Nota del editor: este artículo fue publicado inicialmente el 29 de junio de 2015 bajo un seudónimo. Lo publicamos nuevamente, esta vez bajo el nombre de su autor, porque su contenido sigue vigente y nuestros lectores (y editores) se beneficiarían de contemplarlo nuevamente. El texto ha sido ligeramente editado. Pueden encontrar más reflexiones sobre el mismo tema en un artículo de 1P5 relacionado, “Por qué el conservadurismo es parte del problema, no parte de la solución.”
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En estos tiempos nuestros de oscuridad tanto en el Estado como en la Iglesia, no podemos evitar reflexionar sobre algunas diferencias esenciales entre los conservadores cristianos y los católicos tradicionales. Escribo teniendo en mente la situación de Norteamérica, pero los elementos de esta reflexión pueden ser aplicados a otros países occidentales.
Para los conservadores (católicos o evangélicos), la solución o restauración comienza con la Declaración y la Constitución, con la recuperación de la esfera pública. Nosotros somos norteamericanos y nuestro sistema de gobierno nos ofrece las herramientas para resolver nuestros problemas. Lo fundamental es la acción. El enemigo gana terreno porque no estamos peleando, ni votando, ni empujando nuestra causa llueva o truene.
El principal concepto coordinante del conservadurismo es la ciudadanía norteamericana. Es en torno a este eje que giran todos los demás aspectos de la vida y la acción.
El discipulado es comprendido como un compromiso con el mundo. Todo lo demás es juzgado de acuerdo a cómo encaja o parece encajar con este objetivo.
La evangelización es comprendida como salir a la calle y llevar un determinado mensaje a la gente. Representa una divulgación ecuménica e interreligiosa con una causa común, buscando fuerza en el número—y frecuentemente como consecuencia, se agrupan en torno al menor denominador común (“¿Eres heterosexual y crees que el matrimonio está relacionado con los niños? ¡Fantástico! Unamos nuestras fuerzas.”)
Para un conservador, la liturgia es un medio, un medio entre muchos. Es una herramienta útil. Uno no se preocupa mucho por ella, o la manera en que es ofrecida, ya sea que haya sido dañada o no en manos de reparadores bruscos, o si es expresiva y formativa, si pudiera ser más o menos agradable a Dios o incluso si resulta desagradable a Él. Es parte de un conjunto de herramientas que las autoridades nos han brindado, y hacemos uso de ella para apoyar la causa. No nos compete razonar el por qué; si es lo suficientemente buena para las autoridades, es suficientemente buena para mí.
Para el católico tradicional, la solución o restauración está centrada en el santo sacrificio de la misa. Debe comenzar con la recuperación de la sagrada liturgia, “la fuente y cumbre de la vida y la misión de la Iglesia,” y, con ella, la orientación contemplativa de la vida en su totalidad. Lo fundamental es la oración, pública y personal. El enemigo está ganando porque hemos sido vagos, despectivos, irreverentes, y mundanos, cuando tendríamos que haber estado buscando primero el reino de Dios y Su justicia (Mt 6:33). “Porque aquí no tenemos ciudad permanente, sino que buscamos la futura” (Heb 13:14).
El principal concepto coordinante es nuestra ciudadanía en el cielo (ver Fil 3:20). Sabemos que en este mundo nuestra identidad espiritual como miembros del Cuerpo de Cristo nos hace demandas continuas — somos, después de todos, peregrinos trabajando por nuestra salvación aquí y ahora, mientras viajamos y trabajamos duro. Sin embargo, al mismo tiempo, nuestro renacimiento y destino celestial subordinan y relativizan todo lo mundano, porque nuestra propia salvación y la de toda la raza humana depende de la gracia de Dios y nuestro lazo espiritual con Él. Esto, por tanto, es lo que debe venir primero y recibir todo nuestra atención y energía, de lo contrario todo lo demás se derrumba e incluso se vuelve en nuestra contra. Correremos el riesgo de estar cortando el césped y pintando los postigos mientras las relaciones de familia se deterioran puertas adentro.
El discipulado significa, ante todo, entrar en oración con Cristo y la Iglesia a través de la sagrada liturgia, recibida íntegramente, celebrada reverentemente, vivida enteramente. La evangelización es entendida como la construcción de una ciudad en una montaña, poniendo la luz sobre un candelero y dejando que la belleza de la vida cristiana ejerza una fuerza de atracción en sí misma. Significa priorizar los asuntos de nuestra propia casa, adhiriendo a la totalidad de la fe sin transigencias internas y aceptando—en un tiempo de creciente infidelidad y persecución—un proceso de marginación social que también trae consigo la purificación.
