Crisis de Canonizaciones (I)

¿Podrá el gigante Bergogliano socavar la infalibilidad de las canonizaciones elevando a Pablo VI a los altares?

Introducción: se vuelve a encender un debate que nunca dejó de arder

Las canonizaciones aceleradísimas de Juan Pablo II y Juan XXIII hechas por Bergoglio contribuyeron, lógicamente, a una creciente preocupación de los fieles por la fiabilidad de la “fábrica de santos” puesta en marcha durante el reinado de Juan Pablo II. Incluyendo las canonizaciones grupales, Juan Pablo canonizó a más santos que los diecisiete Papas anteriores juntos, retrocediendo hasta 1588, cuando Sixto V fundó la Congregación para las Causas de los Santos. Mientras que Benedicto XVI se esforzó por reducir la producción de la fábrica, esta volvió a intensificar su producción nuevamente con Bergoglio, quien en cinco años produjo 885 santos, incluyendo una camada de 800 mártires italianos, a comparación de los 483 santos en los 27 años de reinado de Juan Pablo.  Cinco de estos agregados Bergoglianos fueron declarados santos sin siquiera haberles atribuido un milagro comprobado.

Por supuesto que es innegable que la Iglesia produjo una cantidad innumerable de santos en todas las épocas, incluyendo mártires, y que los frutos abundantes de las gracias que ésta facilita para la elevación de las almas debiera ser reconocida para edificar y alentar a los fieles. Sin embargo, la canonización tradicionalmente se reserva para casos singulares de santidad que, tras extensas investigaciones, deben ser tomados como modelo de veneración por la Iglesia universal debido al ejemplo particular que estas vidas extraordinarias ofrecen. No son los reporteros tradicionalistas quienes afirman que el número de santos proclamados recientemente amenaza con devaluar radicalmente el mismísimo concepto de santidad canonizada. Incluso el cardenal Ratzinger lo mencionó allá por 1989, cuando dijo que muchos de los que Juan Pablo II había beatificado «no expresaban mucho a las grandes multitudes de fieles» y que debía darse prioridad a aquellos que “llevan un mensaje más allá de un determinado grupo.»

Pero ahora, la casi inminente canonización de Pablo VI tras la aprobación de dos supuestos milagros que, según la información publicada, no parecen ser tan milagrosos (lo discutiremos en la 2da Parte de esa serie), ha provocado una incredulidad generalizada en el proceso de canonizaciones, superando incluso el escepticismo con el que se recibieron las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II. ¿Cómo puede elevarse a los altares como modelo de virtud católica para veneración e imitación de todos los fieles, el Papa que desató lo que él mismo llegó a lamentar—aunque muy poco y demasiado tarde—un “espíritu de auto-demolición” en la Iglesia, incluyendo la “reforma litúrgica” que condujo a lo que el cardenal Ratzinger llamó “colapso litúrgico,” el mismo Papa que se preguntaba cómo había entrado “el humo de Satanás”[1] en la Iglesia durante su convulsivo reinado?

Citando al Washington Post: “Para mejor o peor, la tendencia de Francisco de ignorar los canales normales para la certificación de milagros está generando fricción dentro de las antiguas paredes del Vaticano al mismo tiempo que reaviva un viejo debate sobre la naturaleza de los santos católicos.[2] Este viejo debate trata dos preguntas aún no respondidas de manera definitiva en el magisterio: en primer lugar, ¿la infalibilidad de las canonizaciones papales es de fide o sencillamente una opinión probable? En segundo lugar, si las canonizaciones son infalibles de fide, ¿bajo qué condiciones lo son, dadas las estrictas condiciones para la infalibilidad papal establecidas en el Concilio Vaticano Primero respecto a las definiciones dogmáticas, a diferencia de los actos de canonización de personas concretas en circunstancias históricas específicas?

Las dos preguntas pueden resumirse en una: ¿Debemos creer que alguien es santo sencillamente y solamente porque el Papa lo declaró como tal recitando la fórmula de canonización, o el Papa debe basar su decisión en una investigación previa de los hechos verificables así como las definiciones dogmáticas se deben basar en la verificación de la enseñanza inmutable de la Iglesia antes de ser definidas?

