A pesar de posibles insinuaciones, todavía queda por establecer definitivamente si la misa tradicional solo emplea sacerdotes con aliento a ajo, que se enfurecen ante los bebés que lloran, los estornudos ruidosos y las malas pronunciaciones de Habemus ad Dominum. Contrariamente, todavía queda por establecer si todo católico que busca la “reforma de la reforma” de la misa post-conciliar es inconsciente, repulsivo y patea tiernos cachorritos cada vez que escucha Habemus ad Dominum (incluso pronunciado correctamente). Hay buenas personas en ambos grupos — afirmación tediosa pero al parecer necesaria cuando se escribe un artículo como este.
Buenas personas que creen que la misa Novus Ordo debiera ser re-examinada para revelar su intención original, la “reforma de la reforma,” incluye a muchos clérigos importantes tales como el cardenal Robert Sarah, el papa emérito Benedicto XVI y posiblemente en menor grado, al obispo Athanasius Schneider. También en esas filas se incluyen muchos familiares y amigos míos. Desean regresar a la cordura en la misa, en la que se cultive la belleza y la piedad, y en la que la banalidad y la profanación sean condenadas.
Desafortunadamente, estos deseos razonables no son, a mi entender, posibles — ni ahora, ni nunca. Dudo que llegue a haber una recta y gloriosa reforma de la misa Novus Ordo.
El problema surge con la mismísima pregunta: ¿a qué se parece una reforma de la misa Novus Ordo? ¿Cuál es su fin? Parece simple, pero en un cúmulo de opciones, no lo es. Nos dejan a la voluntad del viento, mal identificado como el Espíritu, para descifrarlo. Pienso en algunas de las muchas preguntas y preocupaciones que habría que encarar en tal reforma:
¿Habría que arrodillarse más? Si es así, ¿cuánto? ¿El pronunciamiento sería universal? ¿Por qué actualmente algunos obispos desalientan el arrodillarse, y cuáles serán los efectos de esto a largo plazo? ¿Por qué estos obispos están siendo promovidos?
¿Y qué hay del latín, y cuánto es permisible? La constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II establece que “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos” (par. 36). ¿Qué es lo que esta torpe afirmación significa? ¿Cuánto latín debe conservarse? Actualmente, en la mayoría de los sitios, la respuesta es nada de nada.
¿Cómo revivimos la música sacra? ¿Realmente debe darse el primer lugar al canto gregoriano? ¿Y qué hay del hecho de que la mejor música sacra es en latín? ¿Haremos resucitar de las cenizas al órgano? ¿Coincidimos al menos en que no podemos jamás imponer las cancioncillas de Dan Schutte en los oídos de los sufridos feligreses?
¿Girará el sacerdote hacia el Señor para una misa ad orientem? Uno se pregunta cómo podría ser posible que la reforma de la reforma no incluyera esto. Sin embargo, ¿por qué fue la mano del cardenal Sarah golpeada tan abruptamente por el papa Francisco, aunque sea en sentido figurado, cuando sugirió el regreso de esta práctica importante? ¿Y qué haremos con la multitud de iglesias post-conciliares redondas que confunden la dirección y el propósito de la oración? ¿Hay un mercado de buenas pistas de patinaje?
Tantas preguntas, y muchísimas más. ¿Prohibiremos finalmente la comunión en la mano? ¿Se restituirá el arrodillarse como manera correcta de recibir al Señor? ¿Y qué hay del calendario litúrgico? ¿Realmente se encuentra mejor la Iglesia sin las cuatro témporas, el domingo de Septuagésima y la octava de Pentecostés? ¿Y no podemos admitir que el leccionario “mejorado”, que de forma traviesa deja afuera pasajes “controvertidos” de las escrituras, necesita ser revisado? ¿Deberán prohibirse las monaguillas, para promover así un sistema vocacional efectivo? ¿Se redescubrirán los velos, las barandillas, las órdenes menores, la oración a San Miguel y el incienso?
Los insto a que hagan estas preguntas en un salón lleno de liturgistas y teólogos de escritorio que buscan reformar la misa Novus Ordo. Pregunten, tomen una buena bebida, y siéntense a observar el espectáculo. Habrá fuegos artificiales. Solo son posibles vagas aprobaciones similares a las del Dr. Mary Healy, quien dijo recientemente, “la reforma más necesaria es una profunda conversión de los corazones de los fieles a través de una comprensión más profunda y una participación espiritual más intensa en la liturgia.” Me recuerda mi ocupación como docente, en la que cuando surge un desafío grave, tal como el bullying, la solución es una campaña con una camiseta. Esa no es una solución. Se la considera cálida y suave, incluso admirable, pero no es una solución práctica. ¿Qué elevará nuestros corazones, Dr. Healy? ¿Una campaña con una camiseta en favor de la “participación espiritual”?
