  

Lo siguiente es la magnífica charla ofrecida por el Padre Cipola durante la Conferencia:

“Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves.”  Así inicia la traducción en inglés de Robert Fagles de uno de los poemas épicos seminales de la civilización occidental, La Ilíada. El primer libro se titula La cólera de Aquiles, el hijo de una diosa, feroz, el último héroe de Guerra y, en palabras de Fagles en su introducción  a la Ilíada, “envuelto en una furia heroica, divina, de la cual el resto del mundo está excluido”.  Aquiles permanece durante casi toda la Ilíada enfurecido contra Agamenón por haber tomado a su concubina Briséis. Él regresa a la acción, por así decir, cuando su amigo Patroclo, a quien quiere profundamente, es muerto y despojado por Héctor el troyano. Y es entonces que Aquiles se convierte en la máquina asesina, no tanto por la causa de los griegos contra los troyanos, sino por su ira contra Héctor, un héroe por derecho propio por haber matado y despojado a Patroclo. Y en esa terrible escena que conocemos tan bien, Aquiles, en furia incontrolable, mata a Héctor y arrastra su cuerpo alrededor de los muros de Troya tres veces. Se eleva como héroe al vengar la muerte de su bienamado Patroclo y es divino en su obsesión de castigar, a cualquier precio, al y los que se han llevado a quien amaba profundamente.  He aquí el heroísmo como la obsesión, como las proezas físicas en la guerra, como la exhibición de emoción apasionada y como conocimiento de que está condenado a muerte por el intento fallido de un dios que quiso hacerlo inmortal.

Arma virumque cano. Así empieza la Eneida, poema épico de Virgilio que narra las tribulaciones de la fundación de Roma por Eneas, un fugitivo de Troya que presenció la destrucción de la gran ciudad. “Canto a las armas y al hombre”.  Canto a las armas y al hombre que es el héroe que hace posible no sólo la fundación de Roma, sino quien es él mismo la personificación  del ideal de la civilización romana. Uno ve claramente, desde el principio,  que este héroe, Eneas, es bien diferente de Aquiles.  Primero vemos a Eneas o conocemos a Eneas, no en una rabia malhumorada en su tienda, rehusando pelear por los griegos. Encontramos a Eneas en una barca, en medio de una tormenta, tormenta que azota por órdenes de Juno, la diosa reina, quien teme la Fundación de Roma y hace cualquier cosa por detenerla. Las primeras palabras del héroe, en la traducción de Robert Fitzgerald, en tanto el huracán amenaza la vida de todos abordo de la barca son las que siguen: 

“Eneas al instante siente sus piernas flojas y débiles y elevando ambas manos al cielo, gimiendo, exclama: ´¡triplemente afortunados hombres a quienes la muerte llegó antes que los ojos de sus padres vieran los muros de Troya! Bravos dánaos, Diomedes, por qué no pudieron derrotarme cuando me hirieron y perdieron mi vida en el campo de batalla de Ilión?´” Este héroe no es Aquiles. Está terriblemente asustado y desea haber muerto defendiendo Troya en lugar de morir ahogado en el mar. No es una buena introducción del héroe que puso los fundamentos de Roma y de la civilización romana, que dejó su marca aún después de su caída de la misma forma que la civilización occidental que se desarrolló impregnada de la Fe Cristiana. Eneas es el primer héroe moderno, esto es, héroe defectuoso, hijo de una diosa, en efecto muy humano, con fallas flagrantes que incluyen el olvido de quién es y qué buscaba. Ese olvido define de muchas maneras al hombre occidental a través de la historia, cuyo deliberado olvido es la marca del hombre moderno y posmoderno. El hombre moderno deliberadamente olvida sus raíces. El hombre posmoderno tiene poca idea de sus raíces. Eneas olvida su llamado a fundar Roma cuando se enfrenta con la especial mujer que es Dido. Dido aparece como una tentación real y persuasiva, una gran mujer. Para Eneas era muy real y perfectamente comprensible. Era la tentación de asentarse y volver a la vida ordinaria con una mujer extraordinaria. Fue necesaria una visita de llamada de atención de Mercurio, enviado por Júpiter para sacudir a Eneas y recordarle su destino.  