¿En qué se basa la afirmación de que la canonización es infalible?

Parece claro que la definición del dogma de infalibilidad papal del Vaticano I sobre definiciones dogmáticas no puede ampliarse para cubrir las canonizaciones. Las definiciones dogmáticas del magisterio extraordinario solo establecen por sobre toda duda, estableciendo así un artículo de fe, lo que ya era una enseñanza inmutable de la Iglesia, y no una doctrina enunciada por primera vez por un Papa determinado. Pero las canonizaciones, por su propia naturaleza, sí anuncian algo nuevo sobre el deber de veneración universal de una persona concreta. Citando a Juan Pablo II en esta cuestión:

[La Sede Apostólica] ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas, y tras las debidas investigaciones, los declara Santos en un acto de canonización solemne.

Así, el mismo Juan Pablo sujeta las canonizaciones a una investigación previa, aunque haya sido él quien en 1983 emitió la Constitución Apostólica Divinus Perfectionis Magister, que desmanteló gran parte de la antigua maquinaria investigativa para las canonizaciones. El resultado fue un proceso “simplificado” que (a) devuelve al obispo local el grueso de la investigación del candidato, incluyendo los supuestos milagros, sin permiso previo de Roma; (b) elimina el rol antagonista del Promotor de la Fe, conocido comúnmente como el “Abogado del Diablo”; (c) reduce el requisito de los milagros, de cuatro­ (dos para la beatificación y otros dos para la canonización) a dos (uno para la beatificación y otro para la canonización); y (d) convierte todo el proceso tradicional y riguroso de juicio canónico basado en los méritos del candidato en una especie de revisión y discusión de un comité prácticamente carente de carácter adversario.[3]

En cualquier caso, la canonización debe estar precedida por alguna forma de investigación fiable de los hechos históricos contingentes. Esa investigación se realiza ya sea por un proceso “ordinario” que incluye la verificación sistemática de milagros y virtudes, o por un proceso “extraordinario” de confirmar la existencia de un culto antiguo legítimo de una persona concreta y una “reputación ininterrumpida de milagros” (por así decirlo, el “equivalente” de una canonización) aunque no se aplique el proceso ordinario más riguroso. De otra manera, tendríamos que creer el absurdo de que alguien debe ser venerado como santo sin ninguna investigación previa, solamente porque el Papa lo declaró a través de una fórmula recitada.

Donald S. Prudlo, reconocido experto en historia de las canonizaciones, se muestra claramente enfadado ante la rapidez y la pérdida de calidad de las investigaciones previas a la canonización desde que comenzó a operar la “fábrica de santos”. Él escribe:

Como historiador sobre la santidad, mi mayor duda sobre el proceso actual nace de las canonizaciones realizadas por el mismo Juan Pablo II. Si bien su loable intención era proveer modelos de santidad extraídos de todas las culturas y estados de la vida, él tendía a apartar la canonización de su propósito original y fundamental. Este era hacer un reconocimiento oficial, público y formal de un culto existente entre los fieles cristianos, uno que había sido confirmado por el testimonio divino de los milagros. El culto precede a la canonización; no debe ser al revés. Corremos el riesgo de utilizar las canonizaciones como herramienta para promover intereses y movimientos en lugar de ser un reconocimiento y aprobación de un cultus existente.[4]

Correcto. Pero frente a los claros abusos del proceso de canonización a partir de 1983, reduciéndolo a un “premio halo” para personas y movimientos favorecidos—tendencia que se aceleró en el pontificado actual—Prudlo opta por la visión de que el proceso  en esencia es superfluo para la infalibilidad de las canonizaciones. En respuesta a las preocupaciones de Roberto de Mattei por las canonizaciones de Juan Pablo II y Juan XXIII realizadas por  el papa Bergoglio, concluye:

Es el acto de canonización lo que constituye un acto infalible del Papa dado que, como afirma Tomás, no es una mera decisión disciplinaria sino una quasi-profesión de fe en la gloria de un santo. No es la investigación sino la inspiración del Espíritu Santo la que certifica esta realidad para nosotros (cf. 9, q. 16, ad 1).  Los Papas no son infalibles por la calidad de las investigaciones que preceden la definición, lo son precisamente por el acto que realizan en el marco litúrgico de la canonización.

