Soy cristiano no traditor

La controversia donatista es una parte aunque importante de la historia de la Iglesia, a menudo descuidada, ya que pone en duda no sólo su autoridad, sino la validez de los sacramentos.

La herejía donatista es el fruto de un partido de exaltados del África, continuadores de las doctrinas rigoristas de Montano y Tertuliano. Según ellos la eficacia de los sacramentos depende del estado de gracia del ministro que los confiere, y afirman que en ese contexto son inválidos los sacramentos del bautismo y del orden administrados por un hereje o un pecador.

Como resultado rebautizaban a los se convertían a la secta, ya que para ellos la verdadera Iglesia la constituían solamente los miembros puros: los pecadores debían ser expulsados de ella. Donato fue el iniciador y principal organizador de ese movimiento cismático el año 312, y que no tardó mucho en convertirse en una verdadera herejía.

El donatismo «ideológicamente se deriva del error de los rebautizantes, cuya responsabilidad recae sobre Tertuliano, que, habiendo negado la validez del Bautismo de los herejes (dando la razón de que estando privados de la gracia no la podían transmitir a otros), encontró un fervoroso e inteligente campeón de su tesis en S. Cipriano (+258) que se atrevió a pedirle al Papa Esteban I la confirmación de esta doctrina, recibiendo como respuesta el célebre principio “nihil innovetur, nisi quod traditum est”»[1], («Nada de innovaciones, sólo la tradición»).

Para determinar correctamente el origen de este movimiento cismático tenemos que remontarnos a la sangrienta persecución ordenada por el emperador Diocleciano en febrero del año 303. Su primer edicto prescribía destruir las iglesias y quemar los libros sagrados, el año 304 siguieron medidas más severas, en un cuarto edicto ordenó a todos a ofrecer incienso a los ídolos bajo pena de muerte, con la consecuencia de muchos mártires y confesores y asimismo otros que, débiles en su fe, apóstatas que pusieron en manos de los perseguidores libros y vasos sagrados y hasta a sus mismos hermanos, se les vino a llamar traditores; fueron numerosos, incluidos algunos obispos. En el mismo período, surgió un culto desviado por la exagerada admiración de los cristianos africanos a sus mártires, al margen y aun en contra de las normas de la autoridad eclesiástica.

El obispo Mensurio y en archidiácono Ceciliano se oponen en Cartago a un grupo de exaltados: muerto Mensurio el año 311 Ceciliano es elegido obispo, pero Donato, jefe del grupo, se levanta contra el nuevo obispo, ayudado por Lucila, pretextando que su consagración era inválida por habérsela conferido un apóstata durante la persecución, es decir traditor. A Donato se le unen todos los descontentos, quienes en 312 reúnen un conciliábulo en Cartago, deponen a Ceciliano y nombran a Mayorino y en 315 al mismo Donato.

Se creía fácil la sofocación de la herejía donatista, pero la excitación de las pasiones y el dinero de Lucila le dio proporcionas gigantescas. Los donatistas acuden al emperador Constantino, quien señala como árbitros al Papa Micíades y a tres obispos galos. Todos fallan a favor de Ceciliano. Más aún el procónsul de Africa averigua que el obispo consagrante no había sido traditor. En 314 el Concilio de Arlés declara que la consagración de un traidor es válida.

Empero, los donatistas exigen que falle personalmente el Emperador. Esto lo hace contra ellos. A pesar de ello no se satisfacen. Durante todo el siglo alternan las medidas de rigor con las blanduras. Su fanatismo crece con la persecución. Llaman a la Iglesia la impura. En 330 celebran un sínodo en Cartago con 270 obispos. Sus ejércitos de vagabundos llamados circumcelliones o agnostici, destruían iglesias. Los emperadores Constancio, Valentiniano y Teodosio no consiguen dominarlos. A fines del siglo IV se les opone Optato de Milene. Desde 393 escribe contra ellos San Agustín, quien en un principio trató de convencerlos. En 411 se logra una collatio de tres días, a la que asisten 286 obispos católicos y 279 obispos donatistas, pero nada se consigue. Entonces se adoptan más medidas de rigor: quitarles la ciudadanía y prohibirles las reuniones bajo pena de muerte. Finalmente en 430 la invasión de los vándalos acabó con ellos.

«El donatismo fundado en dos principios fáciles y comprensibles para el pueblo: 1) la Iglesia es la sociedad de los Santos; 2) los Sacramentos administrados por los pecadores y por los herejes son inválidos; apoyado por el celo fanático de los circumceliones e ilustrado por escritores no faltos de ingenio (Parmeniano, Ticonio, Petiliano, etc.) se extendió y consolidó tan profundamente que llegó a poner en grave peligro la existencia del catolicismo en el Africa romana. Ni la repetida intervención imperial, ni la brillante polémica sostenida por San Optato Milevitabo consiguieron doblegar el ánimo de los rebeldes. Sólo a principios del siglo V, con el apoyo del Imperio, la lógica cerrada y la caridad conquistadora de San Agustín consiguieron zanjar el cisma secular y poner en claro el principio católico, según el cual: 1) La Iglesia militante no es la sociedad de los Santos sino un “corpus permixtum” de buenos y de malos; 2) los Sacramentos traen su eficacia de Cristo y no de los Ministros, por lo que son “sancta per se et non per homines”».[2]

«Cristo fundó su Iglesia jerárquica y le confió el ministerio de aplicar la Redención, la Iglesia actúa por medio de sus legítimos ministros. Independientemente del estado de gracia del ministro que actúa, es la propia Iglesia quien engendra nuevos hijos de Dios, es Cristo mismo quien bautiza, quien ofrece su Sacrificio al Padre».[3]

De ahí que las ordenaciones episcopales de la llamada Iglesia Patriótica en China realizadas sin el mandato pontificio son sacramentalmente válidas aunque ilegítimas. Afirmar que estas consagraciones episcopales son inválidas, significaría invalidar también las ordenaciones sacerdotales administradas por estos obispos y, por consiguiente, quitar valor y eficacia al tesoro de gracia de los sacramentos.

Otra cosa son las ordenaciones anglicanas, ilegítimas e inválidas. La Iglesia Católica no reconoce los sacramentos anglicanos.

Su Santidad León XIII declaró inválidas las órdenes anglicanas[4] (Dz 1963-66). La declaración de invalidez se funda en que en la nueva fórmula ordenatoria de Eduardo VI introducida en 1549, las palabras «Accipe Spiritum Sanctum» que son consideradas como forma y acompañan la imposición de manos, no designan claramente el grado de orden jerárquico ni los poderes que con ese grado se confieren («defectus formae») —la adición de las palabras: «ad officium et opus presbyteri resp. episcopio», es posterior y tardía—; además, hay otra razón, y es que falta la intención de comunicar los poderes esenciales del sacerdocio, que son el de ofrecer el sacrificio de la misa y el de perdonar los pecados («defectus intentionis»). Aparte todo esto, no es seguro que la ordenación del arzobispo anglicano Mateo Parker (1559) fuera efectuada por un consagrante válido o al menos simplemente ordenado.

Y precisamente de este arzobispo se deriva toda la sucesión apostólica del anglicanismo.

¿La herejía donatista se acabó definitivamente durante el siglo V, o, ha regresado a inicios del Tercer Milenio?

Germán Mazuelo-Leytón

[1] PIETRO PARENTE, ANTONIO PIOLANTI y SALVATORE GAROFALO, Diccionario de teología dogmática.

[2] Ibid.

[3] SAN AGUSTÍN DE HIPONA.

[4] LEÓN XIII, Carta Encíclica Apostolicae curae, 13-09-1896.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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