¿Pueden los conservadores y los tradicionalistas trabajar juntos? En cierto sentido, es obvio que deben intentarlo. Después de todo hay cierta sabiduría en hacer causa común contra el enemigo, a pesar de la ausencia de un acuerdo total. Pero no será fácil, porque falta un acuerdo claro acerca de la naturaleza misma de la crisis que enfrentamos y, consecuentemente, de la respuesta necesaria. Indudablemente, hay una evidencia inquietante de que muchos conservadores, quienes tienden a pensar en el plano procedimental de la política y la economía, ni siquiera reconocen la crisis espiritual, litúrgica y metafísica más profunda, y se vuelven impacientes con quienes apuntan en esa dirección. Recordemos a los miembros de la jerarquía que dicen que asuntos tales como la inmigración, el desempleo, el control climático, o la soledad de los ancianos son los mayores desafíos de nuestro tiempo. Uno se pregunta si su sentido de lo sobrenatural subsiste después de todo.
Es tan fácil que nuestras prioridades se mezclen y desordenen, desde las mejores hasta las peores motivaciones. Podemos empezar a sentir como si fuéramos a perder nuestro gobierno, nuestro lugar en la sociedad, nuestra cultura semi-cristiana, nuestra civilización occidental—o, para el caso, nuestro aire puro y agua limpia. Hemos puesto todos los huevos en una canasta mundana, y la canasta está siendo arrebatada. Enfrentémoslo: el “mundo libre” está cayendo en picada mientras gobernantes y ciudadanos dan la bienvenida, con brazos abiertos, a los demonios de los siete pecados capitales. La plaza pública, que ya estaba llena de mendacidad, rencor, avaricia, y una increíble ignorancia, se prepara para la persecución a gran escala de católicos, cristianos, creyentes, y hombres cuerdos. ¿Por qué se permite que todo esto suceda ante nuestros ojos?
¿Por qué el Señor permitió que los judíos fueran llevados en cautiverio a Babilonia, que su templo en Jerusalén fuese destruido, sus vidas arruinadas y destruidas, su futuro totalmente lúgubre como si Él los hubiera abandonado? Él los iba a salvar siempre —pero no sin antes purificarlos meticulosamente de sus vicios y convertirlos desde las profundidades de sus almas. Tenían que sobreponerse a ser su propio rey y despertar un anhelo por el Mesías. La historia de la salvación “rima” y nosotros estamos en uno de esos momentos que riman. Se está permitiendo que nos ocurra esta misma cautividad, casi por la misma razón, y casi con el mismo propósito.
El Señor nos está diciendo algo que hemos estado ignorando en nuestro distraído ir y venir y nuestra satisfecha indolencia.
Basta ya, sabed que Yo soy Dios. Yo soy vuestro Creador y Gobernante. Yo soy vuestro Salvador misericordioso—y demando toda vuestra mente y vuestro corazón porque soy misericordioso y me necesitáis. Yo soy un fuego ardiente. Yo soy el Juez de vivos y muertos. Yo os he puesto en esta tierra por un corto tiempo para conocerme, amarme, y servirme.
“Esperabais mucho, y he aquí que (cosechasteis) poco; y lo trajisteis a casa, mas Yo soplé en ello. ¿Por qué?, dice Yahvé de los ejércitos. Porque mi Casa está en ruinas, mientras cada uno de vosotros se da prisa para (reconstruir) su propia casa.” (Ag 1:9).
Poned primero lo primero, y os daré todo lo que necesitáis. Poned segundo lo primero, y os quitaré tanto lo segundo como lo primero, porque no merecéis ninguno. Mi siervo Agustín dijo: el pecador no es digno del pan que come. ¿Comprendéis esta cruda verdad?
Otro de mis siervos, Benito, dijo: no antepongáis nada a la obra del Dios, es decir, a adorar su Santo Nombre. Ordenad su templo—ofreced el sacrificio debido, la alabanza de corazones puros y labios santos—y Yo os visitaré otra vez con mi fecundidad, y floreceréis una vez más en los campos y en las ciudades.
Traducido por Marilina Manteiga. Fuente: https://onepeterfive.com/christian-conservatism-vs-traditional-catholicism/