Pero si la investigación no forma parte de la certificación de “esta realidad para nosotros”, ¿cuál es el punto de la investigación? Si debe confirmarse el culto de un candidato a la santidad por medio de “el testimonio divino de los milagros”, como dice Prudlo, ¿no debiera haber una investigación confiable de los milagros atribuidos al candidato, culminando en la certeza de que verdaderamente son milagros? De hecho, se reportó que durante la ralentización de la “fábrica de santos” en tiempo de Benedicto XVI, él “lee cada archivo página por página, según el arzobispo [Michele di Ruberto, secretario de la Congregación para las Causas de los Santos], y hasta que no está personalmente satisfecho con los milagros atribuidos a un candidato, no hay progreso posible.”

Sencillamente, si la calidad de la investigación no tiene relación con la veracidad de una canonización, ¿por qué perder el tiempo con una investigación? Un Papa podría simplemente implorar la inspiración del Espíritu Santo y proceder infaliblemente incluso cuando la investigación sea totalmente defectuosa o esté completamente ausente. Pero eso se parece más a la tarea del oráculo gnóstico de Roma que a la de un Romano Pontífice actuando por la fe como por la razón.

Comparando la Definición Infalible de Dogma

La idea de que una inspiración del Espíritu Santo es la verdadera garantía de canonización no es consistente con la forma en la que los Papas definieron los dogmas de la fe. Por supuesto que el Espíritu Santo guía a la Iglesia en materia de dogmas, pero esa guía se realizó a lo largo del tiempo con la función de preservar y enunciar la revelación de Jesucristo y los apóstoles heredada siglo tras siglo, y no por inspiraciones momentáneas ad hoc. Por lo tanto, por ejemplo, al definir el dogma de la inmaculada concepción, el beato Pío IX sin duda invocó al Espíritu Santo, pero también se aseguró de que “las divinas Escrituras, la venerable tradición, [y] el perpetuo sentir de la Iglesia” apoyaran la definición.[5] Su investigación incluyó los hallazgos de una comisión especial, consultas a obispos mundiales—quienes “todos a una [sola voz]… ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo”—y un consistorio del Colegio Cardenalicio convocado para el asunto. Probablemente, Pío se hubiera reído ante la sugerencia de que solo la inspiración del Espíritu Santo (al cual se refirió en el momento de definición) y la recitación de la fórmula tradicional aseguraban la infalibilidad de su definición, no a su vez el contenido de la fe objetivo y verificable confirmado por una investigación previa exhaustiva. Si se requiere de semejante esfuerzo investigativo para definir como dogma lo que la Iglesia siempre creyó de todas formas, ¿cómo no va a ser crucial una adecuada investigación de la supuesta santidad y milagros de una persona en particular, cosa que puede disputarse acaloradamente, para la decisión de un Papa de elevarla a los altares?

La “Solución” de Santo Tomás

En su estudio magistral sobre este tema, Prudlo cita la solución propuesta por Santo Tomás: que el Espíritu Santo asegura la confiabilidad de las canonizaciones a pesar del error humano potencial o incluso la deshonestidad de parte de investigadores y testigos. Pero Tomás solo afirma que “debemos creer piadosamente” que el Papa no puede errar al canonizar y que “la Divina Providencia preserva a la Iglesia en estos casos de ser engañada por el testimonio de hombres falibles.” [6]  Él no dice, y la Iglesia jamás enseñó, que esta creencia piadosa es un artículo de fe que no debe cuestionarse bajo ninguna circunstancia.

