Recientemente el Papa Bergoglio ha nombrado dos nuevos obispos para la Argentina. Ambos provienen de parroquias «villeras», es decir de las villas miseria.
No sería la primera vez que un sacerdote de origen pobre, o párroco de sectores míseros y abandonados es llamado al episcopado. Lo censurable y chocante no es que sean pobres o sirvan sacerdotalmente a los pobres, sino cómo la fe y los sacramentos son manipulados.
Véase este vídeo:
En ese arco de instrumentalización de la fe, podemos identificar claramente una manipulación sacramental, dirigida y lograda por la corriente ideológica de la teología de la liberación, como en su momento ya lo había denunciado la Conferencia Episcopal de Colombia: «la instrumentalización de la liturgia es, acaso el mayor de los abusos…», ya que para muchos la Eucaristía «dejó de ser el Sacrificio y el banquete del Señor, para trocarse en un medio de ‘Concientización’, en instrumento de lucha revolucionaria, en ocasión de arengas políticas. De ahí que nada les impida burlar todas las normas de la celebración y elaborar a su antojo oraciones, fórmulas y cánticos, que destruyen el sentido sagrado de la liturgia y la convierten en acto de protesta e invitación a la revuelta. Esta Eucaristía así profanada, ya no edifica a la comunidad de los hermanos, sino azuza el mitin de los camaradas».[1]
I. Gigantes de la fe
Hace algunos años escribí dos artículos: «Mi cardenal favorito», sobre el cardenal Mindszenty, y, «Mi obispo favorito» en el que hablaba del arzobispo Fulton J. Sheen. Faltó en la tríada «Mi Papa favorito» sobre San Pío X. Al pasar estos años del actual pontificado, no sólo que mi devoción hacia esos eximios prelados se ha mantenido, sino, que viendo lo que hoy ocurre, se ha acrecentado, y, no es que sólo admire a esos tres grandes hombres de Dios, también admiro a otras figuras eclesiales edificantes, gigantes de la fe, santos de Dios, auténticos pastores. Hacer una lista de esas figuras modélicas sería casi inacabable, pero quisiera recordar a San Ezequiel Moreno y San Ambrosio de Milán.
San Ezequiel Moreno, agustino recoleto, restaurador de la provincia colombiana de su orden, director espiritual, obispo de Casanare y Pasto en Colombia, modelo de pastores por su fidelidad a la Iglesia y por su celo apostólico. En la historia de la Iglesia en América, no es fácil encontrar un obispo que haya resultado tan molesto para el mundo –para el mundo hostil al Reino, se entiende, y para ciertos hombres de Iglesia. También es cierto que no pocos obispos han alegrado y confortado tanto con sus acciones a los católicos fieles.[2]
«Poco después del fatídico 30 de junio de 1934, cuando los seguidores de Hitler sofocaron el aparente golpe de estado de Röhm liquidando una serie de personas no gratas al régimen, tales como Klausener, Gerlich y Probst, apareció en la Editorial Liga de Lucerna un pequeño pero conmovedor librito: «San Ambrosio y los Obispos alemanes«. Con suplicantes palabras se llamaba a los Obispos a imitar el ejemplo del Obispo de Milán, quien en el año 390, se enfrentó al Emperador Teodosio, exigiéndole hiciera penitencia, porque en el circo de Tesalónica había hecho degollar, en castigo de un acto de linchamiento, ejecutado por la plebe, a dos mil personas -y esta era la exhortación de dicho escrito- protestando solemnemente los Obispos contra lo ocurrido el 30 de junio de 1934. También este ejemplo nos muestra, como la gente en tiempos de tribulación y desconcierto se orienta por aquellos grandes hombres del pasado, cuyo valor y fuerza de actuación trasciende a través de los siglos».[3]
San Ambrosio y San Ezequiel Moreno, dos grandes obispos defensores de la fe, desasidos de la falacia pastoral de lo «políticamente correcto», fieles en la doctrina y en la santidad de la vida, santos e íntegros, contrariamente a tantos obispos de hoy, que administran la Santa Comunión a gobernantes y políticos firmantes de leyes anti-vida y anti-familia, a obispos que llenan las parroquias de curas sin alma sacerdotal, los cuales miran únicamente sus propios intereses y no los de Jesucristo.[4]