Virgilio describe muchas veces a Eneas usando el adjetivo pius. Este adjetivo así se convierte en parte de su nombre: pius Eneas. Este adjetivo no puede ser traducido como “pío” especialmente en una época en que no es visto como algo enteramente positivo, aun en la Iglesia Católica. Claramente Pius quiere decir: devoción y  lealtad a los dioses, a la propia familia o a su propio país, patria. El cariño evidente de Eneas por sus camaradas, la toma de la carga de su llamado, su aprecio por lacrimae rerum, las lágrimas de las cosas que quedan en el corazón de la experiencia humana, la faz de optimismo y esperanza que presenta a sus camaradas cuando llora y tiene miedo en su corazón, su positivo auto-olvido dentro de su vocación, ese es pius Eneas. Aun cuando en el último libro de la Eneida Eneas se convierte en una máquina de lucha, como Aquiles, su pietas no está perdida. Para ver esta pietas en mármol uno debe ir a la Galería Borghese en Roma y observar una de las primeras esculturas de Bernini que representa a Eneas huyendo de la destrucción de Troya, cargando a su anciano padre, Anquises, en su espalda, llevándose los dioses del hogar y de a su hijo Julio de la mano, huyendo desde las cenizas de Troya hacia lo desconocido, que es conocido como su destino.  

Quisiera presentar, aceptando voluntariamente los flechazos de los historicistas y de los aborrecedores usuales de la cultura occidental, que la pietas romana fue transformada en la pietas católica no como un meramente desarrollo humano, sino más bien como un estallido de la Encarnación que trascendió y cumplió no sólo el anhelo de los judíos sino también el obstinado y también opaco y defectuoso anhelo de la comprensión romana, a pesar de la envoltura a través de los años del imperio de la pietas: el amor de Dios, amor por la familia y amor por el propio país, este último entendido como algo que trasciende el mero nacionalismo.   

Uno o cree que la Encarnación de Dios en Jesucristo en nuestro tiempo y espacio radicalmente cambió la naturaleza de las cosas; cambió tiempo y espacio en sí mismos en relación a los seres humanos, de tal forma que después de la Encarnación el tiempo ya no es lineal, sino esférico, con la Encarnación en el centro, o no. Si no, el Cristianismo es mera religión, una religión entre muchas y al final—una opinión común en Roma—no hay diferencia en lo que creas, porque Dios, quien es el mago de Oz, tiene muchas vías para sus trenes, y todo mundo termina en el mismo maravilloso lugar que es una proyección del cuadro individual de la felicidad. Pero contra esta fácil, falsa y tonta versión de la Cristiandad están los santos: héroes cristianos que son producto del big bang de la Encarnación. Los héroes cristianos son un problema para quienes reducen el Cristianismo a mero moralismo: ser amables y buenos y dejar que otros sean amables y buenos a su propia manera, sin ninguna referencia a la Fe o las Creencias. 

La palabra Latina virtus es el origen de la palabra virtud. Antaño una palabra poderosa, virtud es hoy una palabra que sólo aparece en los refritos de la BBC de las novelas de Jane Austen o en las tareas asignadas a los chicos y chicas católicas estudiando para el examen que les permitirá ser confirmados. ¡Imagínense! Un sacramento que depende de pasar un examen.  El primer significado de virtus es el obvio: la cualidad de héroe varón, vir. El segundo significado es fuerza, coraje, bravura… y en la Era Cristiana, Virtud.  Los santos nos recuerdan que uno no puede tener virtud, en el sentido profundo, sin ser fuerte, sin tener coraje, sin ser un héroe. Y—aquí viene la pedantería del maestro de latín– la palabra Virtus en latín es femenino. Aquellos de nosotros que celebran la Misa Tradicional en el Corazón de nuestro sacerdocio conocemos profundamente la virtus de Felicitas, Perpetua, Ágata, Lucia, InésCecilia, Anastasia, y de todos los santos. La cualidad de virtus trasciende sexo y género. Hablando de género, solía decir a mis alumnos de latín cuando toda la cuestión del mal uso deliberado de la palabra género en nuestra cultura: Los sustantivos tienen género, la gente tiene sexo. Si sus padres tuvieran género y no sexo, ustedes no estarían aquí hoy.

Les ofreceré a tres cristianos como ejemplo de Héroes Cristianos. Uno esencialmente debe entender que lo que diferencia a estos héroes de los héroes en general es que en el corazón de su heroísmo no hay un ideal o una idea, más bien hay una persona y esa persona es Jesucristo, hijo de la virgen María, que sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos. Lo que hace al héroe cristiano no es meramente pietas o bravura o ejemplo de virtud. Lo que hace al héroe cristiano es la persona de Jesucristo y la imitación de Él.    