Más aún, el propio Prudlo explica que hay tres razones por las que Tomás concluye que el Papa no puede errar en las canonizaciones: “(1) realiza una investigación profunda sobre la santidad de vida; (2) esto es confirmado por el testimonio de los milagros, y (3) el Espíritu Santo lo guía (para Tomás, este es el factor decisivo).”[7]  Pero si la guía del Espíritu Santo es “el factor decisivo,” tiene que haber en primer lugar algo a decidirse. Y eso solo puede suceder en una canonización basada en la santidad de vida y milagros verificados tras una investigación de ambos. De estar ausente dicha investigación sobre la santidad y los milagros, la sola confianza en la inspiración del Espíritu Santo parecería un supuesto de lo más temerario, al menos en el caso ordinario. Ciertamente, el mismo supuesto justificaría la enunciación de nuevas doctrinas como “perpetuo sentir de la Iglesia” no demostradas por investigaciones, recordando las palabras del beato Pío IX.

En cualquier caso, Santo Tomás no es infalible aunque proporcione una valiosa autoridad a la opinión mayoritaria de los teólogos, al menos desde el siglo XV, de que las canonizaciones papales son infalibles. Sin duda no es fácil ver cómo una canonización papal formal podría estar sujeta al error, dado que socavaría todo el canon de santos elevados a los altares por actuación pontificia, expondría a la Iglesia a la acusación de imponer el error en su disciplina universal y favorecería la opinión de los herejes de que la Iglesia exige la vana y blasfema idolatría de pecadores.

¿Hay lugar para la duda?

Sin embargo, la infalibilidad de las canonizaciones papales nunca fue definida como dogma, ni tampoco puede ser encontrada claramente establecida como doctrina explícita del magisterio ordinario universal. Por ejemplo, como observa el profesor de Mattei en el artículo citado antes, no hay mención de la infalibilidad de las canonizaciones ni discusión sobre la perspectiva teológica actual en el Código de Derecho Canónico de 1917, el Código de Derecho Canónico de 1983 o el Catecismo de Juan Pablo II.

En un ensayo sobre el tema publicado en 1848, el padre Fredrick William Faber, famoso converso anglicano reconocido por sus conocimientos, “su lealtad inquebrantable a la Santa Sede”, su devoción Mariana, y que escribió el insuperable “Vidas de Santos Modernos,” defendió la opinión teológica probable en favor de la infalibilidad y discutió lo precipitado e impío de atribuir un error a las canonizaciones papales. Pero también le costó eludir en su discusión las advertencias, en vista de perspectivas minoritarias de peso opuestas a la opinión probable:

¿Es de fide que la Iglesia es infalible en el decreto de canonización? Es una pregunta abierta en las escuelas católicas….

Santo Tomás coloca el juicio de la Iglesia en la canonización entre el juicio sobre asuntos de fe y el juicio sobre hechos particulares, y por lo tanto resultaría que la infalibilidad del decreto es una creencia piadosa, pero no más que eso, en cuanto a que solo atañe a la fe reductiva….

Es de fide que la Iglesia es infalible en la doctrina común de la moral; pero no es tan cierto que la canonización de los santos atañe a la doctrina común de la moral… La Iglesia jamás definió que su infalibilidad en este asunto es de fide, ni tampoco podemos extraerlo nosotros de su práctica….

Parece entonces probable que sea de fide la opinión de la infalibilidad de la Iglesia en la canonización; pero no debemos ir más allá de la aseveración de esta gran probabilidad, especialmente ante nombres tan importantes con la opinión contraria.

Es más seguro concluir con el sabio y erudito Lambertini, que cada opinión debe mantener su propia probabilidad hasta que surja un dictamen de la Santa Sede; porque dice en otro momento el mismo teólogo que cuando se trata de establecer un nuevo dogma de fe debemos esperar el dictamen de la Sede Apostólica, madre y señora de las otras Iglesias, y del Supremo Pontífice a quien le corresponden exclusivamente las definiciones sobre la fe, antes de aventurarnos tildando con la infame acusación de herejía a quienes sostienen la opinión contraria.[8]

De la misma manera, en su estudio sobre la evolución del proceso de canonización papal y la perspectiva correlativa de la infalibilidad de las canonizaciones papales, Prudlo concluye: “Proclamaciones de infalibilidad no aparecieron hasta avanzada relativamente la Edad Media, usualmente tras…el período de adquisición de hegemonía papal en tales asuntos.”[9] Pero observa que “la aparente oferta inextinguible de candidatos homenajeados por Juan Pablo II y la rapidez en la promoción alentada por el papa Francisco de algunas figuras recientes, estimularon los debates actuales.” ¡Cuando menos! Y precisamente ese es el punto: los argumentos actuales son aceptables para mantener “los orígenes del debate teológico e histórico” que Prudlo rastrea hasta la Edad Media. Estos debates sin duda continuarán en determinado nivel a menos que, o hasta que, la infalibilidad de las canonizaciones papales sea retirada del reino de la opinión teológica probable ya sea por una definición ex cathedra o una encíclica redactada decisivamente sobre esta cuestión.

