Correctio Filialis: respuestas a algunos críticos

La Corrección Filial publicada el domingo pasado atrajo más apoyo del que yo, como firmante, esperaba. Se sumaron firmas de a veintenas de parte de sacerdotes y académicos; más de 10.000 personas firmaron una petición de apoyo y sigue aumentando; y también lo reportó ampliamente en el mundo secular así como la prensa católica.

Hubo poco como respuesta sustancial a la Corrección, por parte de quienes defienden lo que ella critica. En esto quiero contemplar brevemente — a modo personal — tres de los intentos más serios por comprenderla. Esto se hace más fácil gracias a que todos ellos realizan, esencialmente, la misma crítica errónea.

Primero, Stephen Walford escribe de manera característica:

Es difícil saber por dónde empezar con esto: la hipocresía de las acusaciones irrisorias de herejía contra el Santo Padre. Empezaré con la hipocresía.

La hipocresía es el estado de aquellos cuyas creencias no corresponden con sus palabras, particularmente cuando desean que otros sostengan los estándares en los que ellos no creen. ¿Realmente imagina Walford que los firmantes no están siendo sinceros? ¿Cuál sería su motivación, Sr. Walford, si ellos mismos no creyeran que sus afirmaciones son ciertas? Es difícil evitar la conclusión de que, en realidad, Walford no cree que los firmantes sean hipócritas; a él solo le gusta cómo suena. De hecho, es su acusación la que resulta literalmente hipócrita, dado que acusa insinceramente a otros de realizar acusaciones falsas.

Cuando finalmente logra dar un argumento significativo, que una cita del Pastor aeternus del Vaticano I en una nota al pie de la Correctio,  deja afuera un fragmento que a él personalmente le gusta. Esto debe ser muy importante: todos sabemos que los fragmentos más importantes de un documento son las notas al pie de página. El fragmento omitido es este:

… esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador.

¿Qué creerá Walford que significa este fragmento? Está obviamente relacionado con la doctrina de la infalibilidad papal: ‘infalibilidad’ solo significa ‘libre de error alguno’. ¿Acaso Pastor  aeternus quiere que pensemos, como Rex en Retorno a Brideshead, que cuando un Papa dice ‘está lloviendo’ debe ser así, incluso si al mirar por la ventana vemos que evidentemente no lo es? No, Pastor aeternus es el documento que establece precisamente las circunstancias extremadamente limitadas en las que uno podría decir de las palabras de un Papa: ‘esa declaración está protegida por el don de la infalibilidad’.

¿Incluyen esas circunstancias la misiva privada del Papa, por ejemplo a los obispos de Buenos Aires, que luego se filtra a la prensa? ¿Incluyen la aprobación del Papa, tácita quizás, a la impresión de algo en el periódico del Vaticano, por ejemplo los lineamientos para la aplicación de Amoris laetitia establecidos por los obispos de Malta? No, Sr. Walford, estos no son actos infalibles de oficio educativo petrino; no son actos del oficio educativo petrino en absoluto.

El principal error de Walford, es entonces, el ignorar la declaración central de la Correctio, y  centrarse en algo que la Correctio intenta no decir. La verdadera declaración es: el Papa ha dejado poca duda acerca de cómo quiere que comprendamos y apliquemos Amoris, y esta comprensión es, en última instancia, incompatible con la fe. Lo que a Walford le gustaría que dijese es que Amoris es inequívocamente errónea en sí misma.

Quizás ciertos pasajes de Amoris apunten en una dirección problemática, pero por mi parte, yo estaba listo para leerlos a la luz de la antigua enseñanza de la Iglesia — quien tenga dudas sobre esto puede leer los artículos que escribí tras su publicación. Demonios, hasta incluso critiqué a Steve Skojek por esto. Ahora soy yo el idiota, junto con todos aquellos que intentaron otorgarle el beneficio de la duda. Sin embargo, aquí la clave no está en las palabras precisas de Amoris, sino en la manera en la que el papa Francisco estuvo indicando, de forma no magisterial, la manera en que debiera ser interpretada.

El mismo error de Walford lo repiten Robert Fastiggi y Dawn Eden Goldstein. Ellos encontraron una discrepancia entre el texto oficial en latín y la traducción en inglés, y afirman que los autores de la Correctio se extraviaron por esto. Bueno, ese es potencialmente un punto interesante, pero en realidad los idiomas maternos de muchos de los firmantes son aquellos en los cuales Amoris tiene una traducción mejor, según Fastiggi y Goldstein. Es más, la diferencia mencionada no provoca una diferencia importante en el significado del pasaje.

Sin embargo, no entraré en los detalles porque es irrelevante. No estamos diciendo que el texto de Amoris no pueda ajustarse a alguna clase de ortodoxia. Lo que estamos diciendo es que ha quedado claro que no es ortodoxia lo que el papa Francisco quiere que encontremos en ella.

Finalmente, está Jacob Wood. Gran parte de su artículo es preciso y útil. En lo que no lo es tanto es al afirmar que la Correctio provoca escándalo. Debiera ser obvio para todo aquel que ame la Iglesia, que resulta menos escandaloso que si un Papa favoreciera el error y los fieles católicos permanecieran en silencio. Creo que no hace falta insistir en este punto.

Pero su veredicto final sobre la Correctio parece ser este:

Ninguno de los pasajes de Amoris Laetitia citados en la corrección niega explícitamente que una persona que comete un mal grave a conciencia y por voluntad propia se distancia de la gracia de Dios.

Habiendo realizado la distinción necesaria entre que un Papa proponga explícitamente una herejía y que la promueva, Wood no llega a considerar los actos (personales) del papa Francisco, muchos mencionados en la Correctio, que favorecen esta idea. En última instancia, de esto se trata la Correctio.

Como mencioné antes, al momento, las respuestas significativas a la Correctio carecen de sustancia. Por supuesto, hay una razón para ello. Su caso no solo es débil, sino que el hecho de entrar en una discusión detallada sobre los puntos importantes conduce la discusión hacia una dirección que pareciera que el papa Francisco no quiere que vaya. Él podría haber aclarado la ‘confusión’ en cualquier momento, publicando una afirmación magisterial, pero hay un valor en la ambigüedad, ya que permite una variedad de interpretaciones mientras que algunos todavía pueden afirmar — correctamente — que formalmente no se ha promulgado nada contrario a la fe. Tal como a algunos de sus defensores les gusta decir, dialogar, por ejemplo respondiendo la dubia, sería una ‘trampa’. En algún sentido, cualquier aclaración sería una reafirmación de la primacía de la claridad teológica, el magisterio, y las normas.

Pero esa posición, o rehusar una clarificación, se está desmoronando. Ahora tenemos a dos cardenales, Müller y el Secretario de Estado, el cardenal Parolin, llamando a un debate serio entre el Vaticano y críticos tales como los cardenales que firmaron la ‘dubia’. Tal vez, solo tal vez, se están acercando al final del juego.

Joseph Shaw

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

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