II. Un lobo por pastor
Nuestro Señor Jesucristo nos advierte: «Guardaos de los falsos profetas, los cuales vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Los conoceréis por sus frutos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Asimismo todo árbol bueno da frutos sanos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede llevar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos. Todo árbol que no produce buen fruto, es cortado y echado al fuego. De modo que por sus frutos los conoceréis».[5]
San Pablo también nos advierte: «Yo sé que después de mi partida vendrán sobre vosotros lobos voraces que no perdonarán al rebaño .Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen cosas perversas para arrastrar en pos de sí a los discípulos».[6]
Y advierte San Ignacio de Loyola: «No debería tolerarse curas o confesores que estén tildados de herejía; y a los convencidos en ella habríase de despojar en seguida de todas las rentas eclesiásticas; que más vale estar la grey sin pastor, que tener por pastor a un lobo. Los pastores, católicos ciertamente en la fe, pero que con su mucha ignorancia y mal ejemplo de públicos pecados pervierten al pueblo, parece deberían ser muy rigurosamente castigados, y privados de las rentas por sus obispos, o a lo menos separados de la cura de almas; porque la mala vida e ignorancia de éstos metió a Alemania la peste de las herejías».[7]
Desde los inicios de la Iglesia, siempre ha habido lobos vestidos de ovejas y falsos profetas.
Tantos escándalos, malos ejemplos, abusos de poder, cobardía, tibieza, acedia sacerdotal y acedia episcopal. Preocupación por inútiles reuniones, asambleas, planes y programas, en vez de en la salvación de las almas.
1. Escribía Paco de la Cigoña el 8 de octubre de 2012:
«La Iglesia argentina tiene que salir de esa inmensa miseria moral en la que le ha hundido su actual episcopado. Uno de los más vergonzosos de la Iglesia de hoy. Por sus obispos merecería que les quemaran sus catedrales mientras ellos se enfangan con amantes y chaperos. Sé que esto no es generalizable a todos, afortunadamente, pero tampoco es caso inédito. Y los amores a los amados y chapados es bastante más general. Bergoglio monstrat. Con maricones y vergallís».[8]
2. El escándalo financiero en torno al cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, que recibe medio millón de euros anuales de la Universidad Católica de Tegucigalpa, enemigo jurado de la corrupción, que predica una Iglesia paupérrima, es por demás un ejemplo de la decadencia moral del episcopado, los malos manejos económicos eclesiales, involucran asimismo al obispo auxiliar del cardenal.[9] Ya en 2016 afloraron las denuncias de clérigos y laicos hondureños respecto de la dicotomía moral del cardenal Rodríguez, que estos días ha retomado actualidad pública.
Un hecho similar se dio en 2013, con el prelado de Limburg (Alemania), Franz-Peter Tebartz-van Elst, quien fue removido de su oficio episcopal por el escandaloso gasto de cinco millones de euros en su nuevo palacio episcopal.
También en la arquidiócesis de La Paz, Bolivia, durante del pontificado de Juan Pablo II, se retiró al arzobispo de entonces después de una intervención verificada por la Santa Sede en dicha Curia episcopal por desvío de fondos eclesiales a actividades de dudosa moralidad.
Así, podemos ir agregando casos de inmoralidad episcopal: el ex diplomático polaco Józef Wesołowski, o los obispos Fernando Bergalló, de Merlo-Moreno, o Juan Carlos Maccarone, de Santiago del Estero, extorsionado por un prostituto. Algo muy llamativo son las varias renuncias adelantadas de obispos argentinos en los últimos tres años.