Sobre la cuestión de los debates actuales—y de manera reveladora, en vistas del apuro del papa Bergoglio por canonizar rápidamente a todo Papa relacionado con el Concilio Vaticano Segundo, incluyendo hasta al papa Juan Pablo I (quien ya fue nombrado Beato)—tenemos una entrevista con el obispo Giuseppe Sciacca publicada por Inside the Vatican en 2014. Sciacca es un reconocido canonista promovido en el año 2016 por el mismísimo Bergoglio nada más y nada menos que a la oficina de la Secretaría de la Signatura Apostólica. Cuando el entrevistador le preguntó “¿El Papa es infalible cuando proclama un nuevo santo?”, el obispo Sciacca dio varios rodeos en su respuesta:

Según la doctrina común y prevalente, el Papa, al proceder con una canonización, es infalible. Como se sabe, la canonización es la sentencia con la que el Pontífice declara solemnemente que un beato goza de la gloria del cielo y extiende su culto a la Iglesia universal, preceptiva y definitivamente. No se discute, pues, si la canonización es expresión del primado de Pedro. Pero al mismo tiempo no debería considerarse infalible según los criterios para la infalibilidad que encontramos definidos en la constitución dogmática “Pastor aeternus” del Concilio Vaticano I.

Luego, tras preguntarle “¿el Papa puede equivocarse al proclamar un santo?”, el obispo Sciacca ofreció una explicación matizada:

No he dicho esto. No pretendo negar que la sentencia emitida en las causas de canonización tenga un carácter definitivo; sería temerario (es más, impío) afirmar que el Papa puede errar. Pero lo que digo es que la proclamación de la santidad de una persona no es una verdad de fe, porque no pertenece al conjunto de las definiciones dogmáticas y no tiene como objeto directo o explícito ninguna verdad de fe o de moral, contenida en la revelación, sino solamente un hecho indirectamente relacionado. No es casual que ni el Código de derecho canónico de 1917 ni el Código actual ni el Catecismo de la Iglesia católica expongan la doctrina de la Iglesia sobre las canonizaciones.

Interrogado sobre la opinión de Santo Tomás en el asunto, el Obispo Sciacca advirtió que debe ser tomada en el contexto posterior de la Iglesia, el de una definición de infalibilidad papal bajo límites más estrictos:

Claro, lo sé muy bien. Tomás de Aquino es el autor más prestigioso que sostiene esta tesis. Pero hay que decir que el uso del lenguaje y del concepto de infalibilidad en épocas tan lejanas del siglo XIX, es decir del Concilio Vaticano I, corre el riesgo de caer en el anacronismo.

Santo Tomás situaba la canonización a mitad de camino entre las cosas de la fe y los juicios sobre los hechos particulares que pueden ser contaminados por falsos testimonios, a pesar de concluir que la Iglesia no podía equivocarse: sostenía, efectivamente, que “es pío creer que el juicio es infalible”.

He dicho, y repito, que la “Pastor aeternus” define rigurosamente y acota el concepto de infalibilidad pontificia que, anteriormente, podía absorber y contener o ser asimilado al concepto de “inerrancia” o “indefectibilidad” de la Iglesia. La canonización es como una doctrina a la que no es lícito oponerse, pero que no se define “de fe” en cuanto debe ser necesariamente creída por todos los fieles. [saltos de párrafos agregados]

En otras palabras, si bien la canonización papal no puede ser refutada como errónea, el cuestionar la infalibilidad de las canonizaciones o incluso oponerse a ella como la visión minoritaria, no excluye a uno de la comunión con la Iglesia a causa de herejía. Ciertamente el obispo Sciacca—Secretario del tribunal canónico supremo de la Iglesia—rechaza la idea de que la Iglesia enseña que cuestionar la infalibilidad de la canonización es herejía:

¿Y qué hacemos con las palabras de Papa Benedicto XIV (Próspero Lambertini), que en su “De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizazione” afirma que “suena a herejía” la tesis de la no infalibilidad?