Urgidos a actuar, el reformar la misa Novus Ordo será algo tan divisivo, vago y cuestión de opciones como los documentos de promulgación a los que adhiere. Es inherentemente un caldo de cultivo para la confusión — siendo el lenguaje del Sacrosanctum Concilium, “se admitirán variaciones y adaptaciones,” “en ciertos lugares y circunstancias,” y “respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos.” Escucho las palabras de Shakespeare burlándose de nuestra crisis autogenerada: “¡La confusión acaba de hacer su obra maestra!”
Entonces, ¿qué es lo que debemos reformar? “¡El Vaticano II a la luz de la tradición, por supuesto!” podrían decir. ¿Significa esto reformar la misa post-conciliar a la luz de la misa tradicional? ¿Hacer que resulte lo más parecida al Usus Antiquior como sea posible? Incluso así resultaría insuficiente. Tal como explica el historiador Henry Sire, “cuando el Concilio Vaticano Segundo comienza a ser interpretado a la luz de la tradición, el siguiente paso es encontrarlo deficiente a la luz de la tradición” (Phoenix from the Ashes, p. 447).
En cuanto a esto, terminemos con un experimento mental. Pretendamos que la misa Novus Ordo puede ser reformada con la belleza de la misa rezada durante los siglos previos a su comienzo, con cientos de millones de católicos ansiosos por ser desafiados en la verdad y asombrados por la grandeza. Más importante aún, pretendamos que el Vaticano comparte esta aspiración. De hecho, pretendamos que la reforma es tan exitosa que cada parte de la misa Novus Ordo parece estar en continuidad con la misa tradicional — la gran hermenéutica de la continuidad de Benedicto. Pretendamos que hay una arquitectura imponente, el canon romano, el canto gregoriano, el latín, las barandillas en el altar, ad orientem, y una belleza y reverencia incalculables. Pretendamos todo esto, más allá de toda esperanza, y sonriamos con aprobación diciendo, “por fin la reforma de la reforma es un éxito.”
Yo les digo que un día, un buen católico, creyendo que las dos misas son parecidas, se animará a la misa tradicional. Como escamas que se le salen de los ojos, notará lo que ninguna reforma le dijo. Mirará de reojo y comenzará, “¿qué son estas oraciones al pie del altar? ¿Y por qué el Confiteor invoca a los santos por su nombre?” Luego podrá preguntarse, “¿Por qué hacer una genuflexión en el Incarnatus del Credo? ¿Cómo es que solo hay un canon, y se dice en silencio? ¿Por qué los monaguillos no tocan los vasos sagrados, el sacerdote mantiene su pulgar e índice unidos tras la consagración y los sacerdotes lavan sus manos hacia el final de la misa? ¿Por qué hay múltiples genuflexiones, signos de la cruz y besos al altar? ¿Por qué estas acciones tienen un significado del que nadie me había hablado? ¿Por qué estas oraciones parecen diferentes, más ricas y más precisas?” Podría continuar, “¿Por qué el sacerdote dice oraciones de exorcismo al utilizar agua bendita? ¿Por qué hay oraciones de exorcismo, y sal bendecida en la lengua en los bautismos? Para el caso, ¿por qué se han revisado todos estos sacramentos, o mejor dicho purgados con una precisión casi fatal, de su significado? Si se supone que son parecidos, ¿por qué todo se siente diferente?”
La respuesta es porque es diferente. Lado a lado, ambas misas son distintas.
Entonces tal vez sus preguntas lo conducirán a la cruda realidad: que incluso la misa de la “reforma reformada” fue una creación, aunque algunos puedan llamarla una deconstrucción iconoclasta, ideada por Annibale Bugnini. Y las diferencias entre las dos misas serán finalmente comprendidas.
Siento la necesidad de reiterar una vez más: hay tantas buenas personas, y seguramente mucho más santas que yo, que buscan una reforma hacia una simplicidad más sobria de la misa Novus Ordo. Pero debe entenderse una cosa: que la improbable “reforma de la reforma” no es lo mismo que la misa tradicional y jamás lo será.
Entonces, ¿qué elegiremos para levantar nuestros corazones al Señor? ¿Una camiseta para la “participación espiritual”? En cuanto a mí y a mi casa, tenemos una sola respuesta: Habemus ad Dominum.
Dan Millette
Traducido por Marilina Manteiga. Fuente: https://onepeterfive.com/reform-finally-reformed/