3. Hay un creciente afán lucrativo en sectores clericales hoy por hoy, no sólo con gastos dispendiosos de cardenales y otros obispos, sino de un sector del clero, especialmente del clero modernista, al que parecería que sólo le mueve un afán de lucro, es decir la simonía. A algunos obispos parecería interesarles únicamente la recaudación de dinero para sus «obras».
Como enseña la doctrina católica, en tres campos fácilmente se descontrola el hombre: el alcohol, la lujuria y la avaricia, el clero no está exento de esas tentaciones, y los obispos, como primeros responsables de las diócesis, son asimismo custodios de que el clero viva dignamente, pero sin abusos de ninguna naturaleza.
Se fomenta desde los obispados un clericalismo referido a una «cultura del secreto» clerical, en la que la mala conducta o las actividades ilegales se estimulan tácitamente, o al menos se generalizan, hasta el punto de que cualquier miembro de la Iglesia, incluso sacerdote que considere hacerse crítico o denunciante corre el riesgo de ser condenado en vida. Clericalismo que encubre la doble moral de los clérigos, que tanto daño hace al Cuerpo místico de Cristo.
¿Cuál es la razón? San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia responde:
«¿Pero cómo -me pregunto- sucede que los santos, que viven sólo para Dios, se resisten a ser ordenados a través del sensus de su indignidad, y que algunos corren ciegamente al sacerdocio, sin descansar hasta que lo logren por medios legales o ilegales? Ah, ¡hombres infelices!, dice San Bernardo, para ser registrados entre los sacerdotes de Dios, será para ellos lo mismo que ser inscrito en el catálogo de los condenados. ¿Y por qué? Porque tales personas generalmente son llamadas al sacerdocio, no por Dios, sino por sus parientes, por interés o por ambición. Por lo tanto, entran en la casa de Dios, no por el motivo que un sacerdote debería tener, sino por motivos mundanos. He aquí por qué los fieles son abandonados, la Iglesia deshonrada, tantas almas que perecen, y con ellas condenados también tales sacerdotes».[10]
El ingreso temerario en el clero es la causa de la decadencia del sacerdocio católico.
«La desacerdotización de la Iglesia ya se ha iniciado de forma angustiosa. No hace falta contar todos aquellos sacerdotes que ya siguen las huellas de Roca (y de Loisy). Virion plantea la pregunta: «¿Cuántos sacerdotes son los que ostensiblemente han permanecido en la Iglesia, pero sólo por la sencilla razón de que así pueden sembrar en secreto el virus de la revuelta?«. Roca, que siempre tiende a exagerar, contesta «mil«. Pero, Saint-Yves, más comedido, dice: «Conozco a muchos e incluso sacerdotes santos, que (por ignorancia) caminan por la ruta del cristianismo sincretista«.»[11]
III. «El infierno empedrado con los cráneos del clero»
Popularmente se atribuye a San Juan Crisóstomo, San Atanasio y San Juan Eudes la cita del subtitulado y similares expresiones: los santos dicen que el camino al infierno está pavimentado con cráneos de obispos y sacerdotes, porque si es grave la misión de un sacerdote, cuánto más la de un obispo, y la del Papa ni qué se diga…
San Juan Crisóstomo afirma: No creo que haya muchos entre los obispos que se salven, pero muchos más que perecen.[12]
En la vida de san Gregorio Taumaturgo se cuenta que, estando el santo a punto de morir, preguntó a los que rodeaban su lecho cuántos infieles había en la ciudad. «Sólo diecisiete» le contestaron sin vacilar. Y el obispo moribundo, luego de una breve reflexión, dijo: «Ese mismo número de fieles me encontré yo aquí, cuando fui consagrado obispo». Empezó con sólo diecisiete creyentes, y con sus trabajos convirtió a todos menos a diecisiete.
Es que antaño los monjes, clérigos, y obispos, tenían conciencia de la gravedad de su vocación, contrariamente a lo que ocurre en las décadas recientes, que ha venido a posicionarse la opinión de que el sacerdote es un hombre como los demás.