Es una tesis no vinculante, pues forma parte de su obra de gran canonista, pero en el ámbito de doctor privado. No tiene que ver con su magisterio pontificio.

Pero también en una nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de mayo de 1998, se alude a la infalibilidad en las canonizaciones.

Se trata de un pasaje claramente explicativo, y no definitorio en relación con los contenidos. El argumento recurrente según el cual la Iglesia no puede enseñar o favorecer el error es intrínsecamente débil en este caso. Pero decir que un acto no es infalible no significa afirmar que sea un acto erróneo o que necesariamente engañe. De hecho, el error podría haber sido muy raro o incluso nunca haber existido. La canonización, sobre la que todos admiten que no deriva inmediatamente de la fe, nunca es una verdadera definición en materia de fe o de costumbres…

¿Perdone, pero, entonces, ¿qué es la canonización??

Es la clausura definitiva e irreformable de un proceso, es la sentencia final de un íter procesual histórico y canónico, relacionado siempre con una cuestión de hecho, histórica. Englobarla en la infalibilidad significaría extender la infalibilidad misma mucho más allá de los límites definidos por el Concilio Vaticano I.

El lector observará que tanto el padre Faber como el obispo Sciacca, dado que la cuestión no está establecida en el magisterio, dejan lugar para dudar en la infalibilidad de las canonizaciones, como la visión minoritaria —una visión que como mucho podría constituir un error teológico, pero no una herejía, si alguna vez la Iglesia fuera a rechazarla formalmente con una definición dogmática (tras la cual sí constituiría una herejía). Pero ellos también sostienen que sería “temerario e impío” declarar que una canonización es sencillamente errónea.

Dependencia papal en investigaciones previas a la canonización: Un problema

Entonces, ¿qué hay dentro de la delgada laguna entre la permisibilidad de cuestionar la infalibilidad de las canonizaciones y la no permisibilidad de considerar ejemplos particulares como errores papales absolutos? Esta zona de incertidumbre parece surgir de la misma naturaleza de la canonización resultante de una investigación previa que determina la existencia de datos históricos sobre una persona concreta, sin la cual la canonización no podría ocurrir, en oposición a la enunciación de una fórmula doctrinal de la Iglesia universal.

Dada la dependencia de la canonización sobre los hechos, no hay manera de eludir lo que Prudlo admite como verdadero y auténtico “problema” con el que canonistas y teólogos, incluyendo a San Bonaventura y Santo Tomás, han debido luchar a medida que el papado consolidaba gradualmente su autoridad sobre el proceso de canonización que durante siglos había sido un asunto local envolviendo en no pocos casos a “santos” bastante dudosos:

En sus mentes, lo más importante era la posibilidad de equivocación como resultado de un falso testimonio humano. Esto refrenaba a canonistas y algunos teólogos de asignar como dogma de fe la infalibilidad papal en las canonizaciones, especialmente durante el siglo XIII. El problema de la canonización de figuras indignas aparecía con frecuencia, haciendo que el papado instituyera toda clase de medidas para asegurar la veracidad y santidad, tales como extensas investigaciones de vida y milagros. Además de todo esto, al frente de los escritos teológicos permanecía la posibilidad de la flaqueza humana. Era el argumento central contra la doctrina durante el período medieval. La clave central para comprender la creación de un consenso general es la forma en la que los pensadores superaron este problema.[10]

¿Pero es necesaria “toda clase de medidas para asegurar la veracidad y santidad,” incluyendo “extensas investigaciones de vida y milagros,” si, como argumenta Prudlo en contra de de Mattei, “no es la investigación sino la inspiración del Espíritu Santo la que certifica esta realidad para nosotros” y los “Papas no son infalibles por la calidad de las investigaciones que preceden la definición, lo son precisamente por el acto que realizan en el marco litúrgico de la canonización”?