El primero es San Pablo, para mí, la exacta definición de héroe cristiano. Tal vez sea injusto ofrecerlo como ejemplo porque él es tan singular de tantas formas. ¿Quién más fue tirado de su caballo cuando él, fariseo, viajaba para perseguir cristianos, tumbado de una manera tan dramática que no deja nada a la imaginación, como es retratado por Caravaggio y visto en Santa María del Popolo en Roma? San Pablo, como todos los héroes cristianos no es perfecto; tiene defectos. Sus cartas traicionan su desencanto y frustración con aquellos en las Iglesias a quienes escribe y que visita, quienes no comprenden lo que es ser discípulo y lo que significa para la vida de cada uno. Es sensible a su propia vocación como apóstol.  Distinto de Pedro, a quien Cristo hizo la roca en su propia presencia, con todo lo que significa y no significa,  Pablo es llamado tarde en el tiempo y nunca conoció a Jesús mientras estuvo en la tierra, y eso le causa conflicto con él y su propio entendimiento y ciertamente en su relación con Pedro. Pero cuando uno lee las cartas de Pablo queda perfectamente claro que entiende que la persona de Jesucristo es el centro de su existencia y que cree que Cristo es el Salvador del mundo, no solo de los judíos convertidos, sino del mundo entero, y su fe dirige sus viajes misioneros repletos de naufragios, golpizas y encarcelamientos y los escritos de sus cartas a las varias iglesias dentro del imperio romano, sin las que— aquí viene una audaz afirmación—no habría cristianismo.  Y es Pablo quien comprende que la extrema imitación de Cristo en el mundo es morir por Cristo, y es esta imitatio Christi que alimenta su heroísmo y hace de él un héroe cristiano.

El Segundo es San Ignacio de Antioquía. Conocí a este héroe cristiano en biblioteca Bodleian  de la Universidad de Oxford.  Estaba haciendo mi tesis doctoral sobre la historia y desarrollo de la doctrina de la Transubstanciación en la Iglesia. Sabía que debía leer la carta a los Romanos de San Ignacio. Mi griego no era bueno y recuerdo haber estado sentado batallando con el texto en el frío y húmedo tiempo inglés. Y encontré este pasaje:

Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro [de Cristo]. Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.

Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo [por amor a nosotros]. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.

Detuve mi lectura. Las palabras de Ignacio, su fe en la persona de Jesucristo y su fe en la presencia real en la Eucaristía me detuvieron de golpe. Y en retrospectiva, esto fue un importante evento que me llevó a la Iglesia Católica. Pero no sólo su creencia en la presencia real en el siglo segundo, sino su comprensión de que en la  imitatio Christi definitiva es el martirio; me hicieron comprender por la primera vez qué es la esencia del héroe Cristiano: la imitación como última donación del Hijo de Dios, el martirio como extrema imitatio Christi. Es ciertamente verdad que muchos hombres y mujeres en los pasados dos milenios han tenido la imitatio Christi en el centro de sus vidas  y han imitado a Cristo en la forma en que vivieron sus vidas: subordinación del propio ser a la auto-donación. Pero es el martirio por el bien de Cristo la última corona. De nuevo, no es el deseo del martirio.  El deseo Cristiano por el martirio está dirigido por el amor, por el amor a quienes Ignacio dirige sus cartas en el camino a Roma, aquellos que vivían en el temor de las persecuciones cada día. Y su amor por el rebaño en Antioquía y por la preocupación  por aquellos que vivían en las ciudades en el camino a Roma. El fundamento de este amor concierne a la persona de Jesucristo,  a quien ama y conoce.