Afirmación superficial y falsa, ya que va contra el dogma del sacramento del orden, que unos cristianos reciben y otros no, quedando así diferenciados ontológica y, por tanto, funcionalmente.
El sacerdote está segregado del mundo, como Cristo separó a sus apóstoles, precisamente para ser enviado al mundo. Y el plus introducido por la ordenación sacramental en el hombre separado era hasta tiempos recientes tan notorio para todos que hasta las expresiones populares en lengua vernácula lo atestiguan: distinguen al hombre-sacerdote de su sacerdocio, y evitan ofender al sacerdote incluso cuando quiere ofender al hombre, sabiendo diferenciar al hombre de su hábito (tomado como signo del sacerdocio) y de lo que él administra: lo sagrado.[13]
Refiriéndose a la dicotomía entre la fe y la vida de los ministros del altar, Nuestro Señor lo había dicho así: «Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen».[14]
Así, la Iglesia actuaba en concordancia con la sacralidad de la misión sacerdotal, y castigaba ejemplarmente al clérigo no ejemplar, lo atestigua San Basilio el Grande, Obispo y Doctor de la Iglesia:
«Cualquier clérigo o monje que seduzca a niños o jóvenes, o que es aprehendido en besos o en cualquier situación vergonzosa, deberá ser azotado públicamente, y perderá su tonsura clerical. Por lo tanto, será deshonrado escupiéndosele a la cara, atado en cadenas de hierro, sancionado a seis meses de confinamiento, y durante tres días a la semana se le dará pan de cebada hacia la tarde. Después de este período, deberá pasar unos seis meses viviendo segregado en un pequeño patio bajo la custodia de un anciano espiritual, ocupado en el trabajo manual y la oración, sometido a vigilias y oraciones, obligado a caminar todo el tiempo en compañía de dos hermanos espirituales, impedido por siempre de asociarse con hombres jóvenes para conversar o dar consejos impropios».
La corrección fraterna tan mentada hoy en día, pero tan mal practicada, también incluye a los clérigos y obispos:
Debe observarse, sin embargo, que si la fe estuviera en peligro, un sujeto debería reprender a su prelado incluso públicamente.[15]
Está el testimonio de San Agustín en la Regla: No os compadezcáis sólo de vosotros mismos, sino también de él, que corre mayor peligro cuanto más alto puesto ocupa. Pero la corrección fraterna es obra de misericordia. Luego también los superiores deben ser corregidos.[16]
Si somos fieles, si el pequeño resto se mantiene fiel al Señor, Dios cuidará de su Iglesia como lo ha hecho durante los veinte siglos pasados. Él siempre se ha servido de los santos, los que hablaron y sufrieron en defensa de la Verdadera Fe católica, y eso es lo que se necesita hoy también.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Cf.: MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, «Fe revolucionaria»: mitin de los camaradas.
[2]Cf.: IRABURU, P. JOSÉ MARÍA, Hechos de los Apóstoles de América.
[3] GRABER, Mons. RUDOLF, Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo.
[4] FILIPENSES 2, 21.
[5] SAN MATEO7, 15-20.
[6] HECHOS 20, 29-31.
[7] Carta a San Pedro Canisio, 13-08-1554.
[8] http://intereconomia.com/noticia/una-vez-mas-catolicos-ejemplares-y-mierda-institucional-20121008-20121008-0000/
[9] http://espresso.repubblica.it/inchieste/2017/12/21/news/il-cardinale-da-35mila-euro-al-mese-il-nuovo-scandalo-che-fa-tremare-il-vaticano-1.316326?refresh_ce
[10] DE LIGORIO, San ALFONSO MARÍA, Doctor del Iglesia.
[11] GRABER, Mons. RUDOLF, Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo.
[12] Cf.: Homilía III en Hechos 1:12. 2.
[13] Cf.: AMERIO, ROMANO, Iota unum.
[14] SAN MATEO 23, 3.
[15] DE AQUINO, SANTO TOMÁS, Summa Theologica II, II, q. 33, a. 4.
[16] Ibid. II, II, q. 33, a. 4, Sed Contra.