Es más, la propia erudición de Prudlo tiende a socavar su posición contra de Mattei. Como comenta en su obra, el papa Inocencio III (r. 1198-1216) declaró en su bula para la canonización de Homobono de Cremona que “En la Iglesia militante son necesarias dos cosas para que alguien sea venerado públicamente como santo: el poder de los signos durante su vida, es decir obras de piedad, y el signo de los milagros tras su muerte.”[11] Inocencio también dejó en claro que el precepto papal de veneración universal implicado en la canonización debe ser sustentado por más que la mera convicción de que un candidato alcanzó la visión beatífica, como algunos discuten ahora en una defensa minimalista de las canonizaciones que hizo Francisco de Juan Pablo II y Juan XXIII: “Si bien Inocencio afirma que solo la perseverancia final es totalmente necesaria para la santidad considerada sencillamente, él sostiene que la veneración pública de tal persona requiere testimonios divinos. Ambos son requeridos para la santidad, ‘porque no bastan las obras por sí solas, pero tampoco los signos por sí solos.’”[12]

Es muy significativo que, tal como muestra Prudlo, Inocencio III es el Papa que “estableció el patrón que terminaría siendo la clave para dilucidar la diferencia cualitativa de las canonizaciones papales que surgieron tras su muerte”—es decir, su infalibilidad— “reorientando el proceso de canonización desde la perspectiva papal.” Parte de esa reorientación es “la necesidad de signos y milagros como prerrequisito para la santidad, junto con el testimonio de una vida vivida según las virtudes.”[13] ¿Es en verdad temerario sugerir que sin prueba de verdaderos signos y milagros no puede haber una verdadera canonización?

Parecería entonces que el mismo Prudlo ha demostrado que, según la enseñanza papal, alguna forma fehaciente de investigación del candidato a la santidad, que confirme tanto los milagros como las virtudes, es prerrequisito para la canonización papal—es decir, la imposición de la veneración obligatoria de un santo por parte del Papa para toda la Iglesia. Si bien Prudlo concluye que a medida que evolucionó el proceso de canonización papal “los Papas claramente creían estar ejerciendo una infalibilidad personal en sus decretos de canonización,”[14] la pregunta permanece: ¿Sobre qué bases sustentaban dicha creencia? Sin duda, las investigaciones sobre las que dependían habrán tenido algo que ver con eso.

Siendo así, ¿cómo puede no surgir como un problema la calidad de la investigación previa a la canonización? Si la calidad de la investigación fuera irrelevante, ¿no sería irrelevante la propia investigación? En cuyo caso solo nos quedaría la sencilla aseveración de que una inspiración del Espíritu Santo garantiza que ninguna canonización papal estará equivocada si el Papa recita la fórmula de canonización “en el marco litúrgico de la canonización” (recordando el argumento de Prudlo contra de Mattei). Pero esta clase de infalibilidad se diferenciaría de la definición del Vaticano I, la cual se limita estrictamente a la proclamación solemne del Papa de aquello que la Iglesia siempre ha creído de fide. Por lo tanto, pareciera ser necesaria una definición de infalibilidad papal más amplia, que incluya las canonizaciones de individuos concretos en base a datos históricos, para poner fin al debate legítimo sobre la materia.

Conclusión: Cuatro Dubia

Mientras tanto, no sé por qué las siguientes dubia concretas sobre la canonización—que obviamente no estoy capacitado para responder—no están “sobre la mesa”:

– ¿Podría dudarse de la validez de una canonización, aunque no se la pueda considerar errónea como tal, si pudiera demostrarse que la investigación del candidato se vio comprometida por errores humanos, sesgos o deshonestidad?

– ¿Un acto papal de canonización a través de la recitación de la fórmula de canonización en el rito de canonización sería infalible ex sese (en sí mismo) aunque no hubiera una investigación previa del candidato?