La tercera es Juana de Arco. Su presencia en mi vida en la fe es reciente. Hace algunos años, mientras iba con prisa visitando las últimas obras europeas en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York, en camino a una obra considerada muy importante para la colección de dicho museo, caminé frente a una pintura de un artista de finales del siglo diecinueve, francés, del que nunca había oído hablar.  Me detuve, miré y quedé hipnotizado. La pintura es extraña, con razón, porque Juana, escuchando las voces de los tres santos llamándola a su peculiar misión, es extraña: la intensidad de su cara escuchando, la misteriosa crudeza de la pintura de los tres santos, la casi alarmante claridad de los alrededores. Me dije: ¿por qué no conozco a esta mujer? Sabía de ella vagamente a través libros de historia, vestida con armadura como un hombre y dirigiendo una armada para sacar a Francia del enemigo inglés, siendo quemada en una hoguera en Rouen. Sabía que era una santa, pero sólo reconocida como tal en la segunda década del siglo veinte. Leí de ella de varias fuentes y luego di con su biografía en una novela de Mark Twain. ¡¡Mark Twain!! Uno de los grandes escépticos de cualquier religión. Lo que Twain vio en ella era la verdad sobre Juana de Arco. Él pudo sacarla de su situación particular, su sitzimleben de un tiempo y lugar particular, para verla como un verdadero héroe que trascendió su lugar y tiempo y Twain supo, aun si no lo comprendió,  que lo que llevó a ella a ponerse la armadura, no fue sólo porque era la doncella de Lorraine que oía las voces de los santos, sino por su fe católica que se ejemplificaba en su pietas, parte de lo cual era su amor por su patria y su fe católica. La chica campesina que hizo lo que ningún hombre pudo, por años, levantar el sitio de Orleans y continuó hasta hacer  posible la coronación de Carlos VII como rey de Francia en Reims. Seguramente esta mujer es el eco de las palabras de Juan de Austria a sus hombres, al iniciar la batalla contra la flota otomana, cerca de la costa de Grecia en Lepanto: “¡No hay paraíso para los cobardes!” Juana de Arco fue traicionada. Traicionada por sus paisanos y por su iglesia. Fue totalmente abandonada por aquellos por quienes había luchado,  y en un horrendo juicio simulado, dirigido por un obispo infiel, fue despojada del corazón de su singular y, en muchas formas,  incomprensible  misión y fue quemada en una plaza pública en Rouen.  Uno se pregunta, a pesar de su canonización quinientos años después de su muerte, si la ironía del martirio de Juana fue alguna vez comprendida por la Iglesia. Probablemente no, pues ella, como muchos otros héroes cristianos se ha desvanecido hacia un lugar en que los nombres de los santos son sólo nombres:  nomina nuda, verba nuda

Poco después de que la película El Graduado se convirtió en un gran éxito, en 1967 y que la canción de dicha película, Mrs. Robinson, también se convirtiera en un gran éxito,  sucedió que Paul Simon conoció a Joe Dimaggio, quien de forma irritada le preguntó por qué había incluido en dicha canción las palabras “A dónde has ido Joe Dimaggio (“Where have you gone, Joe Dimaggio?”). Simon, al recontar esta entrevista, tomado por sorpresa, no pudo contestar. La siguiente frase de la canción: “Jesús te ama más de lo que puedas saber”.  (“Jesus loves you more than you can know.”). ¿De dónde salió?  Los sesenta fueron un tiempo de transición de lo moderno a lo posmoderno, un tiempo de convulsión social, un tiempo de retos profundos a las convenciones y conductas básicas de la cultura occidental permeados por la fe Cristiana. Y triste e irónicamente, ese fue el momento exacto en que la Iglesia Católica decidió modernizarse, cuando el resto del mundo estaba abandonando la modernidad. No estaba siendo abandonado por el bien de la fe católica, para estar seguros, sino más bien por una posmodernidad que tiene poco interés en el mundo moderno,  éste último formado, al menos simbólicamente, por la así llamada Iluminación y que se desmoronó ante el embate de dos terribles guerras mundiales. La tragedia asociada con el Segundo Concilio Vaticano no es el Concilio en sí mismo, pues muchos concilios ecuménicos contribuyeron poco al curso la fe de la Iglesia. La mayoría de los concilios contribuyeron sólo en lo que tenían que tratar, nada más. La tragedia del Concilio Vaticano Segundo no es meramente la Conciliolatría, culto al concilio, ni tampoco la adopción de la falsa confianza de los revolucionarios que estaban convencidos de que estaban anunciando un nuevo mundo en que todo lo que necesitas es amor. La real y profunda tragedia del Concilio es el nacido intento de hacer el culto católico moderno, impuesto por la fuerza a toda la Iglesia Católica, como a los protestantes en la Reforma Inglesa, una liturgia que tiene una apariencia progresiva, pero que es una terrible comedia de los sesenta o setenta que ahora tiene poca relevancia en el hombre contemporáneo y aún menos relevancia en el culto de la Iglesia a Su divina Tradición y cuyo amargo fruto es el hecho de que por lo menos en el mundo occidental sólo el 20% de los católicos asisten a Misa los domingos.    