– Si el acto papal de canonización fuese infalible ex sese, ¿es necesario el proceso investigativo previo a la canonización—desarrollado por los propios Papas para proveer medidas para salvaguardar y asegurar la veracidad de los milagros y la santidad de un candidato?; y en caso de ser necesario, ¿por qué es necesario?

– Si un acto papal de canonización no es infalible ex sese, entonces ¿no es esencial la integridad del proceso investigativo que lo precede, para afirmar la infalibilidad?, y en caso de no serlo, ¿por qué no?

Estas preguntas solo pueden responderse definitivamente a través del magisterio. Y la necesidad de respuestas es urgente. La operación acelerada de la “fábrica de santos” y la movida claramente oportuna para canonizar a cada Papa posterior al Concilio Vaticano Segundo en base a cada vez menos evidencia, mientras que se descuidan u olvidan completamente las causas de los grandes Papas preconciliares reconocidos por su heroica virtud y abundancia de milagros innegables—por ejemplo la causa del Beato Pío IX—ha generado una especie de “crisis de canonizaciones” en la mente de millones de fieles.

¿La respuesta a la crisis es una fe ciega en la infalibilidad de las canonizaciones, cosa que jamás se definió como artículo de fe? ¿O se les permite a los fieles hacer hoy, con mayor urgencia que antes, la clase de preguntas que han estado presentes sin respuesta definitiva por parte del magisterio desde que comenzó el desarrollo del proceso de canonización papal?

Esta serie debiera ser vista como un llamado a la claridad magisterial por parte de un simple laico que, junto con católicos de todo el mundo, lucha por comprender cómo reconciliar la infalibilidad de las canonizaciones con un proceso que parece, como menciona correctamente Prudlo, estar sujeto cada vez más a un abuso para “promover intereses y movimientos en lugar de ser un reconocimiento y aprobación de un cultus existente.”

Con todas estas preocupaciones en mente, la Parte II de esta serie considerará el carácter problemático de los supuestos milagros atribuidos a Pablo VI, como principal ejemplo de por qué es razonable analizar si la integridad del proceso investigador afecta la integridad de la canonización, a pesar de todos los intentos anteriores de resolver este problema.

Christopher A. Ferrara

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

[1] A diferencia de los comentaristas neocatólicos burlones que no se tomaron el trabajo de investigar seriamente, esta referencia no es “apócrifa”. Fue citada ni más ni menos que por Monsignor Guido Pozzo, Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, y se encuentra en Pablo VI, Insegnamenti, Ed Vaticana, vol. X, 1972, p. 707.

[2] Anthony Faiola, “Ahora que se canonizan dos Papas más, emerge una pregunta: ¿Qué tan milagrosos debieran ser los santos?,” Washington Post, 25 de abril de 2014; accedido el 17 de febrero de 2018 @ https://www.washingtonpost.com.

[3] Véase, por ejemplo, Jason Gray, The Evolution of the Promoter of the Faithin Causes of Beatification and Canonization: Study of the Law of 1917 and 1983 (Roma 2015, Pontificia Università Lateranense).

[4] Donald S. Prudlo, “Are Canonizations Based on Papal Infallibility?,” Crisis, 25 de abril de 2014; accedido el 19 de febrero de 2018 @www.crisismagazine.com. Las negritas son nuestras.

[5] Pío IX, Carta Apostólica Ineffabilis Deus (1854).  Increíblemente, este magnífico documento papal no se encuentra entre los 76 documentos de Pío IX archivados en el sitio web del Vaticano.

[6] Donald S. Prudlo, Certain Sainthood, Canonization and the Origins of Papal Infallibility in the Medieval Church (Ithaca: Cornell University Press, 2016), 141; cita Quodlibet, IX, q. 8; Resp. & Ad. 2 (Apéndice).

[7] Ibid. El énfasis es nuestro.

[8] F.W. Faber, Essay on Beatification and Canonization (London: Richardson & Son, 1848) 127, 128 (saltos de párrafo agregados).

[9] Prudlo, op. cit, 16.

[10] Ibid. 20-21. Emphasis added.

[11]In Prudlo, 76.

[12]Prudlo, op. cit, 141.

[13] Ibid. Las negritas son nuestras.

[14] Ibid., 191.

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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