La palabra griega  doxa en el griego clásico significa creencia común y opinión popular. Sócrates famosamente rechazó la  doxa  entendida de este modo como base de la verdad. Pero muchos siglos después los traductores de la Septuaginta la tradujeron la palabra hebrea “Gloria”, como en Gloria de Dios,  a doxa. Es esta palabra  que permea en el Nuevo Testamento con respecto a la Gloria de Dios y, no insignificantemente, el libro de la Revelación la visión y manual, por así decirlo, de la eterna adoración de Dios en el cielo.   Lo que esto significa es que uno no puede separar el culto verdadero, la forma en que adoramos a Dios, de la verdadera doctrina, lo que debemos creer como verdad. El culto bueno y verdadero da a luz y soporte a la verdad del dogma y esto es verdadero, ciertamente en el desarrollo de la doctrina. La forma de culto, la liturgia, que nace del terreno entre la verdad de la doctrina y la verdad del culto, con esa realidad dirigida por el Espíritu Santo  que es la Tradición Católica debe al final, disolver ambos: culto en el espíritu y verdad, y la idea de que la ortodoxia es lo que debe ser creído.   

Los héroes de la Iglesia, en el inmediato y cercano futuro, deben ser esos hombres y mujeres católicos, laicos, sacerdotes y obispos que comprendan que el fruto del culto equivocado es teología equivocada y forma de vida equivocada. Una liturgia elaborada después del Concilio, por un comité llamado Consilium (alguno de cuyos miembros abiertamente despreciaban la Misa Romana) en un cierto momento y lugar en la historia de la Iglesia, un rito litúrgico inventado en base a erudiciones litúrgicas de moda y preferencias personales. Un rito litúrgico que rompe con la Tradición de la Iglesia no puede proveer el alimento espiritual que permitirá a los Católicos en el futuro ser héroes cristianos. Y sin hombres y mujeres como Héroes Cristianos, las maravillas de la Encarnación ya no serán más conocidas. Sin héroes Cristianos la centralidad de la Cruz de Cristo en el sufrimiento del mundo será perdida. Sin héroes cristianos la realidad de la promesa de vida eterna en Jesucristo se perderá. Pero hay jóvenes aquí, especialmente los jóvenes que organizaron esta conferencia—y en muchos otros lugares, que comprenden lo que es ser católico y que han descubierto la Misa Tradicional Católica y que están deseando ser Héroes Católicos, aun si significa de cierta manera caminar el camino de la Cruz, especialmente en una Iglesia cuyos líderes han deliberadamente olvidado lo que significa ser Héroe Cristiano y que parecen haber sido doblegados para hacer de la Iglesia Católica una forma de anglicanismo, exceptuando el buen gusto.

Donde has ido, Joe Dimaggio

Nuestra nación vuelve sus ojos solitarios a ti

Que es lo que dices, Mrs. Robinson

Joe se ha ido e ido lejos

Where have you gone, Joe DiMaggio

Our nation turns its lonely eyes to you

Wu wuwu

What’s that you say, Mrs. Robinson

Jolting Joe has left and gone away

Hey, hey, hey, hey, hey, hey

O esto

Traedme mi arco de oro ardiente

Traedme mis flechas de deseo

Traedme mi lanza

¡Oh nubes, desplegaos!

¡Traedme mi carro de fuego!

No cesaré mi Guerra spiritual

Ni mi espada dormirá en mi mano:

Hasta que restaure el culto a Dios

En cada Iglesia Católica en toda la tierra.

Bring me my Bow of burning gold:

Bring me my arrows of desire:

Bring me my Spear: O clouds unfold!

Bring me my Chariot of fire!

I will not cease from Spiritual Fight,

Nor shall my sword sleep in my hand:

Till we have restored the worship of God,

In every Catholic Church in ev’ry land. 

Nota final: La Sociedad de San Hugo de Cluny patrocinó este evento. La generosidad del Hno. Barreiro (QEPD) patrocinó la memorable divina liturgia.

(Traducido por Enrique Nungaray. Artículo original)

RORATE CÆLI
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